Estaba deseando
terminar La cena, creo que no he entendido bien el objetivo de Herman
Koch al escribirla. La estructura está bien pensada. Todo se desarrolla durante
una cena en un restaurante de lujo de Holanda. Así pues se divide en cinco
partes: Aperitivo, Entrantes, Segundo, Postres y Digestivo, más la Propina
(esto no es ironía, o sí), en las que los lectores nos vamos enterando de la
vida de dos familias de clase media-alta, o al menos de los sucesos más
relevantes de su vida.
El protagonista, narrador en primera persona, acude a
una cita familiar; dispone de tres horas aproximadamente para describir las
raciones que tan explícitamente les va detallando el maître y que a nosotros,
más que aclararnos datos gastronómicos, nos aporta una información relevante
sobre su personalidad pues, lo de menos es la comida, importa lo insoportable
que se le llega a hacer el camarero, de ahí que su máxima fijación la
constituya el dedo meñique con el que va señalando minuciosamente los
componentes de cada plato que va llegando a la mesa, para destacar la
procedencia o la manera en la que están cocinados. Asimismo, mediante
analepsis, vamos conociendo a otros personajes que se cruzaron en su camino y
le resultaron igualmente insoportables «Nuestras
posturas eran irreconciliables» «En un grupo de 100 personas, ¿cuántos cabrones
hay? ¿A cuántos capullos les apesta el aliento, pero no hacen nada por
remediarlo?...». Y si ya desde el Aperitivo adivinamos en Paul una personalidad obsesiva, en los
Entrantes, Segundo y Postres, confirmamos nuestra sospecha: Paul Lohman es un
acomplejado; desde su infancia, probablemente, ha ido a la sombra de su hermano
Serge, el vencedor, el que ha triunfado de manera absoluta en la política, el
que se ha granjeado fama de honrado y buena persona al adoptar a otro niño,
tras haber tenido dos biológicos, el que consiguió una mujer guapísima que lo
admira y es admirada por todos, de ahí que constantemente tenga la necesidad de
mostrarse a sí mismo lo anodino que es Serge, la admiración, incluso deseo, que
su cuñada Babette siente hacia él, y la felicidad evidente y real que él
experimenta con su mujer Claire y su hijo, Michel; una mujer inteligente, cuya
personalidad se le amolda a la perfección y un hijo cuyo físico es un calco
absoluto de él desde que nació. Paul siente una profunda envidia hacia su
hermano; las causas no son relevantes, sin embargo el lector no entiende las
consecuencias de esos celos pues, conforme va avanzando el menú, nos enteramos
de que Paul, un fracasado, imposibilitado para el trabajo a causa de una
enfermedad (que aunque no se especifica sabemos que es genética y que se manifiesta
mediante la violencia si el paciente deja la medicación), ha agredido de manera
extrema a Serge en más de una ocasión. ¿Por qué Serge no lo denuncia? En la
Propina a la que antes aludíamos asistimos, estupefactos, al daño irreversible que
Paul le ha provocado a su hermano, no sólo físico sino también laboral y por
supuesto emocional. ¿Es que en Holanda no se investiga nada?
Michel, digno hijo de
su padre, heredero de ese gen maligno, continúa asimismo su trayectoria aunque,
como es obvio, profundiza más; no hay nada como tener un buen maestro. Así
pues, este adolescente llega a la tortura y asesinato… ¿Tampoco se investiga
nada?
¿Qué pretende Herman
Koch? ¿Hacernos creer que es fácil salir indemne de situaciones violentas en
las que es posible atentar contra el vecino (una y otra vez) y seguir con la
vida como si tal cosa? No hay que ser demasiado inteligente para darnos cuenta
de que no, no es posible. Podríamos pensar que se trata de una novela, de algo
ficticio, pero es que el autor se ha basado totalmente en la realidad; por un
lado, en España fue noticia la tortura y muerte causada a una indigente en un
cajero automático, igualmente, las palizas a mendigos grabadas con cámaras y
subidas a internet ocuparon las pantallas de televisión durante un tiempo; por
otro, en 1993 algunos científicos estudiaron a una familia holandesa en la que
el comportamiento agresivo de los hombres era notable y se heredaba según las
leyes de Mendel; descubrieron entonces una mutación en el gen que modifica la
enzima Monoamino-oxidasa A (MAO-A). La ciencia creyó haber encontrado la
respuesta a la violencia; de hecho, estudios posteriores explican por qué los
hombres portadores del gen MAO-A no pueden controlar su comportamiento. Sin
embargo, el responsable de la agresividad no sólo es este gen, sino que también
la determinan los factores sociales y familiares.
Así entendemos mucho
mejor la conducta de Michel pues tuvo en su padre, Paul, un modelo provocador y
de extrema violencia en ocasiones, capaz de enviar al hospital a determinadas
personas a las que propina brutales palizas o amenazas, a la luz del día,
delante de testigos, con la única consecuencia de recibir una baja laboral que
se extendía ya más de 9 años. Comprensible, entonces, que el angelito Michel
haya ido adoptando la actitud fría, calculadora y sin emociones de un padre que
ha ido marcando su niñez con experiencias traumáticas.
Si Koch pretendía describir
los estragos que un gen violento puede ocasionar en una persona, en los que la
rodean y en toda una sociedad, no lo ha conseguido. Paul descubre lo que hace
su hijo, y decide sin ningún tipo de «presión
enzimática» dejar de tomar la medicación, empeorar su estado mental, por
decirlo de alguna manera, para no encontrarse con ningún tipo de trabas a la
hora de ayudar a Michel a salir del atolladero. Resuelve «hacerse violento».
Además está Claire, su
mujer, quien como el mismo protagonista recuerda una y otra vez, es
inteligente, mucho más que él. Por eso deducimos que ella sabía perfectamente a
quién se unía antes de casarse; de hecho, ella, que no es portadora de ninguna
enfermedad rara, es la más violenta de todos los personajes de La cena. Esto fue lo que atrajo a Paul «tenía una mirada que intimidaba a los
hombres». Claire encontró en su marido la fuerza que ella no tenía, ella
sabía que había dejado la medicación y en ningún caso le dice que se la tome,
incluso es así como le gusta, violento… Está encantada, como también lo está de
que su hijo Michel haya heredado de su padre el comportamiento, y lo alienta.
Es una mujer sin escrúpulos que justifica lo que hace su hijo, no por amor sino
porque el daño lo causa a seres que ellos consideran inferiores.
Tampoco hay ningún
valor de protección paterna en la novela. Ambos hermanos, Paul y Serge, están
preocupados por sus propios intereses. El problema de los hijos no es más que
eso, algo que de alguna manera les impedirá seguir con la vida que llevan.
Babette, la mujer de Serge, llora no por lo que su hijo haya perpetrado sino
por las consecuencias, molestas, que traerá en su vida de cuento de hadas. Por
último tampoco creo que el objetivo del autor haya sido reflexionar sobre el
comportamiento racista de la alta sociedad puesto que no profundiza en ello, de
hecho el estatus social es un mero añadido. Así pues llego a la conclusión de
estar ante una novela que plantea la situación de que hay personas malas, sin
corazón, que se acercan a la animalización, y que viven entre nosotros sin
consecuencias aparentes.
Debo añadir, con pesar,
que bien el trabajo de la traductora, bien las erratas tipográficas, consiguen
que esta novela descienda aún más en su nivel:
Hay acentos que sobran, por
ejemplo en los pronombres átonos —por eso se llaman así—, «Después me dirigió una mirada especial, no sé me ocurre otro
modo de describirla».
Hay sílabas que faltan:
«detrás de los arbustos, en la cera
de enfrente».
Y hay construcciones
que rayan en lo vulgar «A bote pronto».
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