miércoles, 8 de mayo de 2024

ALES JUNTO A LA HOGUERA

El cerebro funciona de forma simultánea, podemos pensar dos cosas al mismo tiempo, hay pensamientos que se superponen a otros causando en nosotros cierta desazón al no tener claro qué sucedió antes, qué es real y qué imaginado.

Son asociaciones libres que insisten en prevalecer, mezcladas, unas sobre otras o todas a la vez. Cuando esto ocurre, y somos conscientes, lo lógico es intentar que nuestra mente haga una pausa para empezar de nuevo y tratar de entender lo que nos dice. Son momentos en los que aflora nuestro interior, nuestra forma de ser, de ver la vida, de sentirnos en ella.

Es difícil trasladar estos momentos al papel porque la escritura es lineal; es muy difícil escribir y que se entienda el flujo de conciencia. No es un monólogo interior que podemos ordenar. Es introducirse en la psicología de un personaje y extraer toda su verdad emocional.

Jon Fosse lo consigue. Es increíble cómo, en unas cien páginas, no abandona ni un solo momento esta técnica. El lector es testigo de las obsesiones de los personajes; de cómo uno de ellos va sacando de su mente sus pensamientos para unirlos a los de su marido Asle, a los de su abuelo, sus bisabuelos y tatarabuelos. Cinco generaciones unidas en un mismo espacio, la Casa Vieja, por un mismo dolor: la muerte traumática del niño Asle, el día de su séptimo cumpleaños en 1897 y la del adulto Asle, ochenta y dos años después.

Pero estamos en el siglo XXI: «pues debe ser jueves, el mes será marzo, y el año 2002, eso sí que lo sabe, claro, pero la fecha y cosas así, pues no las recuerda». Han pasado 23 años desde que Asle desapareció en el fiordo noruego. Veintitrés años, que Signe, su mujer, vive sola en la Casa Vieja mirando por la ventana, esperándolo, recordando a cinco generaciones unidas por la desgracia. Y, sin embargo, es la voz de Asle la que abre el relato para dar paso, enseguida, a la voz de Signe, «Veo a Signe ahí echada en el banco de la sala, mirando a todas las cosas de siempre […] y las mira sin verlas, y está todo como siempre […] y sin embargo ha cambiado todo, piensa, porque desde que él se marchó y desapareció…».

No somos conscientes, tanto es el embelesamiento en el que nos sentimos inmersos, pero cuando nos damos cuenta, Signe ha conectado con Olav, el abuelo de Asle; con Asle, el niño de 7 años, hermano de Olav, ahogado en el fiordo ante su madre; con Kristoffer y Brita, los bisabuelos de Asle, padres de Olav y Asle; con Ales, la tatarabuela de Asle, por quien recibió su nombre.

Signe conecta con el Fiordo, con la playa, con la Casa Vieja familiar, con la montaña, con la barca… y asocia unos hechos a otros en un dolor heredado hasta llegar a ella, sin descendencia, probablemente para que cese ese dolor.

Cinco generaciones que, rodeadas de frío y soledad, mantienen una dolorosa rutina, aquella que empezó la abuela Ales cuando su nieto murió ahogado y ella quedó sentada junto al fuego recordando.

El espíritu de Ales está presente en la familia un siglo después. Todos han mantenido viva la desgracia en el fuego del hogar, que a su vez ha ido regenerándose, como el propio fuego, hasta confundir a unos con otros y confundirse con el espacio y el tiempo.

Ales junto a la hoguera está formado por diferentes voces narrativas que, de manera anárquica, van exponiendo el sentimiento que los ha unido, el amor a pesar del dolor. Y ese amor prevalece y da orden a las voces; a pesar de la falta de puntuación y de las incongruencias ortográficas; a pesar de la ausencia de párrafos. En esta escritura, formalmente caótica y confundida, descubrimos el estilo de Jon Fosse, anteponiendo, en una modalidad coloquial, aquellas palabras que le interesa marcar, como el paso del tiempo: «varios siglos tienen las partes más antiguas de la casa» o el dolor de una madre fracasada: «hijos nunca tuvieron». Repitiendo términos que señalan el interior de los personajes «No pienso en nada […] no miras nada […] no miro nada». Describiendo acciones que desvelan la tristeza y el dolor «y la vieja Ales se lleva una mano, de dedos cortos y retorcidos, a un ojo y se pasa el costado del índice a lo largo del ojo».

Puede que el flujo de conciencia sea confuso, pero en la narrativa de Fosse destacan claramente las conciencias tranquilas, superpuestas a la desesperación íntima, aferradas a la esperanza de la vida y de la fe religiosa.

Signe se mira a sí misma y se ve como la joven de entonces cuando se enamoró de Asle, una figura que avanzaba hacia ella y ya no hubo dudas entre los dos. Y en esa joven ve el pensamiento de la casada esperando a un marido que se ha adentrado en el mar porque es un hombre, porque necesita respirar aire libre, porque debe traer el alimento a casa, porque no sabe vivir en cautividad.

Signe ve el amor hacia ese hombre y siente intranquilidad ante la inseguridad de su situación. Ve la pena por la maternidad frustrada y experimenta la soledad de la rutina. Ve el tormento por la juventud truncada y percibe la tristeza de la soledad. Ve el suplicio de la memoria y lo padece; y se refugia en ese amor que vivió mientras implora que todo acabe.

Fosse introduce imágenes desconcertantes, asombrosas, que nos alejan del confort de la lectura para atraernos al delirio inconsciente de Signe y conectar con ella en su propia introspección. Es difícil encadenar una serie de sucesos que parecen ilógicos pero el Premio Nobel lo consigue, y al final conocemos a una saga de pescadores que ha amado, ha sufrido y ha aceptado su vida tal como se ha presentado.

El foco de atención es la hoguera. Una que hicieron unos niños al quemar la barca de Asle la noche de San Juan. La hoguera que mantiene a la familia caliente en el hogar. Fuego que destruye aquello que queremos pero purifica los sentimientos a través del sacrificio que nos exige.

Fuego capaz de dar vida a la familia y de transportarnos a través de ella. Mirar al fuego despierta la imaginación, es decir, desrealiza lo que nos rodea y nos abstrae en un mundo nuevo formado por imágenes que crea nuestra mente o por las que asocia a lo que nos han contado.

Signe no ha vivido más de cien años y sin embargo revive una y otra vez una realidad que no es la suya sino la que le fue transmitiendo Asle día tras día durante su matrimonio en la comunicación surgida entre ellos, las experiencias de otros quedaron en la mente de Signe que ahora, sola en la realidad, debe conformar una desrealidad para poder sobrellevar la existencia. La imaginación de Signe se despierta en las llamas de la hoguera de su sala, de la hoguera de la playa, de la hoguera que ve en lo alto de la montaña, una luz que une lo terrenal con lo celestial. Fuego que reconforta a las generaciones de una familia.

Fosse no sigue en su relato un tiempo cronológico sino el que marca la imaginación de Signe. Un tiempo simbólico capaz de dar vida a nuestro interior.

Aún hay otro símbolo importante en Ales junto a la hoguera. El mar. En su inmensidad une el cielo y la tierra, conecta lo divino y lo humano. También es creador de vida y de muerte. El fiordo es el encargado de traer la vida a la familia y de quitarla; de forma caprichosa. Es curioso que el mar se llevara dos vidas de la misma familia y en ambas ocasiones las barcas, frágiles, pertenecientes a los dos Asle, permanecieran intactas a pesar del embate de las olas.

Cuando llegan las embarcaciones a la playa, se restablece un orden familiar que no es el que había hasta entonces, pero a través de ellas la familia mantiene la esperanza. Por eso, cuando solo queda Signe y queman la barca, el fuego purifica a esa familia que ya no pertenece a la tierra sino a su imaginación.

Y cuando terminamos de leer Ales junto a la hoguera tenemos la seguridad de que esos personajes, fruto de la imaginación de Jon Fosse, van a formar parte de nuestra realidad.

miércoles, 1 de mayo de 2024

UN ANIMAL SALVAJE

En Ginebra saltan las alarmas cuando atracan una joyería y se llevan un importante botín. La policía se pone manos a la obra pero las pistas, que en principio apuntaban a los sospechosos, circulan por caminos sorprendentes. Por otro lado el perfecto matrimonio Braun verá resquebrajada su armonía familiar que, al menos desde que viven en un cubo enorme de cristal en medio del bosque, es bastante superficial. La exposición inconsciente de su intimidad, hace que Sophie Braun provoque los celos desatados de su vecina Karine y el deseo obsesivo de su vecino Greg, «Al amanecer, se instalaba allí y observaba a Sophie a través de las cristaleras […] Tras beberse el café, Sophie subió a la planta de arriba y entró en el dormitorio principal. Se desvistió y se deslizó desnuda en la cama donde su marido aún dormía […] Tenía que largarse, volver a casa antes de que Karine y los niños se despertasen». También siente celos Arpad Braun, cuando es consciente de que nada es lo que parece en la vida que pensaba había construido.

En realidad nada es lo que parece en Un animal salvaje, excepto el tatuaje de una pantera que Sophie se mandó hacer en el muslo. Ella es un animal salvaje por lo que, aunque lo intenta, no puede vivir encerrada.

La última novela de Joël Dicker no es una novela negra, en todo caso podría pertenecer al género policial, aunque los protagonistas son los ladrones y la policía, implicada como tal al final del argumento, no esclarece nada. Es cierto que hay un robo (el último de una cadena que no lleva visos de terminar) y también lo es que hay un asesinato, pero nada se resuelve. Hay un implicado que, sorprendentemente, queda sin castigo judicial; es su mujer la que decide castigarlo, aunque es más un premio para ella que otra cosa.

En fin, soy consciente de que debería argumentar más mis afirmaciones pero no quiero desvelar nada, y realmente, ya hay pocas sorpresas en la novela porque, en esta ocasión, Dicker no deja que imaginemos, nos va revelando constantemente lo ocurrido en un pasado, lejano o inmediato.

Esta última obra del suizo me ha dado la impresión de que está escrita con prisa. Hay una trama, bastante simple, al estilo de la que podríamos ver en cualquier película “romántica”, protagonizada por una alta sociedad que vive para impresionar. Y aunque Joël Dicker lo que hace, muy bien, es ir dando saltos atrás en el tiempo para que nos enteremos por qué los protagonistas han llegado a este punto «Estaba angustiado […] Ya era hora de confesárselo todo a Sophie. De terminar con esa farsa», en Un animal salvaje las analepsis son tan constantes que no dejan tiempo para que nos metamos en el engaño y recibir de sopetón una sorpresa que nos desmonte la teoría.

Creo sinceramente que son demasiadas páginas y demasiados saltos porque al final viene a decirnos lo maravillosa que es esta vida falaz. Una vida que solo pueden llevar los que pertenecen a la clase alta. Está claro; son los únicos que salen indemnes. Los plebeyos reciben su castigo, unos más duro que otros. En fin, los personajes son bastante planos, y ya es difícil que a lo largo de 446 páginas no evolucionen. Es cierto que Arpad muestra dudas, se contradice, pero termina actuando de la misma manera. Igual ocurre con Sophie, lo mismo pasa con Greg y de forma semejante Fiera mantiene su comportamiento.

Dicker ha construido la personalidad de cada uno en base a un rasgo determinado y así nos encontramos al típico machista que no soporta ser menos que su mujer, que no soporta que sea ella la más inteligente, la más guapa, la más rica, la que brille más… Sabe que sin ella no es nada, por lo que no le importa humillarse para que, cara a la galería, sea él el cabeza de familia, rodeado de gente que lo admira y lo envidia.

Nos encontramos con la clásica niña rica que lo ha tenido todo sin esfuerzo, belleza, dinero, inteligencia, contactos… y le falta experimentar la excitación que el resto de mortales siente en su día a día para encontrar un trabajo o conseguir lo que se propone. No le importa mentir o saltarse la ley con tal de percibir una subida de adrenalina. Por supuesto, contando siempre con el apoyo familiar incondicional.

Nos encontramos con el típico hombre que ha perdido el deseo por su mujer, porque se siente atraído hacia cualquier novedad que se le presente. Sabe que lo que tiene en casa seguirá ahí para ofrecerle un hogar en el que refugiarse cuando esté cansado de probar las innovaciones sexuales que su mujer no tolera, «Greg pensó que hacía mucho tiempo que Karine no lo recibía así. […] —Me apetece hacerlo aquí —dijo sacándose unas esposas del bolsillo de atrás del pantalón».

Nada es lo que parece en Un animal salvaje, pero en realidad pocas cosas sorprenden, aun con tantos cambios, tantas las idas y vueltas. Incluso los diálogos no están a la altura de lo que nos tiene acostumbrados el autor; demasiado lenguaje coloquial.

He echado en falta la metaliteratura de El caso de Alaska Sanders. La narrativa fraccionada de Dicker es su constante, y sin embargo esta vez no he encontrado giros sorprendentes, sí hay sorpresas pero en mi opinión no de la talla de La verdad sobre el caso de Harry Quebert.

La narrativa múltiple a la que nos tiene acostumbrados ha dejado paso a un narrador omnisciente que, de manera testimonial, va contando los hechos ocurridos en diferentes espacios: Londres, Génova, Saint Tropez, y en distintas épocas.

Si en Elenigma de la habitación 622 encontré alusiones al suspense de Alfred Hitchcock, en este argumento, totalmente visual, como es usual en el autor, pueden quedar reflejadas imágenes de cualquier película pretendidamente romántica. No hallamos el sentido de la amistad que rodea sus otras novelas, hay engaño, mentira y un ambiente de falsedad con el que no nos es posible identificarnos. Un ambiente que saca lo peor del género humano: el egoísmo.

Aun así, es Joël Dicker, y espero ilusionada su próxima novela.

martes, 23 de abril de 2024

EL DILUVIO ANÓNIMO

Cuando nos disponemos a leer El diluvio anónimo tenemos la sensación de habernos retrotraído a comienzos del siglo XX, tal es la contemporaneidad que se deja ver en sus páginas. La novela comienza con un capítulo que es en realidad el Libro Primero –Infancia de Si tanto me amas. En este libro conocemos pues, la infancia de Zora Nerva. Su fatídico nacimiento, durante el que muere su madre, presenta una situación habitual en la que podemos distinguir el entorno económico, político y social de los protagonistas. Son el testimonio de una época, relativamente objetivo, pues el punto de vista de la narradora protagonista refleja su posición individual burguesa, «recordé que Lina, durante la merienda-cena, había estado lamentándose del deterioro del orden público de Barcelona, de los disturbios que estaban ocasionando los catalanistas radicales y del enrarecido clima social que se vivía en la ciudad».

No cabe duda de que la mujer es la protagonista de El diluvio anónimo; no solo porque comienza por el relato de la infancia de Zora, también porque desde el principio intuimos que los personajes que la rodean serán fundamentales para que lleguemos a conocerla. Aunque el estilo narrativo y las expresiones empleadas, en este primer capítulo, sean propios del Realismo, sabemos que no será una novela decimonónica al uso, «Estaban levantando La Valenciana, empresa de condimentos alimentarios y embutidos que hoy, cien años después, todavía me reporta beneficios». Este empleo del presente inquieta o, al menos, confunde; y sin embargo es normal; P. L. Salvador no iba a escribir simplemente una historia a modo del XIX, por eso anuncia El enigma de la casa Munther, un libro escrito por un psiquiatra y publicado póstumamente. Este será El libro Segundo de nuestra novela.

A partir de aquí, Salvador va intercalando entre la adolescencia, la juventud y la madurez de Zora, el libro escrito por el psiquiatra Ralf Heller, donde relata cómo encontró a Robert Munther cuando era un niño, cómo lo ocultó de la marabunta que lo buscaba para matarlo y cómo dedicó su vida a estudiar las peculiaridades que este chico presentaba. Como otro capítulo-libro, P. L. también inserta la autobiografía novelada de Emilio Nerva, padre de Zora; al leerla, somos testigos del empeño de Emilio por ascender socialmente solo para estar a la altura de Celia Tumbler y ser merecedor de ella a ojos de sus padres que, como pertenecientes a una de las casas más reputadas de Valencia, no aprobaban la relación de su hija con un simple carnicero. Una verdadera historia de amor que revelará más de una sorpresa al lector y a través de la que podremos entender aún más la actitud de Zora y su condición.

Otro libro intercalado es el de Robert Munther. El tiempo va pasando en El diluvio anónimo, pero ahora volvemos a comienzos del XX, cuando una nave de los Laskloítas aterriza en Dehián, así bautizaron en su día a La Tierra, «idéntico en todos los aspectos a Laskloi». Nos enteramos entonces de cómo viven los laskloítas, de dónde vienen y cuáles son sus características actuales, «intercambio de energía […] esta facultad solo funciona al cien por cien entre ellos, siendo perjudicial para el resto de las especies conocidas».

La circunstancia de que Laskloi y La Tierra se parezcan es la que aprovecha Salvador para reflexionar sobre hacia dónde nos dirigimos, «tiempos de miserias e injusticias». Los laskloítas estudian mediante una tecnología avanzada, el comportamiento de los humanos en Washington, Curitibia, Traunstein, Segorbe y Shangái, y llegan a la conclusión de que en general falta espiritualidad, sobra egoísmo, miseria, violencia, soberbia e ignorancia, por lo que están seguros de que La Tierra va camino de una destrucción, tal y como ocurrió con su planeta en tiempos de sus antepasados. Como intuyen que hay gente buena, deciden dotar con sus poderes a unos pocos, nueve, que serán los encargados de ir trasladando los genes de manera exponencial. De esta forma nacen el mismo día de 1915, el barón Robert Munther y Zora Nerva, niños que dejan viudos a sus padres cuando tanto Anja Munther como Julia Tumbler mueren en el parto.

Zora Nerva y Robert Munther, a pesar de ser felices, no encuentran sentido a sus vidas. Están contentos por las familias numerosas que han conseguido pero se sienten tristes. Zora es consciente de lo que le falta. Robert no lo sabe. Todos, los protagonistas y los lectores, tendremos que llegar al último libro de El diluvio anónimo, Cien años, para estar seguros del destino de los personajes y de la única salida para el ser humano.

¿Es posible cuadrar en una historia romántica la ciencia ficción? ¿Es que en la actualidad hablar de amor es sinónimo de fantasía? ¿Se presta la literatura decimonónica a plantear un mundo imaginario? Esta novela contiene todas las respuestas, aunque en El diluvio anónimo no llueve, mucho menos diluvia pero, de forma anónima, va calando en los lectores, en todos; en ocho capítulos y algo más de cien años, tres historias se unifican; P. L. Salvador se consagra como uno de los mejores escritores actuales con una creación novedosa, aunque sin dejar de ser fiel a sus constantes: historias paralelas que confluyen al final (Neel Ram); la independencia forzada de los protagonistas con la consecuente búsqueda incansable de una familia verdadera, pues en las relaciones de consanguinidad predomina el amor-odio «Flora […] era a todos los efectos mi madre adoptiva. A mi madre biológica no la vi en todo el año. Y a mi padre y a mi hermano Eloy, tampoco»; el protagonista escritor (La prodigiosa fuga de Cesia); el problema editorial… Todas las características figuran en la novela en la que, en esta ocasión sin embargo, Salvador no aparece de manera evidente sino que se oculta tras los personajes.

El diluvio anónimo es una obra cuya adaptación al cine es perfectamente plausible. Extraterrestres, terrícolas de diferentes épocas y lugares encajan en un mundo cinematográfico donde los diálogos dejan a la vista las preocupaciones del creador, sobre todo, el dolor por la pérdida de los seres queridos y la revalorización del amor —en todas sus manifestaciones— como el único sentimiento capaz de mantener al hombre como ser humano a pesar de las transformaciones que sufra con el paso del tiempo.

Al analizar Nocturno de Calpe confesé conocer a Salvador a través de su obra literaria. Tras leer El diluvio anónimo una inmensa paz me ha inundado. No me cabe la menor duda de que un escritor que deja una estela de optimismo, alegría, felicidad, aun tras el dolor, el sufrimiento y la muerte, es una buena persona; alguien que para ser feliz solo exige (¡nada menos!) trabajar en lo que a uno le gusta y amar «¿Qué van a hacer una campesina y un hombre de letras? Y yo le replicaba: Amarse».

P. L. Salvador es un hombre de bien que se ha ido retratando en su obra con las pequeñas transformaciones que el paso del tiempo hace inevitables. En su última novela no aparece nominalmente como autor, como sucedía en Neel Ram pero su esencia está ahí, fuertemente anclada. El amor por la música de Celia, Zora y Robert es la pasión que Salvador demuestra con Prolýmbux. La búsqueda incansable del amor, de Zora, es la misma que ha llevado a cabo nuestro autor. La reflexión y la demanda de la justicia de Emilio son herencia de Salvador. La sencillez del mundo ficticio de El diluvio anónimo es una traslación del deseo de realidad de P. L., tomado a su vez del Libro Cuarto, Robert Munther, «viven en una zona llana, seca, poco poblada […] Les hemos habilitado un trozo de tierra colindante con el campo para que no se echen de menos […] Lo he construido tomando como patrón el hogar de los invitados».

Y, por supuesto, las ginoides de 2222 quedan reflejadas en los laskloítas, «Es una ginoide ataviada al estilo de Adela […] tan humana como la que más», para reivindicar una ética que el ser humano olvida constantemente.

Personalmente, como lectora, agradezco que existan editoriales independientes como Última línea, sin ellas sería muy difícil encontrar nuevos buenos escritores. No entiendo sin embargo, cómo las consideradas “mejores editoriales” rechazan buenas novelas y prefieren publicar otras de dudosa calidad solo porque sus autores ya están consagrados o simplemente son personajes conocidos. Yo no lo entiendo ni lo apoyo. Tampoco P. L. Salvador quien, una vez más, lo denuncia en su obra, «La novela no encajaba en su línea editorial».

Así pues, agradezco a Última línea que apueste por nuevas narrativas y agradezco a Salvador, al que considero un amigo por lo que descubro en sus novelas, que escriba.

martes, 16 de abril de 2024

PANZA DE BURRO

Cuando lo que rodea es un ambiente de pobreza absoluta, económica y moral; cuando el acceso a la educación está restringido; cuando la falta de higiene es lo habitual, los habitantes expresan diferentes deseos de escapar de ahí. O escapan de diferentes formas: Hay quienes deben ir al sur de la isla para trabajar, lo que implica no estar con la familia sino sacarla adelante como sea. Hay quienes huyen de la isla dejando a la familia desamparada. Y hay quienes deciden abandonar este mundo que les ha tocado en suerte porque no lo soportan más. El desaliento se ha apoderado de ellos.

Andrea Abreu escribe Panza de burro para denunciar esta situación.

Pocos libros habrá más implacables que esta novela. Y no es que en sus páginas haya un maltrato específico, bueno, lo hay, pero su autora no se ensaña; no le hace falta; la imaginación casi siempre es más poderosa que la certeza y está claro que cuando un niño no cumple las expectativas que sus mayores tienen puestas en él, como el macho que es, va a sufrir psicológica y físicamente no solo por causa de sus compañeros sino por la de sus propios progenitores «Era el abuelo de Juanito, que llevaba el cinturón en la mano […] Del miedo que me dio me entraron unas ganas de mear muy fuertes […] Nos soltamos. Los gritos de Juanito resonaban hasta más allá del cruce». Juanito, un amigo de la protagonista de Panza de burro, es maltratado por su abuelo por ser homosexual. Es una niña en el cuerpo de un niño y eso no se lo va a perdonar nadie de su entorno. La narradora protagonista lo sabe, por eso siente pena por él, incluso sabe que nada cambiará en el futuro, «De repente lo vi en mi cabeza ya de grande, trabajando en el Sur, en una cooperativa de tomates […] entristecido en medio de un montón de hombres riéndose de él y él […] como una viejita de ochenta años, como una mujer vieja».

Andrea Abreu nos recuerda a través de Juanito, de Juanita Banana, que el maltrato tiene consecuencias graves a largo plazo, y a corto; el ambiente en el que se mueven las protagonistas, Isora y la narradora sin nombre, no es el adecuado para unas niñas de diez años. No sabemos el nombre de esta niña, nadie la llama por él, solo su amiga Isora la denomina “Shit” y así se siente ella y así, descorazonados, nos sentimos los lectores al enterarnos. Lo tiene asumido. No es nadie sin Isora, más desarrollada físicamente y con problemas de autoestima que resuelve con ataques de bulimia y de autolesión.

Viven en el norte de Tenerife, un pueblo de montaña donde priman las desigualdades sociales y las situaciones de penuria «ni las casas rurales ni los hoteles en costrusión podían salvar a abuela de todas las deudas que le dejó abuelo antes de irse».

La familia de Shit es pobre, ella se cría con la abuela, porque sus padres trabajan de sol a sol para pagar las deudas que dejó el abuelo cuando las abandonó. No tienen oportunidades. Tampoco Juanito. Ni Isora, una niña criada también por su abuela y su tía desde que su madre se suicidó. Isora quisiera ser como su madre y, sobre todo, quisiera tenerla a su lado.

Los niños son pocos en el pueblo y van todos a una escuela unitaria. Hay pocas distracciones, por lo que los juegos sexuales comienzan pronto. Los niños casi viven en la calle, en pleno contacto con una naturaleza limitada que también les limita la infancia. Son niños acostumbrados a vivir entre los chismes y habladurías de una población envejecida, supersticiosa, machista y sin recursos. Viven en una realidad exótica para los turistas y dura con sus habitantes. Una naturaleza que, cuando se enfada, puede dejarlos, de nuevo, sin nada.

No hay expectativas de cambio, ni para los niños ni para los adultos, desfavorecidos y olvidados, sumisos y depresivos ante la situación que les ha tocado en suerte «Se me ocurrió que la tristeza de la gente del barrio eran las nubes, las nubes clavadas en la punta del cogote, en la parte más alta de la columna vertebral, a la hora de la novela».

A pesar de todo, es bueno leer esta novela. Andrea no solo nos despierta y nos muestra una realidad, que existe aún, en algunos casos para nuestra vergüenza como seres humanos; también nos regala un libro donde encontrar una serie de canarismos, algunos en desuso por su carácter vulgar, que son una joya, testimonio de tradición y cultura.

Predominan en los diálogos, las frases cortas, con muletillas, «Doña Carmen, usté hace sopa magi, la de sobre? […] No, miniña, por qué? Dice mi abuela que la sopa magi es sopa de putas. Ah miniña, pues no sé. Yo la sopa que hago la hago de las gallinas que yo tengo».

El vocabulario que emplean los personajes es reducido, con repeticiones y alteraciones en el orden sintáctico, colocando el tema al principio para destacar de qué se va a hablar, «De que no tuviera madre, de eso no tenía envidia, la verdad. De que no tuviera madre y de que la cuidaran la tía y la abuela no tenía envidia, la verdad».

Predomina el uso de refranes y frases populares en la conversación habitual «Cuando abuela veía un bebé […] Dios lo guarde y lo bendiga de los pies a la barriga».

Es usual la formación de palabras por contaminación, «planchas de duralita» o por medio de acronimia, «cintasiva».

Común el empleo de vocablos por asociación, «fogatera», «humasera» y de expresiones formadas por asimilación de términos «pa cas abuela».

Asimismo las vocales se debilitan por comodidad en el habla «la tualla» 

Es fácil encontrar casos de prótesis, «emprestó» o epéntesis, «amarisconado», «cirgüela».

También encontramos plurales vulgares mediante paragoge «no se mueve nadien» o metátesis «a mí ni me pernuncien».

En fin, los vulgarismos y canarismos son abundantes y extremos sin embargo la novela se entiende; los lectores participamos de las penalidades que a estos niños les brindan las familias, los vecinos, las redes sociales «isoritatuputita: Si K calor como el K tengo yo en el xoxito» e incluso la naturaleza. Todo se funde para ofrecerles una vida dolorosa y desesperanzada «…todo el mundo sabía que detrás de las nubes vivía un gigante de 3718 metros que podía pegarnos fuego si quería».

Una novela diferente, casi experimental, para meternos de lleno en la piel de los desfavorecidos.

lunes, 8 de abril de 2024

MADRE MÍA. LAS MADRES EN LA FICCIÓN

Los tiempos están cambiando, afortunadamente, aunque es cierto que para las mujeres aún deben dar un giro definitivo. Esto es algo que observando el día a día tenía claro pero, gracias a Babelio y su última Masa Crítica, al leer el ensayo de Alicia Pérez Gil, me he dado cuenta de que en televisión, al menos, y en ciertas obras literarias, el papel de la mujer pide a gritos un cambio.

He de confesar que, al pedir el libro, me equivoqué; leí “es una recopilación de relatos” cuando en realidad ponía “retratos”. Pero no me ha decepcionado, al contrario, ha entrado en mi mente como una corriente que espolea para que sea consciente de algo en lo que no me había fijado. En ¡Madre mía! Las madres en la ficción, se incide en la uniformidad con que somos tratadas las mujeres una vez convertidas en madres; el papel cambia sustancialmente, no así el del padre, que puede mantener su rol infantil, el mismo que sus hijos, o despreocupado porque hay cosas que indiscutiblemente las sigue haciendo la madre, «Esos reflejos dejaban muy claro que todas las mujeres son madres y que, de alguna manera, ser mujer-madre elimina la posibilidad de ser mujer-persona […] Las mujeres de ficción solo son personas cuando eligen de manera activa no ser madres».

La madre real educa, organiza el hogar e incluso trabaja fuera de casa… Y tiene dudas sobre si se está equivocando. Si esto es así, mejor que no vea la televisión porque las madres de ficción son abnegadas, completamente dedicadas en cuerpo y alma a sus hijos, o son malísimas, en el caso de que hayan mantenido una actitud egoísta al seguir pensando en ellas; conducta con la que han traumatizado a sus hijos llevándolos a convertirse en psicópatas o asesinos de mujeres, fruto del odio hacia ellas por el maltrato o el abandono recibidos.

En cualquier caso, la madre real se desmoronará al ver el papel que la ficción le ha otorgado en las series, películas o novelas, tanto si refleja una sumisión completa a las necesidades infantiles, que dista mucho de su comportamiento, como si refleja un empoderamiento que luego redundará en la felicidad de su progenie y de sus desdichas. Siempre será ella la culpable.

Como bien señala Alicia Pérez Gil, esto ha sido así desde siempre porque se trata de una cuestión cultural. No cabe duda de que a la mujer, a lo largo de la historia, se le han negado oportunidades, espacios o incluso la identidad, sin tener en cuenta su papel creador, protector y transmisor de cultura. Porque a la mujer se la ha relegado a una cultura popular, tradicional, en la que ella era cuidadora de aquellos a los que había dado a luz o de quienes la habían traído al mundo y ya no podían valerse por sí mismos. La mujer pues, ha tenido un papel primordial en el hogar y, le gustase o no, era lo que tocaba. Romances, leyendas, cuentos, mitos, refranes conforman nuestra cultura, nuestra estructura de pensamiento y sentimiento. Esta es la cuestión cultural, «Pertenecer a la misma cultura significa que una persona es capaz de expresarse mediante un corpus determinado de palabras de manera que otras puedan comprenderla […] Sin lenguaje no habría madres, ni mujeres ni hombres». Pérez Gil viene a decir que nuestra lengua lo ha determinado todo, sin ella no existirían los conceptos, los conceptos que regulan nuestra mente.

Pues por eso, precisamente, creo que cuesta tanto despojarse de estos papeles, asumidos, que tiene la sociedad de la mujer y del hombre.

Sin género de duda, a esa tradición debemos la cultura de la mujer relacionada con la naturaleza, que ha supuesto avances en medicina, farmacia, botánica o jardinería. Creo que este ensayo reclama esa parte como importante en la ficción.

Aunque en la realidad se hayan dado pasos para conseguir avanzar y que la mujer logre beneficiarse de mejoras en materia laboral y cultural, la ficción parece estancada en clichés que ni siquiera están basados en la realidad, sino que parten de la imaginación de hombres, probablemente por miedo a quedarse sin la protección, la sumisión y la libertad que la mujer les brinda al quedarse en casa.

En la ficción, las mujeres trabajan fuera de casa, son abogadas, juezas, médicas… y llegan a tener éxitos comparables a los de los hombres. Pero en el momento en que son madres se transforman.

Estamos cansados de ver cómo los estereotipos que «han llegado a las pantallas y a las estanterías contribuyen a generar, establecer, mantener y justificar el patriarcado».

Hoy, en la sociedad actual, muchas mujeres deciden no ser madres, sin embargo «En la ficción todas las mujeres son madres: madres futuras, madres sin hijos, madres buenas, malas madres».

Está claro que la ficción se deja llevar por esa cultura popular creada, a través del lenguaje, por el hombre; por eso se espera que su fin sea la maternidad. Apenas sabemos de los trabajos de la mujer en la prehistoria exceptuando el papel de creadora y cuidadora de sus hijos pequeños, en el cine de temática prehistórica «aparecen gran cantidad de personajes masculinos y muy pocos femeninos»; esto ha afectado a la brutalidad con la que se ha tratado a la mujer en películas, chistes, cuentos que «reproducen una imagen archiconocida: la del hombre que arrastra por el pelo a una mujer».

El concepto de fuerza y determinación en el espacio exterior ha calado en la concepción de supremacía masculina en las diferentes sociedades. Y es muy curioso, incluso gracioso, que las mujeres, ficticias, que aparecen adopten un papel erótico antes de ser madres (Raquel Welch en Hace un millón de años), sumiso siempre y violento solo cuando han de defender a sus hijos (Parque Jurásico).

Con el paso del tiempo, en la Edad Antigua o Media, la mujer seguía cuidando a los niños pequeños pero los varones, sobre todo los de buenas familias, eran separados de sus madres a una edad temprana para ser educados por hombres competentes. Las niñas podían quedarse en casa con ellas. Puede que, como consecuencia de esto, los mitos de Grecia, Egipto, Roma escritos —supuestamente— por hombres, hayan dejado un poso de culpabilidad en la mujer, «Pandora, la primera mujer humana, es creación de los dioses y tiene un único propósito: castigar a los hombres por haber robado el fuego».

También los cristianos tienen a Eva, condenando a Adán a sufrir y trabajar y a ella misma a parir con dolor. En fin, estereotipos interpretados por hombres que nos dejan pocas opciones o una: atraer a los hombres sexualmente para ser castigadas.

Ya advirtieron los grandes filósofos, como Aristóteles o Jenofonte, que la mujer estaba “hecha” para procrear. ¿Es por eso que ha calado tan hondo?, ¿por lo que en la ficción, la mujer que no tiene hijos «se amarga y se vuelve loca»? La pregunta queda ahí, para que reflexionemos sobre por qué tantas mujeres en el cine han sido causantes de raptos, asesinatos o maltratos cuando se les prohibía tener hijos. Por qué tantas otras se han visto sobrepasadas física o mentalmente al intentar compaginar trabajo fuera y dentro del hogar, pensemos en Glenn Close en Atracción fatal, Rebeca de Mornay en La mano que mece la cuna, Charlize Theron en Blancanieves y la leyenda del cazador o «Blonde (2022), el pretendido biopic sobre Marilyn Monroe en el que se hace hincapié, de forma brutal y en absoluto piadosa, sobre los abortos espontáneos que sufrió y cómo eso afectó a su estabilidad mental».

Y ya puestos, podemos razonar por qué las que exclusivamente son amas de casa mantienen un equilibrio perfecto y cuidan de sus hijos sanos y perfectos «Los ejemplos en los que la relación entre marido y mujer se basa en los sacrificios de ella para que él esté satisfecho, son incontables». Y eso se lo debemos a la Iglesia; los Padres de la Iglesia trasladaron la sumisión de María a Dios a la sumisión de la mujer al hombre. Y ahí se mantienen, afianzando los papeles de mujer-madre sumisa, hombre-dios poderoso.

En fin, Alicia Pérez recuerda que entre todos, con el lenguaje, podemos cambiar la cultura y la tradición, y es necesario. No debemos, ni podemos eliminar lo andado hasta hoy, ni en la realidad ni en la ficción, pero sí podemos transformarlo. Hemos evolucionado y hoy podemos ver y leer historias ficticias de familias monoparentales, con dos madres, con dos padres, «con mujeres trans en el papel de madres con ambiciones, con relaciones adultas, con conflictos ajenos a los que se derivan del cuidado de los hijos». Así que la autora nos pide que leamos, veamos y, sobre todo, pensemos cuándo esos retratos están basados en la actualidad y cuándo representan un sesgo para las mujeres.

jueves, 4 de abril de 2024

VERSOS DE HIEL



Tengo en mis manos un libro de poemas que no termino porque una vez leído el último, y dispuesta a analizarlo, recuerdo unos versos, o un título y lo retomo; esto me lleva a otro y luego a otro, así que aquí estoy, leyendo, releyendo y extrayendo sentimientos que me son tan afines.

Mi hermana me pasó el libro, que a ella le dedicó la autora, una amiga, y yo no sé si se lo voy a devolver porque dudo que pueda decir en algún momento que lo he terminado. De todas maneras, gracias, Toñi, por acordarte de mí y gracias, Nuria Sánchez Nicolás, por dejar en tus versos la ira contenida, o no, por las injusticias que esta sociedad no se cansa de cometer.

El lenguaje de Versos de hiel es directo, los temas son variados aunque mantienen un hilo conductor. En cualquier caso la poeta deja al descubierto las emociones que desgarran su corazón para que el vigor desprendido llegue a todas las almas o a aquellos que tienen alma, porque Versos de hiel supone la búsqueda de lo esencialmente humano.

Para encontrarlo ahonda en la memoria; es a través del recuerdo donde quiere ver el futuro. Este presente no le gusta. Un presente que posterga la paz y la justicia para los débiles. Un presente que se olvida de formular una crítica a esta realidad que nos rodea. De estos versos tan amargos se desprende el reproche a nuestra sociedad superficial, consumista, egoísta, deshumanizada.

Nuria Sánchez busca la soledad mientras reflexiona sobre el caos que, el pretendido orden del primer mundo, envuelve al primer mundo. Surge entonces una tensión que sobrepasa su estado emocional y aviva la conciencia del lector.

Sin embargo, el compromiso moral de la autora no anula la estética de los poemas. Las personificaciones permitan éticas abstracciones para que puedan llegar a todo tipo de lector, aunque exijan una lectura activa:


Rebajas del ideario humano con bulímicos pensamientos

[…]

acallando hambrientas masas con frágil destino

(Sociedad y colapso)

La poeta nos obliga a centrar la atención en la existencia que presiona hasta dejar desamparados, a los más débiles, que ven, impotentes, cómo quedan en la soledad y en la muerte. No siempre usa metáforas; los sentimientos más indignados traen imágenes reales, acusadoras con el objetivo de remover conciencias, que ningún malentendido esconda lo que quiere denunciar «Porque malditas son las bombas que matan sin justificación» (Gaza).

Aunque la poesía, en general, sigue siendo minoritaria parece que se encuentra en un momento de plenitud. Probablemente por tantos sucesos, inconcebibles por opresivos, que marcan nuestra actualidad. La voz de Nuria Sánchez entra en este presente con estéticas de una de las épocas más combativas; su palabra contiene rasgos de la poesía social, comprometida con los frágiles; por eso, hoy, la mujer es tema importante en sus páginas.

Asimismo Versos de hiel se hace eco de la poesía de la experiencia, lejos de cualquier acartonamiento; incluso permite alusiones explícitas al lector que hacen referencia a conflictos actuales: «Es solo un lamento sirio que afronta el mañana / y el desgarrador silencio de oscuras miradas» (Lamento sirio).

Estas menciones llegan a apoderarse de la segunda persona para citar de forma individual a las víctimas de cualquier conflicto o maltrato. Da lo mismo. En cualquier caso los agredidos quedan destrozados física, psicológicamente o condenados al olvido social.

Otras veces, las alusiones son menos explícitas porque lo engloban todo, integran nuestro presente; es el día a día de cualquier sociedad. Afecta, como siempre, a los más desprotegidos: a los considerados inferiores por los seres humanos del llamado primer mundo y a la mujer, aún hoy contemplada como inferior al hombre, por lo que, en las “sociedades avanzadas” el maltrato se estabiliza.

Sánchez Nicolás lo denuncia todo, a los maltratadores y a la sociedad que los permite. Denuncia la ira y el desprecio del maltratador. Denuncia las palizas del torturador y las torturas del verdugo. Y, tras cada situación, como si de un estribillo se tratase, denuncia nuestro silencio


Todos callan

nadie habla

para que seamos conscientes de cómo actuar; así, con un quiasmo significativo alerta de que podemos cambiar el final.


Ahora todos hablan

y ella calla

D.E.P.

(Miradas de complicidad)

Versos de hiel se va alejando del yo poético para adentrarse en la reflexión, y poder manifestar preocupaciones políticas, sociales o existenciales: «Desde el Primer Mundo lanzamos desperdicios y en el hogar de la pobreza observan atónitos la acción del hombre y tanta (des)vergüenza» (Planeta B).

Pero no por esto abandona la armonía en el plano de la expresión; en ocasiones, el contenido, profundo, queda enmarcado entre la primera y la última estrofas. Es lo que encontramos en Ecos del pasado, donde nos recuerda que la opresión de la mujer trae endiosamiento del hombre y cosificación de la oprimida


Saturada de verbos imperativos

[…]

de tacones en Occidente y pies vendados en Oriente

Un recuerdo que la poeta quiere circunscrito a la esperanza del presente. Siempre. En el inicio:


Ella camina con paso firme

decidida… Sin miedo

Y al final de nuestra andadura


Ella camina con paso firme

decidida…

Sin miedo.

La voz de Nuria Sánchez se suma así a la de quienes han querido ver una posibilidad de reconciliación entre los hombres y el mundo.

Si en la Generación del 27 muchos versos, como los de Gabriel Celaya, incentivaban a la lucha por la igualdad a través de la palabra


Tal es mi poesía…

[…]

Tal es, arma cargada de futuro expansivo

con que te apunto al pecho

en la actualidad, los versos de nuestra autora nos impulsan a denunciar mediante la voz: «Puede que consiga empuñar un arma y disparar versos» (Puede que…)

Asimismo, al igual que en el cuento de Meritxell Martí, Sunakay, se denuncia la sociedad apocalíptica a la que nos acercamos, el punto sin retorno en el que el planeta está siendo destruido por el afán de poder, en Versos de hiel, Nuria insiste en la catástrofe y en quiénes serán los más afectados,


porque para los de abajo no hay planeta B

y si lo hay

la B será de BASURA

La poeta está dispuesta a no silenciar lo vergonzoso con similicadencias


Sociedad y colapso…

tan solo SUCIEDAD

con ironías

                   Querido amor… taciturno compañero

con sarcasmos


Pasen y vean

disfruten del atroz espectáculo

Satisfagan su odio a lo desconocido…

con aliteraciones que aumentan el dolor


Queja: quebranto, querella y quimera

con polisíndeton que agranda la inutilidad del consumismo


precios y saldos y liquidaciones

y a lo lejos… un pasillo desierto

con experimentación tipográfica que explora nuevas esperanzas

                   subiendo escaleras

  a

   j

  a

  n

  d                           c

peldaños, abriendo puertas

                                                   m
                                                    i
                                                   n
                                                   a
                                                   n

   soñando

Una esperanza que, a pesar de todo, no pierde y que la hallaremos en la sencillez de la inocencia. El poema final, Caleidoscopio, representa la metáfora del ser humano que siente nostalgia de la niñez. En ella renacerá humanizado, «en un ritmo acompasado con triangulares destellos».