sábado, 25 de enero de 2025

PIEL DE CORDERO

Al terminar esta novela me viene a la mente la idea de que parece que la mujer vino al mundo con un único propósito: el conformismo; cualquier intento de rebelión supone un sufrimiento al que sin embargo, cada vez se enfrentan más mujeres.

Empezamos a leer en Piel de cordero el parto de Marina con el corazón encogido. Continuamos leyendo el nacimiento de Catalina sin apenas mover un solo músculo. Terminamos de leer el reencuentro de Elvira y Catalina con una ira que sube desde lo más profundo de nuestras entrañas haciendo que queramos gritar y terminar la novela cuanto antes para enterarnos de si cumple su promesa.

No se puede parar una vez que abrimos la última novela de Ledicia Costas porque nos sumergimos en la naturaleza mágica de una Galicia ancestral, que debe convivir con violencia, denuncias, miedo, tortura y muerte asociados a la Inquisición, en contra de las mujeres (que aunque parezca increíble la tuvimos en España hasta comienzos del siglo XIX).

La trama es envolvente; la autora es capaz de conectar dos épocas diferentes y dos espacios distintos en dos mujeres fuertes, conflictivas, a las que nos rendiremos desde el primer momento. Catalina y Lola son las protagonistas de las dos partes en las que se divide Piel de cordero. Ambas secciones comienzan con el sufrimiento de una mujer. Mujeres separadas por 200 años y unidas por la sangre y el dolor a los que se enfrentan solas; sin embargo las dos están rodeadas por otras que actuarán como tabla de salvación en sus vidas: Marina, Elvira, Angustias, Victoria, Ernes, Sole, Chelo, la madre…

Todas tienen un papel fundamental en el comportamiento y toma de decisiones de las protagonistas, Catalina y Lola. Catalina se ha criado en la aldea de Merlo, a finales del siglo XVIII, con su abuela Elvira, quien le enseña todo lo que sabe sobre plantas y conjuros y, a sus catorce años, llega a ser tan buena como su maestra. A partir de ahí Catalina se verá sola, al amparo de los espíritus de su abuela y su madre, Marina, a quien no conoció, como tampoco conocerá a Lola con la que conectará a través de su hija a principios del siglo XXI.

Piel de cordero es un libro de realidad brutal envuelta en un realismo mágico enternecedor.

La narrativa de Ledicia Costas es desgarradora y al mismo tiempo nos envuelve, nos sentimos parte de esa palabra. Las comparaciones imposibles del narrador se unen a letanías que constantemente se agrandan en el pensamiento de las protagonistas. Una y otra vez se obligan a pensar en personas e injurias; no pueden olvidarlas. Elvira y su nieta Catalina se lo repiten a menudo, no saben leer ni escribir; el lector es, con las repeticiones, consciente de la lista interminable de personas que las necesitaban y odiaban al mismo tiempo, «Eladio, el del ojo retorcido, putas de Satanás; los ministros de la Maldita Inquisición, una colección de agravios; […] Maruja nos dijo locas, no toquéis a mi hija con esas manos puercas […] María, que me dejé penetrar por un animal de carga…».

La vida en Merlo suponía un calvario para las que nacían con cierta sensibilidad, para las que dedicaban su vida a aprender el lenguaje de las plantas porque les estaba prohibida cualquier otra formación. Mujeres apartadas que veían comprometidas sus vidas en cualquier momento. Mujeres que conocían el ambiente avasallador del miedo al poder y al dolor. Mujeres que ayudaban a los demás a pesar de todo.

Los diálogos en esta primera parte, sin marca ninguna, se unen a las exposiciones de un narrador en tercera persona para acrecentar la congoja del lector, inmerso desde el primer momento en ese entorno caótico «…un letrero escrito por un vecino a quien había curado un prurito […] porque era asiduo a la casa de las putas pero, por favor, que esto no llegue a oídos de mi mujer…».

Las comparaciones son constantes. A veces encadenan plantas, animales y humanos de manera tan efectiva que lo vemos todo como una misma naturaleza; la mujer es parte de ella, desde que nace hasta su fin «…como el humus que se conformaba en el bosque, como el canto de las cigarras […] como el instinto de tronzarles el pescuezo […] Entiérrame junto a tu madre […] Planta otro tejo junto al que hay y visítame cuando sientas que necesitas estar cerca de mí».

Las leyendas conviven con una realidad supersticiosa, fruto del miedo y la ignorancia, fruto de la desesperación, porque la creencia en las brujas (o su existencia) llega hasta hoy

—Pues yo te digo que había un cura que la ayudaba…

—Ahora dime que también has ido a esa bruja […]

—Me llevó mamá

En esta novela adictiva hay varios temas que hacen que pensemos en esos niños, no solos los de antaño, privados de infancia, que solo conocen realizar tareas para las que no están preparados o se disponen a realizarlas privándose de la inocencia que debe presidir la niñez.

El tema de la menstruación ha sido tabú hasta no hace mucho. Aun hoy se dan embarazos no deseados por falta de información, por ver un proceso natural como un estigma que hay que sobrellevar en silencio, «no debía quedar en la tela ni rastro del pecado».

El determinismo femenino va desapareciendo; desgraciadamente no en todos los ambientes; todavía hay lugares en los que nacer mujer es una desgracia, «no te librarás de esta sentencia por mucho que pienses que tu vida va a ser diferente a las de tus antecesoras».

El sistema patriarcal que ha reinado siempre ha conseguido anular a la mujer, que se crea o se muestre invisible aun siendo la base fundamental de la sociedad «De quién había que proteger al pueblo en realidad. ¿De las mujeres? […] de las barbaridades que había cometido en el pasado la Santa Inquisición en el nombre de Dios […] Ya no quemaban brujas en las hogueras pero tenían el beneplácito para continuar con las torturas». Todavía hoy la mujer es torturada en algunos lugares en nombre de la religión o bajo el silencio vergonzoso de los estados.

La poesía resalta en tanta inclemencia. Catalina es la bruja de los insectos, rodeada de ellos fortalece su invisibilidad y su poder de transformación. La niña es débil pero puede ser poderosa gracias a su energía constante, la necesita para sobrevivir; se aferra a los insectos para que la ayuden y huye de la Iglesia. Ella, como los insectos en la Biblia, será vista como una plaga abominable que hay que exterminar. Los insectos que protegen a Catalina son la metáfora de su propia fuerza, que irá creciendo conforme sepa más «A medida que cogía soltura leyendo y escribiendo, Catalina se sentía más poderosa». Así pasamos a la importancia de la escritura y la lectura, al placer que se obtiene de ellas. También Lola estará relacionada con el saber, es bibliotecaria, «Soy una privilegiada». A pesar de sentirse bien en su trabajo es consciente de la desigualdad laboral por ser mujer, otro tema aún sin resolver en nuestra sociedad «—…Acaba de contratar a un tío recién licenciado con mejor sueldo que yo. Ya van cuatro». La autora denuncia, a través de Lola, la injusticia salarial que se da en algunas empresas privadas y el caos de algunos hospitales públicos que no tienen más remedio que abandonar casos graves por falta de medios, de personal o de espacio.

Por unas u otras circunstancias el tema de la soledad de la mujer estará presente en la novela, porque es una soledad que está dentro de nosotras y nos reviste de pena «A veces agradeces estar lejos de esa casa envenenada de recuerdos y otras necesitas tu cama, tu manta, eso que para ti es hogar».

sábado, 18 de enero de 2025

SIN HOGAR NI LUGAR

Sin hogar ni lugar forma parte de un trío de novelas referidas a Louis Kehlweiler, apodado el Alemán. Por algo que se me escapa (no he leído las dos anteriores) dejó la policía pero ahora, que se dedica a traducir a Bischmark, sus contactos anteriores le son imprescindibles para buscar pistas cuando lleva un caso entre manos. Como el de Clément Vauquer al que busca la policía porque fue visto durante días rondar dos casas de mujeres jóvenes a las que supuestamente asesinó tras entregarles una maceta donde dejó sus huellas. Clément le pide ayuda a la exprostituta Marthe y ella lo cree, fue su protegido de niño durante cinco años, cuando todos se burlaban de él y lo acosaban.

Marthe pide al Alemán que encuentre la verdad y él lo cobija en una casona ocupada por un viejo policía —Marc Vandoosler— y tres historiadores: Lucien, estudioso y profesor de historia contemporánea; el medievalista y sobrino de Marc, Marcus Vandoosler y el prehistoriador Mathias. Allí dejarán a Clément hasta encontrar al verdadero asesino. Pero a Louis no se le escapa que todo apunta al protegido de Marthe. Aun así es capaz de sacar informes a antiguos compañeros para enterarse de cómo va la investigación «—… quiero saber lo que piensa la policía de estos dos asesinatos […] Puede que ya hayan hecho el retrato robot. Me gustaría verlo».

De esta forma, sin que la policía sea consciente, se despliega en París una batida de búsqueda formada por Marthe y las prostitutas, con una labor muy concreta, Louis y los evangelistas, que luego resultarán claves para desvelar el final y la policía de París, que será fundamental con sus pesquisas y la maquinaria que pone en marcha cuando lo cree necesario.

Lo mejor de la novela es el enredo que va surgiendo a partir de los dos primeros asesinatos, «Era perfectamente posible matarse en el Loira, incluso en estiaje. Pero no lo era menos ahogar a alguien». Van saliendo casos ocurridos en otra ciudad, en otra época e incluso en la actual, cuando Vauquer está bajo la custodia de los evangelistas; algo que por un lado deja a Clément como un héroe y por otro, sigue siendo sospechoso.

Los lectores no sabemos qué pensar ni de quién dudar porque poco a poco aparecen personajes que podrían, o no, ser culpables «La hostia puta. Otra mujer. Louis calculó rápidamente. Había muerto entre las once y media y la una y media… Habían dejado al Podadera en el cementerio hacia las doce menos cuarto […] En cuanto a Clément […] había salido durante dos horas».

Pero Fred Vargas no está dispuesta a dar paso a la evidencia. Cada vez más, los personajes van demostrando aptitudes, actitudes y actividades que podrían señalarlos como culpables. Todos, antes o después están en la lista: el evangelista Lucien porque parece que quiere que apresen cuanto antes a Clément, la vieja Marthe, que actúa como la sombra de su “muñeco”, el jardinero del cementerio, el Podadera, al que Clément aseguró ver en una violación nueve años atrás, el padrastro del exdirector del colegio donde empezaron los asesinatos, un viejo raro, machista, que se recrea e inmortaliza a las víctimas… En fin, llega un momento, que durará hasta el final, que no sabemos quién será el o los asesinos «Si supiéramos comprenderlas […] Es la impronta del asesino, su marca de fábrica, su rostro inevitable. Su firma, de alguna manera».

Pues sí, Fred Vargas es una maestra de la novela negra y deja alguna pista de quién puede ser, pero no nos damos cuenta hasta que no hemos leído Sin hogar ni lugar. Entonces puede que pensemos que el final es un tanto endeble pero en realidad es una trama posible y entretenida.

El trato que da a los personajes es inmejorable; todos adoramos a Louis, con su punto de ironía, sin problemas para mentir a la policía o a quien haga falta si eso le hace saber lo que busca y obtener el favor que quiere «anoche me tomé la libertad de hacer unas cuantas llamadas al ministerio para hablar de ti. Me satisface ver que han dado resultado».

Casi todos los personajes son perfectamente reconocibles gracias a que cada uno tiene una peculiaridad: «Loisel arrastró los pies hasta el armario metálico. Producía un chirrido de patinaje en el linóleo». Las descripciones exageradas consiguen dibujar una sonrisa en el lector.

También la tensa situación que se da en casa de Vandoosler despierta nuestro sentido del humor. En general, Vargas trata con cariño a sus personajes, tanto si es para informarnos de su situación social actual como si es para que descubramos su personalidad a través de sus actos: si tus miserables chorradas de intelectual de mierda llevan al joven Clément a la cadena perpetua, te juro que te vas a comer un ejemplar de tu libro cada sábado […] Cuando el joven pasó delante de él, su corazón se aceleró, como si lo quisiera».

Los protagonistas sienten aprecio entre ellos, se nota y precisamente por eso la lectura es tan cómoda y atrayente. Son buena gente… aunque no todos.

Los lectores leemos con ganas las comparaciones irónicas con las que el narrador describe situaciones, «¡El comisario, flexible como un leño, no quería soltar su información!».

Las afirmaciones con las que se acusan unos a otros favorecen la lectura ágil y desenfadada por la imposibilidad que retratan, «… eres un cagueta compulsivo, Marc, y que habrías hecho un papel deplorable como soldado de trinchera».

Y es que los diálogos son originales, el humor que desprenden está oculto; a veces, algo perverso, pero siempre risueño; con esto consigue una prosa detallada y ágil al mismo tiempo. En las conversaciones encontramos oxímoros, contradicciones o ironías, por lo que nunca sabemos lo que piensan realmente unos de otros; no hay grandes golpes de efecto pero está claro que la atención del lector, y la tensión, no decae:

—…veo que planchas vestidos. ¿Hay una mujer en la casa o qué?

—¿Tan asombroso sería? —preguntó Lucien con arrogancia.

—No —contestó rápidamente Louis—. Pero… es por él, por Vauquer.

—Creía que era presuntamente inocente —dijo Lucien—. Así que no hay de qué preocuparse.

Son personajes logrados. Incluso los secundarios. Sigo encontrando en Fred Vargas el amor hacia los marginados, aunque en ocasiones no les falta ironía en los epítetos con los que son nombrados; encontramos al “Pastelero Valiente”, a quien conforme hablan con él pasan a nominar a lo largo de la trama como el “Pastelero Muy Medianamente Valiente”, el “Pastelero Cobarde” y el “Pastelero Miedica”.

Indudablemente el amor hacia los niños está en Marthe, que seguirá viendo a Clément como su muñeco, y el cariño hacia los animales lo ostenta, sobre todo, Louis, quien habla con su sapo Bufo cuando tiene que aclarar sus pensamientos «—Lárgate, Bufo— dijo Louis cogiéndolo con delicadeza. Estás sobrepasando tus derechos de anfibio».

Sin hogar ni lugar tiene un argumento perfecto y una trama adictiva en la que nunca dejas de señalar a los posibles asesinos. Las causas que llevan a cometer los crímenes son perfectamente realistas, aunque la historia sea fantástica —creo que son los personajes los que la dotan de imaginación—. Solo hay un punto feminista, o antifeminista, que rechina al final, justamente por tratarse de su autora, pero no me pongo tiquismiquis cuando he disfrutado tanto.

sábado, 11 de enero de 2025

BLACK WATER (I) LA RIADA

Blackie Books sacó a la luz en febrero de 2024 una preciosa edición de Blackwater 1. La riada. En septiembre de ese mismo año ya iba por la quinta edición. Merece la pena tener este librito encuadernado de manera tan perfecta; doce capítulos cortos de letra clara, siguen a un árbol genealógico de la familia Caskey, terratenientes de Perdido y los de los Sapp y los Welles, familias negras al servicio de los Caskey; los tres hogares protagonistas tienen curiosamente un punto en común: son sus mujeres quienes, a principios del siglo XX, los gobiernan: Mary Love, Creola y Roxie. Asimismo esta genealogía sucede al Prólogo donde el autor, Michael McDowell nos pone en situación sobre el lugar donde se desarrollará la historia, Perdido, y sus habitantes.

La edición cuenta también con una biografía del autor, quien está considerado por Stephen King como el mejor escritor de literatura popular que, siguiendo los pasos de los grandes realistas, como Dumas o Balzac, decidió publicar la saga Blackwater en seis entregas mensuales.

El ilustrador de esta novela, Pedro Oyarbide, recrea en la portada una estampación en blanco y dorado, que después tomó como base para sacar a la venta una serigrafía en A3 para ayudar a los afectados por la dana en Valencia.

El libro, en fin, ha sido un éxito de ventas en EE.UU. y más tarde en Europa, sobre todo a raíz del activismo stay woke, expresión propia de las comunidades negras desde 1940 y utilizada a partir de 2013 tras la muerte de Trayvon Martin en Florida. Este enunciado se ha utilizado en la actualidad como algo relacionado con las injusticias sociales de acoso, abuso sexual y homofobia; un movimiento que promueve valores progresistas y justicia étnica y feminista.

No cabe duda de que en La riada hay un empoderamiento femenino que sugiere una sociedad en la que la mujer lleva la voz cantante. El hombre ayuda a procrear pero las decisiones familiares son tomadas por mujeres, aunque en ocasiones concedan la ilusión de que ha sido él quien ha resuelto el problema «—Pero, entonces, ¿cómo va a llegar hasta allí? —preguntó James, perplejo. Para él era un verdadero alivio que fueran las mujeres quienes resolvieran aquella situación tan difícil (por algún motivo, siempre lo hacían ellas)».

En la confluencia de los ríos Perdido y Blackwater, en Alabama, queda el pueblo Perdido. El domingo de Pascua de 1919 resurge de la última riada y ese día, Oscar Caskey y su criado encuentran a Elinor Dammert, una dama que, aunque ha extraviado la documentación, asegura que venía a Perdido como maestra. Elinor causa una impresión inmejorable en todas las mujeres del pueblo, tanto blancas como negras, excepto en Mary Love Caskey, madre de Oscar y líder indiscutible. Los habitantes de Perdido la respetan y la temen por lo que no se atreven a enfrentarse a ella. Elinor lo sabe, por eso prefiere tenerla de aliada, solo así podrá llevar a cabo su plan: quedarse. No sabemos para qué pues el final de La riada es abierto. Blackwater es una serie de seis libros donde McDowell relata la historia de la saga de los Caskey.

La característica más evidente es que sus personajes más importantes son mujeres. Mary Love y su hija Sister. Genevieve, cuñada de Mary Love y su hija pequeña Grace. La predicadora Anni Bell Driver, que es la única que se atreve a desobedecer a Mary Love y casar a Oscar y Elinor. Las sirvientas de color Ivey y su hermanita Zaddie, que entra en juego una vez que su hermano Buster se ahoga, una niña lista, «más avispada de lo que Buster había sido nunca». Y la señora Ruth Digman, directora del colegio del pueblo.

Está claro que la mujer es la protagonista, aunque esté casada o tenga hijos, aunque la historia se dé a comienzos del siglo XX, la figura masculina no interesa «Annie Bell tenía un marido insignificante, tres hijos insignificantes y una hija llamada Ruthie que todo indicaba que iba a ser clavadita a ella».

La lucha por el poder es entre mujeres. Mujeres inteligentes que hacen todo lo que está en sus manos por conseguir sus deseos. Mujeres que con mucha habilidad han ido dejando a los hombres a un lado para formar un matriarcado. La autoridad de Perdido la ejerce Mary Love Caskey; no ha tenido rival para dirigir los asuntos del pueblo. Una mujer que se ha portado bien con todos, si han sabido permanecer en su sitio: «Elinor se encariñó con la niña y le enseñó a elaborar bordados sencillos. Cuando se enteró Mary Love lo condenó en rotundo, pues en Perdido consideraban que las mujeres de color no servían para los trabajos ornamentales».

Pero desde que Elinor Dammert aparece en el pueblo, intenta hacerse con el mando; no duda en suprimir a quienes le estorban en sus planes, como tampoco vacila en mostrarse sumisa ante Mary Love para no crear enfrentamientos. Sin embargo ambas desconfían de la otra, aun cuando todo parece haberse solucionado entre ellas «—¿Has hablado con Grace, Elinor? —preguntó Mary Love—. Grace no es una niña feliz, no como cuando vivías tú allí en vez de su madre. Ojalá las cosas fueran como antes».

La historia de La riada no tiene mucho más que se pueda contar sin develar algo importante que haga perder la atención del lector; en realidad, los personajes son bastante planos, la trama algo aburrida, porque cuando sucede algo que destruye la placidez del pueblo, y la lectura, todo vuelve rápidamente a como estaba antes. La responsable de tanta sumisión es Elinor; a veces tenemos la impresión, por sus actos, de que es una muerta viviente, otras, un ser abisal, una bruja o una vampira pero no hay grandes sobresaltos.

El final da un giro woke a la trama, algo impropio de la mujer, menos aún de una mujer del siglo XX; pero todo tendrá su explicación en la segunda entrega, El dique; al menos eso espero.

Lo más interesante de la novela son los temas que van apareciendo y que hacen de su autor un avanzado en su época:

-La conciencia de superioridad de la raza blanca, algo que, a la llegada de Elinor a Perdido, irá desapareciendo «—¿La has perdido? —exclamó Mary Love— Dos maletas, eso es lo único que le queda a la chica en el mundo, ¡y tú vas y pierdes una! —Se va a enfadar contigo, Bray —dijo Manda Turk—. ¡Te va a arrancar la cabeza de un mordisco». Los negros no tienen derechos, no en el siglo XX en Alabama; son considerados culpables de cualquier desgracia familiar o social.

-La conciencia de la supremacía femenina en el pueblo; son las mujeres quienes descubren, analizan y resuelven los problemas «—Los hombres nunca saben qué preguntar —respondió Manda—. No sacaremos nada interrogando a Oscar».

-La necesidad de ocultar orientaciones sexuales que se desvían de la normativa social por miedo al rechazo o al acoso «aun con esposa e hija lo acompañaba la reputación de estar marcado por “el sello de la feminidad”».

Las consecuencias de las catástrofes naturales son terribles. Ha pasado algo más de un siglo y la descripción de la riada nos trae desgraciadamente la imagen de lo vivido en la actualidad. También las actividades de rescate y ayuda son similares, lógicamente contando con los medios disponibles en cada época. Al igual que ahora, los más afectados son siempre los de clase social más baja, probablemente porque sus viviendas estén construidas en los peores lugares «La Guardia Nacional y la Cruz Roja […] habían llevado mantas, latas de carne de cerdo, judías, periódicos y medicinas […] Pero la parte más perjudicada del pueblo era Baptists Bottom […] Las familias negras, que ya antes de la inundación tenían poco, ahora no tenían nada de nada».

El estilo mantiene la norma de la escritura realista, con datos intercalados que aportan la sensación de realismo, descripciones que intentan reproducir el ambiente social de la época y un enfoque de la vida cotidiana que Michael McDowell salpica con leyendas rurales de componente funesto y matices terroríficos.

El narrador, en tercera persona omnisciente, intenta generar una atmósfera imparcial y normal aunque cuente sucesos extraordinarios, de esta manera, con tintes de Realismo mágico, los personajes intuyen estos hechos fantásticos como parte de la normalidad. Solo así se puede preparar y llevar a cabo una boda en un día, con traje de novia, decoración y banquete nupcial sin que nadie advierta las premoniciones «La boda se celebró a las cinco […] La lluvia aporreaba los cristales de las ventanas […] goteaba por la chimenea. Al cabo de un momento, la sala entera olía a hojas empapadas de lluvia».

sábado, 4 de enero de 2025

LA CONJURA DE LOS NECIOS

Sencillamente maravillosa. Voy a intentar reflejar lo que ha supuesto para mí esta novela; sabía de su existencia, nada más; por casualidad, supe que mi hijo la tenía y se extrañó de que no la hubiese leído, así que me la dejó y tengo que decir que aún pienso en algunas situaciones que ocurren y les voy encontrando la sátira donde en principio sólo veía humor. Es una novela para leer y releer, como las grandes joyas de la literatura.

La conjura de los necios comienza con la descripción del protagonista que, irremediablemente, me llevó a otra totalmente antagónica y, sin embargo con algunos puntos en común «Una gorra de cazador verde apretaba la cima de una cabeza que era como un globo carnoso […] grandes orejas […] Los labios, gordos y bembones […] los altaneros ojos azules y amarillos de Ignatius J. Reilly […] en busca de signos de mal gusto […] La posesión de algo nuevo o caro solo reflejaba la falta de teología y geometría de una persona. Podía proyectar incluso dudas sobre el alma misma del sujeto». Esta es la base de la descripción de Ignatius, un hombre gordo y estrafalario que califica el consumismo de su sociedad como lo que destruye al ser humano. Luego nos enteraremos de que Reilly sigue sin ninguna objeción De consolatione philosophiae, de Boecio, algo que lo llevará a obsesionarse con un pasado medieval sin mucho sentido en el siglo XX.

Hay otro personaje literario obsesionado con reflejar en su vida los libros de caballería de Feliciano de Silva y, aunque las diferencias son evidentes, pues don Quijote es «de complexión recia, seco de carnes, enjuto el rostro», ambos pierden el juicio de tanta lectura y ninguno de los dos hallará su lugar en este mundo.

Sinceramente, creo que nunca me he encontrado con un personaje como Ignatius, alguien que pretende cambiar todos los componentes de la estructura social pero se mueve en un entorno reducido: su habitación y las salas de cine a las que acude cuando deja de escribir su diario; películas que nunca le parecen adecuadas y siempre las ve, si puede, incluso repetidas veces. Cierto día, un suceso casi intrascendente, provocado por su madre a causa de una pelea con él, lo hará salir de su zona de confort para introducirse en la sociedad injusta en la que vive, a la que odia y donde es rechazado. Desde este punto de vista Ignatius es el quijote del siglo XX pero la ternura que nos despierta el caballero andante desaparece ante Reilly, al menos en un principio, cuando lo intuimos como prototipo del disparate, vago, maltratador psicológico, egoísta, fantasioso y enfermo mental que subvierte la sociedad para burlarse de ella. Sin embargo, la novela de Jhon Kennedy no es de lectura rápida, hay que seguir leyendo y uniendo cabos.

A lo largo de las casi cuatrocientas páginas de la novela no he dejado de asombrarme. Mi ánimo ha pasado de desearle al protagonista un buen juicio para que no se metiese en más líos a esperar que recibiese un buen escarmiento.

Ignatius, en realidad, quiere una sociedad mejor, quiere una sociedad que funcione; para ello se enfrenta al desprecio de todos por ser considerado un inútil, algo de lo que no es consciente, fruto de un elevado ego que lo lleva a tratar a los demás con sarcasmo; mordacidad que no entienden quienes lo rodean


—…Aquí le meto un paquete de panecillos ¿Entendido?

Luego cerró aquella tapa y abrió una puertecita lateral situada en la resplandeciente salchicha roja.

—Aquí hay una latita de calor líquido que mantiene calientes las salchichas.

—Dios santo —dijo Ignatius con cierto respeto. Estos carros son como rompecabezas chinos. Sospecho que me pasaré la vida abriendo la trampilla que no es.

El viejo aún abrió otra trampilla, situada al fondo de la salchicha

—¿Y ahí qué hay? ¿Una ametralladora?

—Aquí van la mostaza y la salsa de tomate.

—Bueno, haremos una valerosa tentativa, aunque puede que le venda a alguien la lata de calor líquido al doblar la esquina.

Creo que la intención de Jhon Kennedy Toole fue retratar la decadente sociedad del siglo XX, y lo consigue; por La conjura de los necios van apareciendo financieros que no experimentan nada por sus empresas y se dedican a vivir bien, mujeres de la alta sociedad que solo saben sacar el dinero a sus maridos en beneficio propio, mujeres amargadas que advierten que no son valoradas y pretenden sobresalir ridiculizando a los demás, altos cargos policiales que tratan con desprecio y amenazas a sus subordinados para que cubran su ineptitud, trabajadores que no se sienten motivados por sus jefes, negros esclavizados que son empleados por menos del salario mínimo a cambio de trabajos precarios, encargados incompetentes, incapaces de sacar adelante los negocios, inmigrantes que no son tratados con justicia, ni siquiera como personas, da igual que sean adultos o niños «Pobre mamá. Directamente del barco. Apenas hablaba inglés. Y yo, que era una cosita así de pequeña, abriendo ostras. No fui a la escuela. De veras, chica. Tenía que estar allí aporreando ostras en la acera. De vez en cuando mamá me aporreaba a mí».

El protagonista es el portavoz de la crítica a esa sociedad capitalista que no respeta a quienes no han logrado tener un puesto “aceptable” con recursos suficientes para vivir bien, da igual lo que se haga para conseguirlo. Incluso Irene Reilly, la madre de Ignatius, considera un fracasado a su hijo y a ella una fracasada por haber gastado su dinero en darle unos estudios universitarios que ahora no quiere aprovechar; harta de malvivir, desaliñada y alcohólica, se decanta por pasar el fin de su vida al lado de un viejo que puede mantenerla pero que ella considera —horrorizada— comunista.

Una sociedad carente de valores morales analizada desde una perspectiva mordaz para que el lector dude de todo aquello que asume como verdad; una perspectiva que quiere construir un pensamiento libre de prejuicios. Entre todos los personajes construyen un retrato hiperbólico del ser humano (asocial, embustero, racista, misógino y misántropo) «—Debería alegrarse de que le diese una oportunidad, muchacho —dijo Lana Lee—. En estos tiempos hay por ahí la tira de chicos de color buscando trabajo. —Sí, y también hay muchos chicos de coló que se hacen vagabundos cuando ven los salarios que ofrece la gente. A veces pienso que pa un negro es mejó sé vagabundo».

Si el negro Jones tiene claro que solo podrá librarse de su acoso poniendo en marcha su imaginación para culpar a quienes lo esclavizan, Ignatius no duda en mentir, hasta límites insospechados, para llevar adelante su plan de reforma social. Esto da lugar a situaciones delirantes que forman parte del absurdo más intenso y que retratan a Reilly como un esquizofrénico de manual. Él sabe que esa es la imagen que da y se aprovecha de ello para conseguir lo que quiere


El señor Clyde conocía la triste historia del vendedor Reilly: la madre borracha […] la amenaza de miseria para madre e hijo, los amigos lascivos de la madre.

—Mire voy a asignarle a usted una ruta nueva y a darle otra oportunidad […]

—Puede usted mandar un mapa de la nueva ruta al pabellón de enfermos mentales del Hospital de la Caridad. Las amables hermanitas y los serviciales psiquiatras de allí quizá puedan ayudarme a descifrarlo entre electro y electro.

Los diálogos solo pueden compararse a los escritos por los grandes de la sátira y el absurdo. Son geniales, perfectos para mantener la ilusión por la lectura hasta el final que, por cierto, es trepidante.

Las sectas, las habladurías, las injusticias sociales, los pseudointelectuales, los ineptos, los drogadictos, los impotentes que culpan a las mujeres de su incapacidad… todos forman parte de La conjura de los necios, mostrando una sociedad en la que la Fortuna, a base de coincidencias, los unirá y marcará el argumento: George, el drogadicto que trabaja para Lena Lee, la madame que “contrató” al negro Jones, se hace con De consolatione philosophiae, un libro de Ignatius, que le prestó a su madre para que lo leyera y que ella se lo deja al patrullero Angelo Mancuso, sobrino de Santa, una amiga de Irene, con quien contactará y se contarán sus penas. El libro quedará vinculado a las drogas y será el detonante para finalizar la novela

Si Boecio se consuela dialogando con Filosofía, Ignatius intuye que, hacia lo bueno o lo malo, es la rueda de la Fortuna la que preside la existencia.