domingo, 22 de julio de 2018

ANATOMÍA DE LA LENGUA



Es curioso que, algo que utilizamos constantemente, sea tan poco conocido por los usuarios, o al menos, tan poco reflexionado. Y es más curioso aún que, algo frío, científico, difícil según el término empleado por muchos, como es la lengua, aparezca explicada de forma tan amena, agradable, humorística incluso. Para hacer esto, para tratar sobre la gramática generativa —un hueso en la carrera de Filología, o sobre la relación entre Lenguaje – Pensamiento y Cultura con una sencillez rotunda, consiguiendo que todos lo entendamos, hay que saber mucho. Y eso es lo que demuestra Elena Álvarez Mellado, conocer la lengua (las lenguas) en profundidad, entender el mecanismo que la pone en marcha, que la mantiene y la hace desaparecer porque es un ser vivo y por lo tanto, y como todos, cambiante; algo que titubea en sus comienzos, se maneja con toda seguridad en su periodo de madurez y vuelve a dudar en su extinción. Así nos lo hace llegar la autora de Anatomía de la lengua, libro que debería leer todo hablante —al menos del castellano— para entender por qué habla así y no de otra manera y, sobre todo, para no rasgarse las vestiduras porque un término que nos parece importantísimo deje de serlo, o porque añadamos a nuestra lengua un considerable número de anglicismos, ¡como si no tuviésemos aquí los equivalentes en castellano! Elena Álvarez lo explica con sencillez, tratando siempre a la lengua como lo que es, algo vivo que nos identifica pues forma parte de nosotros en una sociedad determinada, de una época concreta.

Es cierto que es un rasgo esencial de nuestra tradición, de nuestra cultura… por eso el español no nació puro sino formado de una mezcla, a veces siguiendo una norma, otras erróneamente, de otras lenguas que cohabitaron en un momento determinado como el ibero, el celta, el vasco, el latín, el griego… o inventando términos según necesidades del momento.

Si entendemos esto, veremos que determinadas polémicas actuales, que parecen no llegar a ningún sitio, no son tan descabelladas… y lo digo yo que sigo utilizando el masculino como género globalizador, porque así lo manda la RAE y así lo entendí en su momento y así lo asimilé, como algo que no tenía que ver con el machismo sino con una normativa. Pero esa normativa llegó de la mano de los hombres exclusivamente, entre otras razones porque la mujer era poco menos que nada, no podía hacer nada ni disponer de su vida si no era con el permiso paterno o del marido. Actualmente la mujer es libre, tiene entidad propia, lo lógico es que quiera ser nombrada de forma adecuada. Y ahora hay personas que también se han hecho un sitio importante en la sociedad y no se consideran hombre o mujer sino una mezcla de ambos, o son hombres embutidos en un cuerpo de mujer o viceversa… ¿cómo habría que llamarlos? El día del orgullo oí a Carmena en televisión referirse a la multitud como nosotros, nosotras, nosotres; en principio lo vi como una salida simpática; después de leer Anatomía de la lengua creo que no es descabellada la idea de formar un término que nos englobe a todos. Ante la posibilidad de que la RAE pensase siquiera en cambiar la noción de género, tal como pidió Carmen Calvo, vicepresidenta del gobierno, un académico dijo que él dimitiría a lo que, con gracia e ironía, Clara Serra, diputada autonómica madrileña de Podemos, contestó «De los 46 académicos de la RAE solo 8 son mujeres. Queremos agradecer a Reverte que esté dispuesto a dar un paso a un lado».

Pues dejando polémicas actuales “a un lado” nos centraremos en Anatomía de la lengua, un libro fantástico, científico pero lleno de curiosidades, pues si es cierto que tiene una base teórica, lo que predominan son los ejemplos, que dan respuesta a aquellas preguntas que en un momento u otro nos hemos hecho sobre el lenguaje. A lo mejor no se nos había ocurrido, ni la respuesta ni siquiera la pregunta y es entonces cuando más nos admiramos, al ver hasta dónde podemos profundizar. De manera desenfadada llegamos a conocer un poco mejor nuestra lengua y su funcionamiento; por eso el libro es recomendable para todos, yo diría que de obligada lectura, porque todos hemos experimentado un mínimo de intriga al plantearnos por qué hablamos así, por qué la mesa se llama mesa y tiene patas cuando en realidad no posee ninguna. Si construimos algo nos sentimos identificados con ello y sentimos curiosidad por saberlo todo de aquello que hemos logrado, desde una comida hasta la decoración de una casa o la construcción de un parque. Pues la lengua la hemos creado entre todos de forma totalmente democrática «Mientras nos dedicamos a discutir si la palabra empoderar es válida o no y a rasgarnos las vestiduras por los anglicismos que entran en la lengua cada día, nos estamos privando del inmenso placer de observar cómo hablamos y de entender por qué hablamos como hablamos».

A pesar de que la lengua ha ido cambiando según las necesidades de la sociedad que la utiliza, siempre ha tenido detractores del cambio; afortunadamente también defensores, por ello no seguimos hablando en protoindoeuropeo y poseemos un español rico, que sirve para comunicarnos y que hace tiempo dejó de “desfacer entuertos”; a propósito de esto, Álvarez Mellado nos recuerda casos que han debido luchar, incluso en el siglo XIX contra la propia RAE para lograr que sus voces fueran escuchadas: Ramón Joaquín Domínguez realizó un Diccionario General o Gran Diccionario Clásico de la Lengua Española, donde no duda en atacar definiciones que la RAE había propuesto, asimismo «Moliner confeccionó un diccionario que no caía en las numerosas deficiencias de las que pecaba el diccionario dela RAE. […] era una intelectual como la copa de un pino que la sociedad de su época ignoró porque era mujer y de convicciones republicanas».

En cuanto a Anatomía de la lengua recomiendo encarecidamente a los profesores que lean cómo explica cada uno de los niveles de la lengua, algo que a los alumnos les cuesta y Elena Álvarez lo aclara de forma curiosa y sencilla porque siempre trata de la lengua como de un ser vivo «El darwinismo léxico es implacable y solo las verdaderamente adaptadas al medio sobreviven. No obstante, el ritmo de los diccionarios para aceptar palabras es muy inferior a la velocidad del idioma y esto hace que no sean pocas las palabras que viven al margen de la ley diccioneril».

Está claro que si no queremos vivir en una anarquía léxica, como tampoco queremos una anarquía social, debemos atenernos a unas normas. Podemos vivir en sociedad sin problemas (esto es un decir) porque hay normas esenciales que todos hemos de cumplir para que ésta funcione como una estructura perfecta. Es cierto que algunas normas van cambiando, o ya no se tienen por tales, también lo es que hay normas que desaparecen con mejor o peor criterio. Cuando era niña en algunos de mis libros estudié que las mujeres debían entrar a la iglesia con la cabeza y los hombros tapados. Hoy ya no tiene sentido esa norma y —creo, porque lo veo— las mujeres entran a la iglesia con tirantes si es verano o en pantalón corto. Sin embargo también leí que por la acera debíamos caminar por la derecha si queríamos tener preferencia; así cuando la acera era muy estrecha y se cruzaban dos personas siempre bajaba a la calzada aquella que circulaba por la izquierda; esto era de cajón, entre otras cosas porque es el que va por la izquierda quien ve si viene o no algún coche; pues ahora esto no se refleja en los libros ¿se da por sabido? lo dudo, viendo el comportamiento de algunos. Con las normas lingüísticas ocurre lo mismo, por eso le doy la razón a la autora al afirmar que «tener una norma compartida puede resultar bastante útil […] Pero una norma lingüística que genera complicaciones a quien escribe y ningún beneficio a quien lee es una norma absurda que ha perdido su razón de ser».

Sin embargo parece que cada vez tendemos a esforzarnos menos —en todo en general— así si es cierto que debería haber «buenas prácticas para facilitar la accesibilidad lingüística y directrices para redactar textos más comprensibles para todos», también lo es que el analfabetismo antiguo, el que consistía en no saber leer ni escribir, se erradicó a base de trabajo por parte de todos; por la misma razón todos deberíamos esforzarnos en combatir el analfabetismo actual, el que consiste en no entender lo que se lee, así que además de facilitar la accesibilidad lingüística se debería imponer el uso del diccionario porque como la propia Elena Álvarez afirma más adelante «El lenguaje conlleva un grado de abstracción tal que está ligado a la evolución y al desarrollo de las habilidades cognitivas típicamente humanas».

Es cierto que no debemos hablar como queramos porque somos una comunidad que refleja su pensamiento a través del lenguaje y, entre otras razones, si cada uno hablase como quisiera se lo pondríamos muy difícil a aquellos extranjeros, o nativos, que sintieran necesidad de aprender nuestra lengua «asomarnos a otra lengua es una manera fascinante de admitir cómo entienden el universo otros humanos»; de ahí que, por ejemplo, la expresión de la dirección sea diferente en lenguas distintas, nosotros nos ubicamos delante, detrás, a la derecha a la izquierda, pero «el gungu yimithirr tiene dirección absoluta» (según los puntos cardinales). Tampoco los colores fragmentan el continuo cromático de la misma manera en todas las lenguas «en el vietnamita hablan, para distinguir, de azul cielo a azul hierba», pero no nos equivoquemos, este hecho, así como el de diferentes sistemas numéricos, en base 10, en base 2…, diferentes usos verbales o diferentes clasificaciones del género no implica que unas lenguas perciban el mundo de manera más perfecta que otras (por ahí empezó la convicción de la supremacía nazi); todos percibimos lo mismo y «en cualquier momento podemos crear nombres nuevos si la situación lo requiere». La autora constata esto con multitud de ejemplos, y siempre con buen humor, sobre la formación del castellano: «la palabra carpintero es […] mitad celta, mitad latina» al igual que «cerveza», «Segóbriga […] ejemplo de palabra celta […] El nombre de Segovia es una variante de la misma palabra».

Multitud de anécdotas curiosas como por qué «lacónico» significa parco en palabras, por qué usamos los helenismos «mamotreto», o «troyano» como virus informático. Palabras de diferente origen que se han quedado con nosotros como tahona (del árabe) y panadería (del latín). Por qué expresiones correctas como el ungüento árabe «atutía» quedó por expresión popular en «no hay tu tía». Por qué ya consideramos como nuestras canoa, tomate, cacahuete, colibrí y tantos otros americanismos, o nadie se para a pensar que partitura, adagio, batuta o contrabajo son italianismos, que capicúa es un catalanismo así como cantimplora, o que zurrón, izquierda, órdago, y —posiblemente— guiri sean préstamos del vasco.

Está claro que todo esto contribuye a que «la lozanía de una lengua sea su capacidad para generar nuevos elementos que recojan cualquier realidad».

Pero las lenguas no sólo nacen sino que como piezas de “lego” crecen con prefijos y sufijos que hoy han fosilizado (como en la palabra menisco, o en anterior, y están dispuestas a recibir nuevos prefijos y sufijos —anteriormente) «El sufijo fósil –érrimo […] restringido a unos cuantos superlativos latinizantes de postín como libérrimo, paupérrimo […] parece estar volviendo del más allá cual trilobites resurrecto y al que a fuerza del uso festivalero por parte de los hablantes se le oye respirar […] tontérrimo, guapérrimo…».

Elena Álvarez Mellado explica la lengua como algo divertido, de forma lógica y asequible; algo que nace, crece, madura o se transforma (ya no decimos televisión o supermercado sino tele y súper, ya no empleamos las locuciones «si quiera», o «en seguida»” sino que se han transformado en los adverbios «siquiera» o «enseguida» bien por causas lógicas o por desconocimiento, de ahí que la palabra simple bikini, por desconocimiento y pensando que estaba formada con el prefijo bi– diera «trikini, monokini, microkini […] hasta es posible dar con un minoritario cerokini como sinónimo de nudismo»); y como todo ser vivo, muere, de ahí que nuestra castiza pardiez (realmente adaptación francesa de par Dieu) ya haya quedado obsoleta.

Pero si tenemos en cuenta todo lo dicho (y mucho más que encontramos en Anatomía de la lengua, no hablaremos más de lenguas muertas; «Quizá […] el latín es una lengua zombi: está muerta porque ya no se habla, pero de alguna manera sigue muy activa».

Visto, o leído esto, me queda recomendar, además de su lectura, que pasemos por la web molinodeideas.es, un proyecto interesante, de donde ha salido éste y otros libros, para los que sintamos curiosidad por la lengua, acentuación, morfología, sintaxis, formación de palabras, blogs de eventos o cursos. Puede que así razonemos algo más antes de ser tan categóricos en admitir o no sugerencias que la colectividad de hablantes viene pidiendo —y usando— durante bastante tiempo.

1 comentario:

  1. ¡Qué buena reseña! Gracias.

    https://imagoestinaqua.blogspot.com/

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