martes, 25 de noviembre de 2025

UNA HISTORIA DE AMOR


Ricardo y Liduvina son los eternos novios de comienzos del siglo XX, cuando determinadas actitudes no estaban permitidas por considerarse indecorosas socialmente. Sobre todo, la mujer no debía solo ser honesta sino “parecerlo” por lo que el noviazgo era una espera en la que las mentes de los jóvenes imaginaban situaciones que se harían realidad en un futuro. El problema llegaba cuando el futuro disponía otros arreglos. Los matrimonios se encontraban entonces con pocas opciones de felicidad conyugal. Miguel de Unamuno expone otra situación de amor familiar en la primera mitad del siglo XX.

Una historia de amor comienza con un narrador que, en tercera persona, notifica al lector la penosa situación por la que está pasando una pareja. El pesimismo inicial es presagio de un final desgraciado aunque habremos de llegar a él para ser testigos de lo que ocurrirá, «Hacía tiempo ya que a Ricardo empezaban a cansarle aquellos amoríos. Las largas paradas al pie de la reja pesábanle con el peso del deber, a desgana cumplido». En este comienzo observamos ya el desamor de Ricardo, el despectivo “amoríos” da fe de ello así como el campo semántico “negativo” de amor (largas paradas – reja – peso – deber). La relación parece impuesta, aunque sea por el acomodo de ellos mismos.

Ricardo y Liduvina se vieron envueltos en una relación, llevados por la urgencia de salir de sus casas y empezar una nueva vida instaurando su propia familia. Ambos tienen buenas intenciones aunque les falta la pasión amorosa. Pensando que Liduvina se escandalizará y romperá la relación, Ricardo le propone fugarse y ella, lejos de rechazarlo, acepta, con la esperanza de que la pasión vendrá con el día a día. De esta forma se van de casa y, solo les hace falta un día para confirmar que no están enamorados. Ricardo cree que realmente tiene vocación religiosa y Liduvina entra en un convento de ursulinas porque pocas opciones más le quedan. En sus respectivos conventos tendrán tiempo de reflexionar sobre el amor familiar, el romántico y el divino; sobre el egoísmo humano; sobre el sacrificio que hemos de hacer para seguir las normas sociales; sobre el conflicto existencial entre las necesidades del alma y del cuerpo.

En esta novela corta, Miguel de Unamuno dejó el estilo caracterizador de sus grandes novelas. El existencialismo del autor se refleja en Ricardo y Liduvina, en la lucha personal que mantienen. No se ven a sí mismos sino que se pierden en pensamientos angustiosos que dejan asomar en todo momento el conflicto entre la razón y la fe que el propio autor sostenía, «Había nacido para apóstol de la palabra del Señor y no para padre de familia; menos para marido y, redondamente, nada para novio».

La narración nos cautiva desde el primer momento por el humor, la ironía y el misterio. A esto se le suma algún ejemplo de la realidad, que aporta una prosa clara y visual. El ritmo pausado del narrador, se acelera con los diálogos y en ocasiones con anáforas paralelísticas que se van alargando mientras remarcan un tiempo infinito, «…aun cuando no se viesen, aun cuando no volviesen a cruzarse […] aun cuando no volviesen a saber el uno del otro».

A lo largo de la trama aparecen emociones antitéticas que se acercan bastante a las inseguridades del hombre; cuando Ricardo y Liduvina se van juntos, se sienten separados, mientras que cuando se separan se sienten cada vez más unidos y comprenden las razones del otro para actuar como lo hizo. La tensión entre la pasión espiritual y la corporal va creciendo conforme avanza la novela. También aumenta el conflicto entre vocación, soberbia y egoísmo, «Creíase un nuevo Agustín, habiendo pasado, como el africano, por experiencias de pasión carnal y del terrestre amor humano […] Parecíales que fray Ricardo buscaba singularizarse, y que en su interior los menospreciaba». Realmente la soberbia de Ricardo vence a la envidia del resto de frailes, seduce a todos quienes escuchan sus sermones pero él y Liduvina saben que en el fondo no hay más, es simplemente un buen orador, esa era su ambición, esa ha sido la causa por la que se han visto privados de una vida en familia, y esa es la razón de que se sienta admirado pero no querido.

Solo cuando fray Ricardo va a predicar al convento de sor Liduvina, el sermón se convierte en un examen de conciencia en el que metafóricamente le pide perdón y ella es capaz de interpretarlo todo y reflexionar tanto sobre su actitud como sobre la de él. Cuando ambos llegan al amor divino es cuando entienden el humano. La novela es un relato intimista de la pareja pues hay una introspección constante de los personajes, que trasladan al lector quien, en todo momento reflexiona sobre lo ocurrido. El Unamuno filósofo está presente, dejando que sea Liduvina, sobre todo, la que aborde la existencia con un sentido más pesimista «Fuése a la lejana y escondida villa de Tolviedra, colgada en un repliegue de la brava serranía, y se encerró entre las cuatro paredes de un viejo convento que antaño fue de benedictinas. En la huerta había un ciprés hermano del […] ciprés de sus mocedades». No solo su vida es monótona y apartada. El ciprés, símbolo de unión con el cielo en un intento de igualar la vida terrenal a la eterna, es lo que la representa, ella ansía «un mundo sin tanto lodo y tanta falsía, sin silencio de madre, sin ceño de hermana sin egoísmo de novio, sin envidias de compañeros», de hecho los lugares que ocupa ella en la novela son símbolos de falta de libertad: su casa, las paredes de la fonda donde se hospedan, la tapia del convento, la reja, la cortina de la capilla… La mujer acusa la prisión terrenal frente a la eterna imaginada. Ella reside en el mundo como una transición a la libertad que da la mortandad. Está para sufrir un duelo constante del que tendrá el consuelo en la vida eterna.

El narrador, en tercera persona omnisciente, es apasionado, directo, con un razonamiento que marca la naturaleza cambiante del ser humano. Es un narrador movido por la mano del autor que relata cómo sor Liduvina adopta la posición que vimos en La tía Tula, obsesionada con la maternidad como forma de persistencia. Un narrador que juega con el lenguaje a su antojo, con aliteraciones que resaltan el significado de los conceptos «rivalidad ingenua de madres marradas»; sinestesias que intensifican uno de los sentidos, «oscura tristeza»; comparaciones con predicadores reaccionarios, fuertes, que aportan verosimilitud a la historia: Savonarola, Monsabré, Lacordaire. El diálogo es menos prosopográfico que de identidad porque importa, ante todo, el espíritu.

El vocabulario está salpicado de palabras cultas, que se entienden a la perfección, y de neologismos, como el impuesto por Juan Ramón Jiménez «recojimiento, recojida».

Por todo ello, es bueno leer a Unamuno y reflexionar con él sobre el sentido trágico o cómico de la vida. No defrauda.

martes, 18 de noviembre de 2025

MADRID: DISTRITO INDEPENDIENTE

El noir denota una marcada oscuridad; con esta novela de Rafael Javier Pérez Bielsa, nos vemos sumergidos en la zona más oscura de Madrid: pasadizos subterráneos permiten a los habitantes de 2137 vivir como en una colonia de hormigas. Solo pueden residir, en pisos de 30 metros cuadrados, sin ventanas, aquellos que han tenido la suerte de seguir adelante. Poco a poco, desde finales del siglo XXI la población ha ido disminuyendo, indudablemente por la climatología extrema que ha conseguido la desaparición de animales, de alimentación tal y como hoy la entendemos y de comunicación, como acostumbramos en el presente. Los habitantes llevan un chip mediante el que son controlados y conviven con diferentes tipos de androides que, no cabe duda, facilitan las funciones de investigación.

Los nuevos madrileños —algunos— también trabajan en la superficie aunque marcados por la oscuridad; solo se puede acceder durante la noche, cuando las temperaturas bajan de los 60º que soportan durante el día y hacen imposible la existencia.

En este noir, el ser humano, tal como lo entendemos, ha desaparecido y el bien y el mal tampoco están claramente definidos según nuestra normativa, a pesar de que la población intente abrazar una roboética emocional.

Estamos en un contexto imaginario, aunque posible, donde el autor especula sobre avances científicos y su impacto social. Gracias a sus conocimientos, los lectores vislumbramos una Humanidad que ha acelerado su destrucción. Sin embargo, el ambiente que se respira es tranquilo; se intuyen injusticias e inseguridad y la corrupción de altos cargos se mantiene como en la realidad actual.

¿Estamos ante una distopía? Puede ser, aunque posible; de hecho ya estamos notando las consecuencias del cambio climático; los jóvenes acusan la falta de puestos de trabajo y, por lo tanto, de independencia para hacer frente a los gastos más elementales; hay viviendas que parecen colmenas y ostentan precios inaccesibles; los animales empiezan a emigrar o a extinguirse; la obsesión por el poder elimina cualquier rastro de empatía con los demás, especialmente con los que consideramos diferentes.

En fin, tras leer Madrid, distrito independiente, tenemos la impresión de que hemos comenzado a crear esa quimera porque Rafa Pérez especula desde una base científica.

La novela está dividida en capítulos, cada uno encabezado por un suceso “histórico”, extraído de la Enciclopedia Global de las Federaciones Unidas, donde, con estilo didáctico, se presenta una situación en la que descubrimos circunstancias posibles: «Para completar la demanda de agua, también se recurre a plantas y algas modificadas genéticamente, capaces de generarla en su metabolismo…». No cabe duda de que la precisa información, «solo el 0,4% de los desplazados…»; el vocabulario técnico, «recursos hídricos», «entorno simbiótico», «hidroponía» y soluciones verosímiles, «ha ido ganando terreno la dieta conocida como pescetariana» dejan ver al biólogo que ha escrito la novela y aportan grandes dosis de realismo. Estamos ante el mundo distópico que nosotros mismos vamos construyendo. Sin embargo, incluso esta parte más técnica se lee con facilidad por ciertos toques de humor irónico en donde descubrimos a personas actuales a los que espera una justicia poética, «Era hijo de un magnate del siglo XXI obsesionado con la colonización de Marte, un sueño que se frustró cuando murió en un accidente […] De niño, X-AP-11 visitó la Casa Blanca a hombros de su padre y, al parecer, aquella visita lo marcó para siempre».

Después de cada apartado informativo, toma la palabra Nía, una policía humana, en primera persona, o Lukas, un androide de quinta generación, su compañero, también en primera persona. De esta forma, a través de puntos de vista alternos vamos introduciéndonos en la historia; reconocemos algunas calles emblemáticas que sobreviven en el Madrid del siglo XXII, hasta donde llegan las fotografías de personas del XXI que acompañan a cadáveres actuales. Todo apunta a un asesino en serie; pero la investigación se irá complicando para Nía y Lukas, a pesar de que ponen en marcha técnicas científicas propias de la época, «analizadas mediante espectrometría de masas, cromatografía líquida […] verificar la pureza del carfentanilo…».

Las muertes van aumentando, también el enigma de las causas de esos asesinatos, pero Nía y Lukas mantienen por encima de sus poderes mentales o físicos una confianza mutua absoluta, lo que les permite aclarar los sucesos, al menos hasta donde es posible. Habrá que terminar de leer para llegar a las conclusiones con deducciones que también hoy empiezan a ser habituales. En fin, Rafael Javier quiere dejar en el Epílogo un rastro de esperanza para el «hombre bueno», por lo que un narrador en tercera persona cuenta de manera objetiva el final feliz artificial creado para esta pareja, lo que nos deja cierta inquietud en nuestras expectativas.

A pesar del vocabulario científico, la prosa es bastante clara, con lo que el autor consigue un estilo sencillo y directo. Vamos entendiendo la trama según ocurren los hechos. Los diálogos son básicamente el eje de la novela y sus funciones son variadas. La más importante es que, gracias al predominio de la distensión entre los protagonistas, consiguen una trama entretenida a pesar de que los sucesos narrados vayan aumentando la presión. La principal finalidad de Madrid, distrito independiente es hacernos pasar un rato agradable mientras se acrecienta nuestra curiosidad y nos obliga a formularnos preguntas para interpretar los acontecimientos. Algunos enmarcan la situación de cada personaje, lo que nos permite, como lectores, conocerlos mejor «Se suponía que formábamos parte de la élite: personas capaces de trabajar junto a ese reducido grupo de androides como vosotros…». Después iremos concienciándonos de hasta qué punto son realmente una clase privilegiada. Y seremos conscientes del rol que la mujer continúa teniendo socialmente «¿por qué crees que todos los vehículos autónomos tienen voces masculinas de serie, mientras que los sistemas de mantenimiento y atención a los inquilinos en los apartamentos siempre tienen voces femeninas?». Pues sí, esto me lo pregunto yo en el siglo XXI y parece que otra mujer del XXII continúa con la incógnita.

Los vehículos son autónomos, el trabajo robótico quita bastante cometido a los humanos, que viven rodeados de máquinas dispuestas a servir y facilitar la vida, sin embargo la comunicación humana sigue siendo necesaria «Mi implante neuronal me permitía […] no haber hablado nunca […] yo prefería poder hablar con él».

Rafa Pérez Bielsa utiliza el diálogo, casi constantemente, para explorar también conceptos científicos, por lo que en este sentido, la colaboración de Lukas es fundamental «¡Joder, Lukas! Lo que me cuentas es bastante sospechoso. No nos queda otra opción que dar aviso a la Central».

Y, por supuesto, a través de los diálogos conocemos las tres leyes fundamentales de la robótica formuladas en 1950 por Asimov. En esas leyes intuimos la moral de un estado vigilante; los derechos humanos, tal como los conocemos hoy, han variado. No hay libertad intelectual, ni de decisión, ni de acción, a veces el ser humano está limitado por la propia naturaleza y otras, por los actos de quienes controlan a la población «recordad siempre que todas las conversaciones con vuestro compañero están siendo grabadas…” Todos asentíamos al unísono pero, en realidad, lo olvidábamos rápidamente».

Madrid, distrito independiente es una reflexión sobre los peligros de un estado totalitario en el que bajo una aparente felicidad se esconde el conformismo, la dependencia razonadora, la opresión y la amenaza.

lunes, 10 de noviembre de 2025

LA CAPITANA

Empecé a leer Progenie con algo de aprensión por la temática, cruda sin duda alguna, pero la narrativa de Susana Martín Gijón consiguió que leyera la trilogía completa. La autora no escatima en escenas que pueden dañar sensibilidades, pero lo hace con una afectividad tan personal que es imposible dejar de leer para luego replantearnos muchas ideas.

No había oído nada de La Capitana excepto que era novela histórica y la protagonista, monja. Ninguna de las dos premisas son “santo de mi devoción” pero en este caso no estuve indecisa: “Es de Susana”. Además, el contexto en el que se desarrolla, el Siglo de Oro, es uno de mis preferidos en el conjunto de la historia. Así que empecé a leer con el corazón encogido y poco a poco se fue expandiendo para entender a una protagonista que refleja fielmente a su personaje histórico. Sor Ana de Jesús, continuadora de santa Teresa de Jesús, constituyó una pieza clave en la empresa carmelita. Su buen amigo, san Juan de la Cruz, tiene también un papel fundamental en la novela. Y curiosamente, algo que hace de La Capitana una novela excepcional, es que Martín Gijón ha elegido a Juan Latino como otro coprotagonista, así mismo esencial en la resolución del caso. Y es llamativo aunque está en la línea de la autora, pues sus novelas ensalzan figuras que, pese a los condicionamientos y adversidades, han sabido brillar, tal es el caso de este afroeuropeo, el primero en distinguirse por su inteligencia a pesar del color de su piel. Estimado y respetado, pasó de esclavo a catedrático de la Universidad de Granada; sus diálogos en La Capitana, plagados de latinismos, lo confirman, sobre todo cuando se las ve con sor Ana de Jesús:


—Ipso facto —bromea ella—. Así le despaché.

—In situ —sigue él.

—Lo peor es que lo hice ex profeso.

Los personajes son reales, basados en la realidad, pues hay otros como la adorable Samira, que representan a un pueblo forzado a huir, sometido y humillado por la Iglesia católica. Son retazos históricos, presentes en todo momento y de los que no escarmentamos con el paso del tiempo. Algunos continúan sintiéndose superiores, con derecho sobre otros.

Susana Martín Gijón no defrauda, todo lo contrario. En La Capitana combina el thriller con una ambientación histórica perfecta. No nos cuesta trabajo introducirnos de lleno, como si fuésemos espectadores de esa realidad tan cruel históricamente como brillante en la literatura. La poesía de san Juan de la Cruz ilumina alguna página de argumento intrincado que se va aclarando con el paso de los capítulos. Aunque se desarrolla en 1585, todo comienza quince años antes, lo que da lugar a que al monasterio de las monjas carmelitas descalzas lleguen los cadáveres de dos frailes carmelitas, desnudos, con la cara deformada por pústulas y el miembro viril enhiesto. Sor Ana de Jesús, priora del convento, teme por la fama de este y su disolución. Fray Juan de la Cruz, amigo de sor Ana y prior de los padres muertos, ayuda a la resolución del caso, que también supone una afrenta para ellos.

La trama se va complicando con la muerte de una novicia de clase social elevada y la consecuente intromisión de la Inquisición. Profecías que se van cumpliendo, revueltas pasadas y enredos de la alta sociedad irán enrevesando una historia que desemboca en un final trepidante. Es una lectura adictiva. Los capítulos cortos ayudan al ritmo, que no decae en ningún momento. Como va cambiando de focalizaciones, nos llevamos más de una sorpresa. Con las analepsis y prolepsis temporales entendemos mejor el presente, tras desvelar ciertos misterios que envuelven la trama.

Los personajes históricos son tratados con respeto y cariño, esto hace que nos interesemos más por el Siglo de Oro, por la literatura e incluso por las órdenes religiosas, tan opuestas a los altos mandatarios eclesiásticos, a las tropelías de la justicia y de la Inquisición, siempre atacando a los más desfavorecidos, a los más débiles: en La Capitana, los moriscos y mujeres en general, «No importó que el pueblo entero le pidiera que detuviese su tropelía: el verdugo la estranguló mientras el feto se retorcía en su vientre. El alcalde vio así cumplida una venganza personal con el padre de la víctima».

De ahí que, refugiarse en un convento fuese una salida más que aceptable para la mujer cuando no quería someterse a los desafueros de los hombres. Pocas opciones tenían, preparadas para el matrimonio desde niñas; sus vidas estaban privadas de libertad para estudiar, trabajar o independizarse. No eran dueñas de nada. 

La autora sevillana vuelve a insistir en la querella social y en el homenaje a la mujer, denunciando la violencia machista y ensalzando el valor femenino. Empatizamos desde el primer momento con las protagonistas, aun siendo tan diferentes. La fuerza de voluntad de Ana de Jesús consigue sacar adelante el convento a pesar de vivir de la caridad. El resto de monjas supone un cuadro de aquellas mujeres de la época para las que no había otra salida. Pocas sentían la llamada de Dios, antes primaba la soledad, la humillación por ser diferente, física o fisiológicamente, la negación a ser dominadas por un hombre violento, la falta de recursos económicos familiares… La solución para todas era el convento, pero todas tienen la conciencia de ser mujer y eso es lo que las salva. Susana Martín apenas se detiene en personajes como Amal; con un par de trazos es representante de la ilusión de tantas niñas antes de ser servidoras de sus maridos, la decepción posterior y el miedo ante su nueva realidad. Son todas protagonistas de La Capitana, mujeres destinadas a plegarse a las exigencias sociales y familiares y, como Kala, enfocadas a proteger y amar. También hay hombres; unos, poderosos representantes del dolor constante; otros, respetados por su labor social a pesar de sus orígenes y algunos buenos que confían en un mundo mejor aunque ya solo lo esperen fuera de este.

Nuestra autora se ha sumergido en el Siglo de Oro y lo ha hecho tan bien que nos ha arrastrado con ella. Y somos también, con ella, defensores del trabajo de la mujer, en aquella época y en esta.

Entre tanta tensión relajan el argumento ciertos toques de humor con los que los personajes se definen.

—¿De dónde venís? —le espeta, olvidando todo protocolo.

—Estaba dando una vuelta por ahí.

—¿Por ahí? ¿Queréis decir dentro del convento?

Él asiente como si fuera la cosa más normal del mundo y sor Ana contiene las ganas de vocearle que cómo se atreve […] la mira con una sonrisa tan agradable que cuesta ponerlo en su sitio.

Y entre tanta tensión, nos relaja el ser testigos de la belleza de Granada, de la que fueron responsables en gran medida, los musulmanes, «La original Puerta del Molino, de fábrica nazarí, se llama ahora igual que la calle y que el monasterio cercano, otra joya arquitectónica de lo que algunos ya empiezan a considerar un renacimiento de las artes».

Susana Martín Gijón vuelve a dar una vuelta de tuerca a la novela negra, ahora con novela histórica tan fiel a la realidad que bien podría ser parte de una crónica del siglo XVI. Y si Camino Vargas nació con un papel diferente en lo habitual de la novela negra, sor Ana de Jesús es otra heroína distinta de nuestra literatura actual, fiel reflejo de su personalidad real. Seguimos, con esta autora sevillana, renegando de algunos seres humanos y manteniendo la esperanza en que prime la actitud de otros.