El
último libro de Rosa Montero no es
un tratado sobre la locura aunque a lo largo de varios capítulos se refiera a
ella especialmente, acercándose a la oscuridad que supone; nos da a conocer
escritores esquizofrénicos, bipolares, sifilíticos, de los que, al ser
conscientes de sus dolencias, entendemos el horror que debieron vivir.
Cualquier cosa puede dañar irremediablemente nuestro cerebro, el maltrato
físico o psicológico, las drogas, las medicinas autorizadas, los genes, el afán
de perfeccionismo, la ambición… diversas condiciones que impiden la maduración
mental, imposibilitan poder fijar la atención y crean realidades paralelas a
las que el afectado se enfrenta confundiéndolas con la consiguiente angustia
que da la inestabilidad.
El peligro de estar cuerda
tampoco es un ensayo sobre la creatividad, aunque cuando alguien se enfrenta a
variados estímulos externos a la vez y debe estar alerta a todos ellos,
responde dispersando la atención con grandes dosis de lo que el resto llamamos
inventiva. En realidad la autora habla de estas personas como PAS, personas
altamente sensibles, conocidas por quienes las rodean como «maniáticas, quejicas», porque son más susceptibles de quedar
afectadas por el entorno. El lector reflexiona y se pregunta si el cerebro
creativo y el afectado por la locura estarán hermanados, ya que en ambos se da
cierta regularización de algunos neurotransmisores, «quizá la diferencia entre la creatividad y lo que llamamos locura sea
tan solo cuantitativa».
El peligro de estar cuerda no es un ensayo aunque Rosa Montero
explora, analiza e interpreta el porqué de la locura con argumentos y opiniones
de autoridades en la materia, combinados con su propia experiencia.
Está
claro que tampoco es una novela porque la autora se presenta como personaje de
su obra, incluso tiene otro desdoblado, pero no protagoniza hechos ficticios,
al menos no como tal; la obra está formada por hechos que ella ha vivido en
primera o tercera personas y tienen relación con la imaginación y el oficio de
escribir.
Rosa
Montero es un referente como novelista, ensayista, periodista y persona
comprometida con la mujer, con los niños, con la igualdad y la educación.
Incluso en sus novelas más ficcionales aparece su sensibilidad y la crítica
social. Una de las constantes de su obra es la memoria, otra es la identidad;
la muerte aparece asimismo en sus novelas; y el amor. El caso es que leer a
Rosa Montero implica introducirse en su mundo interior que es, siempre, una
llamada a la esperanza.
El peligro de estar cuerda es un canto a la vida aunque esté
lleno de dolor; y un canto a la muerte como parte de la vida. Somos seres
minúsculos, parte de un universo que gira y trae momentos inolvidables, otros
no tanto y otros horribles. Los artistas, PAS, son más sensibles a la hora de
salir de sí mismos, viven experiencias paralelas; Montero nos hace ver que
todos somos capaces. El libro está basado en múltiples escritores, y ella por
supuesto, que han tenido momentos de lucidez al querer establecer diferencias
con su realidad triste o dolorosa. Algunos se vieron abocados al suicidio,
encontraron en la muerte la única salida a la tortura que su cerebro estaba
infligiéndoles. Cabe preguntarse si los cerebros más trastocados son más dados
a escribir o escriben quienes, azuzados por el terror, intentan enfrentarse a
otra realidad. Y la autora llega a la conclusión de que para escribir es
necesario salir de la zona de confort, del yo. «Lo maravilloso es sentirse dentro de individuos diferentes de ti. La
ficción es un viaje al otro y ese es el trayecto más fascinante que una persona
pueda hacer».
La
autora presenta a muchísimos escritores de infancia trastornada, perdida por la
guerra, por quiebras económicas, por maltrato… y suscribe lo afirmado por la
psicóloga Lola López Mondéjar. «La salida
creativa tiene su origen en un encuentro precoz con lo traumático»;
creatividad que han experimentado autores que han sentido su mente disociada
entre el dolor y la bonanza, como si residiera en dos partes en las que una
debe expresar lo que hace la otra para entenderla y «poder soportarlo».
En
realidad, del subconsciente del escritor salen a la luz los diferentes lugares
comunes que los lectores observamos más tarde en la novelas, aunque éste no los
haya expuesto de forma deliberada, «son
como elementos oníricos recurrentes». Nuestra autora señala, como algo que
se repite en su obra, las mujeres pequeñas. Yo las he visto, aunque destacaría
de su literatura a la mujer fuerte, optimista y de buen corazón; recuerdo las
protagonistas de Historia del rey
transparente, La loca de la casa, La buena suerte… recuerdo a Bruna Husky.
Todas, mujeres que aun no siendo perfectas son bellas, tanto, que desearíamos
ser como ellas sin dudarlo.
Otra
constante de Rosa Montero es la muerte unida a la vida, el último paso que
daremos y que, al pensar en ello, nos hace sentir tranquilos.
Además,
la autora expone algo que tienen en común todos los escritores, o casi; el
nerviosismo, el sacrificio durante la realización y las expectativas que
abrazan una vez se produce la publicación. Son seres «terriblemente frágiles ante las críticas» pero, ante todo, son
afortunados porque a través de la escritura ahuyentan sus miedos, el horror que
les persigue en la vida real y afianzan momentos que nunca cambiarán en la
memoria con el paso del tiempo. Escribir es permanecer en un momento
determinado de la vida.
El
escritor no juega con el alivio del olvido, probablemente entre ellos abundan
los suicidas porque en determinados instantes son conscientes de que lo que
vivieron ya no existe, «según un estudio
sueco los escritores tienen un 50% más de posibilidades de suicidarse que la
población general». Pero Rosa Montero también advierte que los nervios
transmisores mandan al cerebro señales placenteras; solo hay que esperar un
poco para que llegue la contraria a quitarse la vida «Aguanta hasta que baje el nivel del alucinógeno. Aguanta hasta que
cambie la situación, porque inevitablemente cambiará». El suicidio tiene su
base en un arrebato de locura, algo que supone «un enemigo que acecha durante toda la vida, un buitre que te ronda
para devorarte». La escritura es un modo de ahuyentarlo porque, como
Strindberg, se pueden delegar en los personajes las terribles pesadillas.
Si en La loca de la casa, la loca era la imaginación, El peligro de estar cuerda redunda en la pena de vivir sin ella. Con un estilo descriptivo y datos reales, la autora se enfrenta a su propia vida, por lo que es difícil delimitar dónde empieza o termina la identidad de Rosa Montero. Da igual; ella es tal como aparece en el libro, cercana y empática; leyéndola nos damos por aludidos y nos sentimos bien: «Deja de rechinar los dientes, criatura, que no es para tanto. Me refiero al capítulo anterior. Ya sé que te han entrado escalofríos. A mí también […] Pero esto me sucede cuando miro el mundo desde mi ombligo […] Si soy capaz de alzar la cabeza y salir de mí y volar un poco, entonces diría que hasta le puedo robar unas cuantas chispas a la eternidad».
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