A
veces Eve se desvía de los sucesos presentes y los asocia al pasado o a
pensamientos relacionados con algo que el lector no sabe, «el vínculo que las unía (a las niñas) no había hecho más que fortalecerse. Y eso tampoco me gustaba. Odiaba
pensar en lo que podía significar». Lógicamente esto aumenta la intriga del
lector, que habrá de esperar a que la búsqueda siga su curso para enterarse.
Otras veces, las digresiones nos van poniendo al tanto del lugar y los
personajes, digresiones que también intensifican el misterio «mi actitud no estaba ayudando […] Pero no
sabía cómo estar sentada frente al sheriff Land […] Nuestros papeles habían
sido grabados a fuego mucho tiempo atrás».
Y en
ocasiones, es la propia información incompleta la que nos despierta la
curiosidad «—Jimmy Ray no es su padre
—repliqué con voz dura—. Y no ha tenido nada que ver con esto. A pesar de todo
tiene ciertos principios».
La
historia de La oscuridad que conoces
presenta algunas peculiaridades relacionadas con espacios políticos y
culturales que funcionan como variables de una imaginaria Barbarie versus
Civilización; una de esas distinciones es que da la impresión de que la
civilización no existe, no ha llegado. Es la escritura de la marginalidad. Las
palabras de Amy Engel contienen la
característica del habla oral, por lo que se nos muestran a través de una
escritura rápida, inmediata, capaz de formar imágenes objetivas cuya función no
es sin embargo efímera, sino para que permanezca la infancia recordada. No hay
recuerdos imprecisos. Eve mantiene en su memoria «un cielo negro» que cubría sus momentos dolorosos, pero estaban
ahí, latentes, para salir en cualquier momento a golpearla de nuevo, una y otra
vez, tras sufrir el peor golpe que puede soportar una madre. La insistencia
anafórica y digresiva, el volver constantemente atrás es el testigo de su
dolor.
La
escritura rápida, el uso del habla coloquial, la narración pretendidamente
objetiva, la abundancia de diálogos y la inclusión de escenas dinámicas y
violentas participan de las convenciones de la novela negra. La originalidad
que propone Engel es transformar a la víctima en investigadora atípica, pues no
participa de la credibilidad intelectual ni social, por lo que debe actuar
sola, a espaldas de una ley que ella sabe corrupta.
Sin
embargo su intención no es denunciar la inmoralidad política, social o humana.
Quiere vengarse de quien le arrebató a su hija de la forma más violenta y
miserable posible. En un mundo salvaje, atroz, no hay cabida para la
sensibilidad ni para la comprensión. A dos días de los asesinatos, atraídos
como carroñeros, aparecen los periodistas, los medios de comunicación que,
irónicamente intentan llevar la civilización a «una triste colección de edificios situados junto a la autovía […] con
unos bosques tan espesos y frondosos que bastaban diez pasos para perderte en
ellos». Un intento infructuoso pues se dan cuenta de que nada se puede
hacer en ese pueblo, nada pueden conseguir con gente que se ha criado en un
sitio duro, rodeada de mezquindad. Abandonan y dejan abierta la oportunidad de
venganza para todas las mujeres maltratadas, «Porque te voy a encontrar, cabrón hijo de puta, y te voy a hacer
pedazos».
No
hay valores sociales para los habitantes de Barren Springs sino un fuerte
sentimiento de desarraigo a un espacio hostil; que muestra un sistema que impide
la adaptación a la realidad social.
El espacio adquiere, en la novela, una gran complejidad y participa de la consideración que se tiene de sus personajes. Es el mismo, aunque adopte diferentes interpretaciones según quién esté. El reducto de Jimmy Ray es parecido al de Lynette, y sin embargo Eve los sentirá como refugio o peligro, según estén o no ocupados, o según el momento en que Jimmy era su novio o ella decide que no permitirá que él la vuelva a tratar como un despojo. Incluso la casa de Eve, casi acogedora en vida de Junie, se transforma en algo frío y sucio a su muerte.
El
pueblo de Barren Springs es el espacio real por el que circulan unos personajes
y, sin embargo, en un momento de la trama se iguala al posible mundo ficticio
que alberga leyendas de niñas maltratadas, desaparecidas, hasta que ambos
universos quedan entrelazados, por lo que el real de la novela adopta la
calidad difusa, engañosa de los sueños por donde deambulan seres irreales, «Ya estoy en el infierno».
El
pueblo toma la entidad de la masa anónima que se adueña de la característica
infernal propia de las novelas de terror, «Tenía
tierra aferrada a la piel entre los dedos y debajo de las uñas […] Me tendió la
mano y le di la pistola». Cualquiera encubre un secreto o es una amenaza.
Los límites entre el orden público, el abuso, el maltrato y el crimen se
borran. No hay diferencias entre el día y la noche. No hay un verdadero
detective. Eve lleva cabo sola la investigación hasta dar con el culpable.
Nadie le ofrece respuestas claras, ella es quien debe encontrar las relaciones
ocultas que desencadenaron los crímenes. Eve se convierte en una extraña en su
propio terreno, por eso, hasta que no se da cuenta de que debe tomar un punto
de vista distanciado de lo que pasó, no descubre la verdad. Nada protege a
nadie en un lugar en el que todo es sucio y peligroso, desde el sexo «yo pegada contra las paredes cubiertas de
musgo y con Junie dormida en el coche», hasta la naturaleza «plantas de kudzu se me enganchaban en los
tobillos y podía oír murciélagos aletear en el cielo cada vez más oscuro».
El espacio es el lugar propicio para distanciarse desde el resentimiento y
poder objetivar el suceso. Para ello necesita tener la mente despejada y no
dejarse llevar por los sentimientos sino por su mente torturada llena de
instantes monstruosos, de amenazas, víctimas y verdugos.
Eve
disfraza su añoranza de cinismo y nos descubre a unos personajes que intentan
infructuosamente recomponer los fragmentos de una identidad animalizada y que
curiosamente han representado la autoridad para ella.
Junie
no es más que la consecuencia de Eve, situadas en la línea divisoria, pretenden
vivir en una sociedad tras haber sido maltratadas, separadas de la
civilización. Frente a ellas la naturaleza sanguinaria amoral de la Barbarie
las acecha implacable. Amy Engel expone una visión desencantada, determinista
de un sistema que condena a los marginados a repetir el ciclo de horror y
muerte.
En
este entorno miserable, la madre de Eve, Lynette, se convierte en oráculo de
sus vidas, «Lo que te golpea nunca es lo
que esperabas» «No dejes que nadie te
quite lo que es tuyo» «Se lo ha ganado a pulso». Lynette, Eve, Junie,
incluso Jenny, madre de Izzy la otra niña asesinada, y ella misma, son mujeres
duras forjadas en la miseria, víctimas de los malos tratos, los abusos, la
violencia, el horror que solo entiende una norma «A quien hizo esto. Encuéntralo y házselo pagar».
Y
eso hacen, las madres maltratadas encuentran al asesino y llevan a cabo su
justicia en una vuelta de tuerca impresionante. Madres e hijas conforman un
todo único que deja el espacio infernal sin vínculo con el mundo civilizado, «nuestro pasado siempre terminaba saliéndonos
al encuentro». No hay descanso para ellas, no tienen salvación. Es
demoledor.
Parece más dura de lo que esperaba. Y bastante curioso el manejo de la narración por lo que comentas. Ahora tengo más ganas de adentrarme en esta oscuridad... ¡Fabuloso análisis!
ResponderEliminarEs muy dura, más en el contenido que en la forma, es sacar lo más miserable del ser humano, tanto que llega un momento en que no empatizas con ningún personaje, por lo que leerla se hace más llevadero, justificas el final y lo entiendes todo.
ResponderEliminarPues... ¡Seguimos leyendo!