domingo, 7 de abril de 2019

CARVALHO: PROBLEMAS DE IDENTIDAD



Voy a empezar la crítica de esta novela con algo que no tiene que ver con ella, pero sí con la escritura. Y es que, de vez en cuando, se cuelan faltas de ortografía que, por ser cada vez más habituales, llegará un momento en que no se vean como faltas. Probablemente el culpable sea el corrector del ordenador, no digo que no, pero precisamente por eso debemos tener cuidado al escribir expresiones que suenan igual pero se escriben diferente. Es el caso de «si no» y «sino». La conjunción sino contrapone la negación dicha con una afirmación, es fácil utilizarla puesto que podemos sustituirla por pero, incluso si se elimina de la oración no pasa nada «No quiero esto, (sino) lo otro». Pero la expresión si no refleja una condición en la que la negación de un concepto depende de otro (y no se puede quitar). Dicho esto, en la oración «Una buena réplica a tiempo alarga los sentidos, sino de qué Moriarty» hemos de ser conscientes de que debiera escribirse separado. Tenemos que esforzarnos un poco para preservar nuestra lengua, poco a poco menos rica en acepciones.

Dicho esto hay que reconocer que Carvalho: problemas de identidad ha superado con creces las expectativas que tenía de este personaje. Es la parte más emotiva de la novela. El personaje. Carvalho cobra vida propia, o mejor dicho Carlos Zanón convierte a este personaje de Vázquez Montalbán en un ser real que, en su día conoció a El Escritor, vivió en su mismo edificio y le aportó ideas sobre él mismo y los casos que llevaba, para crear al detective más famoso de la ficción española durante casi cuatro décadas.

Está claro que Manuel Vázquez Montalbán fue un genio, culto, comprometido, buena persona y valiente, pues no dudó en denunciar mediante artículos periodísticos, ensayos, poemas y novelas todos los desmanes del franquismo y la democracia. Mediante el detective Pepe Carvalho compuso una crónica sociopolítica y cultural del momento. Así, pudo denunciar la crisis del partido comunista en Europa, la desmesura en los gastos de la olimpiada celebrada en Barcelona o el poder del dinero y las sectas.

Por todo esto, porque Pepe Carvalho tenía una identidad, y su autor también, veía difícil acometer la empresa de traerlo de nuevo a las letras. Y Carlos Zanón lo ha conseguido. Carvalho regresa tomando vida propia y recordando constantemente a aquél que lo creó «Muy a menudo me pregunto qué pensaría El Escritor de esto y aquello. ¿Qué diría de todo esto que sucede ahora en esta ciudad […] Hablar con él me tranquilizaba».

Regresa, si cabe, más duro. El estilo áspero, cortante, refleja con toques naturalistas la desapacible vida del detective y los casos a los que debe enfrentarse; leídos tienen un punto de hiperrealismo que se convierten en descripciones esperpénticas a veces. Reflexionados, son un triste reflejo de la realidad actual

”—¿usted qué piensa, señorpepecarvalho?”—, pero sólo sé todo lo que me callo.
Como, por ejemplo, que las putas de la montaña no son material deseable para locales de alterne en red alguna […] producto nacional, la mayor parte […] que se quedaron atrás […] demuestran que a esta maravillosa ciudad siempre se le ha dado muy bien guardar el barrido bajo la primera alfombra que se le presentara, ya fuese el colaboracionismo franquista, Andorra o el Palau de la Música.

Este es el punto de unión entre los dos catalanes y hay que reconocer que Zanón ha concebido un homenaje épico para su antecesor.

Pepe Carvalho sale de las páginas literarias y recuerda a su creador, con alegría pues le dio buenos ratos, con nostalgia pues hace veinte años que no tiene en quién apoyarse, «Felices en Roma, Siria o en Bankok, pero lejos del aeropuerto, que allí se me quedó un amigo». Este dativo ético puede ser engañoso. Sí es nostálgico. Sin embargo, a pesar de sus 63 años, de su enfermedad, posiblemente grave, que no lo deja comer, de su soledad desde que decidió dejar a Charo para no hacerle daño, sigue siendo inteligente, culto y lúcido. Precisamente por eso comienza poniendo al lector sobre aviso de quién fue su autor, continúa aludiendo a obras de Vázquez Montalbán y a cómo ese personaje llegó a la televisión «Conocí a Poncela y a Charo López, eso sí, con la que intimé y sufrí, y con la que también sufrió la otra Charo».

Puede que debido a la edad, o al bagaje que lleva a sus espaldas, su cinismo ha alcanzado cotas insospechadas, pero esto es superficial, cara a la galería; en su intimidad está cansado, ha perdido parte de la ilusión por vivir «Solo tengo unas tremendas y apabullantes ganas de estar solo […] Esconder la cabeza entre las manos y tratar de recolocar las cosas, la información, las cartas escondidas, y luego borrarlo todo, borrarme a mí, borrar hasta el recuerdo de haber querido entender algo».

La integridad que aún mantiene pretende ocultarla bajo una capa de sarcasmo que sacude a quienes quiere y les hace daño, aunque el gran corazón que lo ha caracterizado siempre aparece tímidamente, como sin querer, para mantener la fama de su personaje, que reconoce la buena comida aunque ahora no disfrute con ella, que le sigue gustando beber y lo hace, a pesar de que no le sienta bien.

Pepe Carvalho ha vuelto más solo que nunca, no tiene a El Escritor, «Ojalá estuviera aquí ahora», no tiene a Bromuro, no tiene a Charo y Biscúter, más adaptado socialmente, se ha enrolado a Master Cheff. «—Ya sé lo que es. Sé perfectamente lo que es. Lloros, publicidad, risas, competición, vejaciones, vanidad, escarnio, montaje, cretinismo, fama, estupidez: o sea, pura televisión».

Es cierto que Estefanía, su nueva secretaria, lo espolea de cuando en cuando y lo hace sentir vivo, pero básicamente se enfrenta solo a los dos casos que se le presentan, el de una prostituta retrasada a la que han asesinado y enterrado en Montjuic y el del homicidio de la abuela y la hermana de Amèlia, actriz frustrada que mantiene una doble relación, con Max, posesivo e hiperprotector y con Manel, guardia imputado por violencia. Además lleva a sus espaldas el caso de su novia Zombie, una drogadicta, mujer de un asesor presidencial, que le exige verla o dejarla según su conveniencia o la de su marido. Mala relación en la que, a pesar de saber que lleva las de perder, se mete hasta el fondo porque confunde atracción o pena con amor. Pero ya se sabe, el gobierno es intocable.

Esto es lo esencial de Carvalho, y el de Carlos Zanón no lo ha perdido; casi más que los casos que lleva entre manos importa la autopsia certera que realiza a la sociedad actual «Mantiene el menda una dignidad afectada, del tipo “nada de lo que dicen de mí es cierto y el tiempo me dará la razón”, muy habitual en políticos corruptos, banqueros a la defensiva y monarcas eméritos».

Una de las técnicas más oportunas para conseguir el pertinente análisis es el uso del monólogo interior cargado de intención crítica, «del que fui guardaespaldas mientras bajaba a pillar heroína a los negratas, perdón negros».

Las digresiones se introducen en los casos actuales para ponernos al día de su ausencia «Rechacé lo de Ámsterdam y acabé en Nueva York», al tiempo que recuerdan a una pintura de diferentes entornos en la que la documentación artística destaca sobre todo «Decían que Elvis en persona llamaba a Doc cuando alguna frase en alguna canción no le parecía adecuada». Casi siempre contienen un flujo de conciencia en segunda persona que se mezcla en la primera para, con efecto ambiguo, describir el estado del personaje y el del ambiente «todo el mundo grita por todo, así que no sabes qué está pasando hasta que ya no pasa nada o es demasiado tarde para evitar que pase».

El estilo es indudablemente ágil, a pesar o precisamente por las digresiones, sugerente, en donde la expresividad, siempre presente es a veces tierna, incluso cuando está revestida de una capa dura. De esta forma, mediante pinceladas sueltas define a los personajes, «La Briongos. Ahora no recuerdo si la he despedido o se ha marchado ella o ha sido una de las broncas de siempre con Biscúter […] chaleco antibalas de uno y otro».

La narración también cobra dinamismo cuando elide palabras, incluso frases, consiguiendo que quede lo más escueta posible, casi descriptiva, lo que unido al diálogo parece un guión cinematográfico «Carcajada. Aguanto el chaparrón. Hace que lee una noticia. Mira por debajo de su flequillo donde yo debo tener los ojos pero yo opto por evitarla. Son sus maneras de coquetear».

El realismo está presente de forma constante, las largas descripciones en las que se unen sin transición personas, tiendas, anuncios, despersonalizan a la sociedad; asimismo, en medio de tanto realismo las metáforas abandonan su sentido figurado y dan impresión de realidad «Una virgen pagana, en tres azules, hermosa hasta para cambiarse uno de religión, sale del Súper barato». Las comparaciones imposibles devienen en enumeraciones que concluyen de forma rotunda antes de dar paso a la crítica mordaz social, política o educativa «vejaciones, insultos, palizas, acoso por las redes, en los recreos, en las salas de gimnasio, tierra, mar y aire. Linchamiento y escarnio».

La dureza se vuelve más cruda cuando, en esta polifonía narrativa, la primera persona es tomada por otro personaje que además está muerto y, desde su más allá hace sentir aquí el dolor, la humillación, la angustia hasta que el lector empatiza y se da cuenta de que también le falta el aire. De hecho, las narraciones, a veces naturalistas, rozando lo esperpéntico por la inclemencia reinante, retratan a una sociedad de tercera en la que el personaje manifiesta su desprecio y rencor hacia quienes blanquean sus actos con grandes eventos o miran hacia sí mismos:

Estamos aquí esperando a un tío que mató a un desgraciado que atravesó todo el puto continente africano para vender mantas y mandar dinero a su puta tribu […] y tú me preguntas de qué modo puedes superar ese dolor tan grande que tu novia uruguaya te produce porque igual tiene un lío con otro tipo

Igualmente la mezcla de personas narrativas provoca un efecto hipnotizador en el lector; al pasar de la primera persona al narrador autodiegético consigue hacernos partícipes de lo que ocurre al tiempo que el protagonista adquiere mayor profundidad psicológica «Temo que ella haya llamado y temo que no lo haya hecho. ¿Cómo te encerraste en su mundo desquiciado?».

Y si el estilo es perfecto, no cabe duda de que el uso variado del lenguaje ayuda. Los términos poéticos catalanes, virolai, se unen a otros científicos, glucógeno, y a otros actuales pertenecientes a la informática, troles; incluso a veces los acrónimos están expuestos tal como se usan «con su PIN, su PUK y su santísima madre». En un mismo diálogo puede darse la mezcla de ambas lenguas, catalán y español (¿en un intento de certificar la convivencia?)

—Quina edat té?
—Muchos

Hay metonimias que recuerdan constantemente su soledad «me tienta acompañarme de algún crianza, pero hoy quiero anestesia rápida y escocesa». Y metáforas cosificadoras que inciden en su falta de ganas de existir «no soporto tanta profundidad. No sin estar macerado».

La falta de civismo queda perfectamente retratada en las metáforas animalizadoras y empequeñecedoras «unos cuantos semáforos que ni las manadas de turistas ni los indígenas respetan, como si […] los coches se convirtieran en inofensivas sillas de ruedas de lisiados». Por otro lado, las personificaciones aportan importancia a la ciudad como personaje «empieza a tiritar el alumbrado eléctrico». Y abundan las metáforas irónicas que devienen en nostálgicas «Saco mi viejo Focus color plateado con todas las estelas posibles de las columnas del parking».

Mediante elipsis agiliza el ritmo narrativo para recobrar su protagonismo con el estilo indirecto; todos los recursos son válidos si afianzan la importancia de la situación, incluso el polisíndeton con el que ralentiza la noche hasta que influye en el estado de ánimo del personaje «y me intercalo y me barajo entre un bar gay y otro bar menos gay y otro abiertamente no gay y en cada uno me meto un Ardbeg…».

La ironía cargada de crítica hacia determinados espacios televisivos se refuerza con neologismos populares «Es barricidio».

Y por supuesto el humor está presente en todas sus variedades, siempre escondiendo, o no, la crítica pertinente: El triste, que se refleja en metáforas esperpénticas «dice una de las mujeres pintarrajeada por su peor amiga del Imserso y vestida por la peor de EGB». El negro, con el que critica la falta de implicación social «debe estar poniendo multas en rotondas o lanzando a manteros por terraplenes». El irónico, del que se vale para retratar a un amigo «Su mujer se llama Josefina y es procuradora. Nunca he conocido a la tal Josefina. Igual es la Chica de la Curva». Humor en el empleo de conectores que advierten el cambio en la función de algunos establecimientos «Paso al lado del quiosco, abierto, donde se vende de todo, y también revistas y periódicos». Humor en los hipocorísticos, «Biscu», en los motes sugerentes «Jeremías de plastilina» y en los acortamientos «píllamelo en el Paqui». Humor en los diálogos con Biscúter pues consigue el efecto contrario que pretende, marcar el cariño que se tienen

—¿Le dijiste que cobramos primera visita?
—No. Me dio mucha pena. No paraba de llorar.
—Genial. El mes que viene te pagaré yo con lágrimas.

Sarcasmo para que no olvidemos quién es ni lo que piensa de la sociedad «...a la mitad de los catalanes que aún no se decidían a arrancarse de sus cuerpos la posesión diabólica que supone ser españoles con lo sucio, pobre y chillón que es ser español». Y humor al más puro estilo de los Hermanos Marx con el que se define a la perfección

—Y al parecer no tienes coartada
—No
—Vaya
—Estuve viendo el culebrón de TV3. Si eso te sirve
—Si cuando te juzguen somos independientes, sí
—Joder, Pepe
—¿Pepe?
—Ovidio es Pepe en latín

Y así, rodeado de humor, ironía, sarcasmo, nuestro Pepe Carvalho honra no sólo a Vázquez Montalbán en todo momento; otros escritores aparecen abiertamente, o a través de sus obras, como reconocimiento a la buena literatura: Galdós «galdosiano», Gabriel Celaya «un arma cargada de futuro», Baudelaire «hastío o esplín», Tomas Mann «mientras se me derrite el maquillaje bajo sol cubano», Marsé «la oscura historia de la prima Amelia» o Bécquer «poseerla después de abatirla […] encerrada ella en una torre».

Excelente novela, excelente Carvalho de otro excelente escritor.

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