Una
vez terminada la lectura de Los asquerosos llego a la conclusión
de que la existencia es un absurdo, como absurdo es el estilo de la novela. Porque
la vida no tiene un significado concreto, desde el momento en que las
respuestas a las preguntas que nos hacemos no son iguales para todos. En la
igualdad (o falta de ella) está la clave. Aunque el hombre es un ser social,
puede dejar de serlo con facilidad si se siente apartado por cualquier
circunstancia (y las del protagonista fueron bastantes). Asimismo tendemos a
respetar fácilmente al otro siempre que su parecer u opinión esté en nuestra
línea de pensamiento. Vivimos en grupos, no formando un grupo, distribuidos por
la sociedad en la que lo que nos rodea es tolerable, intrascendente incluso,
siempre que no nos afecte. Vivimos en una sociedad llena de “asquerosos”, gente
estafadora, «Presintió que las
reclamaciones se desoían aposta, y así hasta que el demandante se cansara»,
gente fraudulenta, «el casero estaba
haciendo cosas raras con su industria […] se negó a domiciliaciones», gente
que abusa de su poder, «La intimidad del
portal acendró los ánimos del policía […] le iba a pegar porque sí», gente
aferrada a modas incongruentes «Una que no
salía sin las joyas llevaba en la camisa el circulito de los hippies»,
gente superficial, «vivían decididos a
parecerse a la gente que sale en los anuncios». Consumidores excesivos,
contaminadores acústicos «la sirena
rasgaba el silencio […] el móvil […] un taladro doméstico […] la herramienta
rompía más los nervios», contaminadores ambientales «Parecían negarse a ver que contribuían a un futuro sucio». “Asquerosos”,
adoradores, en fin, del dinero.
Manuel,
quien desde niño se ha visto solo en casa por el trabajo excesivo de sus
padres, ante los compañeros porque lo veían raro, ante las chicas por su físico
no del todo agraciado, es alguien bueno, deseoso de compartir experiencias con
los demás, pero un infortunio con un policía desaprensivo, hace que deba huir
de la ciudad. Su tío le da todo lo que tiene para que huya. Y llega a Zarzahuriel,
pueblo deshabitado sin identificar, de Castilla. Allí se mete en una casa y
recibe de su tío mensualmente una compra para subsistir. Además, todas las
tardes hablarán por teléfono para comprobar que está bien. Poco a poco Manuel
se va adaptando y va siendo feliz en pleno contacto con la naturaleza. Hasta
que una familia se instala en la casa de al lado para ocuparla los fines de
semana.
Y
él, respetuoso con todo, con el medio ambiente y con los seres que lo rodeaban,
siente de pronto el horror a la compañía humana. Su placidez peligra, por lo
que, acostumbrado a inventar artilugios para sobrevivir, idea la forma de
deshacerse de todos.
Con
esta actitud promueve el estancamiento social. En principio parece un ser de moral
superior; respeta el medio ambiente, de hecho vive casi como cualquier animal
en su entorno, sin apenas aseo, ni alimento o ropa inútil, sin ganas de
participar en ningún trato humano que desvirtúe su paz. Pero esta superioridad
moral queda cuestionada al llegar “los Mochufas”, pues le hacen actuar con
mayor inquina y premeditación hacia ellos que la que él pudiera sufrir en algún
momento, además juega con la ventaja de que él es invisible a la familia
vecina. No quiere mezclarse con el vulgo para mantener su virtuosismo (y su
seguridad). Está claro que su infancia influyó sobremanera en su forma de ser;
apartado de todos, el desconsuelo de Manuel fue dando paso a la soledad, y el
desamparo al miedo que le hace huir, esconderse, autoexcluirse, ser dueño de sí
mismo, alguien que no tiene que mostrar nada a los demás. Pero el miedo vuelve
con los Mochufas, así que decide seguir siendo imperceptible para ellos hasta
que ve la posibilidad de que sean los otros los invisibles.
Creo
que Santiago Lorenzo ha construido
un relato, en principio original, pero puede cansar un poco por la falta de trama
y el exceso de modismos. Más que una novela es la reflexión del tío de Manuel,
a quien intuyo como verdadero protagonista, como eje del relato. En su cavilación,
nos ofrece las claves interpretativas del mundo. El lector puede reconstruir, a
través del despliegue de lenguaje, el pensamiento del protagonista, incluso del
autor, que deambulan en una polémica intelectual que se hace eco de la
socialización pretendida. Desde una mirada superficial, transmite una honda
preocupación por las relaciones personales y por la autorrelación que llegamos
a mantener con nosotros mismos, «Con cada
céntimo que dejaba de fabricar compraba un minuto de freática paz a estrenar.
Le parecía muy barato».
Lorenzo
incide en su crítica a la ostentación y reflexiona sobre qué hay tras ella,
cómo no somos capaces de abandonar la ciudad sin las ventajas que nos ofrece
ésta y que funcionan en realidad como incongruencias del progreso «instalaron un dispositivo para subir las
persianas dándole a un botón. Otro, se trajeron unos extensores para ejercer
los brazos como si los brazos no se ejercitaran subiendo persianas […] unos
operarios bajaron una cinta de correr».
En Los asquerosos se especula sobre cómo el
hombre ha llegado a carecer de personalidad, a ser un gregario sin ninguna
intención de distinguirse sino de formar parte de la masa «Llamaban “cariño” a todo el mundo […] Hablaban muy adscritos a
fórmulas predeterminadas […] Decían todo el tiempo “disfrutar”».
Santiago
Lorenzo toma distancia y mira al grupo social desde el punto de vista de la
naturaleza, una perspectiva desde la que no salimos bien parados «Salía mucho “calidad de vida”, la
formulación con la que los desmigados se intentan convencer de que están
contentos». Nos rodeamos de circunstancias paradójicas, de una forma de
vida absurda que incide en nuestra degradación, a la que arrastramos, antes de
tiempo, a los niños, quienes, al eliminarles las posibilidades de ser
provechosos, «llegarían a adultos sin
conocer la compleja receta del bocadillo de chorizo».
Los asquerosos supone también una llamada de
atención para que nos demos cuenta de cómo la sociedad consumista nos anula la
capacidad de autosuficiencia, de cómo, por seguir el desenfreno estresante de
la ciudad estamos despoblando lugares en los que es fácil la tranquilidad, de
cómo, con el tiempo se ha sobrevalorado el falso concepto que tenemos de socialización
al ser incapaces de disfrutar en soledad.
En
realidad Manuel hipervalora la soledad constante simplemente porque no tenía un
objetivo claro, porque no le llenaba aquello que lo rodeaba, porque no había
encajado en el grupo, porque era diferente, y esto se vuelve en su contra
cuando alcanza su felicidad o, lo que es peor, en contra del único ser que lo
ha ayudado. Manuel abandona a su tío, lo hace invisible para continuar él mismo
con su propia invisibilidad.
Esta
sociedad ansiosa que no está a gusto con nada queda reflejada en el lenguaje
mordaz, irónico «Dicho esto se quedó tan jamonuda.
De cuál de sus cerdos libros de autoayuda habría sacado una cosa tan bonita».
La
crítica feroz se lleva a cabo con un tono desenfadado, ritmo rápido en el uso
de palabras, expresiones coloquiales, soeces, burdas, neologismos, arcaísmos o
profusión de sinónimos que inciden en el concepto penoso de lo que está
refiriendo:
«Cagalera lacrimal, eso sufrí en riada
serena»
«Era la suya la puta música para las
alimañas del coño y del cojón»
«Una docena de omnívoros de los de
genital tapado»
«empercutir», «falansterio», «despresencia»
«piso – camarote interior – viviendita
de dimensión de despacho – cuchitril – cubículo – contenedorvivienda – chiscón».
Genial análisis, como siempre. Los peros que le pones a la obra probablemente sean muy acertados. Yo, en su día no los vi ya que dejé que la historia me atrapara y me convirtiese en su protagonista. Me hizo odiar a la sociedad en general y a los mochufas en particular. Así que nunca seré imparcial hablando de "los asquerosos".
ResponderEliminarMe gusta este libro. La exageración está justificada. El tono también me parece acertado. Tu análisis me ha recordado cosas que había olvidado. Excelente reseña, no sé qué diría el autor, sería estupendo que se manifestara pero creo que no es de redes.
ResponderEliminarMe gusta este libro. La exageración está justificada. El tono también me parece acertado. Tu análisis me ha recordado cosas que había olvidado. Excelente reseña, no sé qué diría el autor, sería estupendo que se manifestara pero creo que no es de redes.
ResponderEliminar¡Buenos días! He de decir que el libro me ha gustado, aunque sea una idea algo estrambótica. A veces sería ideal estar solo aunque creo que la mayoría de nosotros echaría de menos una cara amiga a nuestro lado. Lorenzo ha sabido reflejar, sin embargo, toda la suciedad que nos rodea, la personal y, lo más preocupante, la institucional, aceptada sin más por la mayoría y capaz, antes o después, de arrastrarnos a todos. Creo que por eso el lenguaje tan sucio, refleja el entorno en el que nos desenvolvemos.
ResponderEliminarPor eso seguimos leyendo, para seguir pensando e ideando la utopía.
Un abrazo