Es
difícil superar a Michael Connelly como escritor de novela negra. Es complicado
igualarlo, no solo porque su vena periodística late en cada historia sino por
el simple hecho de que dos de sus protagonistas, Harry Bosch y el abogado
Lincoln, han dado un salto a la pantalla para dejarse ver en sendas series
televisivas. Ante estas expectativas, el británico M. W. Craven sale perdiendo (se espera demasiado de él, el listón
lo tiene casi en el tope). En cuanto a la serie Luther, empezó siendo muy
original, además contaba con Idris Elba como actor principal, uno de los
hombres más guapos que han pasado por televisión, que junto a su personalidad
carismática, atormentada, nos enganchaba desde el primer momento. Pero en la
segunda temporada el argumento dio un giro progresivo hacia la violencia
gratuita y el sadismo incisivo, al menos así lo viví yo, o no pude hacerlo,
porque tuve que dejar de ver la serie. En fin, sensibilidad extrema —la llaman—
para ciertos asuntos.
Así
pues compré El show de las marionetas con cierto escepticismo (ya que las
citadas eran las referencias que aparecían en la portada del libro). Incluso al
comienzo de la lectura estuve a punto de cerrar la novela, demasiado cuerpo
torturado para mi gusto, pero esta vez la recomendación venía de dos grandes
lectores, Rosa Sanmartín y Hefesto, compañero de Babelio, la mejor página
lectora de la red, por lo que las alabanzas y elogios debían tenerse en cuenta.
Seguí, por lo tanto, adentrándome en sus páginas y llegó un momento en el que
no podía parar de leer.
La
novela tiene un enfoque sociopolítico en el que el ambiente sórdido queda
reflejado de tal manera que, aunque al principio parece hiperrealista y
exagerado, conforme se van argumentando hechos y modos de actuar, va
apareciendo la sociedad real en toda su ruindad. Aun así, el protagonista, Washington
Poe, engancha porque es un personaje literario. Está claro que M. W. Craven ha
dibujado unos personajes que van a dar mucho que hablar porque están dotados de
un perfil irresistible, que se va marcando más según van transcurriendo
sucesos:
Tilly Bradshaw es impetuosa, un genio de
altísimo coeficiente intelectual que presenta déficit de asertividad y habilidades
sociales
—Tilly,
no tienes por qué levantar la mano. ¿Qué pasa?
—Yo
no soy detective, Poe. Soy empleada de la Agencia Nacional del Crimen, pero no
tengo capacidad de detener, como usted, el sargento Reid y la inspectora
Stephanie Flynn
—Eh…,
gracias por aclararlo, Tilly. Es bueno saberlo.
Washington Poe es el sargento indomable a quien
no le importa transgredir las normas para imponer justicia «Mi jefa le diría que la diplomacia no es uno de mis fuertes».
Kylian Reid, el sargento de incidencias graves,
es sagaz y competente, «Evidentemente no
puedo decir si se aplica a la cuarta víctima: todavía no ha sido identificada».
Stephanie Flynn es la inspectora decidida y
organizada a la que no le importa jugarse el puesto por apoyar a su equipo «acudí directamente a mi director para obtener
un permiso rápido. Por suerte, él fue capaz de salvar un par de obstáculos y
ahorrarnos varios días».
Y con este póker de ases da comienzo una de las
tramas más inteligentes de la novela negra actual.
Una serie de personas con alto poder
adquisitivo, y de diferentes ámbitos sociales van apareciendo asesinadas en
algunos de los sesenta y tres crómlech situados en Cumbria. Las víctimas han
sido torturadas, mutiladas y quemadas hasta hacer casi imposible la
identificación. No hay un móvil aparente que pueda unirlos, excepto la edad que
tienen, todos rondan los sesenta años. El asesino en serie solo deja una pista,
el nombre del sargento Washington Poe grabado en el pecho de uno de los
sacrificados, por lo que deben investigar en todos los estamentos antes de que
continúe la cadena de horrores. Sin embargo todo terminará cuando lo decida el
ejecutor.
Como dato a favor de este argumento, es justo
señalar que conocemos al asesino bastante antes de terminar la novela, y esta
información no hace sino añadir más intriga a la historia. Lo de menos es saber
quién ha cometido los crímenes, esto es anecdótico, importa, sobre todo, el
perfecto análisis social que se lleva a cabo. El relato está estructurado con
una maestría inigualable; no hacen falta giros excesivos, todo va encajando a
la perfección, con normalidad. El asesino puede explicar de manera impecable
las causas que lo movieron a actuar de esta forma determinada, el porqué de
todas las muertes que aparecen en El show
de las marionetas. Y una vez interiorizadas, el lector está en condiciones
de pensar en la integridad de los poderes económicos, policiales y eclesiásticos.
La moral social, o amoralidad, queda al descubierto, y para ello nadie mejor
que el protagonista; incluso el criminal lo tiene claro «Era para asegurarse de que vendríamos a por este Washington Poe».
El estilo es relajado, no hay demasiados
sobresaltos a pesar de que el ritmo vertiginoso del final nos lleva a cambiar
de punto de vista casi constantemente, pero el autor huye de cualquier
artificio y busca, hasta el final, la naturalidad, la meditación, dejando al
descubierto al verdadero Craven, o por lo menos mostrando su forma de
comportarse en determinadas situaciones. No solo la personalidad de los
protagonistas queda latente en el argumento, también advertimos al autor «A pesar de sus deseos, Poe no estaba dispuesto
a dejarle morir. Tampoco estaba preparado para detenerle, pero en eso ya
pensaría más tarde».
Creo que Craven posee un don capaz de hacer que
la simplicidad brille con fuerza a través del componente estético. El trasfondo
filosófico se ve reforzado, a veces, por ágiles diálogos que nos transportan al
dramatismo de la obra teatral
—Esperemos, señor —dijo Poe
—¿No está convencido?
—Como usted mismo dice, señor, hay que escuchar
lo que tenga que decir
—A pesar de nuestras diferencias, sé que, de no
haber sido por usted, ahora mismo no lo tendríamos […]
—… lo único que he hecho es aportar un punto de
vista distinto.
Asimismo el pensamiento profundo se consolida
con la libertad del estilo festivo, en el que las expresiones más modestas se
enlazan a la grandeza de sentimientos. Es la relación que se establece entre
Poe y Tilly, tierna, irónica, humorística y sublime.
—… Y esta vez nos ponemos el mono de
pensamiento lateral.
Bradshaw levantó rápidamente la mano.
—Lo decía en sentido figurado —dijo Poe sin
perder comba.
Ha sido toda una experiencia leer El show de las marionetas, un torrente
de sensaciones que han cubierto con éxito mis expectativas, así que espero con
ganas la segunda entrega del sargento Poe.