Martinito, el de la casa grande es un cuento maravilloso. En todos
los aspectos; porque ahí lo enmarcamos según la clasificación de Todorov, si
atendemos a que hay elementos sobrenaturales que no provocan reacciones de
extrañeza en el lector ni en los personajes, sino que lo extraño, lo
maravilloso es la naturaleza de los acontecimientos. Su escritura también consigue
formar un cuento extraordinario pues es a la vez tradicional y moderno; toda
una originalidad de Carmen Baroja. De hecho, el comienzo ya produce asombro en
el lector «Se encontraba en un sitio
obscuro…» ¿Dónde están Érase una vez… o Hace muchos años…? que nos llevan a
lo lejano, a lo fantástico. Aquí hay datos reales; el narrador refleja con
verosimilitud todo lo que observa, las descripciones son detalladas,
exhaustivas, para guiar al lector a que pueda reconocer su mundo cercano,
aunque a veces se introducen otras irreales de forma tan sutil que cuesta
diferenciarlas. En general la autora nos cuenta una historia contemporánea, con
ambientes reconocibles y personajes reales que conviven de manera normal con
seres sobrenaturales y mágicos entornos «La
cocina de hierro, puesta al rojo, se cubría de cacerolas, cazos y marmitas […]
La cocinera, gorda y mofletuda, sudaba y se volvía loca para resolver los
conflictos […] Los chicos de los caseríos […] lamían, chupeteaban y rascaban
los moldes de los bizcochos […] Los invitados, con toda la comitiva, subieron
de la capilla […] Juan salió un momento […] escribió una esquelita “Martinito:
Hoy, el día más feliz de mi vida me acuerdo de ti con el cariño de siempre.
Rosa te ha cosido este traje […] aunque a vosotros los duendes, no os gusta el
pago de lo que hacéis por cariño. Moshi” La metió en un sobre, tomó dos
paquetes, uno con el traje y otro con chocolatines, y lo subió al desván de su
casa, dejándolos en un rinconcito, junto a la pared.»
La
verosimilitud de Martinito el de la casa
grande tiene un carácter ficcional que admite en esa realidad elementos
sobrenaturales. Esto consigue que el lector se impresione, que vacile entre la
explicación lógica o la mágica.
El
cuento es largo; otra originalidad es que está dividido en dos partes (a veces
podríamos pensar que nos encontramos ante una novela corta, de hecho el
realismo mágico pudo estar influido por cuentos maravillosos o fantásticos). En
la primera parte conocemos a Moshi; la escena simboliza el nacimiento,
metafórico, del que se augura el protagonista, desde el fondo de una alberca,
bajo tierra cenagosa, cuidado por topos y musarañas «Descansó un momento y cuando la tierra dejó de caer, se puso en
cuclillas y, dando una violenta sacudida en el techo, se halló fuera en medio
de un montón de tierra…» Moshi es un niño diminuto, vestido de verde
tornasol que tiene la propiedad de ser invisible cuando se quita el traje «Yo recuerdo —terció la musaraña […]— que
una tía abuela mía, contaba cómo en una ocasión había tenido en casa una niña
tan pequeña que dormía en la cáscara de una nuez». Conocemos el espacio, la
Casa Grande, y a sus dueños, apenados porque un día desapareció su hijo Juanito para no volver, a Rosita, hija de una
criada a quien la malvada ama de llaves chupa su energía todas las noches, a
Martinito, el duende que vive allí cientos de años, que muere para resucitar tiempo
después, rejuvenecido, y echar a la vieja infame, salvar a Rosita y traer a
Juanito, que se había caído en la alberca para ser Moshi durante años, hasta
que Rosita lo encontró.
La
segunda parte es la historia de Lily, la hija de Juan y Rosa que también
desaparece, por envidia de un hada malvada que no había sido elegida como
madrina de la niña. Lily llega hasta un bosque donde convive con un niño
carbonero, que resultará ser un príncipe, un ogro bueno, un osito y un burro,
quienes ayudados por las lechuzas de la Casa Grande regresan a casa años
después cual músicos de Bremen.
Cuento
maravilloso por donde se mire, no sólo el tema, el argumento, los personajes
son fantásticos o reales, sino que toda la historia está llena de guiños a los
autores consagrados. Si la niña que dormía en la nuez nos recuerda a
Pulgarcita, de Andersen, a Lily intentan matarla con una manzana envenenada, o
clavándole un alfiler que la duerme en el acto, aunque el viento la haga
estornudar y echar el trocito de fruta o unos pajarillos le saquen el alfiler;
la reina de las hadas, Maya, es la misma que la de El sueño de una noche de verano, de Shakespeare, de hecho el título
del capítulo III de la segunda parte toma ese nombre, homenajeando
explícitamente al autor «Martinito durmió
en el tronco de un árbol hueco y quizá aquella noche, que era de verano,
sucedieron en el bosque cosas que un genio narró después», sin olvidarnos
de la piel protectora de Moshi, que no era de asno sino de topo, pero el guiño
a Perrault, queda en todo el libro.
Carmen
Baroja, homenajea asimismo a la épica medieval pues alude al cantar alemán
anónimo del siglo XIII, Los Nibelungos
«dos pájaros que iban saltando de rama en
rama delante de él, como Sigfrido», y a la leyenda de Bretaña, con el ciclo
artúrico «…estaba Titania, vestida con un
suntuoso traje de perlas de rocío. A su lado se hallaban sus hermanas Morgana,
Loreley, Vibiana, el sabio Merlín […] Todos estaban muy emocionados por haber
sido retratados por los grandes genios». En estas palabras del narrador
observamos la mezcla de tiempos, quizás uno de los aspectos más llamativos,
pues conviven a la perfección seres humanos con duendes, trasgos, gusanos, brujas
en la universalidad; los seres fantásticos son de épocas diferentes,
corresponden a los románticos Heine (alemán) y Andersen (danés), al barroco
inglés Shakespeare, al clasicista francés Perrault e incluso a nuestro
Segismundo calderoniano; sin embargo,los reales son contemporáneos a la autora.
El padre de Lily comenta una mañana, después del desayuno, con el periódico en
la mano, la estupidez de algunos de los artículos que se insertan. Y todos
conservan un punto de modernidad que, años después, hemos visto en algunas
adaptaciones de los cuentos, pero no en la generación del 98, lo que convierte
a Baroja en una adelantada a su tiempo «Martinito
quedó un poco desconcertado al ver que (las hadas), en lugar de pétalos de rosa, cuentas de rocío y alas de mariposa,
vestían gruesas telas, chaquetas de piel, y el pobre Lubri un “mono” azul lleno
de manchurrones de grasa. Tampoco llevaban varitas de virtudes. El hada Mecaní
llevaba un vástago de hierro con dos dientes que se separaban por medio de una tuerca
[…] Electra […] unos alambres […] Gaso […] traía unos bidones de aquí para
allá…». Tanto los nombres como las profesiones de las hadas aluden a la
incorporación laboral de la mujer.
No
cabe duda de que Martinito, el de la casa
grande, es un cuento divertido, apasionante, fantástico, que, además está
escrito con una prosa ágil aunque plagada de metáforas poéticas «Nubes, nubes, nubes […] Éstas corrían, se
alargaban o se apelotonaban como enormes grumos de algodón en rama, para
convertirse otra vez en sutiles y alargados vapores».
El
vocabulario sencillo, coloquial, convive sin problemas con términos fantásticos
para los conjuros o los sobrenombres de algunos personajes «Mozorro», «Mamur». Las
descripciones minuciosas, realistas, se dan la mano con otras poéticas por los
recursos literarios empleados como el diminutivo afectivo, el asíndeton o las
comparaciones «La tía Ambroshi era una
viejecita monísima, muy pulcra, muy chiquita, muy bonita. Tenía todo el pelo
blanco, la tez sonrosada y toda ella parecía hecha como de nácar.»
Podría
contar el cuento, es maravilloso, pero aquí dejo esta reseña para invitaros a
leerlo, a disfrutar, y a pensar en todas las mujeres que han quedado ocultas
tras su literatura. Es hora de que salgan y formen parte de los libros de
texto, porque además… ¡qué ironía! la finalidad de Martinito el de la casa grande es hacer que comprendamos una serie
de valores, como el agradecimiento, tan difícil de entender hoy día y tan
escaso.
¡Gracias
Carmen!
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