Novela
escrita en 1973 por Manuel Puig. No
cabe duda de que el autor es él, su estilo es inconfundible, pero la he
encontrado más complicada de leer que otras del autor. Hay que terminarla para
tener una visión de conjunto. Está claro que el amor por el arte, en general,
de Puig, reside en cada una de las páginas. Los capítulos están introducidos
por una escena de diferentes películas del cine de oro norteamericano. La
música también queda como fondo en algunas secuencias y las citas de autores
ponen de relieve la cultura del autor, que indudablemente traslada a su
protagonista, Gladys.
Hay
que leer las casi 300 páginas de The Buenos Aires Affair para conocer
realmente a Gladys, y a Leopoldo.
La
novela comienza en 1969 cuando Clara descubre que su hija Gladys, de 35 años, a
la que cuidaba, ha desaparecido en Playa Blanca. Las voces son diferentes, los
puntos de vista, también; a partir de analepsis y prolepsis podremos ir
conformando la vida de Gladys, una niña desafortunada, criada por su madre,
débil, con poco éxito en el colegio que, a causa de sufrir una violación en la
que perdió un ojo, se vuelve más insegura y tímida. Con el tiempo cree que
puede tener más oportunidades en Nueva York o California, y decide encontrar
trabajo allí. Las circunstancias harán que vuelva con una depresión mayor. El
autor narra la vida de Gladys de forma desapasionada, con cierto sarcasmo y
pretendido humor que no hace sino inquietarnos más y asegurarnos de que todo
irá a peor, «La resistencia de Gladys a
los tratamientos psicoterapéuticos tenía una razón fundamental: en su plan de
ahorro para comprar una propiedad inmobiliaria no entraban gastos prescindibles».
Puig trata la juventud de la protagonista con el mismo interés que pone en el
resto de sucesos, lugares o personajes. Es un compendio de minuciosas descripciones.
Incluso las escenas violentas, casi siempre sexuales, están carentes de fuerza
aunque la contienen; es como si formaran parte normal de unos personajes, de un
país.
Aparecen
en la escritura diferentes recursos: páginas de prensa, atestados policiales,
informes de autopsia, sesiones con un psicólogo, entrevistas que luego llenarán
las páginas de revistas, diálogos telefónicos de los que deducimos lo dicho al
otro lado de la línea y que son, en realidad, acosos policiales hacia posibles
confidentes, para arremeter contra aquellos que no pertenecen al régimen:
Voz:
Oficial: ¿Segura que por lucro no fue?
Voz:
Oficial: Todo lo que sepa, después nosotros haremos ver
que llegamos al acusado por otro conducto.
En
realidad el distanciamiento del autor es un arma con la que nos alarma; nuestra
desazón va en aumento.
La
vida de Gladys se va uniendo, casi sin darnos cuenta, con la de Leo Druscovich
para formar una pareja de traumatizados en la infancia que desde que se
encuentran se hacen daño; no podía ser de otra manera. Aun así se buscan, a
pesar de los ultrajes, a pesar de la violencia desmedida de Leo hacia Gladys.
El juego de seducción, atracción, rechazo, miedo es constante.
Tampoco
sus vidas laborales se mantienen de forma regular. Hay altibajos en los
diferentes negocios de Leo y en el éxito que Gladys tienen como artista. Ninguno
parece cambiar de actitud; les vaya bien o mal. Gladys acepta lo que le viene
con frialdad, lo asume como algo natural; tanto su desgracia física como
psicológica. Justo en esa indiferencia es donde sentimos mayor desasosiego, «permanecería quieta en la cama; si se
quedaba quieta en su cama, allí moriría porque nadie le llevaría nada de comer».
La
vida de Leo plantea muchas preguntas ¿La actitud sexual de un adulto tiene que
ver con un trauma sufrido en la infancia? ¿La impotencia va unida a la
masturbación excesiva desde época temprana? ¿O es al revés? No lo tengo claro.
Lo evidente es que Leo no disfruta con el sexo —casi nunca— y no hace disfrutar
de él —nunca—. Todo es fruto de la vergüenza, de la culpa, del dolor, «Ese bebé no es normal. De su pubis poblado
de vello encrespado penden órganos sexuales de hombre y del pene enrojecido,
algo confundidas con la espuma blanca, chorrean gotas espesas se semen».
Manuel
Puig escribe una novela negra en la que el surrealismo y las imágenes oníricas
se diluyen en la realidad; a veces somos incapaces de distinguir qué pertenece
al sueño y qué no, qué forma parte de una mente perturbada y cuándo la mente
está en equilibrio: «y su carne blanca
como el tocino ahumado arrumbado durante semanas entre el hielo granizado del
congelador abre paso a la negrura de un gorila que habla para darle las gracias
por no quejarse, por no gritar, no llamar a un médico».
Los
protagonistas divagan en sus recuerdos, no tienen claro qué sucedió en qué
momento; viven sus deseos tal como lo hacen con sucesos reales «Leo cerraba los ojos y al rato su semen se
mezclaba en el pensamiento con la sangre de la muchacha».
No
sabemos con claridad qué puede ocurrirles a los personajes. Cualquier cosa.
Pero siempre tememos lo peor. No sabemos, aunque la sospecha es creciente,
hasta qué punto las relaciones se van a quedar en el plano personal o pasarán a
exponer una situación social-policial en la que valen pistas verdaderas y
falsas, en la que las mentiras son habituales en los delatores.
Todo
es un despropósito, un infierno: la resolución de un crimen donde no hay
cuerpos que lo corroboren; las amenazas constantes; el cuerpo sin vida que no
merece investigación; el ambiente sociopolítico confuso y atemorizador.
Es
duro enfrentarse a The Buenos Aires
Affair porque el autor se expresa de forma libre; es consciente de su
denuncia política (y esto en la Argentina de 1973 era jugársela de forma
segura), es consciente de la violencia homosexual (probablemente por la
negación requerida) y es consciente de la indefensión sexual de la mujer,
sometida a los requerimientos del hombre, aun los más abyectos.
Está claro que Manuel Puig vivió y escribió como quiso, con pasión y demostrando ser alguien tremendamente tolerante con los demás y culto consigo mismo. En esta novela, las escenas cinematográficas que abren los capítulos remarcan su formación como cineasta y la exposición de situaciones, a modo de escenas teatrales con diálogos y acotaciones, indican su amor por la literatura en general; algo que los lectores valoramos porque nos permite hacernos una idea precisa de los personajes. El hiperrealismo es evidente, lo corroboran las descripciones minuciosas, una prosa violenta que se torna en poesía cuando menos se espera, el objetivismo exagerado y la confusión de voces. Esto, con el sexo —también violento, defraudante y doloroso— como motor de la actividad humana nos conduce a una actitud propia de los desheredados de la tierra. Gladys busca en su juventud el trabajo perfecto y al hombre perfecto hasta que se da de bruces con la realidad y la violencia sufrida la lleva a aprender a acomodarse a las situaciones posteriores. A un futuro que no es sino una continuidad de presentes, aunque Leo, ese animal desbocado, no figure en él.