He
terminado mi último libro del año y estoy algo decepcionada. Me gusta cómo
escribe el autor. Me encanta la novela policíaca. Pero he encontrado algunos
fallos, yo diría que imperdonables, en una novela negra. A lo mejor soy
demasiado exigente pero el asesino se veía venir desde el principio. Los
asesinos. Los tengo marcados en el libro en la página 96. Después intenté quitarme
de la cabeza esta intuición porque creía demasiado obvio lanzar un aviso tan
pronto. Pensé que sería para despistar, pues en realidad, entre los
sospechosos, se van pasando de forma encubierta la culpabilidad; aunque algunos
tienen coartadas, otros no intentan disimular su odio hacia el asesinado y otros,
los culpables, van dando vueltas señalando a los demás, para no llegar a ningún
sitio en concreto. No quiero desvelar nada, así que me ciño al argumento. El
policía Melchor Marín es destinado a la Terra Alta, para investigar la tortura
brutal a la que han sometido, en su casa, al matrimonio más poderoso del
pueblo, los Adell, para asesinarlos después. También aparece muerta, sin
tortura, la criada. No hay signos de que forzasen la entrada y apenas se han
llevado unas joyas y algo de dinero. Este horroroso crimen abre en el
espectador una serie de expectativas: es doble, las torturas infligidas son
salvajes, los asesinados son nonagenarios, la criada estaba muerta en su
habitación, por lo que ella no abrió la puerta.
Terra Alta no puede
tener un comienzo más prometedor, pero enseguida veremos que alguien tiene
especial interés en que no se resuelva nada. Este alguien es en quien más
confía Melchor, al menos nuestro protagonista lo repite en varias ocasiones,
que es como el padre que nunca tuvo, o como su hermano; y la actitud de ese
alguien hacia Melchor es, sin embargo, esquiva… No sé, parece de primero de policial.
De hecho, las pesquisas sobre los culpables no se siguen en profundidad (o no
nos enteramos al detalle). No tiene sentido que tras seis semanas de
investigación quieran cerrar el caso sin haber entrado en los despachos de los
sospechosos: «—No estoy reclamando nada
del otro mundo. Estoy pidiendo otro par de semanas de trabajo y una orden
judicial para entrar en los despachos y los ordenadores de los cinco, si hace
falta en sus casas». Pero la instrucción se da por finalizada, así que
Melchor decide seguir él solo de manera extraoficial, «ni siquiera se plantea si está dispuesto a correr el riesgo que está
corriendo y a lidiar con las consecuencias».
Sin
embargo, Javier Cercas, maestro de
la narrativa, introduce como nadie las analepsis para que conozcamos en
profundidad la vida del protagonista, hijo de una prostituta, llegó a tocar
fondo: acusado de robo con violencia, de pertenecer a una banda del hampa, de
consumo y venta de estupefacientes, es encarcelado. Aún en la cárcel, se entera
de que su madre ha sido asesinada aunque su abogado, Vivales, sigue preocupándose
por él. Gracias al ejemplo de otro preso, el protagonista descubre la lectura
con Los miserables, en donde se ve
reflejado. Decide entonces ser policía, como uno de los personajes de Víctor
Hugo. Melchor se integra formalmente en el sistema, pero no en el fondo, pues
obsesionado con descubrir a los asesinos de su madre se toma la justicia por su
mano. Los atentados de Barcelona le valen para ser proclamado héroe, al matar
él solo a cuatro terroristas islámicos. Es así como llega, de incógnito, a
Terra Alta, encuentra a Olga, una bibliotecaria quince años mayor que él; Olga
lo hace feliz, se casan y tienen a Cossette —esos miserables que lo persiguen— pero ella es atropellada, y muere
mientras él investigaba los asesinatos de los Adell.
Lo
fundamental de la novela no es la resolución de los crímenes, que casi viene
sola. La escritura de Javier Cercas es lo importante. El autor introduce como
nadie hechos históricos a través de digresiones; si los atentados islamistas le
sirven para situar a Melchor en el espacio novelado, mediante un grupo de
ancianos recordará la Batalla del Ebro y la importancia histórica de esta
comarca. A veces tenemos la impresión de que los crímenes son otra digresión
más, pues lo que verdaderamente cobra fuerza es el argumento personal de la
vida de Melchor (prácticamente todo gira a su alrededor),el certero análisis
psicológico del protagonista. Asimismo el resto de personajes están retratados
según sus movimientos en Terra Alta. En realidad, todos forman parte de ese
grupo miserable de personas; son perdedores que, por diversas circunstancias,
van encontrando a su paso desgracias, sufrimientos. Son como los infelices de
Víctor Hugo, canallas en un momento determinado y honrados e íntegros en otro.
No hay héroes en Terra Alta porque ella es la verdadera protagonista colectiva.
La comarca los acoge a todos para sacar de cada uno lo mejor y lo peor. Incluso
los que llevan años fuera de ella volverán, aun sabiendo que solo les espera el
final, pues tienen la certeza de que regresan a sus raíces. La Terra Alta los
ha forjado; como una madre les ha hecho daño en ocasiones pero siempre está
dispuesta a auxiliarlos.
La
novela se divide en dos partes. Al terminar la primera, sabemos el pasado en
Barcelona de Melchor a la perfección, de hecho es conocido entre sus compañeros
policías como “el matón intelectual”, bueno para redactar informes y doblegar
detenidos. Este oxímoron representa las dos caras del ser humano y, con él,
Javier Cercas nos pone constantemente en posibles tesituras en las que
deberíamos elegir entre seguir a la justicia o al instinto.
—¿Estuvo
a punto de matar a aquel tipo porque se había pasado la noche contando chistes
misóginos? —preguntó.
—Eso
parece —contestó Melchor.
[…]
—¿Y
por qué no le ha dado vergüenza contártelo a ti?
Melchor
se encogió de hombros.
—No
lo sé —dijo— supongo que porque le convencí de que, si yo hubiera estado en su
lugar, habría hecho lo mismo.
La
segunda parte es el presente en Gandesa, donde encuentra su sitio, su familia
y, lo más importante, sigue buscándose a sí mismo, «por primera vez en su vida, Javert se le antoja a Melchor un personaje
distante y ajeno, y su proceder absurdo, trágicamente ridículo».
Esto
es lo que destacaría de esta novela, la superación personal, la burla que un
hombre, ayudado por la lectura, por el razonamiento y el entorno, puede hacerle
al destino. No existe el determinismo, se puede salir de la miseria moral, se
debe dejar el rencor para seguir vivos, porque el odio es «Más o menos como beberte un vaso de veneno creyendo que así vas a
matar a quien odias».
La
intertextualidad literaria está presente en Terra
Alta, no solo Los Miserables
evocan un paralelismo, también nos recuerda Cercas El tambor de hojalata, El gatopardo, El doctor Zhivago o El extranjero como títulos que reflejan
una sociedad angustiada, con gente que no puede desligarse de su pasado, para
demostrar que el destino nos pertenece, que no hemos de culpar a nadie de lo
que nos pasa y debemos luchar por lo que queremos. Y, por supuesto, el narrador
hace gala de un lenguaje preciso, acertado, siempre con el término adecuado: caporal, otomana, sotabarba, indexado,
angosta, lisura, hipérbole, palimpsesto, aladares, para que tengamos
presente que el autor es Javier Cercas.