P. Creo que dibujas a la perfección el personaje de Angélica, de hecho, al
leer cómo se comporta con Matthew creí ver la misma actitud que había tenido
con Lorenzo, cuando en el capítulo 17 la propia narradora confirma “Ella entendía a Matthew como su nuevo
Lorenzo” ¿Esto es una forma de profundizar en el personaje o de conectar
con el lector?
R. La prioridad con esa frase era
profundizar en el personaje, en esos miedos e incertidumbres que la acompañan a
lo largo del camino. También, por supuesto, conectar con el lector para que vea
que Angélica es tan humana como cualquier persona. No tiene nada de especial.
Está llena de temores y ha llegado a un punto en que no se plantea otra cosa
que no sea pasarlo bien y concentrarse en su trabajo.
P. Para que olvidar a un amor de toda la vida sea posible, incluso
beneficioso, ¿hay que actuar de forma poco madura?
R. No lo creo, aunque sólo hace faltar
mirar un poco a nuestro alrededor para ver que pasa muchas más veces de lo que
imaginamos. Angélica, por sus circunstancias (no quiero desvelar demasiado),
tiene momentos en que esa inmadurez que comentamos se apodera de ella. La
decisión tan drástica que ha tomado en su vida la lleva a hacer cualquier cosa
que le permita cumplir con su promesa. En esas circunstancias tiene momentos en
los que tenemos ganas de zarandearla y decirle que pare. Eso es lo que la hace
más humana. Todas las personas cometemos errores, actuamos de una manera infantil
en algunas ocasiones, y Angélica no lo es menos.
P. Hay una frase que me gustó especialmente al comienzo de la novela “Los dos decidieron ser uno” ¿Es esto
tan fácil o siempre permanece un rencor oculto?
R. A mí no me parece nada sencillo. Tampoco
es que tenga que quedar un rencor, simplemente en la vida se toman decisiones y
hubo un momento en que Angélica decidió ser una con su pareja. También es
cierto que cuando uno tiene dieciséis entiende la vida de una forma más
sencilla, no le importa arriesgarse y está convencido de que puede existir un
“felices para siempre”. Y es posible, claro que sí, pero no es nada sencillo.
Ese aprendizaje es el que les falta a Philippe y a Angélica. Una de las cosas
que más me gusta de ellos es eso: su inocencia cuando empiezan la relación.
P. El verdadero amor ¿puede anteponerse a la realización personal?
No debería; sin embargo, hay ocasiones
en las que no queda otra que elegir. Es lo que les ocurre a Angélica y a
Philippe, deben decidir qué hacer con su vida y no es nada sencillo. Es un tema
muy complejo, por eso quise abordarlo aquí. Las dos personas pueden estar
convencidas de que se aman con locura, pero cuando deben elegir, todo se
complica. ¿Quién de los dos debe dejarlo todo y empezar de cero? ¿Están dispuestos
a ese riesgo? Son preguntas que se hacen los personajes con una respuesta muy,
muy dura.
P. La inspiración para escribir ¿te viene sobre todo de lecturas, cuadros,
fotografías o situaciones de la vida diaria?
R. Siempre de situaciones de la vida
diaria. Paso mucho tiempo observando lo que ocurre a mi alrededor, cómo se
comporta la gente, qué reacciones tiene ante un mismo acontecimiento, cómo
siente la vida… También reflexiono bastante sobre mi propia experiencia. Casi
siempre digo que le estoy muy agradecida a la vida, a las cartas que me
repartió, y eso me hace pensar en aquellas personas que no han tenido la misma
suerte o las mismas oportunidades, y en qué haría si tuviera que vivir su
experiencia. Intento empatizar con las personas para entender el porqué de su
manera de estar en el mundo, sin juzgar, sin buscar una moralidad que
transmitir. Simplemente observo y apunto.
P. ¿Tienes alguna mecánica a la hora de escribir? ¿Sueles beber o comer
algo mientras escribes?
R. No, qué va, ya me gustaría. Soy un
caos, en la escritura y en la rutina del oficio. No soy nada disciplinada. Odio
las rutinas y por eso no sigo ninguna cuando me siento a escribir. Igual me
pongo mi reloj de arena y me digo, no puedes levantarte de ahí hasta que dé
tres vueltas (de sesenta minutos, que ya me lo regalaron largo para que
aguantara sentada), o estoy quince minutos y me levanto. Depende del día. Hay
semanas que soy capaz de escribir cuatro o cinco horas diarias, y otras en las
que no escribo nada. Cuando me siento delante del ordenador (o de la libreta,
si es el primer borrador), la única manía es tomarme un café, pero como soy una
adicta a la cafeína, tampoco es que se pueda considerar una manía.
P. De las mujeres de tus novelas yo me quedo con el coraje necesario para
aclarar sus ideas, el gusto por la vida y el amor por el trabajo. ¿Qué hay de
ti en ellas?
R. Algo compartimos, para qué negarlo.
No se parecen a mí, porque ellas tienen su propia personalidad y son diferentes
entre sí; sin embargo, siempre busco que tengan una coherencia en lo que hacen
y en lo que sienten. Supongo que ese amor por la vida, por aferrarte a la
felicidad, aunque cueste, y por el trabajo bien hecho es algo que nos une. A
ellas les sale un poco mejor que a mí, que pueden borrar y reescribir tantas
veces como sea necesario. En mi caso, si lo estropeo, ya no puedo volver atrás.
En ese sentido, son unas privilegiadas.
P. En Te parecerá raro se ve la muerte desde diferentes perspectivas. También
se intuye otro tipo de muerte para la mujer en Cuando la vida te alcance. ¿Es parte de la vida? ¿Has pensado en cómo
te gustaría morir?
R. El precio a pagar por vivir es la
muerte y deberíamos aceptarla. Pero como seres humanos nos resistimos a pensar
en ese final porque es doloroso dejar de existir. Sí que es cierto que el paso
del tiempo me ha dado una perspectiva diferente y acepto ese fin como una parte
más del proceso. Aunque sé que en muchos casos es inaceptable y no estamos
preparados para asumir que en ocasiones se van personas que no deberían.
Y sí, pienso mucho en la muerte, en el
final y en cómo me gustaría que ocurriera. Me gustaría morir y haber mantenido
la capacidad para escribir, reflexionar y pensar. Uno de mis mayores temores es
perder la memoria, dejar de ser yo. Como ves, sí reflexiono bastante sobre la
muerte y sus procesos. Helena Sabater tiene una escena que define bien ese
final que me gustaría para mí (y que no cuento por si alguien no leyó la
novela). Eso sí, siempre le digo a la vida que me quedan muchas novelas que
escribir y que debe tener paciencia conmigo. Tendrá que esperar un poco...
P. También se observa en tus novelas una gran pasión por la naturaleza.
¿Tienes alguna afición relacionada con ella?
R. Diría que más que afición es una
manera de entender el mundo. Siempre que puedo me escapo de la ciudad (que me
parece un lugar horrible) y me voy a la montaña (quizá eso también lo tenemos
en común Helena Sabater y yo). La naturaleza me reporta una paz y una
tranquilidad que no resulta fácil conseguir en el bullicio de la ciudad. El
silencio (o los sonidos que te ofrece), la quietud entre tanta vida, el sonido
del mar, el calor de la arena, los árboles centenarios, su historia, su
oxígeno, su vida incluso entre las piedras, me parece que es un regalo que no
sabemos apreciar.
Creo que le debemos a la naturaleza
estar vivos y siento que no le compensamos todo lo que ella hace por nosotros.
Al contrario, estamos tratándola de una manera cruel y despiadada; una forma en
la que no permitiríamos que nadie nos tratara a nosotros. Pero creemos que
somos impunes a ese maltrato y ya estamos pagando las consecuencias.
P. Además de escribir impartes clases de escritura en la Universidad de Castellón.
En ellas, ¿apuestas por la flexibilidad o marcas el ritmo? ¿Te entregan sus
proyectos los alumnos? ¿Tienes alguna anécdota que puedas compartir?
R. La oportunidad de dar clases de
escritura ha sido también un aprendizaje para mí. Como yo soy tan
indisciplinada… les marco el ritmo; y, en general, cumplen las tareas. Me
interesa la escritura espontánea, así que casi siempre hacemos una actividad
para que se suelten. A partir de lo que construyen, dialogamos, analizamos y
reflexionamos sobre los procesos. Alguna vez hay escritos que no aportan nada,
pero siempre hay un punto de partida con el que construir algo hermoso. Lo que
siempre les transmito es que para ser escritora hay que escribir, hay que hacer
un entrenamiento que te lleve a mejorar. Por eso intento que escriban todos los
días, les animo a que presenten algún escrito, y cuando ya tengo confianza, les
aseguro que deberían dejar de hacerme caso e ir por su cuenta. La directora del
curso me escuchó un día decirles: “debéis, estáis en la obligación de saltaros
las reglas, al menos las que yo os doy” y se reía. Pero después les apostilló:
“diga lo que diga Rosa, intentad ser disciplinados”. Nos reímos mucho con esa
anécdota. Las caras de los alumnos cuando les decía, “haced lo que os parezca,
debéis arriesgaros, aprended las reglas y después, funcionad como mejor
creáis”, eran impagables. Supongo que estamos acostumbrados a que nos digan lo
que tenemos que hacer, y en ese sentido siempre he sido muy rebelde. Creo que
es necesario cometer errores, aprender de ellos y seguir adelante. Y escribir
es eso. Nadie nace escritor, así que cada novela, cada texto que escribimos es
una enseñanza, y para aprender hay que equivocarse. No sirve que te cojan de la
mano y te lleven por un camino. Hay que desviarse. Quizá en el otro extremo,
haya algo mucho más interesante.
P. Además de Machado, ¿a qué otros autores admiras y qué obras en
concreto?
R. Admiro a muchísimos escritores.
Cuando me siento a leer pienso, ojalá algún día yo sea capaz de escribir esta
frase tan maravillosa. Hay genios en el oficio de los que tenemos que aprender.
Machado llegó a mí de pura casualidad y lo cierto es que le debo mucho de lo
que soy (como escritora y como persona), pero hay también otras escritoras y
escritores a los que admiro. Una de ellas es Almudena Grandes. Tenía una pluma
exquisita y como escritora fue haciéndose grande. Quizá la obra que más me
gusta sea El corazón helado, aunque Atlas de geografía humana (que leí no
hace mucho) me enamoró. Me gusta también la escritura de Rosa Montero, Juan
José Millás, Maruja Torres, Stephen King o Julien Barthes. Cada uno tiene un
estilo, pero de todos se aprende. Y por supuesto, no quieras imaginar la de
autores y autoras que he conocido por Instagram, que no figuran en las listas
de “escritores” y que merecen ser leídos.
P. ¿Hay algún libro que, a pesar de ser famoso y reconocido como obra
maestra, no hayas podido terminar de leer?
R. Creo que no, la verdad. Seguro que
si empezamos a nombrar habrá alguno que me costó más o que me gustó menos,
incluso que no haya leído, pero dejar a medias una obra maestra, me parece que
no. También es verdad que hay textos que en su momento fueron un fracaso y que
ahora las tenemos como magníficas. Siempre pienso en los hermanos Machado.
Tienen una obra de teatro titulada Juan
de Mañara que fue éxito rotundo cuando se estrenó en Madrid. En esos días
se estrenaba una obra de Azorín (también ocurrió con Unamuno), que fue
vapuleada por público y crítica. Hoy entenderíamos mejor y diríamos que son
mucho mejores las obras de Azorín o Unamuno que la de los hermanos Machado.
Pero volviendo a tu pregunta, no creo
que fuera capaz de dejarme una obra maestra sin acabar. Si siguen vigentes es
por alguna razón y como escritora debo aprender de ellos.
P. ¿Hay algún personaje literario, clásico o moderno, al que te gustaría parecerte?
R. Qué difícil esta pregunta. No
sabría decirte, la verdad. Hay vidas de personajes que no me gustaría vivir,
pero que narradas son maravillosas; pongo por caso Madame Bovary, Ana Karenina,
Ana Frank, o Raquel Fernández (la protagonista de El corazón helado). Son personajes increíbles, cuya historia es tan
dura que por nada del mundo quisiera estar en su piel. Así que, puestos a
elegir, me quedo con Alicia (la protagonista de Lewis Carroll), pues estoy
segura de que me lo pasaría fenomenal en su mundo. El sombrerero loco es mi
personaje preferido. Por eso me gusta celebrar más los no cumpleaños que el
aniversario en sí, porque me aseguro un pastel y un celebrar la vida todos los
días.
P. ¿Consideras que a estas alturas vas cumpliendo tus objetivos o ha
quedado alguno por el camino? ¿Qué te gustaría experimentar?
R. Más que cumplir objetivos, lo que
he conseguido es avanzar. Sé que hay muchas personas que se ponen metas a corto
o largo plazo y con ellas se motivan. A mí me parece horrible tener que decidir.
Cuando me preguntan qué objetivos te propones cumplir con este proyecto, me
quedo bloqueada. La mayoría de veces no tengo ni idea. Surgen las cosas y
algunas las tomo y otras las dejo, depende del momento. Es una premisa que me
ha traído la edad (envejecer tiene su lado bueno). Cuando era adolescente hacía
muchísimos planes; en ocasiones no se cumplían y yo me frustraba tanto, que era
capaz de enfadarme durante días (conmigo y con quien estuviera a mi lado).
Aprendí que no importan demasiado los planes que una persona haga, la vida va a
lo suyo y no cuenta contigo para eso. Podríamos decir que no tengo un plan.
Ahora mismo estoy concentrada en escribir (cosa que no imaginé que pasaría hace
siete años), dentro de unos meses, días, años, igual este camino se acaba y he
de coger otro. Lo único que intento hacer en cada proceso es poner el alma y
aceptar que las cosas no son siempre como uno quiere.
P. Para terminar te pido unas respuestas rápidas, casi sin pensar. Imagina
que vas a emprender un largo viaje y debes llenar tu maleta con: