miércoles, 26 de diciembre de 2018

UTOPÍA



Parece increíble que hace más de 500 años, en realidad podríamos remontarnos a la Grecia Clásica, hubiese mentes razonadoras del bienestar social, de la manera más simple, y hoy, en el siglo XXI, la sociedad tienda a comportarse contrariamente a lo que todos, lo admitamos o no, entendemos como progreso. El progreso de un país no va de la mano de la cantidad de armamento que posee, ni de la economía más o menos boyante, ni del confort de las casas habitables, ni siquiera de su equipamiento cultural o sanitario. El progreso de un país se mide en el comportamiento de sus habitantes con aquellos seres más indefensos, y aquí entran niños, mujeres vulnerables, hombres desprotegidos y, por supuesto, animales. Todos ellos con derechos, lógicamente no son los mismos para humanos o animales pero quien sea capaz de maltratar a un perro, un gato, una cabra, un toro… no tendrá inconveniente en pegar a una mujer, a un indigente o a un niño, aunque probablemente se lo pensase si se encontrara frente a un policía armado.

Bueno, es una reflexión, puede que sea producto de estas fechas en las que nos rodeamos de tanta alegría, tantas luces, tantos regalos, tanto despilfarro, sin acordarnos de que existen a nuestro alrededor personas (y animales) que no ven la diferencia entre un día y otro, que van por la calle o permanecen guarecidos con el miedo en sus ojos.

Frente a este despropósito en el que los gobiernos hacen más bien poco o no todo lo que debieran, se han levantado voces desde la Antigüedad imaginando lugares donde la vida sería más llevadera.

Indudablemente La República, ese diálogo inventado por Platón, en el siglo IV a.C., entre Sócrates y sus discípulos, es una de las primeras reflexiones sobre qué es la justicia y cómo debería estar organizada una ciudad ideal. Lo más llamativo, al menos para mí, es que los gobernantes, clase dirigente superior, deberían estar formados en filosofía para razonar el Bien absoluto para todos los habitantes. Hoy no se exige nada, es más, hay quienes arrojan muchas dudas sobre su formación y no pasa nada, se mantienen en el podio… los mantenemos, que es peor.

A mediados del siglo II, Luciano de Samósata condenó al filósofo Menipo de Gádara por sus libros dedicados a la necedad del hombre y a la inutilidad de la filosofía. Luciano realizó su Menipo va al infierno con una función, sobre todo para que el lector obtuviera placer a través de la risa.

Puede que Tomás Moro, en el Renacimiento, leyese estas obras, y no cabe duda que muchas más, y se sintiese atraído por ofrecer un libro que, quién lo iba a decir, su título sería el estandarte para referirnos a algo agradable salido de la imaginación aunque, lamentablemente, irrealizable. He leído Utopía y me parece el libro ideal que, precisamente en estas fechas, deberíamos leer todos. Con verdadera ironía critica la forma de gobierno de su Inglaterra del siglo XVI, pero perfectamente podríamos aplicarlo —casi en su totalidad— a la sociedad actual ¡Que poco hemos cambiado! Asimismo la iglesia no se salva de la censura en numerosas ocasiones, y curiosamente el autor fue canonizado en 1935 por Pío XI, y en el año 2000 Juan Pablo II lo proclamaría santo patrón de políticos y gobernantes. Pues sus protegidos, antes de ocupar cualquier sillón, escaño o puesto público deberían aprenderse Utopía de memoria, para que, por comparación, no quedasen tan en ridículo después.

Tomás Moro advierte desde el título que se trata de un país, una situación que no existe, pues en griego “ou” es una negación y “topos” quiere decir lugar. A pesar de eso él imagina y ofrece soluciones para que todo funcione mejor.

El libro mantiene una vigencia asombrosa pues es una reflexión sobre el ser, el deber ser, algo con lo que no todos pueden identificarse hoy pues aún hay quien vive atemorizado o desesperanzado, hay quien tiene recursos tan escasos que lo llevan irremediablemente a la delincuencia o a la mendicidad; incluso hoy en día, en un estado democrático se apuesta por la propiedad privada en vez de favorecer a entidades públicas, de forma que todos tengan los mismos derechos y las mismas oportunidades. De ahí que vivamos en una sociedad cada vez más competitiva en donde vemos a los demás como un obstáculo para alcanzar nuestra propia felicidad ¿Nos hemos planteado por qué hay tanta envidia? ¿Nos hemos planteado que aquél que no es libre para tomar sus propias decisiones no va a tener cubiertas sus necesidades? ¿Nos hemos planteado que la mayor parte de las veces dirigimos nuestros mayores esfuerzos dejándonos llevar por la codicia en vez de enfocarlos a mejorar nuestra existencia?

Todos estos planteamientos aparecen en Utopía, y hacen de este diálogo ensayístico una expresión moderna e innovadora de la sociedad. No digo que sea perfecta, pero podríamos poner en marcha algunas de sus recomendaciones. La búsqueda de la felicidad es una constante en el ser humano; tras Utopía, siguen apareciendo obras que aluden a ella; se me ocurren Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift o Cándido, de Voltaire en el siglo XVIII, y en el XX no podemos olvidar Un mundo feliz de Huxley y 1984, de Orwell.

Pero estamos con Utopía. Es un libro dividido en dos partes desiguales. En la primera, mucho más corta «Plática de Rafael Hytlodeo sobre la mejor de las repúblicas», el propio Tomás Moro «después de haber oído misa en la iglesia de Nuestra Señora» se encuentra a Pedro Egido hablando con un navegante, Rafael Hytlodeo, quien afirma haber estado en Utopía, la mejor isla, en forma de media luna, que nadie pueda imaginar para vivir. El recurso utilizado desde la antigüedad y hecho famosísimo en el Quijote, de olvidar nombres y lugares para dar impresión de realidad, aparece en esta obra, pues Rafael y sus compañeros de viaje, antes de llegar a Utopía consiguen «hacerse gratos a cierto personaje principal, cuyos nombre y nación he olvidado, cuya generosidad les procuró todo lo necesario para proseguir su viaje». Entre los recursos humanistas —pues Tomás Moro fue uno de los grandes representantes de este movimiento de la época— encontramos el uso de la mitología griega, que alude a La odisea «Nada es más fácil de hallar que las aulladoras Escilas, las voraces Celenos, los Lestrigones devoradores de hombres»; y por supuesto, la ironía, rayana en el sarcasmo «creo que estarán contentos de mi liberalidad y que no querrán después que me haga esclavo de un rey».

Las críticas a los consejeros son habituales «los consejeros de los reyes, o bien carecen de entendimiento o bien tienen tanto que no les dejan aprobar las opiniones ajenas»; tampoco se libran de ellas «los malos maestros, que prefieren azotar a sus discípulos en vez de enseñarles», ni la iglesia, que contribuye a que «muchos campesinos son despojados de lo poco que poseen» para quedarse con sus tierras… Entonces «¿qué recurso les queda sino robar y ser ahorcados o mendigar?»

Si nos centramos en el ahora observamos que ha cambiado poco la situación, los políticos, en su mayoría, hacen alarde de una estulticia infinita y sin embargo son los únicos beneficiados, la enseñanza sigue siendo pésima, pues las leyes —cambiantes casi incesantemente— no permiten dedicarle a los alumnos más tiempo que a cuestiones burocráticas, en su mayoría inútiles, y los poderosos, iglesia incluida, despojan a los más necesitados de sus tierras obligándolos a emigrar de ellas para encontrarse en situaciones infrahumanas, sin trabajo ni cobijo.

¿Países civilizados? No sé, puede que no tanto, pues «¿Quiénes desean más las mudanzas que quienes no están contentos con el modo en que viven?»

Otro rasgo humanista es la importancia otorgada a las letras antes que a las armas, derivando en una condición pacifista «Aun la ley de Moisés, severa como era […] castigaba el robo tan sólo con pena pecuniaria y no con la muerte», y por supuesto, la insistencia a gobernar con el ejemplo no debe hacer desfallecer nunca a quienes están interesados en dirigir un país «Es preciso que obréis de tal manera que si no podéis hacer todo el bien que deseáis, logren vuestros esfuerzos por lo menos quitar fuerza al mal». La felicidad y bienestar del hombre es lo primordial, pero de todos los hombres, por eso «Donde quiera que haya bienes y riquezas privadas, donde el dinero todo lo puede, es difícil y casi imposible que la república sea bien gobernada y próspera». Parece fabuloso, pero claro, estamos hablando de Humanismo, corriente que los políticos actuales han conseguido eliminar de las mentes de los ciudadanos sin prisa pero sin pausa ¿Dónde está la ética en colegios e institutos? ¿Dónde la Filosofía? ¿Dónde nuestras raíces clásicas? Al eliminarlas estamos privando de razonamiento a los jóvenes, algo muy provechoso para aquellos que ansían, no gobernar, sino obtener el poder.

El libro segundo está dividido a su vez en nueve partes: Una introducción donde describe la isla, provista de una defensa natural, y sus costumbres, mediante las que todos los ciudadanos se alternan en la ocupación del campo y la ciudad para valorar el quehacer de los demás. Las casas no son propias sino de todos y se vive en ellas, según sorteo, durante un tiempo; de esta forma no hay nada que temer por lo que «Las puertas no están nunca cerradas». El resto de capítulos versa sobre las ciudades, los magistrados, los oficios, las relaciones públicas, los viajes, los esclavos, la guerra y las religiones. Algo verdaderamente sorprendente es que siguiendo este tipo de vida comunitaria, se necesitaría trabajar menos tiempo obteniendo mayores beneficios y, ya en aquella época, Tomás Moro se muestra a favor de que todo el que sirva para ello, estudie «suele suceder a menudo que algún obrero que consagra sus horas de descanso al estudio haga grandes adelantos y sea dispensado de ejercer su oficio, y entonces pasa a ser letrado». Curioso que premie el trabajo intelectual y hoy sea el dinero el pase para obtener un título que luego se ejercerá sin conocimiento o sin pasión. Pero es que en la isla Utopía lo superficial no tiene valor, por eso, con gran inocencia humorística se refiere a cómo «los utopianos comen y beben en platos de barro y copas de cristal, bellos y bien hechos […] El oro y la plata sirven comúnmente para hacer bacines […], las cadenas y grillos con que atan a los esclavos están hechos de esos mismos metales […] Así hacen que el oro y la plata sean tenidos entre ellos por cosa ignominiosa».

Es cierto que habla de esclavos, pero no nos rasguemos las vestiduras pues son esclavos aquellos que han cometido un delito, algo que no vendría mal en los tiempos que corren, y los que vienen de otros países más pobres «que eligen por voluntad propia ser esclavos en Utopía», algo que también se sigue practicando en los tiempos que corren.

Totalmente avanzado el concepto de eutanasia, hoy prohibido no sé muy bien si por causas religiosas o de otro tipo; pero Tomás Moro advierte que no se puede obligar a vivir a aquél que sufre, y se debe respetar a quien no quiere «vivir enfermo por más tiempo; pues semejante vida es un tormento para él […] debe consentir que otros le libren de la vida». Y asimismo totalmente avanzado el concepto humanista de la belleza del cuerpo humano, por eso, entre los utopianos «la mujer, sea doncella o viuda, ha de ser mostrada desnuda al que pretende casarse con ella […] y lo mismo el varón a la muchacha» para evitar «que luego descubramos un defecto en su cuerpo y tomemos aversión a la mujer». No solo han de estar seguros de que se gustan física y psíquicamente, sino que si el matrimonio no funciona «se pueden divorciar con el consentimiento de entrambos y contraer nuevo matrimonio». Estamos en el siglo XVI, la religión es algo muy importante, fundamental para el ser humano, pero nuestro humanista va un paso más lejos al afirmar que «Los que no han abrazado la religión cristiana no molestan a los que ya profesan nuestra fe». La libertad de culto es algo que aun hoy deberían aprender muchos de los habitantes del planeta, sobre todo aquellos que se erigen en poseedores de la verdad absoluta sin haber razonado lo más mínimo en si esa verdad favorece el bien común o el individual.

Comencé la crítica cuestionando si vivíamos en un país progresista y, no puedo remediarlo, pero la termino cuestionando si este planeta ha avanzado tanto como creemos o deberíamos pensar un poco más en las consecuencias de este “avance”.

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