viernes, 3 de junio de 2016

MARTINITO, EL DE LA CASA GRANDE

Martinito, el de la casa grande es un cuento maravilloso. En todos los aspectos; porque ahí lo enmarcamos según la clasificación de Todorov, si atendemos a que hay elementos sobrenaturales que no provocan reacciones de extrañeza en el lector ni en los personajes, sino que lo extraño, lo maravilloso es la naturaleza de los acontecimientos. Su escritura también consigue formar un cuento extraordinario pues es a la vez tradicional y moderno; toda una originalidad de Carmen Baroja. De hecho, el comienzo ya produce asombro en el lector «Se encontraba en un sitio obscuro…» ¿Dónde están Érase una vez… o Hace muchos años…? que nos llevan a lo lejano, a lo fantástico. Aquí hay datos reales; el narrador refleja con verosimilitud todo lo que observa, las descripciones son detalladas, exhaustivas, para guiar al lector a que pueda reconocer su mundo cercano, aunque a veces se introducen otras irreales de forma tan sutil que cuesta diferenciarlas. En general la autora nos cuenta una historia contemporánea, con ambientes reconocibles y personajes reales que conviven de manera normal con seres sobrenaturales y mágicos entornos «La cocina de hierro, puesta al rojo, se cubría de cacerolas, cazos y marmitas […] La cocinera, gorda y mofletuda, sudaba y se volvía loca para resolver los conflictos […] Los chicos de los caseríos […] lamían, chupeteaban y rascaban los moldes de los bizcochos […] Los invitados, con toda la comitiva, subieron de la capilla […] Juan salió un momento […] escribió una esquelita “Martinito: Hoy, el día más feliz de mi vida me acuerdo de ti con el cariño de siempre. Rosa te ha cosido este traje […] aunque a vosotros los duendes, no os gusta el pago de lo que hacéis por cariño. Moshi” La metió en un sobre, tomó dos paquetes, uno con el traje y otro con chocolatines, y lo subió al desván de su casa, dejándolos en un rinconcito, junto a la pared.»

La verosimilitud de Martinito el de la casa grande tiene un carácter ficcional que admite en esa realidad elementos sobrenaturales. Esto consigue que el lector se impresione, que vacile entre la explicación lógica o la mágica.

El cuento es largo; otra originalidad es que está dividido en dos partes (a veces podríamos pensar que nos encontramos ante una novela corta, de hecho el realismo mágico pudo estar influido por cuentos maravillosos o fantásticos). En la primera parte conocemos a Moshi; la escena simboliza el nacimiento, metafórico, del que se augura el protagonista, desde el fondo de una alberca, bajo tierra cenagosa, cuidado por topos y musarañas «Descansó un momento y cuando la tierra dejó de caer, se puso en cuclillas y, dando una violenta sacudida en el techo, se halló fuera en medio de un montón de tierra…» Moshi es un niño diminuto, vestido de verde tornasol que tiene la propiedad de ser invisible cuando se quita el traje «Yo recuerdo —terció la musaraña […]— que una tía abuela mía, contaba cómo en una ocasión había tenido en casa una niña tan pequeña que dormía en la cáscara de una nuez». Conocemos el espacio, la Casa Grande, y a sus dueños, apenados porque un día desapareció su hijo Juanito para no volver, a Rosita, hija de una criada a quien la malvada ama de llaves chupa su energía todas las noches, a Martinito, el duende que vive allí cientos de años, que muere para resucitar tiempo después, rejuvenecido, y echar a la vieja infame, salvar a Rosita y traer a Juanito, que se había caído en la alberca para ser Moshi durante años, hasta que Rosita lo encontró.

La segunda parte es la historia de Lily, la hija de Juan y Rosa que también desaparece, por envidia de un hada malvada que no había sido elegida como madrina de la niña. Lily llega hasta un bosque donde convive con un niño carbonero, que resultará ser un príncipe, un ogro bueno, un osito y un burro, quienes ayudados por las lechuzas de la Casa Grande regresan a casa años después cual músicos de Bremen.

Cuento maravilloso por donde se mire, no sólo el tema, el argumento, los personajes son fantásticos o reales, sino que toda la historia está llena de guiños a los autores consagrados. Si la niña que dormía en la nuez nos recuerda a Pulgarcita, de Andersen, a Lily intentan matarla con una manzana envenenada, o clavándole un alfiler que la duerme en el acto, aunque el viento la haga estornudar y echar el trocito de fruta o unos pajarillos le saquen el alfiler; la reina de las hadas, Maya, es la misma que la de El sueño de una noche de verano, de Shakespeare, de hecho el título del capítulo III de la segunda parte toma ese nombre, homenajeando explícitamente al autor «Martinito durmió en el tronco de un árbol hueco y quizá aquella noche, que era de verano, sucedieron en el bosque cosas que un genio narró después», sin olvidarnos de la piel protectora de Moshi, que no era de asno sino de topo, pero el guiño a Perrault, queda en todo el libro.

Carmen Baroja, homenajea asimismo a la épica medieval pues alude al cantar alemán anónimo del siglo XIII, Los Nibelungos «dos pájaros que iban saltando de rama en rama delante de él, como Sigfrido», y a la leyenda de Bretaña, con el ciclo artúrico «…estaba Titania, vestida con un suntuoso traje de perlas de rocío. A su lado se hallaban sus hermanas Morgana, Loreley, Vibiana, el sabio Merlín […] Todos estaban muy emocionados por haber sido retratados por los grandes genios». En estas palabras del narrador observamos la mezcla de tiempos, quizás uno de los aspectos más llamativos, pues conviven a la perfección seres humanos con duendes, trasgos, gusanos, brujas en la universalidad; los seres fantásticos son de épocas diferentes, corresponden a los románticos Heine (alemán) y Andersen (danés), al barroco inglés Shakespeare, al clasicista francés Perrault e incluso a nuestro Segismundo calderoniano; sin embargo,los reales son contemporáneos a la autora. El padre de Lily comenta una mañana, después del desayuno, con el periódico en la mano, la estupidez de algunos de los artículos que se insertan. Y todos conservan un punto de modernidad que, años después, hemos visto en algunas adaptaciones de los cuentos, pero no en la generación del 98, lo que convierte a Baroja en una adelantada a su tiempo «Martinito quedó un poco desconcertado al ver que (las hadas), en lugar de pétalos de rosa, cuentas de rocío y alas de mariposa, vestían gruesas telas, chaquetas de piel, y el pobre Lubri un “mono” azul lleno de manchurrones de grasa. Tampoco llevaban varitas de virtudes. El hada Mecaní llevaba un vástago de hierro con dos dientes que se separaban por medio de una tuerca […] Electra […] unos alambres […] Gaso […] traía unos bidones de aquí para allá…». Tanto los nombres como las profesiones de las hadas aluden a la incorporación laboral de la mujer.

No cabe duda de que Martinito, el de la casa grande, es un cuento divertido, apasionante, fantástico, que, además está escrito con una prosa ágil aunque plagada de metáforas poéticas «Nubes, nubes, nubes […] Éstas corrían, se alargaban o se apelotonaban como enormes grumos de algodón en rama, para convertirse otra vez en sutiles y alargados vapores».

El vocabulario sencillo, coloquial, convive sin problemas con términos fantásticos para los conjuros o los sobrenombres de algunos personajes «Mozorro», «Mamur». Las descripciones minuciosas, realistas, se dan la mano con otras poéticas por los recursos literarios empleados como el diminutivo afectivo, el asíndeton o las comparaciones «La tía Ambroshi era una viejecita monísima, muy pulcra, muy chiquita, muy bonita. Tenía todo el pelo blanco, la tez sonrosada y toda ella parecía hecha como de nácar.»

Podría contar el cuento, es maravilloso, pero aquí dejo esta reseña para invitaros a leerlo, a disfrutar, y a pensar en todas las mujeres que han quedado ocultas tras su literatura. Es hora de que salgan y formen parte de los libros de texto, porque además… ¡qué ironía! la finalidad de Martinito el de la casa grande es hacer que comprendamos una serie de valores, como el agradecimiento, tan difícil de entender hoy día y tan escaso.


¡Gracias Carmen!

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