A
finales de verano leí La sepultura 142, Juan Ramón Barat,
su autor, tuvo la gentileza de enviarme el libro, recién salido, para que lo
leyera. Y así lo hice, y me gustó tanto que pensé compartirlo. Muchos de
vosotros lo habéis leído ya, por eso vamos a comentarlo.
La
Sepultura 142 es
la 2ª parte de Deja en paz a los muertos; los protagonistas son los mismos,
sin embargo no es necesario leer la 1ª novela de lo que podríamos llamar, la
serie de Daniel Villena (Juan Ramón te lanzo una sugerencia que seguro nos
encanta a todos); de hecho, el final de ésta queda un tanto abierto.
Daniel
es un chico sagaz, inteligente, perspicaz, buena persona, buen estudiante, pero
sobre todo tiene un don que lo hace único, su mente es capaz de intuir
situaciones que el resto de los mortales no puede, de vez en cuando puede
comunicarse con desaparecidos, muertos que a través del subconsciente requieren
su ayuda para que los causantes de la desgracia no queden sin castigo.
En
esta ocasión, nuestro estudiante de Periodismo conseguirá, junto a su novia
Alicia, resolver el asesinato de otra pareja de jóvenes, Héctor y Berta;
aprovechando un trabajo que les mandan en la universidad, la realización de un
reportaje sobre un caso actual, Daniel y Alicia pueden ir abriendo una serie de
puertas que facilitarán el éxito, aunque también, en alguna ocasión, ponen en
peligro sus propias vidas.
La
novela es interesante, la trama se complica y, sin embargo, todo fluye de
manera natural, no encontramos situaciones forzadas. Sería muy fácil, basándose
en el don de Daniel, que el espíritu de Héctor se le apareciera y lo guiara
hasta los asesinos, pero el autor sólo toma esta capacidad del protagonista
para aumentar la tensión y el suspense, porque el misterio llega hasta el final
y todo queda resuelto según la lógica, la deducción y la inteligencia. De
hecho, aparecen secuencialmente los pasos que un buen periodista debe seguir
para investigar un asunto y poder elaborar un excelente reportaje: lectura de
datos, entrevistas con allegados o posibles conocidos, búsqueda en internet,
revisión de fotografías, facturas, trabajo deductivo, de campo…
Leí
Deja
en paz a los muertos y me gustó. He leído La sepultura 142 y me ha
gustado más; Daniel ha madurado, es mayor de edad y nos muestra temas candentes
que contribuyen a que los lectores pensemos, y apoyemos —creo que unánimemente—
la denuncia del autor: la trata de blancas; el comercio con chicas y sus
horribles consecuencias son la base de la trama, pero también aparece la
corrupción policial —de un sector—, la locura, o los malos profesionales como
el detective Carlos Valley.
Estos
temas consiguen mostrar un argumento redondo y, sin embargo, la novela da para
más. Durante su lectura he reflexionado sobre las relaciones de pareja, los
celos normales del comienzo, fruto de la inseguridad que se suele tener en la
juventud, pero sobre todo, el cariño y la admiración mutua, base de algo
duradero. Las relaciones familiares rodean al protagonista y éste se apoya en todo
momento en su familia. Está bien que los progenitores sean tolerantes y al
mismo tiempo capaces de hacer cumplir una serie de normas, sin excusas. El rol
de los padres queda totalmente diferenciado al de los abuelos que, si bien
aparecen de pasada, tienen un papel entrañable. Además permiten que el lector
se entere de curiosidades como los diferentes tipos de uva y la creación del
vino y, por supuesto, son los encargados junto a la hermana menor, Irene, de
rebajar la tensión, aunque sea por escasos momentos, de la trama.
Asimismo
detectamos las ventajas y posibilidades que el buen uso de las redes sociales
puede aportarnos y, pese a que no se profundice demasiado en ella, la vida del
estudiante se revela con algo de benevolencia.
Pero
merece la pena abordar los múltiples guiños culturales que vamos percibiendo
con gran satisfacción. Curiosísimo el enlazar el mito de Cipariso al argumento
(¡Estos clásicos! siempre oportunos). Curioso el mito de Venus unido a la
simbología de las flores y, por supuesto, las referencias a la pintura, a la
música o a la literatura son de agradecer. Creo que voy a releer poemas de José
Zorrilla.
Pues
en esta cantidad de temas no he encontrado ni una sola página aburrida, por
supuesto la historia tiene que ver en ello, pero no es menos importante la
sintaxis perfecta del autor. Ni una sola falta, de concordancia, puntuación o
siquiera errata. El libro se lee de un tirón porque Barat hace gala de un
estilo dinámico, fluido, con un vocabulario coloquial aunque salpicado de
términos cultos, como corresponde a Daniel, narrador universitario, y palabras
algo más vulgares, que retratan a otros personajes o a determinadas
situaciones. Asimismo las expresiones populares o refranes aportan, en
ocasiones, un clima familiar.
En
cada capítulo el narrador introduce algo nuevo que va expandiendo la trama, al
tiempo que retrasa la resolución del misterio y aumenta la curiosidad del
lector, además los episodios suelen terminar en el clímax de una situación,
creando así la necesidad de seguir leyendo, o con una imagen impactante,
mediante técnicas cinematográficas que mantienen la atención.
La
novela, en fin, es de calidad, imaginativa y estilística. Ahora es el turno de
todos los lectores que quieran comentar aquellas situaciones, expresiones o
curiosidades que han llamado su atención. A mí me queda agradecer a Juan Ramón
Barat su excelente literatura y a todos los que queráis, con vuestros
comentarios, enriquecer la percepción de la novela.