sábado, 26 de mayo de 2018

CRÍMENES IMAGINARIOS



Es increíble que dos personajes, en un principio tan triviales, vayan evolucionando a través de las páginas hasta convertirse en originalmente extraordinarios.

Un joven matrimonio con contratiempos corrientes, domésticos en su mayoría, en los que se intuye, de vez en cuando, una violencia contenida que no va más allá, hasta que deriva a veces en física, para Sydney Bartleby y verbal o psicológica por parte de Alicia, su mujer «Sydney le golpeó el rostro con el trapo mojado. Alicia se sobresaltó, luego se puso rígida y le arrojó la taza que estaba a punto de dejar en el secadero».

Sin embargo, del verdadero problema nos enteraremos conforme avance la novela, aunque el lector intuya al comienzo, en la descripción de la casa donde viven, en el extrarradio, que algo del descuido que muestran por su vivienda y el aislamiento espacial salpicarán a la pareja «El terreno que rodeaba la casita de dos pisos de Sydney y Alicia Bartleby era llano […] el seto […] nunca lo había recortado […] Con gesto automático sujetó con una mano el armarito de metal antes de abrir la puerta pegajosa y sacar la mostaza…»

Así arranca Crímenes imaginarios, y no debemos ahondar mucho para entender por qué unos jóvenes recién casados se van a vivir a las afueras. Son artistas, aunque sin éxito; Sydney, escritor, recibe una y otra vez el rechazo de su novela y de los guiones que presenta para una serie de televisión «Con frecuencia a Sydney se le ocurría que la mediocridad de su padre pesaba sobre él como una maldición». Alicia, pintora, tampoco expone ni vende ningún cuadro. Sólo reciben la visita esporádica de otro matrimonio, Alex y Hittie, que, si bien al principio parece que son íntimos amigos, Patricia Highsmith se encargará de que nos demos cuenta del egoísmo de Alex, capaz de delatar a su amigo ante la prensa y la policía, tras extorsionarlo al pedirle el 60% de las ganancias de la serie que por fin está teniendo éxito; al no ceder frente a la amenaza de Alex éste la lleva a cabo y la vida de Sydney se va transformando en un infierno desde que Alicia lo dejara y, de mutuo acuerdo y según habían experimentado otras veces, se fuera sola una temporada; pero Alicia no vuelve y todos sospechan de Sydney, en parte porque él va realizando acciones, que apunta religiosamente en una libreta, y lo convierten a ojos de todos en un verdadero asesino. Sydney sólo imagina lo que sería el asesinato perfecto para una novela y ante los interrogatorios de la policía se muestra nervioso, sin importarle parecer culpable; todo lo contrario.

Lo ingenioso es que también resulta sospechoso del asesinato de su nueva vecina, la amable señora Lilybanks. Sabemos que es amable, sabemos que está sola y sabemos por qué se ha ido a vivir aislada, porque el narrador, omnisciente, durante toda la novela nos informa de cualquier pensamiento de los personajes, y por lo tanto, también de los de la señora Lilybank «Pensó en su hija Martha, que estaba en Australia, en su nieta Primie, que en aquellos momentos se encontraba en Londres…» Y esta anciana, enferma del corazón, sufre un ataque cuando Sydney iba a cenar con ella ¿Por qué? ¿Se asustó al verlo? ¿Fue de manera natural? Esto no queda reflejado; en ese momento el narrador abandona su omnisciencia pues no le interesa que el lector sepa más; y no lo sabremos. Como el título, deberemos imaginarlo al terminar la novela «—¿Señora Lilybanks? ¿Qué ocurre? —dijo Sydney acercándose a ella. El rostro de la señora Lilybanks estaba horriblemente pálido, tenía la boca abierta, como si acabase de sufrir una impresión terrible. Emitió un ruido estridente, trémulo, cayó de espaladas sobre el sofá…»

Patricia Highsmith consigue que el lector desconfíe de Sydney, pues hay momentos en los que es difícil distinguir la realidad de la ficción ¿Qué ocurre en realidad? ¿Qué inventa el protagonista? ¿Por qué Alicia no se pone en contacto con nadie para exculpar a su marido? «Se alegraba de que Alicia no estuviera en casa durante unos días, ya que tenía la sensación de que su ausencia le daría una oportunidad al Látigo. De hecho, Alicia estaba muerta.»

La tensión continúa al tiempo que nos vamos enterando de reacciones diversas, tanto de Sydney como de Alicia; sus cambios de comportamiento revelan mentes atormentadas; no son simples artistas, o lo eran y, por circunstancias ocurridas, van transformándose en auténticos psicópatas. De hecho Sydney aprovecha todas y cada una de sus adversidades (ya está bajo la sospecha de todos, la policía lo acosa constantemente y el resto le da la espalda) para seguir anotando ideas que posibilitarían futuras novelas y que, lógicamente, al ser hallado el cuaderno, no le aporta sino más problemas. En ningún momento pierde la calma; la frialdad que muestra, propia de un asesino, consigue hacernos dudar a todos; el lector se introduce en la metaficción que supone el escrito del protagonista y, duda, como el resto de personajes, de su inocencia o culpabilidad.

El suspense, el ambiente tenso, se convierte en macabro con la broma con la que la autora pone punto final a la novela. El sarcasmo está servido. Y un regusto amargo queda en nuestra mente al darnos cuenta de que cualquiera puede ser víctima o verdugo de su propia vida según la mente confunda la realidad y la imaginación hasta el punto de no saber dónde se encuentra.

En Crímenes imaginarios no hay buenos y malos, hay personas de diferentes sentimientos, ambiciones y sentido de la moralidad, incluso, o precisamente los secundarios, serán clave en el desarrollo de los acontecimientos. Y si los personajes están perfectamente retratados, la trama es soberbia pues nos lleva a una sociedad cruel, egoísta, descarnada, capaz de atrapar en su red a cualquiera, sólo hace falta estar en el momento más inoportuno de un espacio inadecuado; porque no todo es blanco o negro. La realidad está cargada de grises que, sinestésicamente se transforman en ambición, soledad, amor, obsesión.

Patricia Highsmith ha creado en Crímenes imaginarios a toda una serie de personajes confusos, misteriosos, por lo que ha conseguido más que una novela de terror, o una novela negra, una novela de intriga. Bueno… ¿y no es eso en realidad la verdadera novela negra? ¿No es precisamente en la novela negra donde la gravedad se mezcla con lo nimio incluso con toques de humor para conseguir tensionar más el ambiente?

—¡Bien! —dijo el inspector Brockway—. Por fin hemos dado con ella […]
—¡Santo cielo! ¡Lo siento!
—Sí. Bueno son gajes del oficio —El inspector se rio entre dientes. Tenía usted toda la razón, es una alfombra vieja y apolillada, aunque ahora hay más moho que polillas, diría yo.
[…]
Sydney sintió ganas de decirle que cavaran un poco más y encontrarían el cadáver, que la alfombra no era más que una pantalla de humo

Las reacciones desconcertantes de los personajes consiguen una trama impecable, tanto que podríamos hablar del crimen perfecto. Da igual que surja de la mente o se materialice. Al final no tenemos demasiado claro si todo ha sucedido realmente o es producto de lo que cualquiera de nosotros es capaz de pensar. A veces la realidad supera a la ficción; en este caso no estoy tan segura. ¿Estaba todo calculado? ¿Ha sucedido? Da igual. Lo importante es que la novela sigue cautivando por el extraño comportamiento de sus personajes, el matrimonio, la vecina, los amigos, incluso la policía no muestra en ningún momento cualquier actitud ostentosa ni violenta. Todo en ellos es ambiguo, el amor, la amistad, la verdad, la moral; todo es incertidumbre y será precisamente esa vacilación lo que consiga mantener la intriga hasta el final.

Entre las técnicas que hacen posible el éxito de la novela me gustaría destacar el enfoque que adopta el narrador, casi siempre omnisciente. A pesar de que la narración comienza in medias res, Sydney y Alicia, casados y viviendo en mitad del campo, el narrador nos informa de datos, mediante analepsis, que ayudan a fijar en el lector la personalidad del protagonista «Después invitaría a Alicia y dejaría caer unos cuantos nombres de los demás invitados. Casi se atrevió a llevar a cabo su plan, pero no lo hizo […] A partir de entonces le pareció que la muchacha sería suya…»

Asimismo utiliza la técnica de la metaficción para confundirnos más, o aclararnos el carácter de Sydney, alguien capaz de introducir su vida en su literatura o su literatura en su vida hasta el punto de no saber qué es qué «Todavía está por llegar lo peor: cuando el cheque mensual de A. no sea recogido el 22 de agosto. Entonces tendré que inventarme un hombre con el que Alicia se encuentre. Y será mejor que empiece ahora mismo».

Además, no debemos olvidar el uso de onomatopeyas para reforzar los sentimientos de los protagonistas, algo que consigue introducirnos en la novela como si la estuviésemos viendo y oyendo en una película «Alex soltó una de las carcajadas con voz de falsete, “¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja!” que soltaba cuando algo le hacía verdadera gracia y que parecía una imitación americana de la risa de un inglés».

Y así, al terminar la novela también nos quedamos con la misma sensación que el narrador, no sabemos si hemos asistido a la realidad o a la imitación de un asesino —o de alguno más—.

¡Fantástica!

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