Acabo
de leer La mujer rota, de Simone de Beauvoir (hay veces en que me sorprendo descubriendo en casa libros que
ignoraba, o no recordaba su existencia. Una limpieza a fondo, un cambio de
muebles y encontramos joyas valiosísimas. Es bueno hacerlo de vez en cuando
porque también hallas objetos que no sabemos qué hacen ahí y puedes
reemplazarlos o, simplemente, dejar un hueco precioso). Esta digresión, por
supuesto, no tiene valor alguno para el comentario, pero es un consejo, porque
seguro que a más de uno le pasa lo mismo. O no. El caso es que después de leer
el libro, escrito en los años 60 del pasado siglo, me ha llamado la atención la
actualidad que hay en sus páginas.
Desde
el punto de vista femenino la autora ahonda en las causas y consecuencias de determinados
comportamientos sociales e intelectuales. Al leerlos me venía a la mente de
forma casi constante “como ahora”. ¿Es realmente literatura de hace más de 50
años? ¿Es que no nos hemos movido de ese punto, o incluso estamos
experimentando una regresión, en concreto el culto a la belleza, a la riqueza,
a la juventud? A lo largo de la existencia, a la mujer le ha tocado vivir un
papel secundario, esto es indudable
Una
de las razones (la principal) por las que no tengo ganas de atarme a una tarea:
difícilmente soportaría no estar todo el día a disposición de quienes me
necesitan.
Pero
ha habido épocas en que las ansias de hacerse ver y oír han sido más
fructíferas que en la actualidad a pesar de que hoy la mujer tiene más
posibilidades, menos impedimentos como ser social.
Todas
las mujeres deberíamos leer a Simone de Beauvoir. Todos los hombres deberían
leer a Simone de Beauvoir. Es un ejemplo de cómo la mujer ha estado instalada
en la sociedad patriarcal sin ser tenida en cuenta de ella más que su feminidad,
es decir, su papel como madre y esposa
Pienso
que me he ocupado demasiado de las niñas […] Yo no estaba tan disponible como
Maurice podía desearlo.
La
autora, a mitad del siglo XX denuncia esta situación y se atreve, con un
lenguaje duro, irrespetuoso con la autoridad masculina y denunciante de la
ética femenina, a dejar aflorar sus sentimientos, la angustia que devora a la
mujer y que, por mucho que la grite no es tenida en cuenta ni por los hombres,
ni por las mujeres, que es casi peor.
Esta
noche salgo con Maurice. Consejos de Isabelle y del correo del corazón: para
recuperar a su marido, sea hermosa, elegante, salgan solos los dos.
Beauvoir
expone en La mujer rota el dolor
silencioso que muchas mujeres sufren a diario —aun hoy— convencidas de que lo
están haciendo mal, de que no es posible que el mundo les dé la espalda, de que
a pesar del sufrimiento y del esfuerzo sean consideradas como otro objeto más
de la casa, o peor, una esclava cuyo cometido es educar y hacer que hijos y
marido sean felices.
Soy
torpe. Me controlo mal, hago observaciones que lo irritan.
El
libro está formado por tres relatos, cada uno escrito de forma distinta y con
causas diferentes aunque las consecuencias, para las protagonistas, sean las
mismas, la humillación y soledad, la falta de libertad, la no existencia. Son
mujeres aniquiladas ante todo por el poco afecto que sienten hacia ellas
mismas, la falta de autoestima.
El
argumento del relato que da nombre al libro está escrito en forma de diario.
Monique, de edad madura, lleva años esperando que sus hijas abandonen la casa
para retomar los tiempos felices, de pareja, con su marido. El problema es que
la felicidad no es eterna con alguien que no tiene personalidad, que es lo que
los demás quieren que sea. Al vivir en función de otras personas se olvida de
madurar, de crecer, de pensar, y no se percata del fracaso matrimonial que
viene durando diez años. Ahora su marido, tras diferentes engaños, se ha
enamorado de alguien dinámica, con carácter, que le aporta razonamientos, le
argumenta desacuerdos, está a su mismo nivel. Maurice no quiere abandonar a
Monique por pena, pero tampoco quiere renunciar a Noëllie porque es quien aviva
su pasión. El problema es que Monique no concibe su vida de otra manera y llega
a aceptar humillaciones, maltrato psicológico y desprecio de ella misma.
Maurice
me dijo que de ahora en adelante, cuando salga por la noche con Noëllie, se
quedará toda la noche en su casa «Es más decente tanto para ella como para mí»,
asegura él
Serán
sus hijas quienes, con su forma de vida, una que ha elegido la misma que ella,
otra de comportamiento similar al de Noëllie, le hagan ver que es mejor aceptar
la separación, porque nadie puede obligar a otro a que sus sentimientos cambien
La
puerta del porvenir va a abrirse. Lentamente. Implacablemente […] Y no puedo
llamar a nadie en mi auxilio.
Tengo
miedo.
La
lectura de La edad de la discreción
supone un hachazo para la mujer al presentar una circunstancia sin salida: el
paso del tiempo, tesitura que no podemos eludir y que, en este caso se
convierte en una metáfora del destino personal fracasado
Continuaríamos
viviendo uno al lado del otro, solitarios. Así que enterraría mis agravios,
esos agravios que no quería olvidar. La idea de que alguna vez mi cólera me
podría abandonar me exasperaba más aún.
Ya
que hemos nombrado la metáfora, podemos seguir analizando el estilo de Simone
de Beauvoir en La edad de la discreción
pues difiere, como veremos, del Monólogo.
La
protagonista no tiene nombre, curiosa forma de anularla a pesar de estar
escrito en primera persona; su marido, André, su hijo, Philippe, su nuera
Irene, su suegra Manette, su exalumna-amiga Martine se dirigen a ella como «usted», «mi pequeña», «mi querida», «niña
mía»… En su círculo no ha crecido; a pesar de llegar a los 60 años con un
éxito absoluto como profesora y escritora, siempre será tratada por sus seres
queridos con el afecto que se tiene a alguien indefenso. Y así se siente; de
hecho las comparaciones cariñosas con las que piensa en su marido reflejan cierta
ternura hacia su hombre «André estaba
acurrucado en la cama […] con gesto infantil, como si en la confusión del sueño
hubiera necesitado experimentar la solidez del mundo». Esta es su primera
equivocación, André está anclado perfectamente al mundo, es ella quien no vive
la realidad «A pesar de los desmentidos
del álbum de fotografías, su imagen juvenil concuerda con su rostro de hoy».
Ella es alguien tremendamente sensible capaz de describir con detalles poéticos
aquello que la rodea «…las grúas obstruyen
el cielo con sus brazos de hierro», puede que esa sensibilidad sea la causa
de hacerla vivir su propia realidad «El
mundo se crea bajos mis ojos en un eterno presente; me habitúo tan rápidamente
a sus rostros que no advierto que cambian». No sólo sensible, las
sinestesias confirman que estamos ante una mujer fácilmente excitable que
sacará a flote en cualquier momento el miedo a la vida, o a la falta de ella si
se ve obligada a abandonar su prioridad «Entonces
el día de la jubilación […] me parecía irreal como la muerte misma. Y he aquí
que hace un año ha llegado. He cruzado la línea […] Ésta tiene la rigidez de
una trampa de hierro».
Ha
llegado el final de su vida y para que nos hagamos cargo ahí están los diálogos
directos, actualizando, acercando al lector y confiriendo a los hechos una
inmediatez conmovedora y cruel.
—Dentro
de tres días estaremos en Italia ¿Te gusta?
—Si
te gusta a ti
—Me
gusta si te gusta
—¿Por
qué a ti los lugares definitivamente te importan un bledo?
—Con
frecuencia, también a ti te importan un bledo
El
problema es aun hoy habitual, ella no ha sido realista, ha pretendido ser
inmortal a través de su hijo sin tener en cuenta que los hijos toman sus
propias decisiones, aunque desde pequeños hayan sido preparados para todo lo contrario
a lo que finalmente resuelven llevar a cabo. La protagonista, como tantas
mujeres (hombres también, por supuesto), quiere ver en su hijo un reflejo de sí
misma; ella, culta, rodeada de ambiente erudito e ideas progresistas,
liberales, de izquierda, se encuentra de pronto con que su hijo parece más
cómodo en otro sector; un entorno de derechas, que ella califica de afectado,
pedante e inculto, donde el dinero es símbolo de poder y el poder lo es todo.
Philippe, su hijo, ha vivido en primera persona el trabajo incesante de sus
padres, el ánimo ilimitado mal remunerado, y no se siente atraído. Sin embargo
queda seducido por el lujo, la moda, la despreocupación intelectual, el ascenso
fácil sin apenas esfuerzo.
La
protagonista es feliz, o al menos eso cree hasta que es consciente de que el
tiempo ha pasado, de que ha entrado en la vejez, de que ha salido de su lugar
habitual para situarse en otro que la desagrada en lo más hondo de su ser. No
se siente la misma, de repente es una extraña en un cuerpo que no le gusta y
con una mente incapaz de enfrentarse a él. Se reprocha el tomar las decisiones
que hasta entonces le daban seguridad, se siente infravalorada; se cuestiona la
validez de la vida tal como ella la ha vivido porque llega un momento en que
todo se desmorona y no está preparada para soportar los pedazos de realidad que
le vienen encima.
El
problema de esta mujer, de tantas mujeres, es que la lucha no la ha librado en
realidad para conseguir sus objetivos, sino que sus propias metas estaban encaminadas
a cubrir las necesidades de quienes la rodeaban, en este caso —como casi
siempre— su marido y su hijo. Nos metemos en la vorágine del matrimonio, un
matrimonio que, aparentemente funciona, un matrimonio que pasa por momentos
tumultuosos contradictorios, otros apasionados y otros de ternura y muestras de
cariño; un matrimonio al que no atendemos lo suficiente o no nos enfocamos
objetivamente en él porque estamos inmersos en nuestro propio trabajo que nos
apasiona y en el que nos preparamos a fondo para triunfar;
Esta
aventura de la cual he participado apasionadamente no ha terminado: la duda, el
fracaso, el tedio de los estancamientos, luego una luz entrevista, una
esperanza, una hipótesis confirmada; después de semanas y meses de paciencia
ansiosa, la embriaguez del éxito
un
matrimonio cuyo fruto principal es el hijo, receptor único de nuestros éxitos y
por lo tanto custodio y perpetuador de ellos. Este es el matrimonio que la
innominada vive desde el principio, hasta que llega un momento, terrible, en el
que se da cuenta de que su marido no sigue su ritmo de vida, el tiempo ha
pasado y piensa dejar el trabajo, es hora de jubilarse pues se siente mayor
¿Cómo mayor? Ella aún es joven, aún tiene proyectos, y le guarda rencor por no
acompañarla en ellos
¿Qué
hacer cuando el mundo se ha descolorido? No queda más que matar el tiempo […]
Estaba asqueada de mi cuerpo, Philippe se había vuelto un adulto, después del
éxito de mi libro sobre Rousseau me sentía vacía. Envejecer me angustiaba.
No
se siente joven, se obliga a ello; en el fondo sabe su edad y aparece,
turbadora, la condición femenina, aquella que aun hoy mantienen muchas mujeres
Y
hasta delante de André detesto mostrarme en traje de baño. Un cuerpo de viejo
es, a pesar de todo, menos feo que un cuerpo de vieja, me dije viéndolo
chapuzarse en el agua
Lo
más tremendo es que ese espejo en el que pretendía mirarse eternamente, su
hijo, tampoco sigue sus propósitos
—Voy
a abandonar la Universidad. Soy aún lo bastante joven como para orientarme en
otro sentido […] La enseñanza, la investigación, realmente están muy mal
remuneradas
Sin
saberlo ha enfocado sus hechos a conseguir que sus hombres sean perfectos,
haciéndose a ella misma dependiente, necesitada del apoyo de su marido, hundida
cuando cree que no congenia con ella, fracasada al ser consciente de que no ha
cosechado el fruto que esperaba, sola en lo más profundo de su alma al no
aceptar la obviedad de que no se puede estar siempre en la cumbre y lo más
triste, de que no existe lo inalterable; el tiempo lima aristas y hemos de
deslizarnos por ellas para dejar ese falso poder, que pensábamos nuestro, a
quienes nos siguen
—Uno
no es un sinvergüenza porque se niegue a compartir vuestras obstinaciones
seniles
Esto
es difícil; si hemos vivido para agradar o ayudar a los demás antes que a
nosotros mismos, es difícil cambiar de postura en la vejez, en esa etapa en la
que uno repasa éxitos y fracasos y se da cuenta de que no habrá nada más y de
que lo único válido será sobrevivir. Periodo duro si pretendemos vivirlo en
quienes hemos formado como reflejo de nosotros mismos sin darnos cuenta de que
en realidad hemos perdido por el camino nuestra verdadera entidad. La
protagonista ha sido tirana a veces con sus seres queridos porque lo ha sido
con ella misma y esa tiranía no es sino una máscara con la que cubre su
indefensión, su miedo a la soledad «¿Me
ha amado como yo lo amaba?», a vivir su propia vida «Me preguntaba cómo se logra vivir todavía cuando no se espera nada más
de sí».
Miedo
en fin, a que lo vivido no haya resultado tal y como creía; enfocando sus actos
hacia los dos hombres en los que se realiza, siente que no ha acertado y esa
inseguridad provoca la intuición de que su matrimonio se hunde y, lógicamente,
con él, su vida entera «y no es tan
divertido decirse que uno está acabado».
El Monólogo es fabuloso, escrito de manera
automática, con un lenguaje duro y formas oníricas muestra a una mujer
irrespetuosa con la autoridad. Las repeticiones anuncian su estado exasperado,
hastiado «Estoy harta, harta, harta,
harta, harta…». Aquello que la ha traumatizado de pequeña emerge en la
escritura de vez en cuando, los celos hacia su hermano, el maltrato de su
madre, la separación de tres maridos, la muerte de su hija, la separación de su
hijo, la soledad absoluta.
Las
consecuencias de una infancia desgraciada pasan factura con el paso del tiempo
y, está claro, las chicas, sobre todo en aquella época, lo tenían peor «Dédé tiene razón se ve venir que Danielle
le aparecerá preñada». La primera consecuencia es el desequilibrio mental;
la protagonista es incapaz de estabilizarse en pareja y sin embargo no sabe
estar sola, necesita un hombre a su lado, porque para ello ha sido preparada
aun de la forma más cruel «La zorra (su
madre) […] mató dos pájaros de un tiro al casarme con Albert: aseguraba sus
placeres y mi desgracia […] se burlaban a mis espaldas y siguieron con el
asunto». Ante esto es lógico que quiera hacerse cargo personalmente de la
educación de su hija y no deje que su siguiente marido tenga trato con ella.
Deja a Albert porque la engaña, no sólo con su madre «Mi propia madre es contra natura», sino con cualquiera «Cristina tiene una cara para todo, con ella
no tiene que melindrear» «Él bailaba
con Nina sexo contra sexo». Sale con Florent pero lo deja porque él solo
quiere divertirse, «¡Qué idiotez fue
dejar a Florent por él! Nos entendíamos Florent y yo él aflojaba yo me acostaba»,
así que conoce a Tristán, pero tampoco le va bien «Tristán es un imbécil […] Tristán no ha domado a Francis», y la
deja «me plantó porque no soy una
histérica no caí de rodillas ante él […] me engatusó y después me torturó,
llegó hasta levantarme la mano». Se separan, pero él se queda con el hijo
de ambos, Francis «y después de eso grita
que está dispuesto a todo para no dejar conmigo a Francis».
Murielle
se va quedando sola, su hija, adolescente, muere de sobredosis y no tiene ni
una palabra hacia su madre «y esa nota
para su padre no significaba nada la rompí formaba parte del decorado […] y mi
madre gritó “¡Tú la has matado!”».
Y, a
pesar de todo, está dispuesta a rebajarse aún más, necesita a Tristán, necesita
a un hombre en su vida y a su hijo, porque ha sido educada para eso, al precio
que sea «Si piensas en tus amoríos te
repito que no te impediré joder».
Es
capaz de morir si no los tiene a su lado, sólo le queda el falso asidero de la
religión «¡Dios mío! ¡Haz que existas!
[…] ellos se retorcerán en las llamas de la envidia los miraré tostarse y
gemir, reiré y los niños reirán conmigo. Me debes esa revancha Dios mío. Exijo
que me la des».
Con
esta dureza aplastante Beauvoir denuncia la ética femenina, expone el dolor
silencioso que sufren muchas mujeres a diario convencidas de que son
responsables del hogar y culpables si algo se tuerce. El ritmo vivo del Monólogo contrasta con la lenta,
inacabable agonía de Murielle que lo único que intenta, aunque no sepa, es evitar
el sufrimiento de su niñez a sus propios hijos. Murielle no conseguirá sus
deseos, socialmente es una histérica irresponsable que ha de tomar pastillas
para relajarse y vivir y ella no quiere relajarse en una sociedad que la ha
anulado. No se siente parte integrante de su propia sociedad pues no se
enfrenta a la vida con inteligencia, con la razón, está predestinada a hacer y
decir lo que digan los demás; al quedar privada de libertad, la privan de
existencia. No es. Por lo tanto también es demasiado tarde para dar marcha
atrás. Está condenada al ostracismo vital.
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