domingo, 23 de diciembre de 2018

LA MUJER ROTA



Acabo de leer La mujer rota, de Simone de Beauvoir (hay veces en que me sorprendo descubriendo en casa libros que ignoraba, o no recordaba su existencia. Una limpieza a fondo, un cambio de muebles y encontramos joyas valiosísimas. Es bueno hacerlo de vez en cuando porque también hallas objetos que no sabemos qué hacen ahí y puedes reemplazarlos o, simplemente, dejar un hueco precioso). Esta digresión, por supuesto, no tiene valor alguno para el comentario, pero es un consejo, porque seguro que a más de uno le pasa lo mismo. O no. El caso es que después de leer el libro, escrito en los años 60 del pasado siglo, me ha llamado la atención la actualidad que hay en sus páginas.

Desde el punto de vista femenino la autora ahonda en las causas y consecuencias de determinados comportamientos sociales e intelectuales. Al leerlos me venía a la mente de forma casi constante “como ahora”. ¿Es realmente literatura de hace más de 50 años? ¿Es que no nos hemos movido de ese punto, o incluso estamos experimentando una regresión, en concreto el culto a la belleza, a la riqueza, a la juventud? A lo largo de la existencia, a la mujer le ha tocado vivir un papel secundario, esto es indudable

Una de las razones (la principal) por las que no tengo ganas de atarme a una tarea: difícilmente soportaría no estar todo el día a disposición de quienes me necesitan.

Pero ha habido épocas en que las ansias de hacerse ver y oír han sido más fructíferas que en la actualidad a pesar de que hoy la mujer tiene más posibilidades, menos impedimentos como ser social.

Todas las mujeres deberíamos leer a Simone de Beauvoir. Todos los hombres deberían leer a Simone de Beauvoir. Es un ejemplo de cómo la mujer ha estado instalada en la sociedad patriarcal sin ser tenida en cuenta de ella más que su feminidad, es decir, su papel como madre y esposa

Pienso que me he ocupado demasiado de las niñas […] Yo no estaba tan disponible como Maurice podía desearlo.

La autora, a mitad del siglo XX denuncia esta situación y se atreve, con un lenguaje duro, irrespetuoso con la autoridad masculina y denunciante de la ética femenina, a dejar aflorar sus sentimientos, la angustia que devora a la mujer y que, por mucho que la grite no es tenida en cuenta ni por los hombres, ni por las mujeres, que es casi peor.

Esta noche salgo con Maurice. Consejos de Isabelle y del correo del corazón: para recuperar a su marido, sea hermosa, elegante, salgan solos los dos.


Beauvoir expone en La mujer rota el dolor silencioso que muchas mujeres sufren a diario —aun hoy— convencidas de que lo están haciendo mal, de que no es posible que el mundo les dé la espalda, de que a pesar del sufrimiento y del esfuerzo sean consideradas como otro objeto más de la casa, o peor, una esclava cuyo cometido es educar y hacer que hijos y marido sean felices.

Soy torpe. Me controlo mal, hago observaciones que lo irritan.

El libro está formado por tres relatos, cada uno escrito de forma distinta y con causas diferentes aunque las consecuencias, para las protagonistas, sean las mismas, la humillación y soledad, la falta de libertad, la no existencia. Son mujeres aniquiladas ante todo por el poco afecto que sienten hacia ellas mismas, la falta de autoestima.

El argumento del relato que da nombre al libro está escrito en forma de diario. Monique, de edad madura, lleva años esperando que sus hijas abandonen la casa para retomar los tiempos felices, de pareja, con su marido. El problema es que la felicidad no es eterna con alguien que no tiene personalidad, que es lo que los demás quieren que sea. Al vivir en función de otras personas se olvida de madurar, de crecer, de pensar, y no se percata del fracaso matrimonial que viene durando diez años. Ahora su marido, tras diferentes engaños, se ha enamorado de alguien dinámica, con carácter, que le aporta razonamientos, le argumenta desacuerdos, está a su mismo nivel. Maurice no quiere abandonar a Monique por pena, pero tampoco quiere renunciar a Noëllie porque es quien aviva su pasión. El problema es que Monique no concibe su vida de otra manera y llega a aceptar humillaciones, maltrato psicológico y desprecio de ella misma.

Maurice me dijo que de ahora en adelante, cuando salga por la noche con Noëllie, se quedará toda la noche en su casa «Es más decente tanto para ella como para mí», asegura él

Serán sus hijas quienes, con su forma de vida, una que ha elegido la misma que ella, otra de comportamiento similar al de Noëllie, le hagan ver que es mejor aceptar la separación, porque nadie puede obligar a otro a que sus sentimientos cambien

La puerta del porvenir va a abrirse. Lentamente. Implacablemente […] Y no puedo llamar a nadie en mi auxilio.
Tengo miedo.

La lectura de La edad de la discreción supone un hachazo para la mujer al presentar una circunstancia sin salida: el paso del tiempo, tesitura que no podemos eludir y que, en este caso se convierte en una metáfora del destino personal fracasado

Continuaríamos viviendo uno al lado del otro, solitarios. Así que enterraría mis agravios, esos agravios que no quería olvidar. La idea de que alguna vez mi cólera me podría abandonar me exasperaba más aún.

Ya que hemos nombrado la metáfora, podemos seguir analizando el estilo de Simone de Beauvoir en La edad de la discreción pues difiere, como veremos, del Monólogo.

La protagonista no tiene nombre, curiosa forma de anularla a pesar de estar escrito en primera persona; su marido, André, su hijo, Philippe, su nuera Irene, su suegra Manette, su exalumna-amiga Martine se dirigen a ella como «usted», «mi pequeña», «mi querida», «niña mía»… En su círculo no ha crecido; a pesar de llegar a los 60 años con un éxito absoluto como profesora y escritora, siempre será tratada por sus seres queridos con el afecto que se tiene a alguien indefenso. Y así se siente; de hecho las comparaciones cariñosas con las que piensa en su marido reflejan cierta ternura hacia su hombre «André estaba acurrucado en la cama […] con gesto infantil, como si en la confusión del sueño hubiera necesitado experimentar la solidez del mundo». Esta es su primera equivocación, André está anclado perfectamente al mundo, es ella quien no vive la realidad «A pesar de los desmentidos del álbum de fotografías, su imagen juvenil concuerda con su rostro de hoy». Ella es alguien tremendamente sensible capaz de describir con detalles poéticos aquello que la rodea «…las grúas obstruyen el cielo con sus brazos de hierro», puede que esa sensibilidad sea la causa de hacerla vivir su propia realidad «El mundo se crea bajos mis ojos en un eterno presente; me habitúo tan rápidamente a sus rostros que no advierto que cambian». No sólo sensible, las sinestesias confirman que estamos ante una mujer fácilmente excitable que sacará a flote en cualquier momento el miedo a la vida, o a la falta de ella si se ve obligada a abandonar su prioridad «Entonces el día de la jubilación […] me parecía irreal como la muerte misma. Y he aquí que hace un año ha llegado. He cruzado la línea […] Ésta tiene la rigidez de una trampa de hierro».

Ha llegado el final de su vida y para que nos hagamos cargo ahí están los diálogos directos, actualizando, acercando al lector y confiriendo a los hechos una inmediatez conmovedora y cruel.

—Dentro de tres días estaremos en Italia ¿Te gusta?
—Si te gusta a ti
—Me gusta si te gusta
—¿Por qué a ti los lugares definitivamente te importan un bledo?
—Con frecuencia, también a ti te importan un bledo

El problema es aun hoy habitual, ella no ha sido realista, ha pretendido ser inmortal a través de su hijo sin tener en cuenta que los hijos toman sus propias decisiones, aunque desde pequeños hayan sido preparados para todo lo contrario a lo que finalmente resuelven llevar a cabo. La protagonista, como tantas mujeres (hombres también, por supuesto), quiere ver en su hijo un reflejo de sí misma; ella, culta, rodeada de ambiente erudito e ideas progresistas, liberales, de izquierda, se encuentra de pronto con que su hijo parece más cómodo en otro sector; un entorno de derechas, que ella califica de afectado, pedante e inculto, donde el dinero es símbolo de poder y el poder lo es todo. Philippe, su hijo, ha vivido en primera persona el trabajo incesante de sus padres, el ánimo ilimitado mal remunerado, y no se siente atraído. Sin embargo queda seducido por el lujo, la moda, la despreocupación intelectual, el ascenso fácil sin apenas esfuerzo.

La protagonista es feliz, o al menos eso cree hasta que es consciente de que el tiempo ha pasado, de que ha entrado en la vejez, de que ha salido de su lugar habitual para situarse en otro que la desagrada en lo más hondo de su ser. No se siente la misma, de repente es una extraña en un cuerpo que no le gusta y con una mente incapaz de enfrentarse a él. Se reprocha el tomar las decisiones que hasta entonces le daban seguridad, se siente infravalorada; se cuestiona la validez de la vida tal como ella la ha vivido porque llega un momento en que todo se desmorona y no está preparada para soportar los pedazos de realidad que le vienen encima.

El problema de esta mujer, de tantas mujeres, es que la lucha no la ha librado en realidad para conseguir sus objetivos, sino que sus propias metas estaban encaminadas a cubrir las necesidades de quienes la rodeaban, en este caso —como casi siempre— su marido y su hijo. Nos metemos en la vorágine del matrimonio, un matrimonio que, aparentemente funciona, un matrimonio que pasa por momentos tumultuosos contradictorios, otros apasionados y otros de ternura y muestras de cariño; un matrimonio al que no atendemos lo suficiente o no nos enfocamos objetivamente en él porque estamos inmersos en nuestro propio trabajo que nos apasiona y en el que nos preparamos a fondo para triunfar;

Esta aventura de la cual he participado apasionadamente no ha terminado: la duda, el fracaso, el tedio de los estancamientos, luego una luz entrevista, una esperanza, una hipótesis confirmada; después de semanas y meses de paciencia ansiosa, la embriaguez del éxito

un matrimonio cuyo fruto principal es el hijo, receptor único de nuestros éxitos y por lo tanto custodio y perpetuador de ellos. Este es el matrimonio que la innominada vive desde el principio, hasta que llega un momento, terrible, en el que se da cuenta de que su marido no sigue su ritmo de vida, el tiempo ha pasado y piensa dejar el trabajo, es hora de jubilarse pues se siente mayor ¿Cómo mayor? Ella aún es joven, aún tiene proyectos, y le guarda rencor por no acompañarla en ellos

¿Qué hacer cuando el mundo se ha descolorido? No queda más que matar el tiempo […] Estaba asqueada de mi cuerpo, Philippe se había vuelto un adulto, después del éxito de mi libro sobre Rousseau me sentía vacía. Envejecer me angustiaba.

No se siente joven, se obliga a ello; en el fondo sabe su edad y aparece, turbadora, la condición femenina, aquella que aun hoy mantienen muchas mujeres

Y hasta delante de André detesto mostrarme en traje de baño. Un cuerpo de viejo es, a pesar de todo, menos feo que un cuerpo de vieja, me dije viéndolo chapuzarse en el agua

Lo más tremendo es que ese espejo en el que pretendía mirarse eternamente, su hijo, tampoco sigue sus propósitos

—Voy a abandonar la Universidad. Soy aún lo bastante joven como para orientarme en otro sentido […] La enseñanza, la investigación, realmente están muy mal remuneradas

Sin saberlo ha enfocado sus hechos a conseguir que sus hombres sean perfectos, haciéndose a ella misma dependiente, necesitada del apoyo de su marido, hundida cuando cree que no congenia con ella, fracasada al ser consciente de que no ha cosechado el fruto que esperaba, sola en lo más profundo de su alma al no aceptar la obviedad de que no se puede estar siempre en la cumbre y lo más triste, de que no existe lo inalterable; el tiempo lima aristas y hemos de deslizarnos por ellas para dejar ese falso poder, que pensábamos nuestro, a quienes nos siguen

—Uno no es un sinvergüenza porque se niegue a compartir vuestras obstinaciones seniles

Esto es difícil; si hemos vivido para agradar o ayudar a los demás antes que a nosotros mismos, es difícil cambiar de postura en la vejez, en esa etapa en la que uno repasa éxitos y fracasos y se da cuenta de que no habrá nada más y de que lo único válido será sobrevivir. Periodo duro si pretendemos vivirlo en quienes hemos formado como reflejo de nosotros mismos sin darnos cuenta de que en realidad hemos perdido por el camino nuestra verdadera entidad. La protagonista ha sido tirana a veces con sus seres queridos porque lo ha sido con ella misma y esa tiranía no es sino una máscara con la que cubre su indefensión, su miedo a la soledad «¿Me ha amado como yo lo amaba?», a vivir su propia vida «Me preguntaba cómo se logra vivir todavía cuando no se espera nada más de sí».

Miedo en fin, a que lo vivido no haya resultado tal y como creía; enfocando sus actos hacia los dos hombres en los que se realiza, siente que no ha acertado y esa inseguridad provoca la intuición de que su matrimonio se hunde y, lógicamente, con él, su vida entera «y no es tan divertido decirse que uno está acabado».

El Monólogo es fabuloso, escrito de manera automática, con un lenguaje duro y formas oníricas muestra a una mujer irrespetuosa con la autoridad. Las repeticiones anuncian su estado exasperado, hastiado «Estoy harta, harta, harta, harta, harta…». Aquello que la ha traumatizado de pequeña emerge en la escritura de vez en cuando, los celos hacia su hermano, el maltrato de su madre, la separación de tres maridos, la muerte de su hija, la separación de su hijo, la soledad absoluta.

Las consecuencias de una infancia desgraciada pasan factura con el paso del tiempo y, está claro, las chicas, sobre todo en aquella época, lo tenían peor «Dédé tiene razón se ve venir que Danielle le aparecerá preñada». La primera consecuencia es el desequilibrio mental; la protagonista es incapaz de estabilizarse en pareja y sin embargo no sabe estar sola, necesita un hombre a su lado, porque para ello ha sido preparada aun de la forma más cruel «La zorra (su madre) […] mató dos pájaros de un tiro al casarme con Albert: aseguraba sus placeres y mi desgracia […] se burlaban a mis espaldas y siguieron con el asunto». Ante esto es lógico que quiera hacerse cargo personalmente de la educación de su hija y no deje que su siguiente marido tenga trato con ella. Deja a Albert porque la engaña, no sólo con su madre «Mi propia madre es contra natura», sino con cualquiera «Cristina tiene una cara para todo, con ella no tiene que melindrear» «Él bailaba con Nina sexo contra sexo». Sale con Florent pero lo deja porque él solo quiere divertirse, «¡Qué idiotez fue dejar a Florent por él! Nos entendíamos Florent y yo él aflojaba yo me acostaba», así que conoce a Tristán, pero tampoco le va bien «Tristán es un imbécil […] Tristán no ha domado a Francis», y la deja «me plantó porque no soy una histérica no caí de rodillas ante él […] me engatusó y después me torturó, llegó hasta levantarme la mano». Se separan, pero él se queda con el hijo de ambos, Francis «y después de eso grita que está dispuesto a todo para no dejar conmigo a Francis».

Murielle se va quedando sola, su hija, adolescente, muere de sobredosis y no tiene ni una palabra hacia su madre «y esa nota para su padre no significaba nada la rompí formaba parte del decorado […] y mi madre gritó “¡Tú la has matado!”».

Y, a pesar de todo, está dispuesta a rebajarse aún más, necesita a Tristán, necesita a un hombre en su vida y a su hijo, porque ha sido educada para eso, al precio que sea «Si piensas en tus amoríos te repito que no te impediré joder».

Es capaz de morir si no los tiene a su lado, sólo le queda el falso asidero de la religión «¡Dios mío! ¡Haz que existas! […] ellos se retorcerán en las llamas de la envidia los miraré tostarse y gemir, reiré y los niños reirán conmigo. Me debes esa revancha Dios mío. Exijo que me la des».

Con esta dureza aplastante Beauvoir denuncia la ética femenina, expone el dolor silencioso que sufren muchas mujeres a diario convencidas de que son responsables del hogar y culpables si algo se tuerce. El ritmo vivo del Monólogo contrasta con la lenta, inacabable agonía de Murielle que lo único que intenta, aunque no sepa, es evitar el sufrimiento de su niñez a sus propios hijos. Murielle no conseguirá sus deseos, socialmente es una histérica irresponsable que ha de tomar pastillas para relajarse y vivir y ella no quiere relajarse en una sociedad que la ha anulado. No se siente parte integrante de su propia sociedad pues no se enfrenta a la vida con inteligencia, con la razón, está predestinada a hacer y decir lo que digan los demás; al quedar privada de libertad, la privan de existencia. No es. Por lo tanto también es demasiado tarde para dar marcha atrás. Está condenada al ostracismo vital.

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