Había
leído algo de Pombo hace tiempo, pero dos buenos amigos, Mª Carmen y Jesús, han
hecho que me dé cuenta de la profundidad de este autor al regalarme su último
libro. ¡Gracias!, comentaré con vosotros El exclaustrado, por supuesto, pero
quiero ofrecer aquí un adelanto.
Juan
Cabrera es un monje benedictino que decide abandonar la orden cuando se da
cuenta de que no actúa con libertad sino llevado por las normas del convento y
la moral católica. En realidad la culpa lo lleva torturando un tiempo, desde que
vio a tres novicios en la playa jugando desnudos al fútbol; hecho que denunció
al prior, aunque ciertamente no esperaba que la expulsión de los tres jóvenes
fuese la consecuencia inmediata.
Cabrera
decide recluirse en un piso familiar de Madrid para dedicarse a la reflexión,
al estudio y la escritura. Se cree libre, hasta que la visita de su sobrino
Jaime le hace ver que la libertad está relacionada con la responsabilidad y la
angustia derivada de esa responsabilidad. Junto a Jaime es consciente de que la
verdadera libertad implica empatía con los demás, no es individual, requiere
apoyar y fomentar la responsabilidad social.
Álvaro Pombo utiliza una cita del
propio Sartre para que el narrador haga ver al exclaustrado que «El hombre es libre porque no es sí–mismo,
sino presencia ante sí […] La libertad es precisamente la nada […] obliga a la
realidad humana a hacerse en vez de ser».
Cabrera
se da cuenta, hablando con su sobrino, de que realmente él no ha sido nunca
libre; no se es libre hasta que se determina actuar de una manera en particular
por los demás. Para ello hemos de abandonar nuestra zona de confort y ser
conscientes de nuestros actos en sociedad; estos marcarán nuestra esencia,
nuestra identidad.
El
protagonista no se siente libre porque lo atenaza la culpa. Se considera
responsable de haber truncado la carrera de los tres jóvenes. Su falta de
libertad no estaba en el convento sino en sí mismo.
Cuando
Jaime le dice que su profesor, al que admira, Antón Rubial, lo conoce y le
gustaría hablar con él, se plantea una duda constante en Juan; sabe que Rubial,
uno de los expulsados, le guarda rencor pero intuye que tras una charla pueda
haber un perdón. Finalmente acepta por la insistencia de su sobrino.
El exclaustrado es una novela carente de
acción, el argumento es más una excusa para exponer la relación entre dos
personas con un pasado que los unió y los separó al mismo tiempo. Lo que predominan
son los sentimientos e inquietudes de los personajes, no solo del protagonista
y el antagonista sino también de los opositores–ayudantes que, como están
dibujados de forma dinámica, van cambiando su relación entre ellos y con los
principales. Jaime piensa de su tío que es buena persona hasta que cae en las
redes de Rubial y lo considera un viejo cobarde. Cuando Jaime ve el trato que
Rubial tiene hacia Petri Guillard, su mujer, se da cuenta de cómo son en
realidad cada uno. Petri es un alma inocente, es consciente de ser maltratada
por los clientes del Machupichu y luego, de forma verbal, por su marido. Se
considera inferior; a lo único que aspira es a llevar una vida «normal»,
casada, con un hombre importante que la cuide «Pero Rubial se casó con Petri para hacer un experimento […] yo nunca
me apoyo mucho tiempo en nada, ni siquiera en ti, mi vida. Las llamaban
“periquitas” para subrayar, quizá, que las cuidaban y conservaban enjauladas».
Cuando reconoce que no dejará de ser una periquita del Machupichu para Antón,
queda enamorada de Jaime, hasta que las redes de Rubial continúan creciendo y
los atrapan a los tres. Todos deberán tomar una decisión in extremis. Una decisión que hará de Cabrera un hombre libre
finalmente ante Rubial que quedará marcado por la culpa.
La
trama, a pesar de los cambios de opinión, o quizás por ello, mantiene una
tensión que se va acrecentando con el paso de los capítulos. El planteamiento
es totalmente original pues no esperamos los pasos que van dando ni, por
supuesto, el final, marcado por una justicia poética íntegra.
Los
personajes, en esta novela sin acción, son totalmente dinámicos; de las
reflexiones de los cuatro deducimos la personalidad de cada uno. Las relaciones
entre ellos oscilan entre lo real y el pensamiento, entre la humillación y el
mantenimiento de la dignidad. La diferencia entre lo que es y lo que creemos
que es se da a lo largo de la novela y el narrador, omnisciente, cambia de
punto de vista para que los lectores seamos testigos de lo que sucede a cada
personaje.
Mientras
leemos tenemos la impresión, a veces, de estar ante un tratado filosófico
existencialista; las continuas muestras de humor e ironías nos advierten de que
es una novela y Álvaro Pombo un escritor único, capaz de mantener nuestra
atención y acrecentar la tensión hasta el final: «—…¿A qué teología se refiere usted, Cabrera? —A la suya, padre, lo
cierto es que no puedo seguir pensando en Dios aquí. Me siento contrahecho.
¡Enclaustrado, vaya, valga la redundancia! Al decir esto último, se sintió
Cabrera ingenioso, malicioso, flippant».
Los
toques de humor y las citas a Sartre o Bernardo de Claraval conviven a la
perfección con las frases casi proverbiales, del todo inspiradoras, del
narrador cuando adopta la perspectiva de Cabrera lo que lo deja como en un alter ego del propio Pombo «El riesgo es siempre la humildad, la soberbia
no conoce riesgos nunca». Cabrera se arriesga a pesar de sus dudas porque
es humilde y solo así elimina la culpa que lo atosiga.
Álvaro
Pombo arriesga con palabras coloquiales y cultas, con anáforas, con
paralelismos anafóricos, con alusiones a los grandes filósofos, con antónimos,
con oraciones explicativas que inciden una y otra vez en la duda, el miedo, la
soledad, el rencor, la culpa o la valentía del alma humana, lo que es realmente
nuestra esencia o lo que suponemos; lo que nos hace personas no es otra cosa
que la libertad, es lo que nos permite forjarnos a nosotros mismos. Desde esta
premisa somos responsables de nuestra vida cuando somos libres.
«El texto de la escritura
[…] exasperó siempre a Cabrera. Le parece inexacto decir eso. Le parece injusto
decirlo […] le llevó a desconfiar cada vez más de la teoría de la gracia de
Dios que presupone ese texto. Si todo es gracia, ¿dónde quedamos en realidad
nosotros, los hombres?».
Merece la pena leer al último Premio Cervantes para profundizar más en nosotros mismos, para reflexionar y ser consecuentes con lo que hacemos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario