Empecé a leer Progenie con algo de aprensión por la temática, cruda sin duda
alguna, pero la narrativa de Susana Martín Gijón consiguió que leyera la trilogía completa. La autora no
escatima en escenas que pueden dañar sensibilidades, pero lo hace con una
afectividad tan personal que es imposible dejar de leer para luego
replantearnos muchas ideas.
No había oído nada de La Capitana excepto que era novela histórica y la protagonista, monja. Ninguna de las dos premisas son “santo de mi devoción” pero en este caso no estuve indecisa: “Es de Susana”. Además, el contexto en el que se desarrolla, el Siglo de Oro, es uno de mis preferidos en el conjunto de la historia. Así que empecé a leer con el corazón encogido y poco a poco se fue expandiendo para entender a una protagonista que refleja fielmente a su personaje histórico. Sor Ana de Jesús, continuadora de santa Teresa de Jesús, constituyó una pieza clave en la empresa carmelita. Su buen amigo, san Juan de la Cruz, tiene también un papel fundamental en la novela. Y curiosamente, algo que hace de La Capitana una novela excepcional, es que Martín Gijón ha elegido a Juan Latino como otro coprotagonista, así mismo esencial en la resolución del caso. Y es llamativo aunque está en la línea de la autora, pues sus novelas ensalzan figuras que, pese a los condicionamientos y adversidades, han sabido brillar, tal es el caso de este afroeuropeo, el primero en distinguirse por su inteligencia a pesar del color de su piel. Estimado y respetado, pasó de esclavo a catedrático de la Universidad de Granada; sus diálogos en La Capitana, plagados de latinismos, lo confirman, sobre todo cuando se las ve con sor Ana de Jesús:
—Ipso facto —bromea
ella—. Así le despaché.
—In situ —sigue él.
—Lo peor es que lo
hice ex profeso.
Los personajes son reales, basados en
la realidad, pues hay otros como la adorable Samira, que representan a un
pueblo forzado a huir, sometido y humillado por la Iglesia católica. Son
retazos históricos, presentes en todo momento y de los que no escarmentamos con
el paso del tiempo. Algunos continúan sintiéndose superiores, con derecho sobre
otros.
Susana Martín Gijón no defrauda, todo lo contrario. En La Capitana combina el thriller con una ambientación histórica perfecta. No nos cuesta trabajo introducirnos de lleno, como si fuésemos espectadores de esa realidad tan cruel históricamente como brillante en la literatura. La poesía de san Juan de la Cruz ilumina alguna página de argumento intrincado que se va aclarando con el paso de los capítulos. Aunque se desarrolla en 1585, todo comienza quince años antes, lo que da lugar a que al monasterio de las monjas carmelitas descalzas lleguen los cadáveres de dos frailes carmelitas, desnudos, con la cara deformada por pústulas y el miembro viril enhiesto. Sor Ana de Jesús, priora del convento, teme por la fama de este y su disolución. Fray Juan de la Cruz, amigo de sor Ana y prior de los padres muertos, ayuda a la resolución del caso, que también supone una afrenta para ellos.
La trama se va complicando con la
muerte de una novicia de clase social elevada y la consecuente intromisión de
la Inquisición. Profecías que se van cumpliendo, revueltas pasadas y enredos de
la alta sociedad irán enrevesando una historia que desemboca en un final
trepidante. Es una lectura adictiva. Los capítulos cortos ayudan al ritmo, que
no decae en ningún momento. Como va cambiando de focalizaciones, nos llevamos
más de una sorpresa. Con las analepsis y prolepsis temporales entendemos mejor
el presente, tras desvelar ciertos misterios que envuelven la trama.
Los personajes históricos son tratados
con respeto y cariño, esto hace que nos interesemos más por el Siglo de Oro,
por la literatura e incluso por las órdenes religiosas, tan opuestas a los
altos mandatarios eclesiásticos, a las tropelías de la justicia y de la
Inquisición, siempre atacando a los más desfavorecidos, a los más débiles: en La Capitana, los moriscos y mujeres en
general, «No importó que el pueblo entero
le pidiera que detuviese su tropelía: el verdugo la estranguló mientras el feto
se retorcía en su vientre. El alcalde vio así cumplida una venganza personal
con el padre de la víctima».
De ahí que, refugiarse en un convento
fuese una salida más que aceptable para la mujer cuando no quería someterse a los
desafueros de los hombres. Pocas opciones tenían, preparadas para el matrimonio
desde niñas; sus vidas estaban privadas de libertad para estudiar, trabajar o
independizarse. No eran dueñas de nada.
La autora sevillana vuelve a insistir
en la querella social y en el homenaje a la mujer, denunciando la violencia
machista y ensalzando el valor femenino. Empatizamos desde el primer momento
con las protagonistas, aun siendo tan diferentes. La fuerza de voluntad de Ana
de Jesús consigue sacar adelante el convento a pesar de vivir de la caridad. El
resto de monjas supone un cuadro de aquellas mujeres de la época para las que
no había otra salida. Pocas sentían la llamada de Dios, antes primaba la
soledad, la humillación por ser diferente, física o fisiológicamente, la
negación a ser dominadas por un hombre violento, la falta de recursos
económicos familiares… La solución para todas era el convento, pero todas
tienen la conciencia de ser mujer y eso es lo que las salva. Susana Martín
apenas se detiene en personajes como Amal; con un par de trazos es
representante de la ilusión de tantas niñas antes de ser servidoras de sus
maridos, la decepción posterior y el miedo ante su nueva realidad. Son todas
protagonistas de La Capitana, mujeres
destinadas a plegarse a las exigencias sociales y familiares y, como Kala,
enfocadas a proteger y amar. También hay hombres; unos, poderosos
representantes del dolor constante; otros, respetados por su labor social a
pesar de sus orígenes y algunos buenos que confían en un mundo mejor aunque ya
solo lo esperen fuera de este.
Nuestra autora se ha sumergido en el
Siglo de Oro y lo ha hecho tan bien que nos ha arrastrado con ella. Y somos
también, con ella, defensores del trabajo de la mujer, en aquella época y en
esta.
Entre tanta tensión relajan el
argumento ciertos toques de humor con los que los personajes se definen.
—¿De dónde venís?
—le espeta, olvidando todo protocolo.
—Estaba dando una
vuelta por ahí.
—¿Por ahí? ¿Queréis
decir dentro del convento?
Él asiente como si
fuera la cosa más normal del mundo y sor Ana contiene las ganas de vocearle que
cómo se atreve […] la mira con una sonrisa tan agradable que cuesta ponerlo en
su sitio.
Y entre tanta tensión, nos relaja el
ser testigos de la belleza de Granada, de la que fueron responsables en gran
medida, los musulmanes, «La original
Puerta del Molino, de fábrica nazarí, se llama ahora igual que la calle y que
el monasterio cercano, otra joya arquitectónica de lo que algunos ya empiezan a
considerar un renacimiento de las artes».
Susana Martín Gijón vuelve a dar una vuelta de tuerca a la novela negra, ahora con novela histórica tan fiel a la realidad que bien podría ser parte de una crónica del siglo XVI. Y si Camino Vargas nació con un papel diferente en lo habitual de la novela negra, sor Ana de Jesús es otra heroína distinta de nuestra literatura actual, fiel reflejo de su personalidad real. Seguimos, con esta autora sevillana, renegando de algunos seres humanos y manteniendo la esperanza en que prime la actitud de otros.

