miércoles, 30 de agosto de 2023

BREVE ENSAYO SOBRE EL EXTERMINIO DE LAS FLORES

No se puede decir tanto en tan poco espacio y Björn Blanca van Goch lo hace. Breve ensayo sobre el exterminio de las flores es un canto a todos aquellos que han soportado los embates de la maldad humana, especialmente el pueblo judío. Un homenaje a los más débiles que por diversas circunstancias han sufrido, individualmente y como pueblo, acciones intensamente dañinas repetidas en el tiempo; repetidas porque quienes las infligían los consideraban prescindibles.

Hay que leer este poemario para ponernos en el lugar del agredido: no hay nadie irrelevante, nadie es accesorio; hasta la flor más débil, más pequeña, cumple su función y es bella. Todas lo son. Y, lo más importante: no son destructibles porque siempre nacerán otras.

Para entender esto hemos de hacer lo que el autor: mirar en nuestro interior, ahí donde residen los miedos, las frustraciones; enfrentarnos a ellos, asimilarlos hasta entender que no tienen sentido. Solo así podremos dejar de justificar aquellas acciones que atentan contra el otro y, por tanto, contra la propia sociedad en la que vivimos.

Breve ensayo sobre el exterminio de las flores está dividido en cuatro partes: Arbeit macht Frei, Vegetabilia, Líquidos y liquidaciones y Locus amoenus. En la primera parte Björn iguala el hombre a la naturaleza, los campos de exterminio son campos de flores y cada una de ellas un hombre judío. A pesar de ser arrastradas cuando ya no tienen vida, las flores, el pueblo judío, siguen luchando para permanecer «plantados en la tierra» (Tempestad).

El poeta consigue crear cierta tensión cuando descubre los sentimientos que despertaron esos campos, donde el trabajo no iba a ser una liberación para los hombres allí apresados. Para vergüenza de la humanidad, Blanca van Goch nos recuerda las matanzas a sangre fría con versos anafóricos que inciden en el odio sufrido, la angustia, el dolor, la tristeza, la tortura. Algo que podría haber sido evitado con la conexión necesaria para percibir los sentimientos del agredido


Siempre habría sido posible

sentir la primavera

(פרילינג)

Vegetabilia dota al pueblo judío de una cualidad natural: que tiene la posibilidad de crecer. Como cualquier vegetal que, además, a pesar de ser marcado como infame con el estigma de la tortura, posee el estigma de las flores «un símbolo de vida».

El pueblo judío, aun martirizado, permanece embellecido y poetizado, en los versos libres de Björn, con el refuerzo de la derivación:


Flores

con el alma

a flor de piel

(Saberes)

Como algo sagrado, estos tres versos conforman uno solo. En este verso, roto, las flores forman parte del ser humano; el alma permanece encerrada en la materia para ser junto a ella un mismo cuerpo; constituye la esencia, el centro del ser donde la muerte, como concepto, desaparece y solo queda la noción de morir, cuando el cuerpo trasciende lo material para que sea el alma la que perviva «…más allá / de la última frontera» (Riego).

En realidad, tanta barbarie no puede ser aceptada sino desde lo más íntimo, desde lo espiritual; sólo la palabra es capaz de cambiar esa crueldad. Y el poeta es un maestro de la palabra, por eso suprime las que no quiere, en Paisaje bucólico, hasta conformar otra verdad


Respirar aquel aire de las cámaras

 

era suficiente para elevar el alma

Formalmente, el verso elidido (arriba) sugiere en la mente del lector lo contrario de lo expresado en el último: el alma se eleva cuando ha quedado aplastado el cuerpo inocente.

Los cuerpos más inocentes permiten que sus almas sencillas florezcan con más energía, por eso los niños de Reino vegetal son declarados «…los reyes / de aquella monarquía».

El pueblo judío toma la fuerza que aporta la aliteración de la vibrante múltiple para apoderarse de raíces que lo dejan bajo tierra, mientras nos descubre una imagen renacentista de sí mismo como árbol enraizado al cielo que aspira a la eternidad; el cuerpo muerto no importa, porque si ha sido bello y luminoso será eterno


Las flores —sin colores—

brillan como las estrellas

(Sin color)

Esas flores, cada una diferente a la otra, consideradas como ramo para cometer uno de los peores genocidios, quedarán secas y esparcidas por la tierra, por eso la palabra de Blanca van Goch pasa del verso libre a la prosa cuando no encuentra belleza en el hecho ocurrido, hasta que, de nuevo, el pueblo judío resurge con cierto lirismo afligido, con el que nuestro ánimo se hunde


Es imposible… imposible cargar

con el peso de la tristeza de ese ramo

(Taxonomía Linneana)

Hay tristeza en los poemas, pero las imágenes sugestivas y las metáforas sinestésicas viven en los versos para convertir los rostros de ese pueblo lacerado en símbolo de pureza y amor


un poema sobre alambradas

que son rosales

llenos de rosas

(Espinas y espinos)

¿Puede un mismo elemento ser fuente de vida y destrucción? En Líquidos y liquidaciones la pluma de Björn se desliza implacable para dibujar palabras; a veces basta repetir un verso suprimiendo las comas para que el significado se ajuste a la libertad que anuncia la forma; otras, el apoyo de la rima iguala la vida a la poesía, el agua al renacer tras la destrucción, más evidente, si cabe, al ver el último verso quebrado: «lirismo-bautismo», «transparente-fuente»,


en esos campos fuiste solo

 

 

 

abismo

(Agua)

Los poemas tienen finales impactantes que en ocasiones resumen, con pareados anafóricos, el contraste implacable de los antónimos, unidos para conformar un todo «Obra viva y obra muerta» (Línea de flotación).

Otras veces, los versos van desapareciendo, con ayuda de síncopas «sufri  ento», omisiones completas o apócopes, «quebr  », para poner de manifiesto cómo fueron siendo vaciados los seres humanos.

En Cortar de raíz nuestro poeta malagueño-holandés expone la denuncia más efectiva de ese genocidio al sacralizar su recuerdo mediante un anatema de carácter científico


otra cosa es

que te gaseen en masa

con pesticida Zyklon B

(Cortar de raíz)

Un genocidio que supuso tronchar millones de vidas antes de completarse, por eso Björn en La siega corta el soneto por la mitad y deja solo las dos primeras estrofas. El poema es el propio pueblo judío, cercenado.

En Locus amoenus, la muerte de los judíos queda inmortalizada con la sustantivación de una forma no personal. El paso del tiempo, tan usual en la poesía del siglo XVII, y el desengaño metafísico de Quevedo reviven en nuestra memoria cuando leemos


Nací.

Mi muerte es gerundio

desde entonces.

Pero el pesimismo barroco queda relegado cuando Blanca van Goch se muestra vengativo en Hoja por hoja con aquellas palabras que le quitan el sueño, mientras él aspira a la quietud en Florecer.

Sin embargo, todos agradecemos que no deje de escribir, porque leyendo a Björn pensamos mejor, reflexionamos mejor e intentamos ser mejores personas.

sábado, 26 de agosto de 2023

NUNCA SABES QUIÉN LLAMA

Si consideramos al psicópata como alguien con tendencia antisocial capaz de cometer actos delictivos graves, capaz de pasar de tranquilo a violento en cuestión de segundos sin mostrar sentimiento de culpa ni una pizca de empatía, el protagonista de Nunca sabes quién llama es un psicópata. La autora, Mar Moreno, ni siquiera lo ha dotado de nombre, con esto ha querido resaltar esa característica de invisibilidad con la que ciertas personas se muestran ante otras; algo fácil de observar, concretamente, en las relaciones entre ciudadanos pertenecientes a los dos extremos sociales, los que forman parte del escalón más alto, los potentados, y aquellos que circulan por los barrios más deprimidos. Estamos en un contexto extremo y, como tal, cualquier cosa puede pasar. En la realidad es difícil que dejemos entrar a un extraño a nuestra casa. Aquellos que esperan un pedido confían en que el supermercado tenga un control de sus empleados, pero no siempre es así.

Y esto es lo que ocurre en ciertas urbanizaciones de lujo de las afueras de Madrid. Personas que viven rodeadas de comodidades, con grandes espacios exteriores y sin vecinos demasiado cerca para que la tranquilidad no se vea mermada. Personas que requieren un servicio a domicilio de casi todas sus necesidades. Y hasta allí van los encargados de ofrecer el servicio. El problema viene cuando una de estas personas no es un simple repartidor sino que apenas gana para sobrevivir, mal, en la calle, haciendo uso de la beneficencia porque su entorno ha sido horroroso. 

El protagonista de la novela tiene todas las papeletas para acabar mal; criado en un cuchitril, con un padre borracho, analfabeto y maltratador, con una madre excesivamente ingenua, y sufridora hasta límites insospechados, una hermana que pasa de ser violada por su jefe a ver en la prostitución una salida a su miseria, unos compañeros de colegio crueles que, por envidia, lo acosan por preocuparse y destacar en los estudios… Aun así consigue situarse más o menos en la sociedad. Aun así consigue quedarse en la más absoluta miseria. Ante este panorama había de ser un mártir o un superhéroe para salir indemne. Así que no es de extrañar que su cerebro hiciera “clic” en un momento determinado y explotase. Se podía haber matado simplemente, pero, inteligente como era, idea la forma de no abandonar este mundo sin probar aquello que le han prohibido durante toda su vida. Tras controlar qué hacen los residentes de ciertos chalets, decide asegurarse de que la mujer está sola para ocupar el lugar del dueño. Durante ese fin de semana él será su marido, ella deberá llamarlo por el nombre de él si quiere volver a verlo, y tratarlo como si fuera su propio esposo. Pero esto es imposible; una mujer violada, aterrorizada, extorsionada no puede tratar a su maltratador como si fuera un ser querido. A esta angustia se suma la de no tener claro si su marido sigue vivo y si, una vez pasado el plazo, él la dejará con vida «Me estás jodiendo el viernes, pija de mierda. Si no dejas de llorar en este momento, me iré […] Hay un cabrón en tu casa que ha secuestrado a tu marido […] al que vas a tener que complacer en todo lo que te pida durante un fin de semana».

Puede escapar, pero no lo hace por miedo a que el extorsionador cumpla su palabra de dejar morir a su marido, y por esta razón tampoco llama a la policía. Este es el planteamiento de Nunca sabes quién llama. Mar Moreno ha programado una idea bastante original para una novela negra, sin embargo, ha desarrollado tres allanamientos en los que prácticamente el pensamiento del asesino se repite, consiguiendo que el lector pueda perder la tensión de la primera vez.

Tres irrupciones en tres casas distintas mientras él mantiene la convicción de que es un justiciero que viene a ejecutar una merecida sentencia; no puede haber piedad para todos aquellos culpables de haberle impedido integrarse en la sociedad, para todos los que no le ayudaron ni les importó lo más mínimo. Ahora es el momento de que paguen las consecuencias.

La primera vez, cuando el violador es Alfredo, el lector está desprevenido y la conmoción, al llegar al final de ese fin de semana, es evidente. Después, cuando es Marcial nos encontramos en un bucle, no por las reacciones de las mujeres, nunca son las mismas, sino porque él piensa en su vida, constantemente, en lo bien que él quiso hacerlo en todo momento y en lo mal que han actuado con él desde el principio, «Tú no sabes el calor que desprenden los cuerpos cuando seis o siete personas conviven en un salón de veinte metros cuadrados». Creo que queda algo repetitivo; el lector sabe lo que va a ocurrir, por lo que la lectura pierde algo de interés, no nos terminamos de creer tanta desgracia, probablemente porque vemos a una víctima comportándose como un verdugo ante inocentes. No todos los de la alta sociedad son iguales, no todos se enriquecen de la misma manera, no podemos justificar ningún atentado porque al final se eliminaría la razón y nos moveríamos por impulsos animales. Sin embargo, el aliciente se recupera en la tercera parte, cuando encuentra una mujer inteligente, a su altura; Rosa, a pesar de la duda, no se deja manejar por el supuesto Enrique «El extraño acepta la explicación con una mueca aspirante a sonrisa. Rosa lo encuentra demasiado risueño, le preocupan sus cambios de carácter, no quiere sufrir más agresiones».

El final es trepidante, los lectores estamos deseando que Rosa lleve a cabo su plan para desbancar lo que, desde un principio, el narrador y el propio protagonista nos hacen creer: que vivimos envueltos en un determinismo en el que el ser humano no puede salir de la miseria por las condiciones de la propia miseria. Ningún acto conseguirá salvarlo, por lo que todas sus acciones están preestablecidas. Esto es muy duro de asimilar, porque en realidad, quienes hacen que el protagonista vaya por un mal camino, son los de su propio nivel sociocultural que no aceptan los ideales que tiene de niño. Cuando la sociedad comienza a integrarlo, serán los delincuentes quienes se lo impidan.

Está claro que de la miseria se sale a través de la cultura, algo difícil de instaurar en ciertos ambientes, pero no imposible. Solo con la educación, nunca con el dinero, seremos capaces de que la gente se comporte como personas, porque el aprendizaje es lo que abre puertas y sobre todo mentes. Esto no quita para que nos encontremos a veces, con envidiosos o depravados de cualquier nivel de la sociedad, tanto el más bajo: «Un problema es estar bajo cero y que unos desgraciados se hayan meado en los cuatro cartones y las dos mantas raídas que tienes para dormir», como en el más alto «Maldito hijo de puta […] ¿Por qué no te vas de mi casa? ¿Qué sabrás tú lo que he tenido que pasar para llegar hasta aquí? […] Te pone someterme, ignoras que yo ya era una experta en sumisión antes de que entraras por esa puerta».

Esta es nuestra sociedad, un lugar donde no es oro todo lo que reluce, ni todo es blanco o negro.

sábado, 19 de agosto de 2023

LA LÓGICA DE LA LUZ

Gusta leer una novela ambientada en un pueblo, casi idílico, donde las calles dan al mar y los vecinos están para acompañarte y echar una mano cuando es necesario. En este escenario se desenvuelve Vanina Garrasi, una subinspectora siciliana que cuenta con un equipo de confianza, que la aprecia, sabe su valía y no duda en trabajar lo que haga falta. Menos mal, porque el caso que llevan entre manos en La lógica de la luz es algo enrevesado. Leí Arena negra, de Cristina Cassar Scalia, básicamente porque había oído que era la sucesora de Camilleri, y disfruté con la novela, así que el segundo caso de esta policía de Catania me apetecía muchísimo.

La autora continúa con el sello de la novela negra clásica italiana, el gusto por la comida de la subinspectora es evidente; en esta ocasión se encuentra con el pediatra Manfredi Monterreale que supera incluso las dotes culinarias de Bettina, por lo que Vanina va a disfrutar de los mejores platos sicilianos.

Las alusiones a Arena negra son casi constantes, de esta forma nos enteramos de la vida privada de la subinspectora, el asesinato de su padre, «el inspector, Giovanni Garrasi, asesinado veinticinco años atrás por un comando de la Cosa Nostra delante de sus propios ojos»; su relación sentimental, que promete eterna e inconclusa, con el juez Paolo Malfitano «la precipitada boda de Paolo con Nicoletta Longo solo había sido una consecuencia más de esa gilipollez»; el respeto y cariño que finalmente le tiene a la nueva pareja de su madre y el aire fresco del contexto que, curiosamente, viene de la mano del comisario octogenario Biagio Patané quien a pesar de estar jubilado juega de nuevo un papel esencial en la resolución del caso.

La intriga está servida: Una chica, Lorenza Iannino, desaparece al tiempo que encuentran una maleta en el mar, vacía y con restos de sangre. Monterreale y el periodista Sante Tammaro, amigos del inspector Spanó, ven a alguien la noche anterior transportando una maleta pesada que deja en las rocas del acantilado. Todo indica que se trata del mismo asunto, así que el equipo de Garrasi se pone en marcha para descubrir lo que pasó realmente.

En esta novela nada es lo que parece, Iannino recibía dinero de su hermano y su cuñada para poder llegar a fin de mes, pero tenía alquilado un apartamento de lujo y era dueña de un vestuario exclusivo de gran valor. Además, todos los personajes implicados van complicando la resolución incluso, como en Arena negra, el sospechoso los lleva a otro caso de cuarenta años atrás, en el que a pesar de haber sido acusado por la hermana de la víctima, sale indemne por el testimonio de los propios padres de las chicas. Aquí, la labor de Patané es clave, por lo que finalmente solucionarán ambos casos y sacarán a la luz asuntos en los que, cómo no, la mafia está implicada.

La trama mantiene la expectación, hay varios giros finales que ayudan a que el lector permanezca en vilo a pesar del ritmo lento del principio. Habremos de pasar el ecuador de la novela para que la acción surja. Las primeras cien páginas contienen información sobre el entorno de la desaparecida y ciertas digresiones sobre la vida y fracaso familiar de algunos de los policías de Catania. Con la llegada de nuevos personajes, lo que parecía sencillo se complica, hasta dar la impresión de que no va a ser posible resolver el problema del inicio, pero Vanina tiene un sexto sentido que se acrecienta con el trabajo constante, «Esta vez, sin embargo, había algo distinto, una urgencia que la obligaba a pisar el acelerador […] la pista justa, seguida con la determinación de un perro de caza que corre hacia su presa siguiendo algo que sólo él capta».

El asunto engancha pues, si el crimen es casi perfecto, la investigación también. Además siempre es agradable recordar argumentos del maestro Camilleri en las denuncias a la mala gestión que los políticos realizan en los municipios aunque, en lo referente a las costumbres, Cassar Scalia mantiene la ironía oculta en un cariño absoluto por su tierra «Casi echaba de menos la mugre de las escaleras de hierro, empinadas e incómodas; la imagen del mostrador repleto de arancine que chorreaba aceite, medio aplastadas en bandejas que llevaban meses sin ver un estropajo […] ¡Ah, Sicilia! ¡Ah, Italia!».

El método Camilleri se mantiene en el título y la leyenda que lo rodea, que siempre arroja cierta claridad en la resolución del caso, «La pesca al candil tiene su propia lógica. Hay que encender la luz…». Y, por supuesto, el buen humor entre compañeros no falta en ningún momento. Probablemente, por el buen hacer de todos y una profesionalidad intachable, por el papel tan igual que la mujer y el hombre juegan en el trabajo y en la vida privada de la novela, me llama la atención la forma en que Vanina se dirige a su equipo «—A ver, niños, vamos a hablar claro», en más de una ocasión. Asimismo rechinan faltas de concordancia y ortografía, fruto, no me cabe duda de un defecto de traducción, pero no favorecen a la autora. «Incluida el comisario», «sino podrían haber parado a cenar», «Ni un aspirante a sacerdote que resulta ser alérgico a las ostias».

Aun así, la novela es entretenida y recomendable.

miércoles, 9 de agosto de 2023

VERANO NEGRO

Hace algo más de tres años quedé atrapada en una de las tramas más complicadas e inteligentes de la novela negra. El show de las marionetas consiguió que superase la aversión que tengo al sufrimiento (propio y ajeno) para engancharme completamente a una historia en la que incluso conocer quién era el torturador y asesino no restó ni un ápice del interés por seguir leyendo; al contrario, aumentó la intriga que M. W. Craven supo imprimir al argumento.

Así pues llevaba altas expectativas al empezar Verano Negro. Ni siquiera cuando leí la macabra primera página, a modo de preámbulo, me intranquilicé; estaba segura de que antes o después leería por qué la persona que habla, derrotada, desaparece para dar paso al Capítulo 1 en el que in medias res nos enteramos de que Washington Poe ha sido detenido. Tranquilos. Como en una película, un cartel anuncia cómo hemos llegado a ese extremo. Así que, con el corazón encogido comenzamos a leer qué pasó dos semanas antes. Y lo sabemos día a día. Y de nuevo Craven consigue, con un estilo totalmente natural, sorprendernos, a pesar de saber que alguien está muriendo, o muerto; a pesar de ser conscientes de que el sargento de policía más carismático ha podido cometer un asesinato, «El agente de uniforme se arrodilló sobre su espalda y empujó su cabeza sobre las baldosas de piedra para esposarle».

Para entender cómo llega Poe hasta aquí hemos de remontarnos seis años atrás, los que lleva en la cárcel Jared Keaton cuando Washintong Poe investigó la desaparición de su hija Elizabeth Keaton y resolvió que el propio padre la había asesinado. Pero las cosas se ponen feas para el sargento al aparecer, supuestamente, la propia Elizabeth asegurando que la han tenido secuestrada y ha conseguido escapar. Mientras la policía intenta agilizar la libertad del reputado chef Keaton, Elizabeth vuelve a desaparecer consiguiendo que todas las sospechas de asesinato recaigan sobre el policía. Pero nuestro sargento cuenta con dos mentes brillantes, la de la inspectora Stephanie Flynn y la empleada, de altas capacidades, de la Agencia Nacional del Crimen, Tilly Bradshaw. No solo son compañeras, son amigas en las que Poe confía plenamente para que lo ayuden a salir de un embrollo que le puede costar la libertad y su trabajo.

El planteamiento de Verano negro es espectacular. El asesino posee una mente totalmente paranoica, de manera que incluso estando en la cárcel logra implicar a todo el que haga falta para llevar a cabo su plan: debe continuar siendo el mejor chef de Cumbria aunque para ello tenga que eliminar a quien pueda impedirlo. Lo que ocurre es que Keaton no se imagina que la mayor red mafiosa de Europa vaya a por él. Hasta que no le quede claro, los lectores continuaremos leyendo en vilo.

La investigación de Poe, Flynn y Tilly es inmejorable, épica, porque, además de demostrar que estamos ante profesionales inteligentes, como los grandes héroes enarbolan la lealtad, la confianza y la amistad en los otros aun jugándose el puesto «Algo cambió en la mirada de Flynn […] —Pues cambiemos las reglas […] ¿y si no jugaban al juego de Keaton? ¿Y si jugaban al suyo propio?».

Creo que la tercera entrega de Poe es El procurador. Tengo que leerla porque además de esperar un nuevo ingenio sangriento, que seguro queda resuelto por las mentes más agudas de la novela negra, la evolución de los protagonistas promete cambios. A Poe se le puede complicar algo su vida familiar, aunque en este segundo caso lo he encontrado menos abrumado; también la inspectora Flynn guarda un as en la manga que ha quedado sin desvelar; y Tilly ha aprendido a controlar sus emociones, aunque nuestra científica preferida sea única y para dejarlo claro, Craven haya debido inventar un término para definir su personalidad «Bradshaw no entendía el concepto de respetar el rango. No, cuando se hablaba de ciencia. Soltó una pedorreta socarrona. […] A Van Zyl se le había quedado la misma cara que a cualquiera después de ser bradshawado». Los personajes han evolucionado y se nota, por lo que Verano negro tiene un plus añadido para los que leímos El show de las marionetas.

Me gusta leer a Craven porque además de desarrollar tramas increíbles nos deja con alguna que otra reflexión filosófica. En este caso, queda clara la diferencia entre respeto al superior y miedo a las represalias; entre realizar un trabajo porque es obligación o hacerlo porque queremos ayudar al que nos lo pide, «Ese era el problema de los jefes […], que exigían una lealtad que no se habían ganado […] A la mínima oportunidad de joderlos, lo hacían».

La diferencia laboral existente entre hombres y mujeres también queda expuesta. Poe cae en la cuenta y al hacerlo invita a los lectores a reflexionar sobre el hecho de que, en unos trabajos más que en otros, la maternidad influye en la carrera de casi todas las mujeres. «Sabía que no estaba bien pero la discriminación en ese aspecto existía […] la realidad era que las mujeres que se cogían la baja de maternidad quedaban estadísticamente en desventaja […] se daba por hecho que tenían otras prioridades».

Y, por supuesto, también queda sobre el papel el poder de las redes sociales cuando las manejan quienes las usan para algo más que subir “histories”; en el fondo da algo de miedo porque parece que al final todos estamos controlados, «Ahora que Bradshaw ya tenía un nombre, encontraría a Chloe Boxwich en las redes sociales».

En fin, una novela totalmente recomendable, tanto si se quiere profundizar como si lo que pretendemos es dejarnos llevar por una trama negra con sus momentos de humor regalados, por supuesto, por Tilly, «se enfrascaron en una de esas largas conversaciones unilaterales donde la única contribución de Poe era mantenerse despierto».

miércoles, 2 de agosto de 2023

VAGALUME

La última novela de Julio Llamazares ha despertado en mí sensaciones encontradas. No cabe duda de que normalmente pulula un sentimiento poético al rememorar la vida de un fallecido. Con ese gesto le aportamos a la persona cierto valor absoluto. Porque pensamos en quienes han sido buenos, quienes han estado a nuestro lado y nos han hecho sentir bien, bien con sus actos (familiares, amigos) bien con sus testimonios (escritores, artistas). Es difícil que gastemos un solo minuto de nuestro tiempo en alguien que nos hizo infelices; estas personas, que también las hay, mueren en el mismo momento en el que se silencian sus constantes vitales; se ven privadas, para nosotros, de vida eterna.

En Vagalume, muere Manolo Castro, un periodista, amigo y maestro de César cuando éste empezó a trabajar en el periódico. César va al pueblo, donde tantas vivencias compartieron, para el funeral y el entierro. Allí vuelve a encontrarse con Elvira, la viuda de Manolo, María y Sara, sus hijas ya mayores y un par de amigos en común. Pero el primer día de su estancia en el hotel una extraña mujer le deja un libro inédito escrito por Manolo.

En su familia desconocían la labor secreta del periodista, a quien en su juventud le censuraron su primera obra, lo que provocó que abandonase la literatura para dedicarse sólo al periodismo. Sin embargo, aparecen en su casa otras novelas y una obra de teatro que Elvira da a César para que las lea. Aquí comienza un misterio estimulante para el protagonista, pues pretende averiguar por qué escribía su amigo sin que su familia supiese nada y por qué una mujer anónima tenía la novela censurada. Y sobre qué escribía. Esto último se le va revelando a César conforme lee la obra de Manolo. Las otras preguntas también las descubre durante la lectura.

¿Por qué escribimos? Este interrogante se lo han hecho multitud de escritores desde que Jorge Manrique escribió las Coplas a la muerte de mi padre y en las que, además de la vida terrenal, que acaba con la muerte, y la eterna, que empezaría con ella, estableció una tercera vida, la de la Fama, capaz de perdurar más allá. A pesar de creer en el cielo, algo debió intuir sobre la importancia de permanecer aquí en la tierra.

La vida terrenal de Manrique es fugaz y está sometida a multitud de vaivenes, que se eliminarían en la eterna. Esto, para Llamazares, no es del todo cierto. Si no somos capaces de afrontar y superar las dificultades, no tendremos vida eterna, nadie nos recordará y, por supuesto, no nos perseguirá la Fama, que no es sino el reflejo de una vida auténtica perpetuada en la memoria.

La vida pública, terrenal, de Manolo fue buena; demostró ser un hombre íntegro en su trabajo y con sus amigos. Sin embargo no fue sincero con su familia, el secreto mantenido durante todo su matrimonio le impedirá gozar de la fama a través de su mujer e hijas.

En el secreto de Manolo Castro hay escasa implicación por lo que, como no se complica, la novela de Llamazares deja de ser enigmática. La solución a la intriga para los personajes es un tanto decepcionante, porque se han visto envueltos en una vida falsa que no admite solución. Los lectores también nos quedamos esperando una justicia poética que no llega, reflejo duro de la vida real.

En el hombre público de Manolo intuimos al escritor Julio Llamazares que va exponiendo en este ensayo novelado qué es escribir, «una forma de sobrevivir al tiempo, al vacío sucesivo de los días y su irreparable pérdida». En este sentido, también Manolo tenía necesidad de escribir, debía llenar ese vacío, por lo que para él era una salvación.

Por eso, César está seguro de que Manolo no tenía la intención de que su obra quedase en el olvido, sino que quería publicarla; probablemente así recuperase algo de la vida que no tuvo: «volví a escribir para sobrevivir a la pena».

Hay un pozo de tristeza en esta actitud no solo por la pena de ese escritor sino por la pena que irremediablemente ha dejado a su alrededor afectando a otros.

Vagalume es una obra en la que la metaliteratura está presente, como en una matrioska rusa, la novela de Manolo encierra la vida de su padre y esta su obra; y todas están contenidas en la obra de Llamazares; en ella, el autor intercala comentarios sobre la obra de teatro de Manolo en su propia obra, por lo que ambas se unifican «En realidad, el trabajo fue para los dos su vida. Para el padre porque a él le dedicó muchas horas […] Padre e hijo siguen sentados en el banco…».

No solo la obra de Manolo de Castro queda expuesta en la obra de Llamazares sino que se igualan en diferentes momentos, «la acción iba punteada por continuos flashbacks».

En Vagalume lo importante no son los diálogos, escasos y cortos, sino las digresiones del narrador en las intervenciones de la conversación, «Mientras lo miraba ahora apoyado de lado en la barra del bar según su costumbre, recordé el día en que lo conocí».

Vagalume es una obra que permite al lector vagar por ella sin que ocurran apenas acciones. Tantos recuerdos puede que resten expectación sobre la trama novelística, pero son perfectos para introducir las reflexiones de Llamazares sobre el proceso de la vida y la escritura, sobre la función de la mujer aun hoy en la sociedad, «ya había dejado de trabajar para cuidar de mi primera hija», sobre reflexiones de otros autores «entre la pena y la nada elegí la pena». Y, sobre todo, es una obra redonda, perfecta, que se acoge a la lírica inmersa en la propia prosa de uno de los escritores actuales más significativos, «Vestía de verde y negro, se confundía con la vegetación, quién sabe si premeditadamente […] La mujer siguió como estaba […] Parecía formar parte del paisaje, verde y negro su vestido como éste».