En Literatura Universal estudiamos tres
obras de teatro, Otello, Romeo y Julieta y Tartufo.
Con las tres hemos disfrutado aunque no pertenecen a nuestra época. Por eso son
universales. El tiempo es lo de menos.
En el Siglo de Oro los espectadores
tenían una ideología, un modo de pensar e interpretar el mundo y la realidad
parecidos, aunque las diferencias sociales fueran notables. Los conflictos que
se planteaban en el teatro interesaban a todos. Pero hoy, que hay multitud de
formas de pensar, nos siguen interesando las obras citadas, se siguen representando
con o sin adaptaciones y siguen llenando salas. Cuando una tragedia es buena, la
relación entre espectador y personaje, más que de identificación, es de identidad y Shakespeare lo consiguió. Sus tragedias nos mueven a la acción o al
pensamiento, nos conmueven, nos transmiten ideas y nos deleitan. Está claro,
son rabiosamente modernas; creo que es porque los personajes son meras escusas
para poner de manifiesto a través de sus relaciones, las funciones básicas del
teatro: la de crítica social o política, la renovadora de códigos (el del
honor, el ético), la función de reflexión (sobre nuestra propia sociedad), la
comunicativa y, por supuesto la catártica y la de evasión.
Molière no crea tragedias, pero el
conflicto de Tartufo nos revela su cara oculta; detrás del ridículo aparece la
seriedad del problema que pueden plantearnos personas acosadoras o aduladoras
en exceso con la única finalidad de medrar. En Tartufo, farsa del siglo XVII,
se esconde también el drama de muchas familias del siglo XXI.
Pues una vez más ¡gracias! a estos
grandes de la literatura porque nos ayudan a pensar, y si pensamos, somos, o no
somos (¿era ésa la cuestión?).
Después de tanto tiempo, seguimos comportándonos como antaño. Permanecemos (por costumbre, por pereza o por mala leche) en los hábitos machistas, crueles y racistas, que se justifican con la simple mención de la conservación de la tradición cultural. Posiblemente sea esa conservación patrimonial la que impida al teatro renovarse, representando los mismos dramas año tras año, siglo tras siglo. ¿Llegaremos a pasar página si seguimos teniendo como ejemplo de romanticismo a una mujer completamente incapaz, sin opinión propia, esperando a que venga un hombre y la salve?
ResponderEliminarYo no veo amor, tal como lo entiendo, en Romeo y Julieta, pero veo la obcecación de una familia y de una sociedad que pone trabas constantes a la libertad. Ahí te doy la razón. Hemos avanzado poco. Sin embargo sí hay renovación teatral y jóvenes que se quieren hacer oír en sus opiniones. Ojalá tengamos la oportunidad de ver alguna obra de Angélica Lidell, Premio 2012, o de Juan Mayorga, Premio 2013
ResponderEliminarY ojalá todas las mujeres lleguen a la convicción de que sólo ellas pueden decidir por ellas mismas
Coincido con la autora del artículo en el interés que siguen despertando las obras clásicas. De hecho, en la última edición de los Premios MAX, recién fallados, el galardón a la mejor dirección ha sido para Carles Alfaro por "El lindo don Diego". No deja de ser sorprendente que, tres siglos y medio después de que Moreto la escribiera, esta obra siga haciendonos reír invariablemente cada vez que se representa.
ResponderEliminar¡Ánimo con el Blog! Tiene muy buena pinta
¡Gracias por los ánimos!. Además intentaré ver de nuevo El lindo don Diego, creo que actúa el "Neng" y ha sido una revelación.
EliminarHay que ver que los intentos de Edu Soto por quitarse ese personaje son totalmente fallidos...
EliminarA lo mejor es una tontería, pero conocemos por la prehistoria y la historia de la lenta evolución del ser humano, a lo mejor unos cientos de años no son nada para que la raza evolucione a la rapidez que lo hace la tecnología o nuestro deseo de cambio.
ResponderEliminarLos temas son los mismos porque la raza es la misma, lo cambia es la manera de verla o de entenderla, ¡a ver si pronto nos volvemos verdes o algo así y tenemos algo nuevo de lo que escribir!.
Enhorabuena por el blog
Gracias!
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