Acabo
de leer la primera novela de una joven escritora y me ha sorprendido por varias
razones. Había oído que era novela negra, pero no sé, no lo tengo tan claro
desde el momento en que la única protagonista que se describe en profundidad es
la señora March y creo que en el noir
la descripción de ambientes y personajes es fundamental para descubrir la
trama. Lo que he podido sacar del resto de personajes, incluido el señor March,
su marido, es que apenas tenían relación con ella. La señora March ha estado
siempre sola a pesar de vivir en un lujoso edificio neoyorkino con bastantes
vecinos.
En
New York creen que Virginia Feito,
la autora de La señora March, recuerda a Patricia Highsmit, puede ser, pero
yo no le he visto el parecido; el suspense psicológico que Highsmit descarga en
sus novelas no lo he sentido en esta, tampoco la novela de Feito es policíaca.
Me ha sorprendido, sin embargo, que sea una novela seria y atractiva que nos
introduce de lleno en cómo la mente de una niña puede quedar perturbada por la
indiferencia, la soledad y el maltrato psicológico derivado de la falta de
atención familiar.
No
sabría decir si la demencia de la protagonista tiene algún componente genético
o es fruto de la culpa o los traumas sufridos. Pero es evidente que la señora
March vive instaurada en su propio terror a pesar de que los lectores no
sabemos si las alucinaciones que tiene en determinadas escenas lo son realmente
o alguien con intereses ocultos hace que las tenga. A mí no me ha quedado
claro; me cuesta creer que tras tantas señales de alarma nadie de su entorno
haya avisado a un especialista o haya tomado alguna medida para ayudarla; al
contrario, poco a poco la van dejando cada vez más sola.
George
March es un escritor de éxito; su última novela va a ser llevada al cine. Hasta
aquí todo perfecto, pero un día, la dependienta de su panadería le dice a la
señora March que la protagonista está basada en ella, una protagonista que no
es ni más ni menos que una prostituta, tan fea que los propios clientes le
pagan sin requerir sus servicios por asco. Esto humilla y avergüenza totalmente
a la esposa del escritor y desde entonces vive obsesionada con esa prostituta y
con la visión que los demás, incluso su marido, tienen de ella. En un momento
dado se lo pregunta directamente, pero George no lo niega del todo, le dice que
está basada en todas las mujeres que ha conocido «Johanna […] es una mezcla de cualidades de muchas mujeres diferentes
[…] tú estarías entre ellas […] —Siéntate y redacta una lista. Una lista de
rasgos […] —No quiero entrar en esta conversación […] ya hablaremos mañana».
Pero no vuelven a hablar del tema. Es como si George quisiera que se mantuviese
en la duda.
Tampoco
permite que el hijo de ambos, Jonathan, explique lo que pasó realmente en el
colegio con una compañera, por lo que fue expulsado. Cuando el niño les va a
comentar que el culpable, su amigo, ni siquiera había sido sancionado, George
no lo deja terminar «—¡Esto es
inaceptable! —gritó George […] la culpa es tuya y de nadie más». Tampoco
madre e hijo volverán a sacar el tema para llegar a la verdad.
En
fin, el escritor de éxito es un encanto con todos excepto con su mujer, a la
que trata con cierto paternalismo y bastante indiferencia, pero como el
narrador, a pesar de ser omnisciente, solo refiere el punto de vista de la
esposa, no queda claro qué es lo que ocurre en realidad, «Como si hubiese recibido una señal, el camarero reapareció con el foie
gras, que rezumaba ríos viscosos de grasa amarilla». ¿Hasta dónde puede
llegar una persona con pensamientos destructivos sin que nadie se dé cuenta?
¿Hasta dónde está implicado George en la desazón de su mujer?
El
narrador deforma la realidad y los lectores no somos capaces de distinguir si
lo que estamos leyendo es real o producto de la imaginación de la protagonista.
Una mujer que desde niña inventaba seres y situaciones, que su soledad fue tan
evidente que hubo de crear una amiga invisible, Kiki, tan unida a ella que, con
el paso del tiempo, le permitió ser ella misma para mostrar una personalidad
abierta, desinhibida con la que actuaba sin ningún tipo de culpa, a pesar de
que solo le causó más dolor.
La señora
March es la soledad absoluta y la tristeza que eso conlleva; rodeada de gente
conocida, apenas se relaciona con nadie por miedo a parecer menos exquisita,
menos rica, menos inteligente, menos guapa que el resto. Imagina que todos
piensan mal de ella. Solo idealiza a quienes no conoce y en sus momentos de
mayor desamparo inventa posibles relaciones con ellos, «ensayando mentalmente las diferentes excusas con que podía rechazar
las insinuaciones de aquellos desconocidos […] Pero no se fijaron en ella, ni
le sujetaron la puerta».
Es
cierto que nadie le muestra verdadero afecto, ni siquiera el narrador; a pesar
de ser trasunto de ella misma, es incapaz de presentarla en algún momento con
mimo; solo transmite una frialdad constante, incluso de niña es nombrada como
la señora March. Ella no ha significado nunca nada, ha sido Kiki durante una
temporada, la señora March cuando ve realizado su deseo de brillar en sociedad
y Johanna cuando siente que, en realidad, es un objeto que pertenece a su
marido y puede re-crearla como quiera socialmente. La señora March ni siquiera
ha tenido libertad de acción en su propia casa, se ha convertido en una
autómata con la que George no encuentra emoción, por eso se vuelca en su
trabajo y a ella solo le queda luchar constantemente para ser más que los demás
o al menos aparentarlo, «Desde hacía
tiempo la acosaba la sospecha de que, a pesar de que su vestuario revelaba buen
gusto y era de buena calidad, su forma de combinar y llevar la ropa hacía que
esta pareciese barata y ordinaria».
El
ambiente en el que se mueve esta mujer innominada es cerrado; cierto que sale a
la calle, incluso viaja a otro pueblo, pero se siente a gusto en su casa, en su
habitación, con la puerta cerrada para prevenir posibles ataques o amenazas que
no son sino consecuencia de su falta de autoestima; los paralelismos
antitéticos delatan su indecisión y las comparaciones, la dureza con que se ve
a sí misma, llevándola a confundir normas de urbanidad con juicios valorativos
hacia ella, «la primera vez que la habían
llamado señora […] le dolió como un bofetón».
En
realidad no se siente señora, ni mayor ni joven, ni nada, La señora March se
cosifica tanto que incluso el narrador se permite personificar sus medias antes
que a ella: «abandonó el local con las
medias arrugadas alrededor de los tobillos como si fruncieran el ceño ante la
perspectiva de salir al frío».
¿Por qué aparece su verdadero nombre solo una vez y solo al final de la novela? ¿Es porque es la primera vez que actúa por sí misma? No lo creo, porque realmente no es consciente de su acto ¿Es porque todo termina? No lo sé. Virginia Feito consigue que ni siquiera al final, ni siquiera a pesar de los rasgos de humor en la narración de todo tipo, escatológico, negro, inocente, irónico desaparezca la sensación de disgusto en los lectores porque nos queda la impresión de que quienes rodean a la señora March la intuyen como una acaudalada histérica y acomplejada que ve fantasmas donde no los hay. Nadie adivina un trauma infantil llevado al extremo, la culpa que la atormenta constantemente y la soledad y el horror que pueden sufrir incluso los niños de clase alta. «Yo no soy tu amiga, ni quiero serlo. Soy tu madre».
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