Acabo
de terminar un libro que, ya desde el principio (y mira que me cuesta discernir
entre realidad o ficción) supe que estaba ante una novela de ciencia ficción «Tras años de tiras y aflojas entre el
Estado y Cataluña, se había decidido realizar una consulta vinculante a la
ciudadanía, que debía elegir entre continuar siendo una monarquía parlamentaria
o bien transformar España en una nueva República, la tercera». En fin, tal
y como está el patio últimamente antes me veo conviviendo con marcianos. Oigo
hablar a algunos políticos (y a quienes no lo son) y me dan ganas de hacer caso
al anuncio de Ikea y formar mi propia república individual, aunque sea una
paradoja. El caso es que esto me animó para seguir leyendo, bueno, y el título,
porque siempre me han atraído las palabras.
Logoglifo es una novela de ciencia ficción en
la que una pandemia, unida a catástrofes colectivas, parecen asolar a la
humanidad. Y habremos de llegar al final para encontrar sentido a los dos
sucesos inexplicables que abren el relato y que en un principio sugieren algo
aislado cuyo punto en común es el lugar donde Hou Li se suicida tras realizar
unas operaciones financieras descabelladas y, un mes más tarde, la ingeniera Jennifer
Lewis hace saltar por los aires, con ella incluida, el parque de atracciones
Disneyland Resort de Hong Kong.
Está
claro que la tradición inmemorial de pandemias y desastres en la literatura se
ve de forma diferente en tiempos de crisis, ya que sean políticas, de medio
ambiente, sanitarias, tiránicas, mortales… Esto no es nuevo en las sociedades
ni en la ficción. Tampoco lo es la búsqueda del poder absoluto, en las obras de
ficción asociado casi siempre a la inmortalidad.
En
cuanto a la literatura de pandemias, además de las bíblicas, se me ocurre El Decamerón, y Bocaccio ya entrevió en
1353 que resistirían aquellos que se mantuvieran unidos.
Es
una constatación que a lo largo de la historia el ser humano ha sobrevivido por
el apoyo solidario, nunca por la competencia. Y Javier Serra parte de
una premisa dura que nos resulta familiar, porque tiene que ver con el afán
individual de poder e inmortalidad y con el problema del desastre colectivo «A la mayoría de la gente sigue trayéndole
al pairo que el planeta se vaya a la mierda. Mientras ellos conserven en aparentes
buenas condiciones su trocito de terreno…».
En Logoglifo, la bacteria LC1027 asola el
mundo. La presidenta de España, Elisa Roca, adopta una actitud existencialista,
incluso radical, cuando empiezan a notar efectos adversos al progreso social,
no es raro por lo tanto que, a pesar de tener a una de las mejores científicas
a su lado, Katya Plamenova, se muestra reticente a la solución que ofrece la
ciencia y la tecnología, por lo que, obcecada, ve al hongo como «una prueba de la existencia de Dios que
nunca creí que estuviera ahí». Está claro; la novela plantea un supuesto
extremo, circula una bacteria que empezó sus efectos en China y está asolando
Europa con los mismos síntomas, primero los hombres que entran en contacto con
el hongo se quedan sin intereses materiales, se despojan de sus bienes y luego,
paradójicamente se autolesionan hasta llegar al suicidio. Por ello, el Jefe del
Estado Mayor, Arbós, el JEMAD ha decidido que algunos miembros del gobierno,
algunos militares y los mejores científicos se queden aislados en el complejo
de La Moncloa hasta obtener el antídoto del hongo. La bióloga Katya Plamenova
es la jefa del laboratorio donde llevan a cabo ensayos con chimpancés para
estudiar los resultados antes de su utilización en humanos. Así pues, aunque la
presidenta crea que la pandemia es fruto de la justicia divina, se aferra a la
ciencia como la única solución capaz de resolver el peligro, uno de los más
temidos porque no se ve; es un monstruo capaz de crear una distopía en la que
un grupo de personas viven aterrorizadas porque son conscientes de que se
enfrentan al peor de los miedos, deben luchar contra la depresión, la nada, contra
un villano que, como el diablo, aparece engañoso para, cuando estamos
confiados, dar el zarpazo definitivo. El villano de la historia es el hongo LC,
luego nos daremos cuenta de que está auxiliado por los militares, un grupo que
hasta ahora ha sido dual, por un lado son los responsables de contener las
crisis y las desgracias naturales, por otro, tienen en sus filas a grupos sin
escrúpulos —de pensamiento ultraderechista— que temen la concordia. Javier
Serra consigue que reflexionemos sobre el hecho de que, en vista de lo ocurrido
tiempo atrás, puede que algunos de estos militares echen de menos su
implicación pasada en las armas biológicas. «Se
ha decretado el toque de queda en todas las ciudades del país y aeropuertos,
puertos y estaciones están ahora bajo la supervisión del ejército».
Al
leer Logoglifo desconfiamos de los
modelos de grandes sociedades triunfantes a los que imitar. El competir contra
nosotros aumenta el desastre. La única sociedad que puede seguir adelante es la
solidaria, la que cuenta con el apoyo y el comportamiento tranquilo de sus componentes,
«En la fachada de la torre de cristal se
había desplegado desde su parte superior una gigantesca pancarta azul con una
paloma blanca en su centro».
La
protagonista mantiene la imagen romántica del científico que busca la verdad y
el bienestar común, por eso no admite las órdenes amenazantes para obligarla a
mentir y puede convertirse en la heroína del suceso, debiendo luchar incluso
con el ego dolorido de su marido que, si bien la adora, no soporta verla
brillar por encima de él.
El
autor utiliza un léxico variado, por lo que la novela resulta entretenida y de
ágil lectura; podemos encontrar expresiones cotidianas «liquidaban sus empresas», referencias reales, refranes modificados
«las aguas estaban revueltas […] y no se
sabía qué pescador ganaría más con ello», metáforas literarias «¿A qué venía ese panegírico de negatividad?»,
explicaciones ingeniosas de figuras literarias «el futuro […] es él (como si fuera una persona. Menuda prosopopeya) el
que nos encauza a nosotros», y desenlaces inesperados:
—¿Se…llamaba?
La
estructura también es interesante. Alrededor del hongo LC1027 hay algunos pares
dicotómicos. El primero, no cabe duda, es el de dentro-fuera de La Moncloa; lo
que se cuenta dentro de lo que pasa fuera se desdice de las imágenes captadas
por los drones, por lo que la intranquilidad, dentro, va en aumento. El segundo
par se refiere a la estructura, es el de propio-impropio. La narración busca el
origen de la catástrofe, lo que está fuera (y es impropio de ese lugar) y sin
embargo está dentro y es propio del relato. Es una narración basada en el
pensamiento dicotómico, un razonamiento reflexivo del que, también
paradójicamente, la protagonista expone las debilidades de situarse en esa
lógica. Katya teme el contagio de sus seres queridos, algo crucial en el
desencadenante final, pues al contrario de lo que ocurre en la realidad, que el
miedo a la enfermedad provoca la huida hacia dentro, a ella no le importa,
llegado el momento, quedar fuera, por lo que la situación de encierro cobra el
peligro que amenazaba desde el principio. Ante esa circunstancia se impone la
destrucción.
Creo
que para el autor, Javier Serra, la epidemia no constituye el verdadero eje de
la historia. Al final consigue que recapacitemos sobre lo verdaderamente
importante, el afán de poder de los estados capitalistas, el miedo a una
república democrática de los que temen perder la voz de mando. Pero el ser
humano es complejo y, aunque llevemos en nuestra mente un logoglifo con las
consecuencias de los enfrentamientos, no lo tenemos todo escrito.
Interesante novela de ciencia ficción a la que tanto se va pareciendo este lugar que habitamos y al que no queremos darle un respiro.