He
de agradecer, una vez más a Babelio, el descubrimiento de una autora. Nuria Quintana asombra por su capacidad
de novelar en su primera obra. La casa de las magnolias es una
novela de tintes clásicos y carácter decimonónico, aunque de narrativa actual.
Algo bastante ambicioso para una jovencísima escritora.
La casa de las magnolias es la historia de la familia Velarde, matrimonio en el que Ignacio es un rico comerciante que hace su vida entre Santillana y La Habana, y su mujer, Adela, permanece en la mansión añorando una convivencia tradicional. Cristina, la hija, tiene la suerte de contar con Aurora, su mejor amiga, una niña de su misma edad, hija del matrimonio de confianza de los Velarde, Francisco y Pilar.
Así
que aunque haya diferentes familias en la casa, forman una unidad que se mueve
en torno al majestuoso edificio. Todo transcurrirá con cierta normalidad hasta
que Aurora, al cumplir los 14 años, pase a desempeñar un trabajo de
responsabilidad. Será la doncella de Cristina y, aunque en principio quieren
que todo siga igual, los celos, la falta de confianza y las traiciones harán de
sus vidas un infierno. Con la llegada de la Guerra Civil todos abandonarán la
casa y quedará destruida para reaparecer, años después, convertida en un hotel.
Hay
dos personajes fundamentales en esta historia: la casa y la naturaleza. Ambos
son simbólicos para el resto del elenco. La casa, enorme, acoge a las mujeres
que viven en ella, protegiéndolas de cualquier peligro. Por el contrario, la
naturaleza, símbolo de libertad, lo es solo para el hombre «Hago más vida fuera que dentro […] Me paso el día por los prados»,
pues a la mujer puede resultarle peligrosa «Esta
zona lindaba con el bosque, pero no podíamos sobrepasar aquel límite».
Las
mujeres de La casa de las magnolias
son perfectamente reconocibles como las que, en general, poblaron el siglo XX.
Daba igual la posición social; la mujer debía permanecer en casa, sentirse
protegida por la seguridad que le ofrecían sus muros y además, comprendida y
querida por el padre o el marido. La figura de la madre es la de confidente, la
que ayuda, pero el padre es el protector.
Cristina
no cuenta con su padre, por eso no es feliz. Adela también se siente abandonada
por Ignacio, desprotegida, de ahí que se vuelque en posibles amantes en vez de
dar el cariño que su hija necesita; Adela no es feliz por lo que no puede hacer
feliz a nadie, ni siquiera a su hija; la niña pone sus esperanzas en Aurora, pues
su vida familiar es envidiable y Cristina la desea para ella. Pero algo
desestabiliza este ambiente, aunque sea de manera indirecta. En la casa de las
magnolias hay un antes y un después de la guerra. Si antes predominaba la unión
del grupo, la guerra trae la destrucción y separación de quienes se querían.
De
la novela sentimental, Nuria Quintana adopta la descripción minuciosa, larga,
cuya misión es ser depositaria de la función poética, literaria con la que,
mediante un lenguaje sencillo, consigue que fluyan la belleza y los
sentimientos, de manera que el lector se siente atrapado en una narrativa amena
con un punto de intriga. Lo que ayuda a crear esta tensión es el cambio de
narrador en primera persona, pues las confesiones de un personaje, que hacen
partícipe al lector, están vetadas para otros, que llegan a la desesperación y
a la locura.
La
historia se presenta como algo individual, donde la casa y la naturaleza que la
rodea se erigen por sí mismas como protagonistas absolutas para decidir lo que les
ocurrirá al resto. De hecho, los acontecimientos históricos, externos, sociales
pueden desligarse de la trama, a pesar de constituir el periodo más convulso
del país. La guerra es un detalle más, algo que marca el antes y el después,
pero lo que condiciona a Aurora y Léonard, son realmente la naturaleza y la
casa como símbolos maternos, de destrucción.
Probablemente
sea esa la razón por la que la obra, en sí misma, es capaz de comunicar a cada
lector un mensaje diferente; los habitantes de la casa, hombres y mujeres,
realizan los actos obligados a su naturaleza tradicional. El padre de Cristina
no puede permanecer encerrado, no encuentra la vida ahí, necesita viajar,
alejarse para realizarse como persona; las mujeres, en cambio, están a gusto
dentro. Salen cuando no tienen más remedio, nunca por voluntad propia.
Cristina
no ha tenido un eslabón afectivo con su madre. Aurora lo pierde en la
adolescencia. Esto hará que ninguna realice una transición adecuada a la vida
adulta. La ausencia de la figura materna es esencial a la hora de apreciar el
giro en la evolución de las protagonistas. Ambas tienen una infancia que
transcurre en el paraíso, sin embargo lo pierden en la madurez: La finalidad de
Aurora es lograr un proceso de individualización como ser humano, para ello se
realiza en su hija, proyecta su futuro a través de Isabel. El objetivo de
Cristina es emprender una evolución personal como Aurora, pero no tiene ninguna
posibilidad al quedarse sola.
Llegados
a este punto parece que la formación de Aurora es el tema y la razón de la
novela. Es el centro de la historia. Ella representa a la mujer protectora. En
la casa de las magnolias ofrece su amor a todos. Incluso huérfana, dependen de
ella Luis, Adela, Léonard y Cristina «no
lograba apartar de mi mente la visión de Léonard ocupando el sitio que me
correspondía a mí, que hasta entonces solamente yo había ocupado».
Cuando
Léonard quiere dotar a Aurora de libertad, es la naturaleza la que lo impide, y
ella, tras ser castigada, vuelve a quedar encerrada, ahora en la pastelería,
consiguiendo que Isabel, Carmen y Luis queden bajo su protección, este último
llevado por la culpa, «para compensarla
por mi silencio, decidí permanecer a su lado […] no tenía ningún sitio al que
regresar ni trabajo que retomar».
Y si
el centro es Aurora, el protagonista es Léonard, el que ocupa en la novela el
lugar del salvador, el héroe que quiere liberar a Aurora de la opresión de la
casa, y al que los fenómenos naturales reprimen por ello, apartándolo del
entorno y de su amada. Sin embargo aún aparecerá al final para mostrarle a
Isabel la diferencia entre la concepción del mundo que ella tenía asumida y la
realidad en sí misma.
Como
novela sentimental, se presenta en primera persona, pero Quintana desdobla la
voz narrativa en las tres mujeres protagonistas. Aurora, Cristina e Isabel se
encargan de narrar sus venturas y desventuras en las que predominan las
emociones, elemento principal en sus relaciones, a las que asistimos
experimentando la misma exaltación que quienes las viven.
Son personajes
extremos en situaciones al límite, con lo que consiguen que la literatura quede
por encima de la realidad «Me sentía
desprotegida e indefensa. Sola ante un futuro por el que ya no sentía ilusión,
tan solo temor».
Al
principio tenemos la sensación de que las mujeres están idealizadas, pero
conforme entramos en la casa vemos los defectos agrandados por el ambiente
opresivo. Las personificaciones ayudan a diferenciar el espacio adecuado para
cada sexo, de hecho si algo intenta cambiar, la naturaleza y la casa avisan
enfurecidas «el cielo crujió con tal
magnitud que hizo temblar paredes y techos […] Temí el viaje, incluso que
nuestro plan se arruinase».
Cuando
Isabel decide abandonar los sentimientos, dejarse llevar por la razón y buscar
a su padre, se embarca en una serie de aventuras que la llevan a vencer los
obstáculos que no le permitieron conocerlo; por fin, vive una anagnórisis en la
que descubre el amor entre sus padres y la bondad del que pudo ser su
progenitor. Su padre representa el ideal humano capaz de conseguir que Isabel
perdone a su amigo, a su madre y a sí misma, con lo que en su madurez puede
darse una nueva oportunidad para ser feliz.
Novela de amor, celos, soledad, traición, que nos recuerda a cada momento la necesidad de comunicarnos, de no encerrarnos en nosotros mismos si queremos tener más opciones para llevar una vida plena.