Siempre
es reconfortante leer a Rosa Montero;
su imaginación va más allá de la realidad que encontramos en páginas de ciencia
ficción incluso, como es el caso de su última novela, la última (por ahora) de
la saga de Bruna Husky, Animales difíciles.
Bruna
es una androide re-reprogramada.
Primero la hicieron como rep de combate, alta, fuerte, poderosa… pero su
ingeniero le introdujo su memoria humana por lo que Bruna estaba dotada de unos
sentimientos que, todo hay que decirlo, no tienen todos los hombres.
Por
causas de su trabajo, a punto de morir, es salvada por el inspector Lizard in extremis.
Ahora,
en Animales difíciles, aparece
reconstruida de nuevo como rep de cálculo. Su cuerpo no es el que era, pequeño,
sin fuerzas, casi invisible para los demás. Tampoco su cerebro, capaz de
investigar lo que sea, resolver mentalmente cualquier problema matemático,
geométrico o físico y recordar en momentos clave hechos definitivos para la humanidad,
ocurridos tiempo atrás, miles de años incluso. Husky lo recuerda todo y nos lo
recuerda, porque no es bueno vivir con pretensiones de progreso o poder cuando
se ataca sin piedad a los más vulnerables, a los que no tienen nada. Porque las
limpiezas étnicas no han traído más que sufrimiento y, además, no han dado
resultado, aunque insistamos.
En
la época de Husky hay una Zona Cero donde se hacinan los humanos de categoría
inferior, sin apenas oxígeno para vivir. En la nuestra encontramos demasiadas
zonas cero, donde los habitantes menos afortunados mueren sin que los privilegiados
resolvamos con efectividad esta situación «Gabi
era la niña rusa de la Zona Cero que Husky había rescatado sin querer en una
frontera con los territorios contaminados».
Bruna
tiene presente más que nunca la memoria histórica. Y como su memoria no deja de
funcionar, recuerda su cuerpo anterior, su fuerza, su capacidad de reacción
inmediata… y se enfurece con esta Bruna débil que tiene miedo, es insegura y
puede ser derrotada con facilidad. La memoria de Rosa Montero y su imaginación
y sus señas de identidad y ese temor constante a la muerte que ve tan cercana
están en Bruna Husky. Es como si en Animales
difíciles, Rosa le hubiera insuflado una parte de sí misma a su
protagonista.
También
la ha dotado con su capacidad de amar; estoy convencida, por lo que leo de Rosa
Montero, de que el amor hacia todo preside su vida, hacia animales, personas,
naturaleza… Hablar de Rosa es hablar de amor por la vida y rechazo a las
injusticias y a las manifestaciones soberbias de poder.
Desde
que leí Historia del rey transparente
he intuido a la autora en sus novelas. En esta más que nunca, puede que porque,
a pesar de ser ciencia ficción, es la más realista de las que ha escrito.
Cuando en 2011 escribió la primera novela de esta saga, Lágrimas en la lluvia ya advirtió de que aunque era ciencia
ficción, también se trataba de su novela más realista y política; siguió la
línea con El peso del corazón y Los tiempos del odio. Las imágenes de Animales difíciles podrían ocupar las
pantallas de un informativo actual.
La
autora no se reprime. En el argumento hay un presidente de los EUT, Dong, que
en realidad solo se mueve para fortalecer a empresas que le aportarán el
control total del universo, que solo les interesa a él y a quienes como él quieren
ostentar el poder aunque sea de pequeñas porciones del pastel, «irregularidades laborales, denuncias del
trato de favor fiscal y legal que la empresa recibe en todo el mundo, falta de
transparencia en sus movimientos […] es una megaempresa terrible, manda más que
el gobierno de los EUT, ella es quien pone y quita presidentes, Dong es su
esclavo y Ortiz, la esclava de Dong».
Montero
está exponiendo una sociedad de 2111 y resulta que la vivimos casi exacta en
2025. Hoy triunfa quien más dinero tiene, la cultura es lo de menos (tenemos
políticos que no han estudiado, apenas han trabajado, pero envenenan las
conciencias asegurando que solo vale lo que ellos dicen, haciendo creer a las
masas que son los elegidos, por lo que deben desprenderse de los que se diferencian
en la piel, religión o estatus económico). Es necesario estar ante una sociedad
crédula que no razona, para manejarla. Una sociedad que se contente con ser
joven; es muy fácil asociar juventud, belleza y bondad «casi nadie, excepto los muy pobres o unos pocos frikis como Yiannis,
dejaba que su cuerpo envejeciera tanto sin aplicarle remedios estéticos»
La
autora advierte de que en la historia puede triunfar el mal pero es momentáneo,
todo se ajusta tarde o temprano porque no puede triunfar el dinero de manera
permanente si la gran mayoría no lo tiene.
Rosa
Montero remueve conciencias en Animales
difíciles, también otros escritores, otros artistas (la entrega de los
Premios Goya es una muestra)… el problema es que quienes «eligen esa forma de suicidio que es la ignorancia» no leen, viven
aferrados a los bulos que lanzan por las redes sociales «grupos radicales para crear conflictos sociales de los que puedan
beneficiarse»; viven adorando a personas que ofrecen imposibles para el
bienestar común: «La presidenta […]
aprobar un decreto ley que permitiría que todos los ciudadanos de la región
española pudieran convertirse en Kéfalos, si ese era su deseo […] nuestro
gobierno siempre luchará por la libertad —peroró, enardecida. Y luego pestañeó
con coqueta complacencia».
En
fin, esto lo estamos viendo y no hemos llegado al siglo XXII ¿A nadie más le da
miedo?
Pero
afortunadamente Rosa Montero recibió en 2017 el Premio Nacional de las Letras,
por su trayectoria literaria y periodística comprometidas y sobre todo
esperanzadoras. Por eso en Animales
difíciles Husky, acompañada de sus fieles Paul Lizard, Bartolo y el
inolvidable archivero Yiannis, abren una puerta a la ilusión y al optimismo,
una puerta que nos permitirá vivir en paz. Solo cuando se consiga, podremos ver
la muerte como parte de un proceso natural «Es
posible que haya perdido el miedo a morir».
En fin, no sé vosotros, yo le daría el Nobel de la Paz a Rosa Montero.
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