No me siento cómoda criticando un libro que no me gusta porque lo más probable es
que haya personas a quienes les parezca fabuloso. Por eso intento ser justa y
objetiva con lo que leo, es decir extraigo temas, veo cómo están construidos
los personajes, observo si la narración es lineal o participa de otra
modalidad, plasmo las figuras literarias que encuentro para distinguir sus
posibles funciones... en fin, procuro que a través de mis comentarios, los
demás perciban también, parte de lo que un libro puede aportar e intento dejar
en los lectores la convicción de que cualquier libro nos enriquece. Debe ser
deformación profesional.
En
otro orden de ideas, no soy partidaria de la literatura juvenil. Considero que
no deberíamos encuadrar la literatura con etiquetas que discriminan a un
porcentaje de población. La literatura es un arte por lo que, como el resto,
debe huir de los encasillamientos, que cada cual lea el libro que le guste.
Otra cosa es la literatura infantil, que sí puede ser etiquetada por razones
obvias de entendimiento, aunque a propósito de esto debo decir que, por regla
general, los niños de tres años disfrutan con La canción del pirata.
Para
colmo de males no termina de engancharme la novela histórica. Me encanta la
historia y me apasionan las leyendas, mitos y sucesos que contiene, pero
encuentro que al novelarlo pierde fuerza. Otra cosa son las novelas basadas en
un hecho histórico, en las que el argumento parte de ese hecho para fluir libre
o por donde quiera el narrador.
Todo
este preámbulo para llegar a la conclusión de que El enviado de Cronos: Puerta a la Hélade me ha decepcionado como novela. Digo como novela porque como
compendio de datos y hechos históricos es muy completo. Su autor, Miguel Merino Rivas, es un apasionado
de la Grecia clásica en general y de Alejandro Magno en particular. Se nota.
Al
leer la reseña que aparece en la contraportada y contrastarla con el título
pensé que sería fascinante. Nuestro dios del tiempo actual, una cápsula capaz
de viajar a una velocidad mayor que la de la luz para llegar a un destino
situado miles de años antes, dotaba a Alcibíades Vidal, su enviado, de una
peculiaridad: llegar a formar parte del ejército de Alejandro Magno y
acompañarlo hasta su muerte, para conocer dónde quedó su cuerpo enterrado.
La
idea está bien, de hecho creo que a un alto porcentaje de la población le
gustaría viajar en el tiempo, de ahí que la ciencia-ficción tenga cada vez más
seguidores, pero no es nueva. H.G. Wells inauguró la temática, en 1895, con La máquina del tiempo. A Wells le han
seguido escritores de renombre como Mark Twain, Un yanqui en la corte del rey Arturo, o Isaac Asimov, El fin de la eternidad y otros no tan
conocidos. Precisamente porque no es una idea nueva estimo que debe tener
alguna novedad si el autor quiere enganchar al lector. No sé, algo como
desarrollar un viaje en clave de humor, exponer determinadas paradojas propias
del viaje para solucionarlas, crear conflictos ahistóricos para llegar a una
resolución ajustada a la historia, o proponer una historia alternativa para que
los lectores también podamos viajar en el tiempo desde el actual al pasado y de
nuevo a las actualidad. En fin, no pretendo dar ideas porque seguro que está
todo “inventado” pero es que el desarrollo de El enviado de Cronos no seduce, y podría haber sido estimulante.
Empieza
con la dramatis personae, algo extraño puesto que el término designa a la lista
de personajes de una obra teatral. Es cierto que en algún sector podemos
encontrar la expresión como sinónimo de lista de personajes en novela, pero el
término es un cultismo que designa al elenco de personajes de un drama “las
máscaras de la acción”. Hasta cincuenta y un personajes son presentados en este
apartado. Esta técnica puede ser buena para conocerlos, pero no tanto para los
entresijos de la narración puesto que el introducir al personaje de antemano
permite luego mostrarlo con menos detenimiento en sus actos, lo que dificulta
la creación en profundidad. Así, en esta novela el lector tiene la impresión de
estar ante una serie de personajes planos.
Seguidamente,
tras la lista de personajes, aparece un glosario de términos, veinticuatro
nombres nos son detallados en cuanto a su significado. Sin duda muy interesante,
pero tampoco aporta nada a la novela puesto que funcionan a modo de notas
aclaratorias de términos en desuso (por cierto, al final también encontramos
otra lista de notas que explican diferentes alusiones). Pasamos después a otro
“prólogo”, éste para contar los mitos de Prometeo y Pandora. Supuestamente
tendrán relación con la trama, pero cuesta vincularlos a los proyectos del
CERN.
Por
fin comienza la novela, y lo hace por el final, con las honras fúnebres de
Alejandro Magno. El resto son 30 capítulos en los que se van intercalando
fechas de la era antigua y la contemporánea, como corresponde a una trama en la
que el protagonista viene de otra época. En todos predomina el relato histórico
aunque no con la misma suerte; en ocasiones está bien llevado y resulta
interesante, en otras da la impresión de que se ha llevado hasta allí porque
era necesario contar algo de la sociedad griega antigua. Y en otras, la
narración histórica no tiene nada que ver con el argumento; es lo que ocurre al
principio, donde para situarnos en la infancia de Alcibíades y destacar su
pasión por la historia, el padre le cuenta con profusión de detalles la batalla
de las Navas de Tolosa. El lector deduce de ese capítulo su amor por la
historia, por la arqueología y por los caballos. Es curioso, pues al final de
la novela podemos decir poco más de él, apenas ha cambiado, aunque el propio
Alcibíades «era consciente de que estaba
mucho más curtido que al principio cuando llegó en lo que todo era una inocente
ilusión desmedida» (copiado literalmente). ¿Cuándo se ha curtido? ¿Cómo lo
ha hecho? Falta ver a Alcibíades en acción, cómo pasa de estar atemorizado en
su primer combate a ser uno de los hombres de confianza de Alejandro Magno. No
lo hemos visto evolucionar. Nos lo creemos sólo porque un narrador nos lo
cuenta aunque no lo demuestra.
Una
vez que Alcibíades se encuentra en la Grecia Antigua el argumento se resiente;
hay capítulos que no aportan nada a la trama, son una excusa para presentar a
personajes famosos de la Antigüedad, actividades cotidianas de la época que
quedan aisladas en el contexto, descripción de momentos que “vemos” como si
estuviésemos siguiendo a un guía turístico o cuadros de contiendas, con todo
lujo de detalles, en las que el protagonista no participa. Asimismo hay
capítulos en los que surge un personaje con cierto protagonismo, para no volver
a salir en la novela, tal como ocurre con Arsaces, el niño que se atreve a
mirar a Darío III en 337 a.C. Todo esto hace que no encontremos un hilo seguro
que consolide el argumento.
Pero
si el narrador se detiene con parsimonia en las descripciones de lugares,
momentos, personas y actividades, pasa de manera rápida la batalla de Tebas y
la rendición de Atenas en 335 a.C.(que utiliza para retomar la descripción
histórica de la ciudad). El encuentro con Diógenes en Corinto, en ese mismo
año, es una excusa para, de forma algo deslavazada, recordarnos aquello que
supuestamente decía el filósofo «—¡Busco
a un hombre honesto, busco a un hombre honesto!— gritó Diógenes...»
Por último,
la invasión de Persia está carente de acción. Y así, con este talante
apresurado termina la novela. Muchos enigmas han quedado por descubrir, la
punta de flecha, las falsas monedas, el esqueleto encontrado, el papel de
Prometeo, las investigaciones del CERN, la suerte de los investigadores y la
del propio Alcibíades.
Puede
que Miguel Merino piense ir despejando dudas en los otros dos libros que
completarán la trilogía. Puede que se editen, si es así le recomiendo una
corrección atenta de la escritura pues, en este ejemplar aparecen erratas: «Aria» por “Aura”. Equivocaciones
sintácticas: «Ahora marcharos» «el viaje
en el transbordador [...] lo había machacado y, para colmo de males, con la mar
levantada bamboleando el maltrecho ferry» «hacia al campamento». Faltas de
concordancia: «un par de perros ladraban»
«una caja de pequeñas dimensiones forrada de oro y ricamente engalanadas...» «el
resto de compañeros se abalanzaron al instante». Faltas de ortografía: «todo lo que halláis detectado». Repetición
excesiva e innecesaria de palabras: «El
pequeño Arsaces pasaba [...] sus pequeñas manos» «...haya perdido la fluidez
[...] adquiriría mayor fluidez» «prolongados y esforzados ejercicios de
pronunciación [...] dificultades de la pronunciación [...] de prolongados
ejercicios de pronunciación». Expresiones que por abusar de ellas pierden
la fuerza: «presa de una gran excitación»
«presa de un gran nerviosismo» «presa de un gran...». Locuciones que, por
anticuadas, quedan irreales en el contexto (o están mal empleadas): «Incrédulo, se levantó y comenzó a ir y
venir por la estancia mesándose los cabellos con ambas manos. -¿No me estarán
tomando el pelo?». Demasiadas voces técnicas relacionadas con un mundo
militar obsoleto que ralentizan aún más las lectura, ya lenta de por sí al
estar necesitada de diálogos y actividades variadas: «se guardaban [...] las gúmenas» «piedras angulares de tobo» «quiliarca»
«lochagos» «pornai». Y empleo exagerado del gerundio, que enfatiza en
demasía el aspecto imperfectivo de la narración puesto que la presenta con un
enfoque persistente: «dando órdenes [...]
examinando [...] profundizando [...] acercándose [...] levantando [...]
agachándose ante el agujero».
Bajo
mi punto de vista, con un estilo más sencillo la novela sería más amena.
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