La
última novela que he leído es interesante, ágil, escabrosa más por lo sugerido
que por lo detallado, con lo cual se puede seguir fácilmente, aunque alguna
sorpresa haga renegar del ser humano o al menos cuestionar su humanidad. «…impactada por el contraste entre la fama
del chico y lo poco que se prestan sus admiradores a soltar la guita […] El
individualismo imperante no perdona».
La
reflexión sobre nuestra capacidad para conservarnos y conservar está presente
en el argumento de Planeta, la tercera entrega de la inspectora Camino Vargas,
creo que una policía indispensable de la novela negra española. No sé cómo se
las ingeniará Susana Martín Gijón,
pero la saga de Vargas debería continuar.
En
esta ocasión, una vez que aún no han cubierto el puesto de la jubilada Teresa,
ocupado temporalmente por Evita, en Especie, caso en el que murió
asesinada, que Águedo se encuentra de baja con una pierna rota, y que Fito debe
ocuparse de graves problemas familiares en los que se ven envueltos su madre,
su hermano, su pareja e incluso su suegro, los sucesos que asolan Sevilla
tienen desbordado a un equipo de homicidios diezmado. Lupe Quintana y Pascual
Molina serán pues, elementos clave en Planeta.
Por eso, a pesar de que Camino está conviviendo por fin felizmente con su
amor de toda la vida, Paco, ha de posponer las vacaciones programadas para
enfrentarse a otra serie de horrores, de los que se creían libres. Los
animalistas no han dejado de actuar. Es más, Camino y la comisaria Ángela Mora
están en contacto con la policía de Italia y Estados Unidos pues
definitivamente el asunto se ha hecho universal, «Tarda unos segundos en reconocer a Taylor, su enlace en Nueva York».
El
planeta está en peligro. Los hombres lo están llevando a la quiebra y ahora hay
toda una red de defensores que quieren castigar de manera ejemplar a la raza
humana para que, por fin, sea consciente de las barbaridades cometidas. El
problema es que nada que tenga que ver con el fanatismo puede considerarse ni
advertencia ni ejemplo, solo locura, terror y más destrucción.
Los
asesinos, no les daremos otro nombre, aprovechan las fuertes lluvias que están
asolando Sevilla durante días para idear un plan que llevará a la capital
andaluza al apocalipsis. El planteamiento es incómodo, no cabe duda; la denuncia
social es patente, también la de la actuación política. Susana Martín llama al
compromiso con lo que nos rodea, con lo que es nuestro y, por dejadez, por
avaricia lo estamos destrozando. Por supuesto, los primeros a quienes pasa
factura cualquier despropósito, son los más necesitados. La autora lo sabe y
nos lo hace saber a todos.
El
estilo tampoco nos deja indiferentes. La narración hace gala de un lenguaje
directo, cargado de expresiones populares, términos usuales del andaluz, «malaje», que se mezclan con ironías y
sarcasmos que aun en los momentos más duros nos sacan una sonrisa
—¿A
un pescador furtivo? […]
—Y
ha aparecido muerto en el tanque de los tiburones. Se lo han zampado […]
—Eso
sí es justicia poética
Es
este un libro que obliga a reflexionar, con la propia Camino, en el caso Especie y en el que, dos años atrás, dio
lugar a las primeras acciones de lo que se consideró un asesino en serie hasta
que salió a la luz el caso Progenie relacionado con el maltrato
animal.
—¿Te
refieres a…?
—El
hombre cerdo, el hombre pato y el hombre pulpo. Fueron ellos.
Ahora,
en Planeta, «Tiene razón inspectora. No son animalistas. Son ambientalistas».
Los personajes aparecidos en las entregas anteriores continúan en contacto con la inspectora Vargas, por lo que, a pesar de no haberlas leído, podemos intuir lo sucedido. Pero en esta ocasión, las vidas privadas de todos cobran mayor protagonismo, así los lectores somos testigos de cómo la vida no es un camino de rosas para ninguno de ellos: Camino y Paco deberán acostumbrarse a convivir en una realidad, no en el cuento de hadas imaginado al comienzo de una relación. Lupe continúa planteándose si merece la pena seguir en un matrimonio que, de puro rutinario, la asfixia. Fito nos mostrará la valentía y la honradez necesarias para salir, y mantenerse fuera, de un barrio marginado en el que la droga y la delincuencia son un modo de vida; su pareja, Susi, será fundamental en su estabilidad. Y veremos a Pascual, feliz al comprobar que su hija adolescente se siente orgullosa de él. Son datos familiares que consiguen que estos personajes nos sean imprescindibles. Asimismo, la italiana Bárbara Volpe, a pesar de un cáncer de huesos que la está minando, será fundamental en la resolución.
No
cabe duda de que Martín Gijón ha sabido aunar la labor policíaca del conjunto
con la existencia ordinaria de cada figura en una trama negrísima, que saca lo
peor del ser humano. Somos vulnerables, está claro, pero los personajes de Planeta son capaces de convertirse en
héroes en un momento, haciendo que no todo esté perdido y que merezca la pena
habitar este mundo.
El
narrador va cambiando el punto de vista, por eso a veces da la impresión de ser
omnisciente «Al pronunciar esas palabras
comprende en toda su magnitud lo que eso conlleva. Ni ella está dentro de una
de sus pesadillas…», otras veces parece no saber más de lo que ve, por lo
que se convierte en testigo «Tiene los
ojos cerrados y ni tan siquiera parece haberla oído. Es como si hubiera entrado
en un estado inerme…». En ocasiones, a pesar de usar la tercera persona, el
narrador no es sino un personaje exponiéndose a sí mismo sus reflexiones, como
en un monólogo interior en el que intercala la segunda persona: «Pero a su Dios nada de eso parece
importarle. No hay más que ver cómo ha dejado morir a su suegra, qué barbaridad
[…] En esta vida solo cuenta el maldito dinero […] y nos lo quitas todo, coile,
nos lo quitas todo».
Y
por supuesto la trama, donde se van intercalando las pesquisas llevadas a cabo
en Italia con las de Sevilla, consigue aumentar nuestra curiosidad. Los
capítulos cortos, con finales impactantes, incrementan la tensión que, por
momentos, se relaja con vocablos informales, «Al Matasanos se le ha acabado la paciencia […] —Pero sacadme este
fiambre de aquí, YA».
Los
pretendidos eufemismos dejan de serlo cuando la interpretación que hacemos de
ellos deja de ser ambigua, entre otras razones porque el propio narrador los
reemplaza por el término correcto, «El local
es íntimo y acogedor, que viene a ser lo mismo que minúsculo pero dicho con más
márketing». De ahí que los personajes, en especial la protagonista, se
decidan a menudo por usar directamente tacos para que su irritación quede de
manifiesto, «—A tomar por culo».
Las expresiones propias del lenguaje coloquial, vulgar a veces, tienen, paradójicamente, tintes positivos en la novela. Son disfemismos que aportan a la escritura de Martín Gijón grandes dosis de realismo y a la lectura, cierto humor necesario para relajar la tensión. Por supuesto, hay que leer la trilogía.
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