Jöel Dicker lo ha vuelto a conseguir. Nos guste
más o menos su novela, terminamos hablando de ella, para bien o para mal,
creemos, ingenuos, los lectores, porque en realidad siempre es para bien. Es
difícil resistirse a sus macronovelas, esta última de casi 600 páginas. Y
seiscientas dan para mucho, para leer tranquilo, para quedar perplejos, para
pensar que vaya terminación, para asombrarse con el final… Es un genio.
En
la última entrega de la trilogía, Marcus Goldman vuelve a escribir un libro
para confundirse con el verdadero autor, Jöel Dicker, y su verdadera obra, El
caso Alaska Sanders, que aparece como una historia real sucedida al
escritor Goldman y al sargento Perry Gahalowood.
Trama
enrevesada en la que personajes reales y ficticios conviven con historias
ficticias y “reales” del pasado que vuelven al presente ante la sorpresa de los
lectores.
Después
de esta trilogía ¿Volveremos a saber de Marcus Goldman? Por ahora ha recuperado
a Harry Quebert, de hecho las alusiones y apariciones de este escritor son
constantes, así como su única obra escrita «Los
orígenes del mal» «Estaba atónito:
Harry Quebert había estado aquí ¿Cómo podía haberse enterado?». También el
sargento Gahalowood podrá quedarse tranquilo tras lo sucedido 11 años atrás con
su compañero Vance, al investigar el asesinato de Alaska. Y Goldman da la
impresión de que ha encontrado su verdadero camino, aunque hay una puerta
abierta por la que Dicker puede meternos en cualquier momento.
Está
claro, los lectores ávidos de entretenimiento apostamos por las historias
fragmentadas, casi constantemente, de este autor; giros imposibles que hacen
del autor un mago, en el que no queda más remedio que destacar la técnica
empleada: colocar las historias que, aunque narradas en pasado, se cuentan a modo
de informe, algo que da la impresión de ocurrir en un presente inmediato. Los
propios implicados en la investigación van dando sus testimonios diferentes,
mientras los lectores encontramos coherente lo que afirman unos y otros. Todo
es posible, «¿qué habría cambiado en mi
vida, que ya estaba destrozada, de haberle contado a usted todo eso?».
Marcus
y Gahalowood deberán investigar un caso ocurrido en 1999, la muerte de Alaska
Sanders. Los asesinos fueron descubiertos, uno de ellos murió en los interrogatorios
y el otro lleva once años en la cárcel cumpliendo cadena perpetua. Pero algo no
terminó de cuadrar al sargento cuando se hizo cargo del caso aunque no pudo
estar durante el interrogatorio en el que murieron su compañero Vance y el
asesino confeso Walter Carrey. Perry se encontraba en el hospital asistiendo al
nacimiento de su hija.
En
2020 contará con la ayuda de Marcus para establecer los hechos. El narrador es
un experto en hacer aflorar diferentes hipótesis. Muchas. Vamos asistiendo a
esos giros espaciotemporales y nos da igual si estamos en el pasado o en el
presente porque nos sumergimos en una trama, a la que le vamos encontrando
fallos hasta que el autor se aviene a aclararlos. Todos los personajes que
aparecen tienen que ver con el caso y en cada uno de ellos descubrimos una
perspectiva diferente para poder entenderlo. Dicker forma un caleidoscopio con las voces de los distintos personajes y
entre todos formarán una verdadera historia.
Con
esta técnica narrativa múltiple, los lectores conocemos diferentes versiones y
formaremos nuestra propia opinión sin tener en cuenta que estamos ante un
maestro del engaño. Todas las revelaciones son importantes, las que se tuvieron
en cuenta en su momento y las que no «Aseguraba
que el día del accidente había visto un coche azul […] Al final el coche se fue
y la vecina decidió no avisar a la policía. El clásico testimonio inútil, ya
ve». Una vez que conocemos la verdad nos asombramos de la actitud que
pueden llegar a tomar los inocentes cuando se ven acorralados por miedo a un
sistema judicial deficiente que mantiene en sus cárceles y en el corredor de la
muerte a muchos que no deberían estar allí.
En la novela conocemos el mundo de Alaska Sanders, una joven que debe enfrentarse a la ludopatía paterna, un juego que afecta a los personajes y a determinados resortes que alientan el viaje narrativo de Dicker. El padre de Alaska le traslada la ira y las heridas de un ludópata para conseguir una verdad literaria, el mundo limitado de una chica con grandes sueños que pertenecen, sin embargo, a un mundo falso de falsos destellos, en el que poco interviene el esfuerzo personal y mucho la envidia y la mentira. Alaska no estaba preparada para ese mundo, de ahí que las circunstancias la vayan acorralando hasta dejarla morir como un animal, sin saber de dónde viene tanto sufrimiento «Así fue como descubrimos que a Alaska no la amenazaba nadie».
A
pesar de llevar 11 años muerta es fundamental porque casi todos sus actos han
sido ejecutados según los movimientos de quienes la rodeaban. Los lectores nos
sentimos emocionados y entristecidos por el carácter de Alaska. No debería
morir un inocente «—Vengo por lo del
empleo […] Terminó la frase con una sonrisa desconcertante. […] Lewis Jacob
cedió en el acto al hechizo de aquella preciosa joven».
El caso Alaska Sanders se une a La verdad sobre el caso de Harry Quebert a través del libro de
éste, «Los orígenes del mal». No hay
un origen claro a no ser la codiciosa y envidiosa Eleanor, origen también de la
resolución del caso de Alaska. Eleanor es la que juega con los sentimientos de
los demás, es la asesinada y la causante de que una mente asesina opte por
quitarla de en medio. ¿Por qué muere Alaska? Probablemente porque alguien antepone los intereses sociales al
amor. Alaska se mueve en un mundo de falsas relaciones lésbicas por lo que vive
en una constante huida hacia delante, no ha madurado, se deja llevar por
relaciones que carecen de verdaderos conflictos emocionales y es incapaz de
intuir que quien ella cree no es su verdadero amor.
El
concurso de belleza al que opta, como lanzamiento al estrellato, tiene tintes
del pasado; parece castigar a las chicas que, como Eleanor o Alaska, tienen
como principal objetivo exhibir unos físicos bonitos. De hecho, hoy, en medio
de la batalla contra la cosificación femenina, tiene poco sentido aplaudir un
mercado de cuerpos vestidos de fiesta; el concurso de belleza es un ambiente
vacío de verdaderos méritos por lo que las aspirantes no tienen una
personalidad definida. Puede que por eso no lleguemos a empatizar con las
víctimas aunque sintamos pena por ellas.
En
realidad creo que este mundo de Alaska es la excusa para que brillen Gahalowood
y, por supuesto, Marcus Goldman, alguien tan humano que podría ser el alter ego de Dicker.
Es
entre ellos, entre los hombres, los protagonistas actuales y pasados, donde
surge la verdadera amistad. Hay verdaderos lazos de afecto con fuerte carga
emocional (no en las mujeres) que marca los cimientos sociales. Entre ellos se
sienten seguros, acompañados y felices. Entre ellos hay respeto, lealtad y
confianza porque su relación se ha fortalecido en momentos difíciles. Hay
afinidad literaria entre Goldman y Quebert y afinidad investigadora entre
Gahalowood y Goldman. Entre mujeres no existe esa verdadera amistad «Solo había una persona con quien me
apetecía desahogarme: el sargento Perry Gahalowood».
Ojalá Dicker lo tenga en cuenta para sus próximas entregas.