sábado, 30 de septiembre de 2023

ZONA MUERTA

 

Hay veces en las que al comienzo de la lectura de un libro da la impresión de que se avecina una larga cadena de muertes horribles.

Otras, empiezas a leer y disfrutas con la inteligencia de su protagonista y cómo consigue, legalmente, ganar un juicio; pero sabes que algo tiene que torcerse porque en eso que estás leyendo ves un final de novela antes que un principio.

Al empezar Zona muerta me vi envuelta en las dos situaciones, me equivoqué con la primera impresión, pero no con la segunda.

Si Tilly Bradshaw es fundamental en la resolución de los casos del sargento Abraham Poe, en este, actuando en la sombra, es la auténtica protagonista; da la impresión de que M. W. Craven escribió la novela pensando en ella.

En la entrega anterior, El procurador, a nuestro protagonista le dieron el ultimátum para abandonar su casa porque estaba en unos terrenos recalificados que no podían ser habitados, pues la cabaña que iba con ellos al comprarlos no debía ser ampliada ni modificada en nada que se pareciese al hogar confortable que Poe se había construido. Una vez en el juicio, nadie contaba con Tilly quien, a pesar de no ser abogada, dispone de una curiosa relación con la ley a la hora de acceder a las bases de datos: la ignora. Esto le permite llegar donde nadie más lo hace y relaciona sucesos y personas hasta dar con lo necesario. En el primer juicio, Poe se queda con su casa, pero algo dará la vuelta más adelante.

El juicio queda pendiente porque ambos deber acudir hasta un burdel en el que ha aparecido asesinado un héroe de la guerra de Afganistán, alguien que fue apresado, torturado y rescatado por los británicos cuando se encontraba a punto de morir. Sin poder dejar de culparse cuando el grupo liberador fue aniquilado poco después, Bierman abandona el país y se refugia en EE. UU. hasta que una cumbre de comercio internacional le hace volver.

En Zona muerta no hay un asesino en serie, tampoco vamos a ser testigos de más muertes violentas, pero ni a Poe ni a Tilly los pueden engañar a pesar de que esta vez hayan sido reclamados por el MI5 y las verdades les sean dichas a medias. Puede que el muerto no se llame en realidad Christopher Bierman, puede que no tuviera nada que ver con las prostitutas. O sí, pero Poe es consciente de los silencios del servicio de inteligencia del Reino Unido y no está dispuesto a que le oculten nada. A pesar de que quedan en que habrá transparencia absoluta, los miembros de la agencia contra el crimen deben reconstruir hechos y nombres una y otra vez, porque las pistas siempre llevan a un asesino falso.

En esta ocasión cuentan con la ayuda de Melody Lee, del FBI, que fue crucial para Poe en El procurador, y de Hanna Finch, del MI5 quien, aunque con altercados, finalmente también les asistirá; además Bradshaw relacionará el caso con otra muerte ocurrida tres años antes, «y ocurrieron en rincones opuestos del país, pero la conexión de la rata es curiosa».

A partir de aquí, para conectar estas dos muertes, tan diferentes en principio, deberán tener en cuenta conectores USB de cables especiales, software maligno que se transfiere a los portátiles, programas grabadores de tecleos… Problemas informáticos que Tilly deberá afrontar hasta que, después de sospechar de todos y cada uno de los que van conociendo, «quiero un análisis detallado de todas las personas involucradas en este asunto […] Mañana por la mañana iremos a hablar con la viuda de Danny North, la que creó la página de Justicia para Tango Dos-Cuatro en facebook».

Está claro que Craven conoce el funcionamiento del ejército; conoce el mundo de la informática y sabe hasta dónde puede llegar la maldad, la venganza humana. Por eso Zona muerta nos sumerge en un ambiente frío, de intrigas, ordenadores, tecnología y las consecuencias cuando todo cae en manos inadecuadas, en mentes que solo buscan ajustes de cuentas. En esta novela, el autor ha vuelto a desplegar un final absolutamente obsesivo, que, por supuesto, llevará a Poe a reconquistar su casa y a formar lazos con nuevas personas conforme va despejando incógnitas.

El lector lo entiende todo al final; no hace falta ser experto informático porque el asunto queda perfectamente aclarado.

Es curioso porque aunque en El show de las marionetas, Poe y Tilly formaban una pareja anómala, conforme hemos ido leyendo las siguientes entregas, se han ido complementando, Poe no es tan impetuoso y Tilly no es tan fría. Van alcanzando el estatus de pareja perfecta.

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