sábado, 24 de junio de 2023

EL REINO


Está claro que el paisaje de esta novela queda alejado de cualquier tipo de vida conocido. Envueltos en un ritmo lento, los personajes parece que estuvieran atrapados a bastantes grados bajo cero y ese frío es el que despiden en las relaciones que mantienen. No encontramos cercanía en el trato; conforme nos vamos adentrando en El reino somos conscientes de que todos ocultan algo, como si una helada permanente hubiera congelado sus actos para que no pudieran manifestarlos a los demás.

La trama es impactante y oscura; nada es lo que parece, la calma narrativa se une a la personalidad sombría de un protagonista torturado por la culpa, traumatizado desde la infancia en un ambiente familiar tenebroso y espeluznante.

La montaña, majestuosa de apariencia aunque con un firme poco estable es la que preside ese reino, y el barranco, amenazante, no es sino su infierno particular «detrás de la curva un aro naranja enmarcaba la cima de Ottertind. Y una raja en la montaña de doscientos metros de profundidad, como si le hubieran pegado un hachazo».

Entre el lugar, los personajes y la acción se da una perfecta sintonía en la que la lentitud es fundamental para hundirnos en la armonía del conjunto y poder profundizar en la psicología de los protagonistas.

Nada es lo que parece en El reino y por eso todo resulta tan atroz, la calma es impostada, como los accidentes, como la unidad familiar, como la sonrisa atrayente del que seduce al resto, como las ganas de pelea del pendenciero, como la orientación sexual aparente, «Shannon se había asegurado de tener el Cadillac ese día. Pero Carl iría en el Cadillac a la ceremonia de inicio de las obras en el solar del hotel. O mejor dicho, hacia el solar».

Jo Nesbø escribe una novela negra monumental, no solo por sus más de seiscientas páginas sino porque aquello que rodea los páramos de Noruega forma parte de un thriller gigantesco que abarca todas las pasiones humanas, desde el amor al odio pasando por la amistad, el rencor, la empatía, la envidia, la corrupción, el maltrato, el miedo y, por supuesto, el asesinato «Aun así había algo que no cuadraba».

Ray y Carl Opgar son dos hermanos que, desde que cumplieron 16 y 17 años vivieron solos en su granja del monte Arrat debido al accidente de coche que sufrieron sus padres y a la muerte del tío Bernard, a causa de un cáncer terminal. Pero Carl, más exitoso en las clases, va a estudiar a la Universidad y se queda en Minnesota. Quince años después aparece con su mujer, Shannon, una arquitecta que ha realizado un proyecto para construir en la cima de la montaña un hotel que los hará ricos, a ellos y al pueblo «¡PARTICIPA EN ESTE SUEÑO!, rezaba el titular, y debajo: SPA HOTEL DE MONTAÑA DE OS. […] Ahí estaba, esa era la razón por la que Carl había vuelto a casa».

La unión de los hermanos vuelve a traer recuerdos y consecuencias. El agente Kurt Olsen cree que tanto su padre, como los de los hermanos no murieron accidentalmente. En la actualidad, la muerte del usurero del pueblo y el incendio del hotel cierran el círculo de sospechosos, pero nada se puede probar. Solo el lector, al final de la trama y casi sin respirar será testigo de lo ocurrido, porque es cuando Nesbø quiere que nos enteremos.

Es muy difícil construir una novela tan larga dando vueltas a un asunto sin cansar, y sin embargo esto es lo que ocurre porque en cada uno de esos giros aparece un nuevo suceso, se desvela un nuevo pensamiento que nos permite reemprender la lectura con una expectación mayor. Incluso las situaciones más desconcertantes dejan de serlo en lo más profundo de los personajes, por eso las aceptan reconociéndolas como previsibles «—Joder, Olsen, ¡saca el maldito alcoholímetro para que sople […] No has superado la prueba de equilibrio […] —Date la vuelta, Ray».

El protagonista es, en principio, Ray Opgard, su hermano Carl aparece como antagonista. Ray es pendenciero, Carl tranquilo; Ray es huraño, sin sentimientos, Carl se muestra simpático con todos, sumiso con su familia y necesitado de la protección de Ray. Conforme avanzamos en la lectura y las analepsis empiezan a sucederse nos damos cuenta de que la provocación que define a Ray no es sino una forma de ocultar su vergüenza y salvar la dignidad familiar, «La vergüenza por lo que has hecho, pero sobre todo la vergüenza por la propia debilidad, por no poder parar, por tener que hacer lo que no quieres».

El lector es consciente de que el espacio, apartado, enrarecido, es lo más destacable, es el verdadero protagonista; de hecho la fuerza narrativa del autor se agranda al trasladar la escabrosa naturaleza finlandesa a un ambiente novelesco intrincado, capaz de conseguir que los hermanos se muevan por laberintos de mentira y traición. Cuando nos percatamos de eso es demasiado tarde para albergar esperanzas. El pueblo entero es una red de engaños en la que los conflictos pueden pasar de unos a otros sin mediar ningún descanso. Nadie se libra de protagonizar actuaciones autodestructivas que golpean el interior de cada uno al tiempo que plantean problemas morales, «Esa mujer poseía algo de lo que Carl carecía […] Ese tipo de maldad por la cual el dolor que uno se procura a sí mismo siempre es menor que el placer de arrastras a otros en su caída».

Todos creen saber lo que no saben «—Según creo, tú todavía no has tenido novia, ¿verdad?».

Porque todos están dominados por El reino, que empieza encuadrado en la granja de los Opgard y termina gobernando a la montaña y a todos sus habitantes. El reino es un reino de humillación para los débiles y de falsos triunfos para los maltratadores porque, antes o después, la situación dará la vuelta «Y vi una sonrisa enfermiza abrirse paso por el rostro inflamado y lleno de mocos del tipo que tenía delante».

La novela está repleta de pinceladas de crítica social, hasta que llegamos al final y encontramos la verdadera denuncia al gobierno, a las autoridades que, impasibles, ven cómo aumenta el número de víctimas sexuales y por maltrato de género.

Jo Nesbø resalta la paradoja que vive un país que aun teniendo una de las legislaciones más avanzadas en igualdad de género mantiene estereotipos que favorecen la impunidad de los agresores sexuales «No sé por qué los tíos creen que tienen prioridad para beber en esta clase de reuniones, o por qué ellas se ofrecen a ser las conductoras sin que se lo pidan […] Cuando Carl y yo éramos pequeños la gente conducía borracha. Pero la gente ya no lo hace. Siguen pegando a la parienta, pero no conducen borrachos».

Conviene que no olvidemos esta reflexión.



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