No
había oído nada de la novela, nada sabía de su autora, pero Amaya (nunca se
cansa de hacerme feliz) me regaló El cielo en un infierno cabe porque
tenía unas referencias estupendas.
En
1625, Berenguela de la Santa Soledad, de 42 años, acude al tribunal de la Santa
Inquisición para denunciar a Bárbara de la Santa Soledad; ambas, huérfanas
criadas en el hospicio que les da el apellido –¡Cuánto santo nos ha rodeado
siempre!–. Cuando tenía 16 años, Berenguela se hizo cargo de Bárbara quien
llegó en 1599, recién nacida, una noche de peste, con síntomas que presagiaban
su muerte, por lo que la pusieron junto a Diego, un niño de meses desahuciado
por quemaduras, en una caja de salazones que más tarde les serviría como ataúd.
Sin embargo, a la mañana siguiente los niños han mejorado considerablemente y,
desde ese momento, no podrán separarse.
Debo
decir que he pasado buenos ratos durante la lectura porque la historia es
entretenida, aunque creo que con la mitad de páginas –o algo así, tampoco hay
que matizar tanto– hubiera bastado y, según mi opinión, habría ganado la
novela. Cristina López Barrio repite una y otra vez situaciones y anécdotas que
aunque sean novedosas para algunos personajes, son conocidas para el lector por
lo que a veces tenemos la impresión de que no avanza la trama. A esto hay que
añadir las numerosas didascalias con las que complementa los diálogos y que
ralentizan el desarrollo de acontecimientos: «sus padres fueron conversos, judíos que no habían tenido más remedio
que convertirse al cristianismo para seguir vivos…» «Puso primero entre mis
manos un antidotarium de venenos y plantas mágicas […] después un ejemplar del
Zohar, libro sagrado para los cabalistas, escrito en arameo, un joya muy
valiosa por la que se podía arder en la hoguera».
De
esta forma el libro aparece como mezcla de novela histórica, texto didáctico y
narración perteneciente al realismo mágico sin llegar a ser nada definido; es
cierto que encontramos algo de realismo mágico en los relatos del hospicio,
donde la dureza y sensibilidad, la vida y la muerte se unen, desdibujándose la
línea que las separa, sin embargo hay expresiones de duda o temor que eliminan
la magia y alejan estas historias de dicha corriente:
«Quizá me confundió el
resplandor de la luna […] pero me pareció que de sus cuerpos se desprendía un
halo de luz que flotó…»
Estructuralmente,
El cielo en un infierno cabe se
divide en dos partes, que mantienen cierto paralelismo: Ambas están encabezadas
por los tercetos de dos de los sonetos más bellos escritos sobre el amor. Y
creo que están puestos con toda la intención pues la primera parte se abre con
lo que es el amor para Lope de Vega:
huir
el rostro al claro desengaño
beber
veneno por licor suave
olvidar
el provecho, amar el daño
creer
que un cielo en un infierno cabe,
dar
la vida y el alma a un desengaño;
esto
es amor, quien lo probó lo sabe.
Y
en la exposición de los hechos, Berenguela narra esta mezcla de tormento y
felicidad que constituye la vida en el hospicio para los dos niños. Tanto
Bárbara como Diego han experimentado el desengaño, el dolor, la belleza, la
tristeza y la felicidad en su relación.
Pero
será la segunda parte, la vida apasionada de los jóvenes Álvaro-Íñigo y la Niña
Santa-Isabel, la que nos recuerde, con Quevedo a la cabeza, que merece la pena
el amor apasionado porque la esencia de la persona será lo que permanezca; nada
podrá superar en felicidad o hermosura a ese sentimiento experimentado en la
vida.
Alma
a quien todo un dios prisión ha sido,
venas
que humor a tanto fuego han dado,
médulas
que han gloriosamente ardido,
su
cuerpo dejará no su cuidado;
serán
ceniza, más tendrá sentido;
polvo
serán, mas polvo enamorado.
En
las dos partes un narrador omnisciente abre el relato para presentar al
personaje principal del fragmento que actuará a su vez como narrador testigo.
Primero será Berenguela la que cuente al Tribunal lo ocurrido durante 13 años
en el hospicio, desde que en 1599 ella se hizo cargo de Diego y Bárbara, niña
que ostenta el poder de transmitir mediante sus manos bondades o desgracias a
quienes la rodean según su estado de ánimo. Precisamente por esto, los
alguaciles de la Inquisición se presentan en el hospicio para apresarla pero,
en el revuelo, desaparecen los niños y sor Ludovica.
En
la segunda parte será la propia Bárbara quien desvele a Berenguela dónde
estuvieron y cómo Diego y ella pasaron a formar parte de la hermandad de la
magia sagrada, cómo se separaron, al interferir en su relación Diana y Tomás y
cómo ella fue apresada.
La
novela se cierra con la exposición del final de la historia, en 1626, por parte
del narrador omnisciente, quien relata qué fue de cada uno de los personajes
desde que Bárbara es condenada a morir en la hoguera.
La
perfecta estructura alude también a los espacios. Básicamente son tres en cada
parte: La sala de declaraciones del tribunal, la casa del notario Rafael de
Osorio y el hospicio de la Santa Soledad en la 1ª Parte, y la celda de Bárbara,
la hermandad de la magia sagrada y la sala de declaraciones en la 2ª. Sin
embargo, todos coinciden en el Hospicio en 1599 y todos se juntan en el
tribunal de la Santa Inquisición en 1625, los dos espacios que marcan a los
tres personajes principales: Bárbara, Diego y Berenguela.
Hay
otras circunstancias que si bien empiezan siendo una curiosidad, se quedan en
la mera expectación pues la autora no ahonda en ellas o no les concede
importancia. Es el caso de los formantes del tribunal. Por un lado la pareja
formada por el notario y el fiscal es bastante curiosa, uno es de apariencia
fiera y de ánimo bravucón, el otro es de apariencia débil y ánimo cobarde,
probablemente por el miedo derivado de su homosexualidad. Tanto Rafael como
Íñigo tienen su vida marcada por la poesía; la madre del notario es una
obsesionada de los versos «Pasé mi
infancia asistiendo a justas poéticas y juegos florales […] de librería en
librería». En el caso del fiscal es el padre de éste el poeta. El
notario es insomne, mientras que el fiscal es sonámbulo. El
notario le cede una habitación de su casa a Íñigo para vivir, sin embargo la
relación queda ahí en un cúmulo de curiosidades con un final algo forzado
aunque predecible.
Por otro lado, los inquisidores Pedro Gómez de Ayala y
Lorenzo de Valera son, dentro de sus semejanzas, antagónicos, uno ávido de
poder y el otro ansioso de placeres corporales como la gula o la pereza, y sin
embargo se profundiza poco en ellos a pesar de marcar sus cualidades en
repetidas ocasiones; asimismo la inquina de Pedro hacia el fiscal es
incomprensible ya desde el principio, el temor del inquisidor va más allá de
que le pueda usurpar el puesto, pero no queda aclarado.
Demasiados
misterios rodean a los personajes de la 1ª parte, como el niño de los rizos de
oro, José, Berta y su señor, la hermana Ludovica y sus desapariciones, el
gigante… algunos se resuelven en la 2ª parte pero otros no, o quedan aclarados
de forma tan apresurada que prácticamente debemos intuir consecuencias, como
que Berenguela conocía al fiscal antes de ir a declarar, aunque no lo
evidencie: «Si es posible la redención se
ha de ver en este proceso. Uno de los que escuchan hoy mi testimonio entenderá
el porqué con más lucidez que el resto».
En
cuanto al estilo, hay momentos en los que las hipérboles rozan lo increíble, o
pretenden ser demasiado efectistas sin conseguirlo, puesto que ellas mismas se
contradicen: «Una cicatriz atravesaba el
rostro del fiscal clamando venganza. Era púrpura, rojiza, como la luz […]
confundiéndose con el cortinón de terciopelo carmesí […] Pero a la testigo no
le conmovió tal presagio de sangre; se había presentado voluntariamente a
contar su verdad y no pensaba detenerse». Sin embargo más de trescientas
páginas después encontramos que «En el
rostro enjuto de Pedro Gómez de Ayala se dibujó una mueca maliciosa que erizó
el vello de Berenjena».
La
narración queda salpicada también por efectos especiales propios de película
que, en este caso no aportan ningún suspense por constituir recursos tópicos de
un determinado género de terror «Guardó
silencio durante unos segundos. Íñigo de Moncada cambió de posición en la silla
recia y la testigo sintió que su cicatriz crecía […] El cortinón carmesí se
agitó bajo un soplo fantasmal… El notario permaneció con la pluma en vilo, la
punta suspendida en el secreto y unas manchas de tinta goteando sobre las
hojas.»
Normalmente
las metáforas son personificaciones de rasgos o fenómenos que conceden
importancia a lo tétrico y malvado «la
luz de un relámpago atravesó los cristales de una ventana e iluminó la mano
derechas del notario, prisionera de la pluma, triste y hermosa a la espera de
amortajar palabras…». Sin
embargo los niños son cosificados «La
hermana Serafina clavaba tapas en las cajas de salazones mientras murmuraba
entre dientes: benditos míos, ya está, ahora a volar al cielo». Y
la gente se animaliza «cómo se había
agarrado cada uno a una ubre de la Blasa a la hora del desayuno» «luego se
echaba a las calles de la villa con sus andares de animal».
Recursos
que, aunque previsibles en la narración, retratan una época y un ambiente
determinados, cubiertos por la incultura y el fanatismo; malos tiempos en los
que la magia, la locura, lo sobrenatural, la razón y la realidad se mezclan en
el miedo al dolor y al sufrimiento «…aliento
sagrado […] Se comía las sábanas tendidas […] orinaba en cualquier parte […] su
razón infantil se había tornado en locura […] Sigilosa y fantasmal […] su
lengua vomitaba un despropósito sobre ángeles vengadores […] La hermana Urraca
la conducía a la cama entre alaridos y varazos…».
Menos
mal que «polvo serán, mas polvo
enamorado».
Beatríz, de verdad, cada artículo que publicas merece una alabanza. La pena es que, casi no tengo tiempo de nada, aunque parezca lo contrario y no he podido leer nada de lo que publicas... Al leer tus críticas literarias, parece que estoy dentro del libro junto a los personajes. Te sugiero escribas un Libro y lo publiques porque, tu pluma es mejor que la de muchos escritores renombrados.
ResponderEliminarTe mandé unos correos, espero te llegaran. Te mando mi cariño y admiración a tu persona. Besos sinceros.
Gracias por tus comentarios, aunque tu sugerencia es muy halagadora no me siento capacitada para escribir una novela, creo que no lo haría bien, la crítica es diferente, me gusta profundizar en los libros para sacar el máximo partido de ellos y hacerlo ver a los demás; puede que sea por la costumbre adquirida en mi trabajo. Aun así te agradezco tus palabras.
ResponderEliminarBusca un ratito para leer, te recomiendo El pensionado de Neuwelke. Disfrutarás.