No
conocía a Esther García Llovet y ha
resultado una experiencia muy interesante leer su última novela. En esta
ocasión agradezco al proyecto Mandarache la oportunidad que me ha dado con Spanish
Beauty. Novela corta. Diferente. Provocadora. Reflexiva.
El
resumen de la novela se puede realizar en tres líneas. La historia ocuparía
algo menos: La policía nacional Michela busca el encendedor de Kyle, su padre,
que antes había pertenecido a los gemelos Krai.
Pero
la trama es inmensa, las implicaturas están en cada capítulo, que no ocupan, en
general, más de dos páginas cada uno. De golpe, desde el principio, en diálogos
algo tensos en los que normalmente no pasa nada pero el lector está sobre aviso,
nos vamos enterando de dónde se va a desarrollar esta trama por implicaciones
particularizadas
—Tu
camello es una pieza de cuidado […]
—No
es mi camello
—Cómo
que no. Te he visto darle un sobre por debajo de la mesa
[…]
—No
es mi camello. Esa es Michela. Es policía nacional
Pues
sí, Michela no es una policía al uso, no tiene problemas en meterse hasta el
cuello con tal de conseguir lo que quiere. Hay diálogos tensos que ayudan a
conocer a los personajes, otros más surrealistas revelan lo irracional del
ambiente en el que se mueven esos personajes
—Son
siete hermanos. Los hermanos Kaminski. Cada uno tiene también siete hijos […]
una centuria rusa […] ya hablan español, el idioma del futuro. Aunque son
tantos que podrían inventarse un idioma nuevo
El
espacio en el que se desarrolla la acción es sorprendente porque no es el
Benidorm plagado de familias y usuarios de la tercera edad, es un recinto
paradisíaco intimidado por edificios gigantes que lo amenazan con desaparecer
bajo el peso del hormigón, de la basura, del alcohol malo, de lanchas robadas y
drogas imputadas con total impunidad. El Benidorm de Spanish Beauty es feo,
opresor, siniestro a pesar de la naturaleza que lo rodea libre y majestuosa.
Los
personajes no tienen apego por el paisaje, tampoco por la vida y, aunque están
desligados del lugar algo chirría en ellos, como en el propio entorno, «algo de C. Tangana y suena en estéreo desde
unos altavoces de plástico malo colgados sobre las cabezas de un matrimonio que
desayuna con cerveza mientras lee The Sun. Chanclas, calcetines […] y un sello
de oro amarillo en el meñique de él…».
Las
elipsis son numerosas porque la autora no quiere abundar en repeticiones o
casos sabidos, pero nos los recuerda con ritmo, con escasez de elementos que
además de aportar cierta informalidad al relato aumentan la reflexión del
lector sobre los personajes que actúan en la novela, tan ficcionales y reales a
la vez, «Estuvo (en Londres) solo tres días, investigando a un médico
inglés que emitía falsos diagnósticos de intoxicación alimentaria a sus
compatriotas». La frase corta, sincopada, desvela en ocasiones el ambiente
vacío, amoral, con un contrapunto escéptico. Otras veces esta escritura le es
propicia para ofrecer momento poéticos de desengañado lirismo, donde los
paralelismos igualan la ciudad a un bar decadente, «en el San Remo se puede hablar de todo sin que pase nada. En realidad,
en Benidorm se puede hacer de todo sin que pase nada».
Es
difícil conectar con los personajes, incluso con Michela, la protagonista, en
la que el yo cobra la magnitud necesaria para poner en marcha conjeturas sobre
las vivencias de quienes trabajan en Benidorm, de quienes usan la ciudad para
negociar, sobre las vivencias de soledad en una ciudad masificada.
Hay
en esto cierto intimismo autorial que se hunde de lleno en lo más íntimo de
Michela para ver la luz con una expresión totalmente desinhibida. La existencia
de esta policía nacional aparece ante nosotros en flash back, intercalados en la linealidad de la escritura desde una
posición alejada de la propia protagonista, como si la niña abandonada por su
madre no fuera ella, como si, simplemente, hubiera rechazado con facilidad las
enseñanzas y forma de sobrevivir de un padre borracho. Esto es lo que aumenta
la crueldad de una infancia rota.
Michela
se une así a Benidorm; protagonista y espacio van de la mano, un tanto
naturalistas los dos, apartados de lo referencial en una apariencia dura, sin
escrúpulos, que nos muestran sin pudor el interior de sus mundos con sus
propios entresijos. Nada es lo que parece en la narrativa de García Llovet, en
una autoficción en la que lo real y lo inventado se difuminan, en donde el
narrador omnisciente no lo cuenta todo, dejando que el lector se entere de lo
que ocurre por los movimientos de los personajes, por los pensamientos de
Michela, encargada sin saberlo de exponer la miseria del espacio, «Abre el cajón de la mesa de noche, forrado
de aironfix de flores. Vacío. Hormigas. Hay un solo enchufe en la habitación y
si Martín quiere encender el calentador […] o el móvil tiene que desenchufar la
lámpara y hacerlo a oscuras […] Así que Martín no se ha ido».
El
narrador en tercera persona encuadra paradójicamente la literatura de Esther
García en una narración intimista, en la literatura del yo, no en la
autobiográfica sino en aquella que se adapta a la perfección a una sociedad
individualista en la que los conflictos y contradicciones se visualizan, con
ejemplos, en los efectos que estos problemas tienen sobre cualquier persona.
La
percepción del mundo de Esther García se vuelca en Spanish Beauty para desmontar su imagen. En este sentido es una
novela posmoderna que rechaza la linealidad histórica, que relativiza el
progreso siempre que este valore ciertas formas alejadas de lo meramente
intelectual. Nos adentramos en la cultura de lo feo, «Michela lleva un bañador de chico, hasta la rodilla, con bananas […]
porque hace un rato le ha vomitado encima una chavala de despedida de soltera».
Nos adentramos en la cultura de la barbarie en donde las comparaciones y
metáforas, empequeñecedoras, mezclan el esperpento, el naturalismo y el feísmo
literario con la lírica, «hacia unos
italianos muy guapos que se bañan en grupo y una piara de 7 niños agarrados a
un mismo flotador que gritan a la vez cuando la lancha les pasa casi por
encima».
«No duerme. Pero tiene recuerdos que son como sueños mal hechos». Todo le sirve a Esther García Llovet para denunciar la deshumanización que, entre todos, llevamos a cabo.