La
última novela de Julio Llamazares ha despertado en mí sensaciones encontradas.
No cabe duda de que normalmente pulula un sentimiento poético al rememorar la
vida de un fallecido. Con ese gesto le aportamos a la persona cierto valor
absoluto. Porque pensamos en quienes han sido buenos, quienes han estado a
nuestro lado y nos han hecho sentir bien, bien con sus actos (familiares,
amigos) bien con sus testimonios (escritores, artistas). Es difícil que
gastemos un solo minuto de nuestro tiempo en alguien que nos hizo infelices;
estas personas, que también las hay, mueren en el mismo momento en el que se
silencian sus constantes vitales; se ven privadas, para nosotros, de vida
eterna.
En
Vagalume,
muere Manolo Castro, un periodista, amigo y maestro de César cuando éste empezó
a trabajar en el periódico. César va al pueblo, donde tantas vivencias
compartieron, para el funeral y el entierro. Allí vuelve a encontrarse con
Elvira, la viuda de Manolo, María y Sara, sus hijas ya mayores y un par de
amigos en común. Pero el primer día de su estancia en el hotel una extraña
mujer le deja un libro inédito escrito por Manolo.
En
su familia desconocían la labor secreta del periodista, a quien en su juventud
le censuraron su primera obra, lo que provocó que abandonase la literatura para
dedicarse sólo al periodismo. Sin embargo, aparecen en su casa otras novelas y
una obra de teatro que Elvira da a César para que las lea. Aquí comienza un
misterio estimulante para el protagonista, pues pretende averiguar por qué
escribía su amigo sin que su familia supiese nada y por qué una mujer anónima
tenía la novela censurada. Y sobre qué escribía. Esto último se le va revelando
a César conforme lee la obra de Manolo. Las otras preguntas también las
descubre durante la lectura.
¿Por
qué escribimos? Este interrogante se lo han hecho multitud de escritores desde
que Jorge Manrique escribió las Coplas a
la muerte de mi padre y en las que, además de la vida terrenal, que acaba
con la muerte, y la eterna, que empezaría con ella, estableció una tercera
vida, la de la Fama, capaz de perdurar más allá. A pesar de creer en el cielo,
algo debió intuir sobre la importancia de permanecer aquí en la tierra.
La
vida terrenal de Manrique es fugaz y está sometida a multitud de vaivenes, que
se eliminarían en la eterna. Esto, para Llamazares, no es del todo cierto. Si
no somos capaces de afrontar y superar las dificultades, no tendremos vida
eterna, nadie nos recordará y, por supuesto, no nos perseguirá la Fama, que no
es sino el reflejo de una vida auténtica perpetuada en la memoria.
La
vida pública, terrenal, de Manolo fue buena; demostró ser un hombre íntegro en
su trabajo y con sus amigos. Sin embargo no fue sincero con su familia, el
secreto mantenido durante todo su matrimonio le impedirá gozar de la fama a
través de su mujer e hijas.
En
el secreto de Manolo Castro hay escasa implicación por lo que, como no se
complica, la novela de Llamazares deja de ser enigmática. La solución a la intriga
para los personajes es un tanto decepcionante, porque se han visto envueltos en
una vida falsa que no admite solución. Los lectores también nos quedamos
esperando una justicia poética que no llega, reflejo duro de la vida real.
En
el hombre público de Manolo intuimos al escritor Julio Llamazares que va exponiendo
en este ensayo novelado qué es escribir, «una
forma de sobrevivir al tiempo, al vacío sucesivo de los días y su irreparable
pérdida». En este sentido, también Manolo tenía necesidad de escribir,
debía llenar ese vacío, por lo que para él era una salvación.
Por
eso, César está seguro de que Manolo no tenía la intención de que su obra
quedase en el olvido, sino que quería publicarla; probablemente así recuperase
algo de la vida que no tuvo: «volví a
escribir para sobrevivir a la pena».
Hay
un pozo de tristeza en esta actitud no solo por la pena de ese escritor sino
por la pena que irremediablemente ha dejado a su alrededor afectando a otros.
Vagalume es una obra en la que la
metaliteratura está presente, como en una matrioska rusa, la novela de Manolo
encierra la vida de su padre y esta su obra; y todas están contenidas en la
obra de Llamazares; en ella, el autor intercala comentarios sobre la obra de
teatro de Manolo en su propia obra, por lo que ambas se unifican «En realidad, el trabajo fue para los dos su
vida. Para el padre porque a él le dedicó muchas horas […] Padre e hijo siguen
sentados en el banco…».
No
solo la obra de Manolo de Castro queda expuesta en la obra de Llamazares sino
que se igualan en diferentes momentos, «la
acción iba punteada por continuos flashbacks…».
En
Vagalume lo importante no son los
diálogos, escasos y cortos, sino las digresiones del narrador en las
intervenciones de la conversación, «Mientras
lo miraba ahora apoyado de lado en la barra del bar según su costumbre, recordé
el día en que lo conocí».
Vagalume es una obra que permite al lector vagar por ella sin que ocurran apenas acciones. Tantos recuerdos puede que resten expectación sobre la trama novelística, pero son perfectos para introducir las reflexiones de Llamazares sobre el proceso de la vida y la escritura, sobre la función de la mujer aun hoy en la sociedad, «ya había dejado de trabajar para cuidar de mi primera hija», sobre reflexiones de otros autores «entre la pena y la nada elegí la pena». Y, sobre todo, es una obra redonda, perfecta, que se acoge a la lírica inmersa en la propia prosa de uno de los escritores actuales más significativos, «Vestía de verde y negro, se confundía con la vegetación, quién sabe si premeditadamente […] La mujer siguió como estaba […] Parecía formar parte del paisaje, verde y negro su vestido como éste».
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