No suelo
leer novela histórica, no es mi subgénero favorito. Acabo de leer Aquitania
y lo único que lamento es que haya terminado.
Esta
novela me ha supuesto un descubrimiento, una nueva incursión a la lectura. He
asistido a la revitalización de una época, que yo creía oscura, en la que el
reflejo social no consigue anular el carácter de los personajes. Nadie queda
indiferente ante las acciones de cualquiera de ellos pues hasta el más
insignificante constituye un engranaje para conseguir los objetivos de la
novela: iluminar la Edad Media, denunciar el papel que jugó la mujer en una
época en la que su único derecho era asentir, y ensalzar la inteligencia y
estrategia de una mujer que aspiró a lo que solo le estaba permitido a los
hombres.
No solo
he leído esta novela, el interés que ha despertado en mí ha hecho que busque en
enciclopedias y libros de historia datos de sucesos que parecían ficticios, y
me he llevado la sorpresa con otros que creía reales y forman parte de la
imaginación de la autora. Esto es lo bueno de la novela histórica, que conjuga
la realidad y la ficción de tal forma que da igual si lo que leemos pertenece a
una u otra existencia; lo que importa es que partiendo de una base real se
construye un universo que permite soñar, que despierta la imaginación, que
aviva la curiosidad, que estimula la capacidad de asombro y de intriga.
Todo
esto consigue Eva Gª Sáenz de Urturi
con Aquitania. Y más, porque la
novela es un despliegue de aventuras, intrigas de palacio, traiciones, acuerdos
y amor. ¿Cómo es posible en un mundo tan cruel emanar tanta ternura sin una
muestra de sensiblería? ¿Cómo puede una persona contener tanto miedo y rencor
sin manifestarlo durante gran parte de su vida, esperando el momento seguro
para la venganza?
Magistral
la forma en que Sáenz de Urturi va destapando amor, odio, pasión, abulia,
venganza, arrepentimiento, dolor, alegría, éxito y fracaso en pequeñas dosis
alternando hechos y alternando voces. Tres puntos de vista narran esta
historia, el de Eleanor y Luy, reyes de Francia y duques de Aquitania y el del
Niño, un personaje entrañable que, con el tiempo, llegará a intervenir de
manera decisiva en la vida de los reyes y del propio reino.
Todos
los personajes esconden un secreto que se irá desvelando según considere oportuno
el narrador correspondiente, emulando en ocasiones las llamadas de atención que
el juglar de la Edad Media dirigía a los oyentes, «Creo que es el momento
de hablar de los gatos aquitanos. Son importantes en esta historia». Otras veces el protagonista
anticipa, mediante un dato catafórico, una confidencia sin llegar a
descubrirla, pero el lector ya ha quedado atrapado en la advertencia, «Ninguno de los dos lo sabía, pero aquel
infame atardecer en la sacristía no estábamos solos. […] una presencia escuchó
la charla que cambió el devenir del reino de Francia, oculta tras las cortinas
de un viejo confesionario».
Los
personajes son numerosos, los hechos también. Además unos y otros se van
mezclando en el tiempo y en diferentes espacios según sea el narrador, que a lo
largo de las cuatro partes de la novela se va alternando.
La
primera narra la infancia de Eleanor y la relación que mantiene con Rai, su tío
carnal y amante. Las analepsis aportan una visión más completa del pasado, pues
ha llegado el momento de separarse con el fin de aunar territorios sin
exponerlos a futuras guerras. Los poitevinos deben anteponer su nombre a su
intimidad: Sólo Sé Subir, es la máxima que no debe olvidar. Asimismo asistimos
a la presentación de Luy VII, futuro rey de los francos, a quien Eleanor se
entrega para llevar a cabo una venganza.
Finalmente
conocemos al tercer narrador, Niño, de quien más tarde sabremos su nombre, su
verdadera personalidad y el alcance que llegará a tener en el reino de Francia.
Los
datos históricos se mezclan con costumbres sociales y con intrigas palaciegas
de tal calibre que van desde las amenazas hasta los más crueles asesinatos, «Creo que habéis perdido al heredero de
Francia. Nadie os va a perdonar en la corte vuestra necia imprudencia, si decido
contarla». En esta primera parte, a pesar de las otras voces narrativas en
primera persona, Eleanor se convierte en protagonista absoluta desde que se
desvela como una estratega sorprendente, «“Estoy
en la corte de París, estoy más cerca de saber qué hicieron contigo, padre” me
dije».
Por
supuesto, la inteligencia de Eleanor es real, su fuerza mental y resistencia
física también, pero las intrigas se agrandan en la novela por los finales en
suspense de los capítulos
Qué
letal combinación.
Todavía, para mi desgracia, no sabía cuánto.
El ritmo
de la lectura se agiliza con hipérboles tan desmedidas que confieren un
inequívoco tinte de narración de aventuras, «Otros afirmaban,
después de santiguarse, que podía romper los huesos de un hombre hasta reducirlos
al tamaño de una taba».
Y,
sin embargo, ese ritmo extremo se ralentiza en los pensamientos emotivos o en
comparaciones tan poéticas que consiguen un lector entregado completamente al
personaje, «El niño obedeció, con una
sonrisa como un universo».
En
la segunda parte, el matrimonio de la duquesa de Aquitania con el rey de
Francia está consolidado. Eleanor, empleando toda su astucia ha logrado alejar
de la corte —al menos momentáneamente— a quien la puede dañar; sin embargo su
reino pasa por constantes «miradas
desaprobadoras por la ausencia de herederos en el horizonte». Estamos en un
lugar y una época en los que prima el interés, no existen los favores, solo son
meros intercambios para que las partes implicadas salgan beneficiadas, «—Confío en que logréis lo que os proponéis,
y yo cumpliré mi parte, con agrado además».
La
tercera parte nos muestra a una reina fuerte que hace valer sus derechos como
soberana y como mujer; es ella quien entabla acuerdos con la Iglesia y quien
anima a su marido a llevar a cabo contiendas aterradoras ocultándole el
verdadero motivo. Amor y desamor que no son más que consecuencias inevitables
de no disponer con normalidad de una vida íntima, sino la marcada por los
intereses del reinado «Eran demasiados
silencios como para disimularlos en una sola mirada».
Llama
la atención la exposición de la locura del soldado, algo que a pesar de los
siglos sigue afectando al ser humano, otra muestra más de lo poco que hemos
cambiado con el transcurrir del tiempo: «muchos
de nosotros hemos comido alguna vez carne humana por necesidad […] A veces no
hay villa a la que retornar ni señor a quien demandar la paga».
En
la cuarta parte el ejército francés, con Eleanor a la cabeza, pierde la Segunda
Cruzada contra Nuredín. En una hábil mezcla de realidad y ficción, Eleanor
descubre al asesino de su padre gracias al romance de don Gaiferos, que según
una de las interpretaciones alude a la muerte del duque de Aquitania al llegar
a Compostela.
Con
el ritmo vertiginoso, propio de la novela de aventuras, los sucesos se agolpan
al final: Eleanor anuncia públicamente su intención de pedir la nulidad
matrimonial, es secuestrada y mandada liberar por su propio marido, lleva a
cabo de forma épica, magistral, la venganza tan esperada una vez resueltos los
asesinatos de los dos hombres más poderosos de Francia y convierte su antiguo
lema en Sólo Sé Seguir.
Y en
un guiño a la novela bizantina, Eva García nos regala la anagnórisis de los dos
personajes más queridos de la trama:
—¿Cómo
habéis dicho?
—Que
sois mi sobrina, querida Eleanor
Fabulosa
Eleanor y fabulosa Aquitania.
Pero no
cabe duda de que el verdadero mérito de esta ficción maravillosa es de la
autora. Sáenz de Urturi consigue mantener intenso, aunque encubierto con
recursos literarios, el cariño que se profesan los protagonistas. La
personalidad paciente, buena, pacífica de Luy es capaz de calmar cualquier
rencor de Eleanor y transformar en amor su deseo de venganza. El temperamento
activo, fogoso de Eleanor aporta ilusión a un rey desengañado con el mundo
terrenal
Las
metáforas sensuales no son más que el resultado de la relación que se forja
entre ambos «yo era mujer de luna creciente, mi
sangre siempre bajaba cuando el disco blanco dibujaba sus contornos afilados
contra el cielo oscuro».
Los diálogos nos acercan salvajes estrategias, sucesos horrendos que al ir
salpicados de cierto humor consiguen relajar la tensión, como también lo logran
las metáforas cotidianas que encubren el verdadero cariño. Asimismo los
diálogos son portadores de réplicas inolvidables, dignas de ser recordadas como
parte de la representación de una saga en la que el amor se convierte en
fenómeno de masas
—Dejad
que os busque en la oscuridad, mi reina. Quiero que la corte de Francia vea que
sois inconfundible. No hacen falta los cinco sentidos cuando se está frente a
la duquesa de Aquitania.
Otras
veces, en las réplicas se impone el humor capaz de acrecentar la emoción del
momento
“Bienvenido”
murmuré, conmovida
“Bienvenida”, contestó él
—Vuestra loca estrategia
resultó —me susurró al
cuello, creo que pensó que lo hacía al oído.
Asimismo
con el empleo de refranes mezclados a expresiones humorísticas se encubre el
maltrato dado a las mujeres, el horror de ser mujer cualquiera que fuese su
estatus «Pero dice el refrán que vieja que baila mucho polvo
levanta».
La
autora hace acopio de comparaciones cotidianas, anáforas, epíforas, anadiplosis
y paralelismos que poetizan los diálogos. Los constantes contrastes del
oxímoron llenan de sentimientos una época catalogada como oscura
Era
verano, lo sé. El cielo ardía, lo sé. Mas cayó sobre nosotros una ligera nieve
negra
La
exposición concatenada de los hechos constata una presencia tenaz de la
preocupación solo liberada por la ironía necesaria para afrontar tanto dolor,
un dolor ante el que la Iglesia (y sus intereses) se comporta de forma
efectista, ávida de masas que le sirvan en sus objetivos, «Bernardo
lanzó al aire un pañuelo con el que se había secado el sudor de la frente y […]
se arrojaron sobre aquel trozo de tela»
«Tomó aire con la solemnidad de un
resucitado […] y se dejó caer desde el púlpito hacia los brazos de sus
entregados fieles».
Eva
García consigue que, tras leer Aquitania, los lectores quedemos entregados a su
prosa esperando una continuación de la vida de Eleanor.