Hace
ya diez años que nos dejó Miguel Delibes
y ahora, en octubre, se cumple el centenario de su nacimiento. Por ese motivo
la Biblioteca Nacional ha inaugurado
una exposición con objetos del autor, escritos y voces que dieron vida a
algunos de sus personajes, para que podamos ser testigos de la trayectoria de
uno de los grandes escritores del siglo XX.
De
forma individual, no se me ocurre nada mejor para homenajearlo que recordar Un mundo que agoniza, texto no exento de polémica pues, con su estilo
claro, e introduciendo algunos de los temas recurrentes en su obra como la
muerte, el amor por el hombre y la naturaleza, lo escribió como discurso para
su entrada en la Real Academia, en
1975, con el sillón “e” y, en 1979 Plaza & Janés lo editó como ensayo.
Porque
Un mundo que agoniza es un ensayo
sobre el hombre y el mundo en el que vive, sobre un futuro que peligraba ante
la superproducción y el consumismo desmedido. Es un ensayo que destila amor a
la vida, a la libertad, a la sencillez de lo humilde. Es una reflexión sobre la
contrapartida del progreso; algo que todos sabían, por supuesto, en la década
de los 70, «un aparato supersónico que se
desplaza de París a Nueva York consume durante las seis horas de vuelo una
cantidad de oxígeno aproximada a la que, durante el mismo tiempo, necesitarían 25.000
personas para respirar» y, sin embargo la voz de alarma se ha obviado hasta
hace muy poco.
Y no
hay que olvidar que el desarrollo de algunos países conlleva un efecto rebote
como el de la superpoblación «hoy nace
mucha más gente de la que se muere».
A
una rapidez asombrosa, de una generación a otra, «las conquistas de la medicina y la higiene» han permitido llegar
—en algunas partes del planeta— con facilidad a los noventa años; pero no todos
disfrutan de esa larga vida en óptimas condiciones. Es el retroceso del avance,
el principio de acción-reacción que se impone en todos los campos.
Delibes
percibió, en 1974, una adoración excesiva a la ciencia mientras que «los estudios de Humanidades […] sufren cada
día, en todas partes, una nueva humillación». Y, en un arranque de lucidez
advirtió de problemas concretos como la posible desaparición de la literatura
en los estudios básicos… Ya ha ocurrido. Recortaron las horas de Lengua en el
programa de toda la Enseñanza Secundaria Obligatoria, eliminaron la materia de
Literatura, que era obligatoria hasta COU (hasta tres horas se impartían en
dicho curso en la rama de ciencias, y cuatro en la de letras), para que en el
Bachillerato actual apenas tenga peso competencial en la asignatura conjunta “Lengua
y Literatura” que se estudia en cuatro horas semanales. Parece que,
efectivamente, el «distraer unas horas al
alumnado distancia la consecución de cimas científicas» ¡Qué ironía!
Delibes era consciente, y en estos momentos se ha demostrado con creces, de que
a la ciencia tampoco se le concede en España la importancia necesaria. Menos
mal que don Miguel no ha vivido esta pandemia ni ha sido testigo, por tanto, de
cómo muchos de nuestros sanitarios y científicos están en el extranjero.
Un mundo que agoniza denuncia la importancia que nuestra
cultura le concede al dinero, «el dinero
se antepone a todo […] Es la civilización del consumo […] y en consecuencia del
desperdicio». Ante este afán desmedido, el hombre gasta cada vez más porque
sabe que cuanto más posee más sobresale entre la masa. Es la ambición de poder.
Los gobernantes mundiales, en conjunción con la ciencia y la tecnología, no
descartan la posibilidad de emplear cualquier tipo de arma contra otros países
(sin olvidar las bacteriológicas). Asimismo los poderosos no quieren dejar de
serlo, por eso ofrecen al pueblo algo con lo que entretenerse y le evite
pensar; la televisión (en la década de los 70) y también las redes sociales
(hoy) son un buen ejemplo «de la malintencionada
aplicación de la tecnología a la política y a la sociología». La otra mala
aplicación que temía Delibes (y que ya ha llegado) es la anulación de la
intimidad.
El
problema que no queremos ver es que vivimos en un mundo limitado, cuya
población crece y los recursos se agotan (a esto ayudamos bastante). Delibes
dio la voz de alarma antes de que empezásemos a reciclar y evitar los desperdicios,
antes de que llegara a oídos de todos que debíamos usar el transporte público o
que era obligatorio y necesario dejar de pescar sin control. En el Congreso de
Estocolmo de 1972 se aceptó “la posibilidad de que el mundo se vuelva
inhabitable por obra del hombre […] el medio ambiente ha sido la víctima
propiciatoria del progreso humano”.
Por
todo esto, el autor vallisoletano advierte de que con la desaparición de la
naturaleza no solo eliminamos el paisaje, también nos quedamos sin el oxígeno necesario
para respirar; no solo eliminamos más o menos especies de animales y plantas,
también terminaremos con el lenguaje y la cultura, por lo que el alcance del
mal va mucho más allá de lo imaginable, es una cadena imparable que, creo,
hemos empezado a sufrir.
Me
apena ver a los poderes gubernamentales luchando por conquistar el dominio
absoluto e indefinido, politizando cualquier intervención cuando ahora el
planeta se ve asolado por una pandemia sin precedentes. Me apena ver contar
muertos como el que cuenta los que no acudirán a la fiesta. Me apena vivir en
condiciones inseguras que se vuelven criminales para quienes no disponen de
medios económicos. Y me apena darle nuevamente la razón a este Premio
Cervantes, defensor acérrimo del castellano, cuando deduce sabiamente, «Me temo que muchas de mis propias palabras,
de las palabras que yo utilizo en mis novelas de ambiente rural, como ejemplo
aricar, agostero, escardar, celemín, soldada, helada negra, alcor […] van a
necesitar muy pronto de notas aclaratorias como si estuvieran escritas en un
idioma arcaico o esotérico».
¿Cuántos
de los que estáis leyendo esto habéis tenido que recurrir al diccionario? Pues
sí, el futuro tan temido ha llegado. Ojalá sirva el grito de tantos, el grito
de uno de los mejores escritores y más queridos, para que recapacitemos y
podamos vivir en un mundo que nos merezca y lo merezcamos. Un mundo que reviva
para todos por igual.
No creo que ese grito sirva. La sociedad está condenada. Pero nosotros, como individuos, aún tenemos una oportunidad. ¿Te suena? También la Raquel investigadora renuncia a los avances científicos. Este mundo que agoniza es la crónica de una muerte anunciada. Y, sin embargo, se mueve.
ResponderEliminarBueno, a lo mejor el grito va en forma de actitud. Puede que nos guste imitar buenas actitudes. También es bueno que haya personas optimistas que no quieran bajar del mundo, porque normalmente son las que logran que sea un poco mejor. ¡Gracias!
ResponderEliminarEs curioso que hables de la actitud. Porque en La prodigiosa fuga de Cesia también se habla de ella. Te copio un fragmento.
ResponderEliminarEn realidad sí existía un fruto, pero era la actitud misma.
Y no cabía duda: el espíritu se nutría de ella.
Su filosofía era un canto a la actitud.
Que repercutía en uno mismo.
Solo valía la intención.
La actitud.
Es bello y enigmático. ¡Tengo el libro esperando para leerlo en cuanto pueda! Ya te comentaré, estoy deseando!
ResponderEliminar