No
había leído nada de Benjamin Black y
después de terminar esta novela estoy desolada. En fin, desolada por varias
razones: ha recibido el premio Kafka, el Príncipe de Asturias, el austriaco de
Literatura Europea, el Man Broker… y yo no sabía de su existencia. Tampoco
conocía que su nombre verdadero es John
Banville pero le gusta firmar con seudónimo cuando escribe novela negra. Esto
tiene arreglo, claro. Y demuestra que estaré aprendiendo hasta el final.
Otra
razón de mi inquietud es que el final de Las hermanas Jacobs me ha dejado
cierto pesar aunque, no obstante, no me ha impedido disfrutar de la prosa de
Black.
Según
afirma la editorial en la solapa del libro, Las
hermanas Jacobs es la primera novela en la que el policía Strafford y el
patólogo Quirke investigan juntos un caso. Creo que nunca saldrá a la luz
literaria una pareja con menos magnetismo entre ellos.
Precisamente
por eso los lectores esperamos constantemente ver cómo se mueven en la
investigación, pero va cada uno por su cuenta y cuando se juntan es como si
saltaran chispas entre ellos. No pueden ser más diferentes. En eso reside el
encanto, en la originalidad de unir a dos perdedores atormentados que
sobrellevan su desgracia de forma totalmente distinta. Mientras el médico es
rencoroso y amargado, el policía es algo abúlico, probablemente por su complejo
de inferioridad, «Quirke se encogió de
hombros […] Claro que Strafford era también un simulacro […] Pese a su timidez,
era un imbécil engreído. Al carajo con él. Encendió otro cigarrillo».
La
novela va mucho más allá de la resolución de un crimen. En un garaje, dentro de
su coche, aparece muerta Rosa Jacobs, al parecer por inhalación del gas del
tubo de escape. Pero algo en la puesta en escena, la manguera que forma un circuito
cerrado entre el tubo y el interior del vehículo, hacen sospechar de un
asesinato al inspector de la Garda irlandesa, el protestante John Strafford, y
al doctor Quirke, viudo a consecuencia de un ataque en España, en el que estuvo
presente Strafford sin poder hacer nada por su esposa.
La
investigación, una vez con la seguridad de que es un asesinato, los lleva al
Trinity College, donde Rosa estaba realizando su doctorado con el profesor
Armignac, y hasta la familia Kessler, padre e hijo alemanes que, extrañamente,
tenían negocios en Israel.
Para
el entierro de Rosa acuden su padre y su hermana, Molly Jacobs, una periodista,
con amigos en Israel, que también se verá implicada en los hechos desde el
momento en que otra periodista es asesinada en Tel Aviv. La trama se va
enrareciendo; muertes que parecían accidentes; inocentes, que no lo parecen,
son responsables con gran poder político y eclesiástico; amenazas veladas y
directas de la iglesia al propio inspector jefe de la policía, Hackett, que se
verá en la disyuntiva de abandonar la investigación o quedarse sin la
retribución de su próxima jubilación… Y un culpable que parece tan inocente que
no logran atraparlo.
Nos
enteraremos de la verdad, a medias, por la confesión de uno de los principales
sospechosos, que a su vez se suicida ante el propio Strafford, y por las
páginas del diario donde el asesino, machista, xenófobo, psicótico, o
simplemente soberbio desequilibrado, cuenta lo que ocurrió desde el principio.
En
fin, nos quedamos afligidos porque esperamos que la justicia actúe tras
descubrir la verdad, sin tener en cuenta que, en la realidad, hay asesinos que
siguen en libertad, hay poderes políticos que se corrompen y hay poderes
eclesiásticos que actúan a modo de dioses decidiendo lo que es o no permisible.
Las hermanas Jacobs es un retrato del
horror de una guerra, cualquiera, y de las consecuencias más despiadadas e
inhumanas (hasta ahora) que se han llevado a cabo: el Holocausto.
¿Quiénes
son los protagonistas de Las hermanas
Jacobs? Está claro que ni Strafford ni Quirke tienen un papel relevante.
Ellos intuyen pero no demuestran lo que pasó, no tienen pruebas. La red
politicosocialeclesiástica urdida alrededor es tan tupida que apenas pueden
avanzar.
Creo
que el narrador es el verdadero protagonista. Es el que dirige el relato, quien
se introduce en los diálogos para sacar a flote sus pensamientos, como si
perteneciesen a una memoria no programada, involuntaria. El narrador consigue
que lo de menos sea el caso. Al lector le atrae tanto la resolución de los
asesinatos como qué pasó con los protagonistas. Atormentados. Y qué pasó con
los supervivientes de una guerra cruel. Atormentados. El paso del tiempo es el
encargado de modelar a Quirke, Strafford, Kessler, Jacobs… y al mismo tiempo
consigue que los lectores reflexionemos sobre las relaciones humanas, sobre las
clases sociales, sobre el poder… Conforme vamos leyendo descubrimos aquellos
acontecimientos que hicieron de los personajes lo que son en el presente y
todos sentimos cierta empatía, con ese policía indolente o con el patólogo
alcoholizado, en algún momento. Todos deseamos que la vida les sonría aunque
Benjamin Black sea ferozmente realista y los obligue a llevar una vida
mediocre.
Basta
un olor, una mirada, un roce para que acudan a la memoria sucesos desordenados,
«dedujo lo que estaba pensando ¿Qué clase
de hombre pretendería olvidar su pena en una sala de disección? […] La muerte
es un concepto abstracto. No es un acontecimiento de la vida […] Los que se
quedan atrás son quienes sufren». En las reflexiones del narrador,
introducidas bajo el punto de vista de cualquier personaje, intuimos a John
Banville; es el autor quien, muy lentamente, hace que los lectores vayamos
ordenando esos sucesos en una línea temporal, hasta poder concluir cuáles son
los causantes del conflicto y cuál es la personalidad que acarrea cada uno de
los implicados en la trama, «… así lo
veía Strafford […] no le inquietaba. Los seres humanos se conocen muy poco
entre sí […] Ni siquiera era seguro que ella lo hubiera abandonado.
Sencillamente se había ido y hasta la fecha no había vuelto».
El
autor experimenta con la escritura hasta que los pensamientos de algún
protagonista se transforman en verdaderos monólogos interiores, que contienen
la experiencia humana atemporal. La prosa se llena de detalles sensoriales, por
lo que en todo momento se capta a la perfección el juicio de los personajes, «Se puso unos pantalones de pana y su vieja
chaqueta de tweed con coderas de cuero […] Recordó la inmaculada chaqueta de loden
de Wolfgang Kessler […] Al igual que Quirke estaba convencido de que Kessler
era un farsante. Pero ¿qué tipo de farsante?».
Benjamín
Black no abandona la función controladora que ejerce con maestría sobre los
personajes, incidiendo en su propio discurso, para exponer las emociones que le
sugieren los dos protagonistas y para reflexionar, con dureza, sobre la
condición humana, «De igual modo podría
haberse actuado contra los zurdos o los pelirrojos. La necedad humana no
conocía límites».
Creo
que hay que convenir con Black en que la raza humana, además de estúpida, es
peligrosa.
Las hermanas Jacobs es una acusación implacable del odio atemporal y del rencor actual «—Conseguiremos la tierra. La tomaremos. Ya lo verá».