domingo, 30 de diciembre de 2018

2019




Despedimos un año lleno de buenas lecturas y saludamos la llegada de otro nuevo con grandes promesas, así pues, cuando se celebraría el 80 cumpleaños del inolvidable Manuel Vázquez Montalbán, se publicará una nueva entrega del gran Pepe Carvalho: Problemas de identidad, a cargo de Carlos Zanón.

Nuestro ya tradicional rincón del recuerdo lo ocupará durante 2019 Walt Whitman, de cuyo nacimiento conmemoraremos el 2º Centenario.

Y con nuestro deseo de que tengamos 365 días de felices lecturas, os dejamos con un poema del gran poeta americano

Me celebro y me canto a mí mismo.
Y lo que yo asuma tú también habrás de asumir,
pues cada átomo mío es también tuyo.
Vago al azar e invito a vagar a mi alma.
Vago y me tumbo sobre la tierra,
para contemplar un tallo de hierba.

Mi lengua, cada molécula de mi sangre formada por esta tierra y este aire.
Nacido aquí de padres cuyos padres nacieron aquí y
cuyos padres también aquí nacieron.
A los treinta y siete años de edad, gozando de perfecta salud,
comienzo y espero no detenerme hasta morir.

Que se callen los credos y las escuelas,
que retrocedan un momento, conscientes de lo que son y
sin olvidarlo nunca.
Me brindo al bien y al mal, me permito hablar hasta correr peligro.
Naturaleza sin freno, original energía.

miércoles, 26 de diciembre de 2018

UTOPÍA



Parece increíble que hace más de 500 años, en realidad podríamos remontarnos a la Grecia Clásica, hubiese mentes razonadoras del bienestar social, de la manera más simple, y hoy, en el siglo XXI, la sociedad tienda a comportarse contrariamente a lo que todos, lo admitamos o no, entendemos como progreso. El progreso de un país no va de la mano de la cantidad de armamento que posee, ni de la economía más o menos boyante, ni del confort de las casas habitables, ni siquiera de su equipamiento cultural o sanitario. El progreso de un país se mide en el comportamiento de sus habitantes con aquellos seres más indefensos, y aquí entran niños, mujeres vulnerables, hombres desprotegidos y, por supuesto, animales. Todos ellos con derechos, lógicamente no son los mismos para humanos o animales pero quien sea capaz de maltratar a un perro, un gato, una cabra, un toro… no tendrá inconveniente en pegar a una mujer, a un indigente o a un niño, aunque probablemente se lo pensase si se encontrara frente a un policía armado.

Bueno, es una reflexión, puede que sea producto de estas fechas en las que nos rodeamos de tanta alegría, tantas luces, tantos regalos, tanto despilfarro, sin acordarnos de que existen a nuestro alrededor personas (y animales) que no ven la diferencia entre un día y otro, que van por la calle o permanecen guarecidos con el miedo en sus ojos.

Frente a este despropósito en el que los gobiernos hacen más bien poco o no todo lo que debieran, se han levantado voces desde la Antigüedad imaginando lugares donde la vida sería más llevadera.

Indudablemente La República, ese diálogo inventado por Platón, en el siglo IV a.C., entre Sócrates y sus discípulos, es una de las primeras reflexiones sobre qué es la justicia y cómo debería estar organizada una ciudad ideal. Lo más llamativo, al menos para mí, es que los gobernantes, clase dirigente superior, deberían estar formados en filosofía para razonar el Bien absoluto para todos los habitantes. Hoy no se exige nada, es más, hay quienes arrojan muchas dudas sobre su formación y no pasa nada, se mantienen en el podio… los mantenemos, que es peor.

A mediados del siglo II, Luciano de Samósata condenó al filósofo Menipo de Gádara por sus libros dedicados a la necedad del hombre y a la inutilidad de la filosofía. Luciano realizó su Menipo va al infierno con una función, sobre todo para que el lector obtuviera placer a través de la risa.

Puede que Tomás Moro, en el Renacimiento, leyese estas obras, y no cabe duda que muchas más, y se sintiese atraído por ofrecer un libro que, quién lo iba a decir, su título sería el estandarte para referirnos a algo agradable salido de la imaginación aunque, lamentablemente, irrealizable. He leído Utopía y me parece el libro ideal que, precisamente en estas fechas, deberíamos leer todos. Con verdadera ironía critica la forma de gobierno de su Inglaterra del siglo XVI, pero perfectamente podríamos aplicarlo —casi en su totalidad— a la sociedad actual ¡Que poco hemos cambiado! Asimismo la iglesia no se salva de la censura en numerosas ocasiones, y curiosamente el autor fue canonizado en 1935 por Pío XI, y en el año 2000 Juan Pablo II lo proclamaría santo patrón de políticos y gobernantes. Pues sus protegidos, antes de ocupar cualquier sillón, escaño o puesto público deberían aprenderse Utopía de memoria, para que, por comparación, no quedasen tan en ridículo después.

Tomás Moro advierte desde el título que se trata de un país, una situación que no existe, pues en griego “ou” es una negación y “topos” quiere decir lugar. A pesar de eso él imagina y ofrece soluciones para que todo funcione mejor.

El libro mantiene una vigencia asombrosa pues es una reflexión sobre el ser, el deber ser, algo con lo que no todos pueden identificarse hoy pues aún hay quien vive atemorizado o desesperanzado, hay quien tiene recursos tan escasos que lo llevan irremediablemente a la delincuencia o a la mendicidad; incluso hoy en día, en un estado democrático se apuesta por la propiedad privada en vez de favorecer a entidades públicas, de forma que todos tengan los mismos derechos y las mismas oportunidades. De ahí que vivamos en una sociedad cada vez más competitiva en donde vemos a los demás como un obstáculo para alcanzar nuestra propia felicidad ¿Nos hemos planteado por qué hay tanta envidia? ¿Nos hemos planteado que aquél que no es libre para tomar sus propias decisiones no va a tener cubiertas sus necesidades? ¿Nos hemos planteado que la mayor parte de las veces dirigimos nuestros mayores esfuerzos dejándonos llevar por la codicia en vez de enfocarlos a mejorar nuestra existencia?

Todos estos planteamientos aparecen en Utopía, y hacen de este diálogo ensayístico una expresión moderna e innovadora de la sociedad. No digo que sea perfecta, pero podríamos poner en marcha algunas de sus recomendaciones. La búsqueda de la felicidad es una constante en el ser humano; tras Utopía, siguen apareciendo obras que aluden a ella; se me ocurren Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift o Cándido, de Voltaire en el siglo XVIII, y en el XX no podemos olvidar Un mundo feliz de Huxley y 1984, de Orwell.

Pero estamos con Utopía. Es un libro dividido en dos partes desiguales. En la primera, mucho más corta «Plática de Rafael Hytlodeo sobre la mejor de las repúblicas», el propio Tomás Moro «después de haber oído misa en la iglesia de Nuestra Señora» se encuentra a Pedro Egido hablando con un navegante, Rafael Hytlodeo, quien afirma haber estado en Utopía, la mejor isla, en forma de media luna, que nadie pueda imaginar para vivir. El recurso utilizado desde la antigüedad y hecho famosísimo en el Quijote, de olvidar nombres y lugares para dar impresión de realidad, aparece en esta obra, pues Rafael y sus compañeros de viaje, antes de llegar a Utopía consiguen «hacerse gratos a cierto personaje principal, cuyos nombre y nación he olvidado, cuya generosidad les procuró todo lo necesario para proseguir su viaje». Entre los recursos humanistas —pues Tomás Moro fue uno de los grandes representantes de este movimiento de la época— encontramos el uso de la mitología griega, que alude a La odisea «Nada es más fácil de hallar que las aulladoras Escilas, las voraces Celenos, los Lestrigones devoradores de hombres»; y por supuesto, la ironía, rayana en el sarcasmo «creo que estarán contentos de mi liberalidad y que no querrán después que me haga esclavo de un rey».

Las críticas a los consejeros son habituales «los consejeros de los reyes, o bien carecen de entendimiento o bien tienen tanto que no les dejan aprobar las opiniones ajenas»; tampoco se libran de ellas «los malos maestros, que prefieren azotar a sus discípulos en vez de enseñarles», ni la iglesia, que contribuye a que «muchos campesinos son despojados de lo poco que poseen» para quedarse con sus tierras… Entonces «¿qué recurso les queda sino robar y ser ahorcados o mendigar?»

Si nos centramos en el ahora observamos que ha cambiado poco la situación, los políticos, en su mayoría, hacen alarde de una estulticia infinita y sin embargo son los únicos beneficiados, la enseñanza sigue siendo pésima, pues las leyes —cambiantes casi incesantemente— no permiten dedicarle a los alumnos más tiempo que a cuestiones burocráticas, en su mayoría inútiles, y los poderosos, iglesia incluida, despojan a los más necesitados de sus tierras obligándolos a emigrar de ellas para encontrarse en situaciones infrahumanas, sin trabajo ni cobijo.

¿Países civilizados? No sé, puede que no tanto, pues «¿Quiénes desean más las mudanzas que quienes no están contentos con el modo en que viven?»

Otro rasgo humanista es la importancia otorgada a las letras antes que a las armas, derivando en una condición pacifista «Aun la ley de Moisés, severa como era […] castigaba el robo tan sólo con pena pecuniaria y no con la muerte», y por supuesto, la insistencia a gobernar con el ejemplo no debe hacer desfallecer nunca a quienes están interesados en dirigir un país «Es preciso que obréis de tal manera que si no podéis hacer todo el bien que deseáis, logren vuestros esfuerzos por lo menos quitar fuerza al mal». La felicidad y bienestar del hombre es lo primordial, pero de todos los hombres, por eso «Donde quiera que haya bienes y riquezas privadas, donde el dinero todo lo puede, es difícil y casi imposible que la república sea bien gobernada y próspera». Parece fabuloso, pero claro, estamos hablando de Humanismo, corriente que los políticos actuales han conseguido eliminar de las mentes de los ciudadanos sin prisa pero sin pausa ¿Dónde está la ética en colegios e institutos? ¿Dónde la Filosofía? ¿Dónde nuestras raíces clásicas? Al eliminarlas estamos privando de razonamiento a los jóvenes, algo muy provechoso para aquellos que ansían, no gobernar, sino obtener el poder.

El libro segundo está dividido a su vez en nueve partes: Una introducción donde describe la isla, provista de una defensa natural, y sus costumbres, mediante las que todos los ciudadanos se alternan en la ocupación del campo y la ciudad para valorar el quehacer de los demás. Las casas no son propias sino de todos y se vive en ellas, según sorteo, durante un tiempo; de esta forma no hay nada que temer por lo que «Las puertas no están nunca cerradas». El resto de capítulos versa sobre las ciudades, los magistrados, los oficios, las relaciones públicas, los viajes, los esclavos, la guerra y las religiones. Algo verdaderamente sorprendente es que siguiendo este tipo de vida comunitaria, se necesitaría trabajar menos tiempo obteniendo mayores beneficios y, ya en aquella época, Tomás Moro se muestra a favor de que todo el que sirva para ello, estudie «suele suceder a menudo que algún obrero que consagra sus horas de descanso al estudio haga grandes adelantos y sea dispensado de ejercer su oficio, y entonces pasa a ser letrado». Curioso que premie el trabajo intelectual y hoy sea el dinero el pase para obtener un título que luego se ejercerá sin conocimiento o sin pasión. Pero es que en la isla Utopía lo superficial no tiene valor, por eso, con gran inocencia humorística se refiere a cómo «los utopianos comen y beben en platos de barro y copas de cristal, bellos y bien hechos […] El oro y la plata sirven comúnmente para hacer bacines […], las cadenas y grillos con que atan a los esclavos están hechos de esos mismos metales […] Así hacen que el oro y la plata sean tenidos entre ellos por cosa ignominiosa».

Es cierto que habla de esclavos, pero no nos rasguemos las vestiduras pues son esclavos aquellos que han cometido un delito, algo que no vendría mal en los tiempos que corren, y los que vienen de otros países más pobres «que eligen por voluntad propia ser esclavos en Utopía», algo que también se sigue practicando en los tiempos que corren.

Totalmente avanzado el concepto de eutanasia, hoy prohibido no sé muy bien si por causas religiosas o de otro tipo; pero Tomás Moro advierte que no se puede obligar a vivir a aquél que sufre, y se debe respetar a quien no quiere «vivir enfermo por más tiempo; pues semejante vida es un tormento para él […] debe consentir que otros le libren de la vida». Y asimismo totalmente avanzado el concepto humanista de la belleza del cuerpo humano, por eso, entre los utopianos «la mujer, sea doncella o viuda, ha de ser mostrada desnuda al que pretende casarse con ella […] y lo mismo el varón a la muchacha» para evitar «que luego descubramos un defecto en su cuerpo y tomemos aversión a la mujer». No solo han de estar seguros de que se gustan física y psíquicamente, sino que si el matrimonio no funciona «se pueden divorciar con el consentimiento de entrambos y contraer nuevo matrimonio». Estamos en el siglo XVI, la religión es algo muy importante, fundamental para el ser humano, pero nuestro humanista va un paso más lejos al afirmar que «Los que no han abrazado la religión cristiana no molestan a los que ya profesan nuestra fe». La libertad de culto es algo que aun hoy deberían aprender muchos de los habitantes del planeta, sobre todo aquellos que se erigen en poseedores de la verdad absoluta sin haber razonado lo más mínimo en si esa verdad favorece el bien común o el individual.

Comencé la crítica cuestionando si vivíamos en un país progresista y, no puedo remediarlo, pero la termino cuestionando si este planeta ha avanzado tanto como creemos o deberíamos pensar un poco más en las consecuencias de este “avance”.

domingo, 23 de diciembre de 2018

LA MUJER ROTA



Acabo de leer La mujer rota, de Simone de Beauvoir (hay veces en que me sorprendo descubriendo en casa libros que ignoraba, o no recordaba su existencia. Una limpieza a fondo, un cambio de muebles y encontramos joyas valiosísimas. Es bueno hacerlo de vez en cuando porque también hallas objetos que no sabemos qué hacen ahí y puedes reemplazarlos o, simplemente, dejar un hueco precioso). Esta digresión, por supuesto, no tiene valor alguno para el comentario, pero es un consejo, porque seguro que a más de uno le pasa lo mismo. O no. El caso es que después de leer el libro, escrito en los años 60 del pasado siglo, me ha llamado la atención la actualidad que hay en sus páginas.

Desde el punto de vista femenino la autora ahonda en las causas y consecuencias de determinados comportamientos sociales e intelectuales. Al leerlos me venía a la mente de forma casi constante “como ahora”. ¿Es realmente literatura de hace más de 50 años? ¿Es que no nos hemos movido de ese punto, o incluso estamos experimentando una regresión, en concreto el culto a la belleza, a la riqueza, a la juventud? A lo largo de la existencia, a la mujer le ha tocado vivir un papel secundario, esto es indudable

Una de las razones (la principal) por las que no tengo ganas de atarme a una tarea: difícilmente soportaría no estar todo el día a disposición de quienes me necesitan.

Pero ha habido épocas en que las ansias de hacerse ver y oír han sido más fructíferas que en la actualidad a pesar de que hoy la mujer tiene más posibilidades, menos impedimentos como ser social.

Todas las mujeres deberíamos leer a Simone de Beauvoir. Todos los hombres deberían leer a Simone de Beauvoir. Es un ejemplo de cómo la mujer ha estado instalada en la sociedad patriarcal sin ser tenida en cuenta de ella más que su feminidad, es decir, su papel como madre y esposa

Pienso que me he ocupado demasiado de las niñas […] Yo no estaba tan disponible como Maurice podía desearlo.

La autora, a mitad del siglo XX denuncia esta situación y se atreve, con un lenguaje duro, irrespetuoso con la autoridad masculina y denunciante de la ética femenina, a dejar aflorar sus sentimientos, la angustia que devora a la mujer y que, por mucho que la grite no es tenida en cuenta ni por los hombres, ni por las mujeres, que es casi peor.

Esta noche salgo con Maurice. Consejos de Isabelle y del correo del corazón: para recuperar a su marido, sea hermosa, elegante, salgan solos los dos.


Beauvoir expone en La mujer rota el dolor silencioso que muchas mujeres sufren a diario —aun hoy— convencidas de que lo están haciendo mal, de que no es posible que el mundo les dé la espalda, de que a pesar del sufrimiento y del esfuerzo sean consideradas como otro objeto más de la casa, o peor, una esclava cuyo cometido es educar y hacer que hijos y marido sean felices.

Soy torpe. Me controlo mal, hago observaciones que lo irritan.

El libro está formado por tres relatos, cada uno escrito de forma distinta y con causas diferentes aunque las consecuencias, para las protagonistas, sean las mismas, la humillación y soledad, la falta de libertad, la no existencia. Son mujeres aniquiladas ante todo por el poco afecto que sienten hacia ellas mismas, la falta de autoestima.

El argumento del relato que da nombre al libro está escrito en forma de diario. Monique, de edad madura, lleva años esperando que sus hijas abandonen la casa para retomar los tiempos felices, de pareja, con su marido. El problema es que la felicidad no es eterna con alguien que no tiene personalidad, que es lo que los demás quieren que sea. Al vivir en función de otras personas se olvida de madurar, de crecer, de pensar, y no se percata del fracaso matrimonial que viene durando diez años. Ahora su marido, tras diferentes engaños, se ha enamorado de alguien dinámica, con carácter, que le aporta razonamientos, le argumenta desacuerdos, está a su mismo nivel. Maurice no quiere abandonar a Monique por pena, pero tampoco quiere renunciar a Noëllie porque es quien aviva su pasión. El problema es que Monique no concibe su vida de otra manera y llega a aceptar humillaciones, maltrato psicológico y desprecio de ella misma.

Maurice me dijo que de ahora en adelante, cuando salga por la noche con Noëllie, se quedará toda la noche en su casa «Es más decente tanto para ella como para mí», asegura él

Serán sus hijas quienes, con su forma de vida, una que ha elegido la misma que ella, otra de comportamiento similar al de Noëllie, le hagan ver que es mejor aceptar la separación, porque nadie puede obligar a otro a que sus sentimientos cambien

La puerta del porvenir va a abrirse. Lentamente. Implacablemente […] Y no puedo llamar a nadie en mi auxilio.
Tengo miedo.

La lectura de La edad de la discreción supone un hachazo para la mujer al presentar una circunstancia sin salida: el paso del tiempo, tesitura que no podemos eludir y que, en este caso se convierte en una metáfora del destino personal fracasado

Continuaríamos viviendo uno al lado del otro, solitarios. Así que enterraría mis agravios, esos agravios que no quería olvidar. La idea de que alguna vez mi cólera me podría abandonar me exasperaba más aún.

Ya que hemos nombrado la metáfora, podemos seguir analizando el estilo de Simone de Beauvoir en La edad de la discreción pues difiere, como veremos, del Monólogo.

La protagonista no tiene nombre, curiosa forma de anularla a pesar de estar escrito en primera persona; su marido, André, su hijo, Philippe, su nuera Irene, su suegra Manette, su exalumna-amiga Martine se dirigen a ella como «usted», «mi pequeña», «mi querida», «niña mía»… En su círculo no ha crecido; a pesar de llegar a los 60 años con un éxito absoluto como profesora y escritora, siempre será tratada por sus seres queridos con el afecto que se tiene a alguien indefenso. Y así se siente; de hecho las comparaciones cariñosas con las que piensa en su marido reflejan cierta ternura hacia su hombre «André estaba acurrucado en la cama […] con gesto infantil, como si en la confusión del sueño hubiera necesitado experimentar la solidez del mundo». Esta es su primera equivocación, André está anclado perfectamente al mundo, es ella quien no vive la realidad «A pesar de los desmentidos del álbum de fotografías, su imagen juvenil concuerda con su rostro de hoy». Ella es alguien tremendamente sensible capaz de describir con detalles poéticos aquello que la rodea «…las grúas obstruyen el cielo con sus brazos de hierro», puede que esa sensibilidad sea la causa de hacerla vivir su propia realidad «El mundo se crea bajos mis ojos en un eterno presente; me habitúo tan rápidamente a sus rostros que no advierto que cambian». No sólo sensible, las sinestesias confirman que estamos ante una mujer fácilmente excitable que sacará a flote en cualquier momento el miedo a la vida, o a la falta de ella si se ve obligada a abandonar su prioridad «Entonces el día de la jubilación […] me parecía irreal como la muerte misma. Y he aquí que hace un año ha llegado. He cruzado la línea […] Ésta tiene la rigidez de una trampa de hierro».

Ha llegado el final de su vida y para que nos hagamos cargo ahí están los diálogos directos, actualizando, acercando al lector y confiriendo a los hechos una inmediatez conmovedora y cruel.

—Dentro de tres días estaremos en Italia ¿Te gusta?
—Si te gusta a ti
—Me gusta si te gusta
—¿Por qué a ti los lugares definitivamente te importan un bledo?
—Con frecuencia, también a ti te importan un bledo

El problema es aun hoy habitual, ella no ha sido realista, ha pretendido ser inmortal a través de su hijo sin tener en cuenta que los hijos toman sus propias decisiones, aunque desde pequeños hayan sido preparados para todo lo contrario a lo que finalmente resuelven llevar a cabo. La protagonista, como tantas mujeres (hombres también, por supuesto), quiere ver en su hijo un reflejo de sí misma; ella, culta, rodeada de ambiente erudito e ideas progresistas, liberales, de izquierda, se encuentra de pronto con que su hijo parece más cómodo en otro sector; un entorno de derechas, que ella califica de afectado, pedante e inculto, donde el dinero es símbolo de poder y el poder lo es todo. Philippe, su hijo, ha vivido en primera persona el trabajo incesante de sus padres, el ánimo ilimitado mal remunerado, y no se siente atraído. Sin embargo queda seducido por el lujo, la moda, la despreocupación intelectual, el ascenso fácil sin apenas esfuerzo.

La protagonista es feliz, o al menos eso cree hasta que es consciente de que el tiempo ha pasado, de que ha entrado en la vejez, de que ha salido de su lugar habitual para situarse en otro que la desagrada en lo más hondo de su ser. No se siente la misma, de repente es una extraña en un cuerpo que no le gusta y con una mente incapaz de enfrentarse a él. Se reprocha el tomar las decisiones que hasta entonces le daban seguridad, se siente infravalorada; se cuestiona la validez de la vida tal como ella la ha vivido porque llega un momento en que todo se desmorona y no está preparada para soportar los pedazos de realidad que le vienen encima.

El problema de esta mujer, de tantas mujeres, es que la lucha no la ha librado en realidad para conseguir sus objetivos, sino que sus propias metas estaban encaminadas a cubrir las necesidades de quienes la rodeaban, en este caso —como casi siempre— su marido y su hijo. Nos metemos en la vorágine del matrimonio, un matrimonio que, aparentemente funciona, un matrimonio que pasa por momentos tumultuosos contradictorios, otros apasionados y otros de ternura y muestras de cariño; un matrimonio al que no atendemos lo suficiente o no nos enfocamos objetivamente en él porque estamos inmersos en nuestro propio trabajo que nos apasiona y en el que nos preparamos a fondo para triunfar;

Esta aventura de la cual he participado apasionadamente no ha terminado: la duda, el fracaso, el tedio de los estancamientos, luego una luz entrevista, una esperanza, una hipótesis confirmada; después de semanas y meses de paciencia ansiosa, la embriaguez del éxito

un matrimonio cuyo fruto principal es el hijo, receptor único de nuestros éxitos y por lo tanto custodio y perpetuador de ellos. Este es el matrimonio que la innominada vive desde el principio, hasta que llega un momento, terrible, en el que se da cuenta de que su marido no sigue su ritmo de vida, el tiempo ha pasado y piensa dejar el trabajo, es hora de jubilarse pues se siente mayor ¿Cómo mayor? Ella aún es joven, aún tiene proyectos, y le guarda rencor por no acompañarla en ellos

¿Qué hacer cuando el mundo se ha descolorido? No queda más que matar el tiempo […] Estaba asqueada de mi cuerpo, Philippe se había vuelto un adulto, después del éxito de mi libro sobre Rousseau me sentía vacía. Envejecer me angustiaba.

No se siente joven, se obliga a ello; en el fondo sabe su edad y aparece, turbadora, la condición femenina, aquella que aun hoy mantienen muchas mujeres

Y hasta delante de André detesto mostrarme en traje de baño. Un cuerpo de viejo es, a pesar de todo, menos feo que un cuerpo de vieja, me dije viéndolo chapuzarse en el agua

Lo más tremendo es que ese espejo en el que pretendía mirarse eternamente, su hijo, tampoco sigue sus propósitos

—Voy a abandonar la Universidad. Soy aún lo bastante joven como para orientarme en otro sentido […] La enseñanza, la investigación, realmente están muy mal remuneradas

Sin saberlo ha enfocado sus hechos a conseguir que sus hombres sean perfectos, haciéndose a ella misma dependiente, necesitada del apoyo de su marido, hundida cuando cree que no congenia con ella, fracasada al ser consciente de que no ha cosechado el fruto que esperaba, sola en lo más profundo de su alma al no aceptar la obviedad de que no se puede estar siempre en la cumbre y lo más triste, de que no existe lo inalterable; el tiempo lima aristas y hemos de deslizarnos por ellas para dejar ese falso poder, que pensábamos nuestro, a quienes nos siguen

—Uno no es un sinvergüenza porque se niegue a compartir vuestras obstinaciones seniles

Esto es difícil; si hemos vivido para agradar o ayudar a los demás antes que a nosotros mismos, es difícil cambiar de postura en la vejez, en esa etapa en la que uno repasa éxitos y fracasos y se da cuenta de que no habrá nada más y de que lo único válido será sobrevivir. Periodo duro si pretendemos vivirlo en quienes hemos formado como reflejo de nosotros mismos sin darnos cuenta de que en realidad hemos perdido por el camino nuestra verdadera entidad. La protagonista ha sido tirana a veces con sus seres queridos porque lo ha sido con ella misma y esa tiranía no es sino una máscara con la que cubre su indefensión, su miedo a la soledad «¿Me ha amado como yo lo amaba?», a vivir su propia vida «Me preguntaba cómo se logra vivir todavía cuando no se espera nada más de sí».

Miedo en fin, a que lo vivido no haya resultado tal y como creía; enfocando sus actos hacia los dos hombres en los que se realiza, siente que no ha acertado y esa inseguridad provoca la intuición de que su matrimonio se hunde y, lógicamente, con él, su vida entera «y no es tan divertido decirse que uno está acabado».

El Monólogo es fabuloso, escrito de manera automática, con un lenguaje duro y formas oníricas muestra a una mujer irrespetuosa con la autoridad. Las repeticiones anuncian su estado exasperado, hastiado «Estoy harta, harta, harta, harta, harta…». Aquello que la ha traumatizado de pequeña emerge en la escritura de vez en cuando, los celos hacia su hermano, el maltrato de su madre, la separación de tres maridos, la muerte de su hija, la separación de su hijo, la soledad absoluta.

Las consecuencias de una infancia desgraciada pasan factura con el paso del tiempo y, está claro, las chicas, sobre todo en aquella época, lo tenían peor «Dédé tiene razón se ve venir que Danielle le aparecerá preñada». La primera consecuencia es el desequilibrio mental; la protagonista es incapaz de estabilizarse en pareja y sin embargo no sabe estar sola, necesita un hombre a su lado, porque para ello ha sido preparada aun de la forma más cruel «La zorra (su madre) […] mató dos pájaros de un tiro al casarme con Albert: aseguraba sus placeres y mi desgracia […] se burlaban a mis espaldas y siguieron con el asunto». Ante esto es lógico que quiera hacerse cargo personalmente de la educación de su hija y no deje que su siguiente marido tenga trato con ella. Deja a Albert porque la engaña, no sólo con su madre «Mi propia madre es contra natura», sino con cualquiera «Cristina tiene una cara para todo, con ella no tiene que melindrear» «Él bailaba con Nina sexo contra sexo». Sale con Florent pero lo deja porque él solo quiere divertirse, «¡Qué idiotez fue dejar a Florent por él! Nos entendíamos Florent y yo él aflojaba yo me acostaba», así que conoce a Tristán, pero tampoco le va bien «Tristán es un imbécil […] Tristán no ha domado a Francis», y la deja «me plantó porque no soy una histérica no caí de rodillas ante él […] me engatusó y después me torturó, llegó hasta levantarme la mano». Se separan, pero él se queda con el hijo de ambos, Francis «y después de eso grita que está dispuesto a todo para no dejar conmigo a Francis».

Murielle se va quedando sola, su hija, adolescente, muere de sobredosis y no tiene ni una palabra hacia su madre «y esa nota para su padre no significaba nada la rompí formaba parte del decorado […] y mi madre gritó “¡Tú la has matado!”».

Y, a pesar de todo, está dispuesta a rebajarse aún más, necesita a Tristán, necesita a un hombre en su vida y a su hijo, porque ha sido educada para eso, al precio que sea «Si piensas en tus amoríos te repito que no te impediré joder».

Es capaz de morir si no los tiene a su lado, sólo le queda el falso asidero de la religión «¡Dios mío! ¡Haz que existas! […] ellos se retorcerán en las llamas de la envidia los miraré tostarse y gemir, reiré y los niños reirán conmigo. Me debes esa revancha Dios mío. Exijo que me la des».

Con esta dureza aplastante Beauvoir denuncia la ética femenina, expone el dolor silencioso que sufren muchas mujeres a diario convencidas de que son responsables del hogar y culpables si algo se tuerce. El ritmo vivo del Monólogo contrasta con la lenta, inacabable agonía de Murielle que lo único que intenta, aunque no sepa, es evitar el sufrimiento de su niñez a sus propios hijos. Murielle no conseguirá sus deseos, socialmente es una histérica irresponsable que ha de tomar pastillas para relajarse y vivir y ella no quiere relajarse en una sociedad que la ha anulado. No se siente parte integrante de su propia sociedad pues no se enfrenta a la vida con inteligencia, con la razón, está predestinada a hacer y decir lo que digan los demás; al quedar privada de libertad, la privan de existencia. No es. Por lo tanto también es demasiado tarde para dar marcha atrás. Está condenada al ostracismo vital.

domingo, 16 de diciembre de 2018

LA TERCERA VIRGEN



¡Qué acierto! Leer a Fred Vargas ha sido toda una experiencia, tanto me he interesado en la lectura, tanta ha sido la pasión experimentada que he olvidado en numerosas ocasiones tomar notas, mi memoria empieza a fallar y me gusta argumentar con ejemplos las conclusiones que obtengo.

Pero la lectura es envolvente. No sabes qué va a ocurrir después, después es la página siguiente. No sabes cómo van a reaccionar los personajes. Algunos, claramente machistas (en principio), se transforman en entrañables, personas con un valor increíble capaces de hacer lo imposible por un compañero, o una compañera a la que, parece, atosigan o acosan con bromas pesadas, pero todo es de boquilla. Otros claramente cordiales nos enseñan su cara disociada de doctor Hyde cuando menos lo esperamos. Los más, son personas normales, que no es decir poco en la sociedad que nos ha tocado vivir. Puede que sea eso, la naturalidad de los personajes lo que hace de La tercera virgen algo sublime. La escritura es espectacular; leemos y observamos un estilo cuidadoso, de diálogos inteligentes en los que predomina el respeto entre unos y otros, alusiones cultas incluso. Al principio se puede pensar que no es una novela negra. Y lo es. Es nigérrima. Es de una dureza extrema, pero tratada con dulzura; Fred Vargas denota en sus páginas un amor incondicional hacia sus personajes, hacia la naturaleza, hacia los animales y sobre todo hacia aquellos niños, o adultos que sufren de alguna manera el acoso de los demás, el ensañamiento gratuito. En este sentido nos da una lección de humanidad como pocas podemos encontrar. No solo los personajes son fabulosos, no sabría con cuál quedarme, y eso que inconscientemente cuando leo una obra literaria mi mente se identifica con alguno por afinidad de pensamiento, por deseo de parecerme, por rechazo total; aquí no, en La tercera virgen todos los personajes tienen algo que los hace fraternales, que los sube al podio de irreales precisamente por la realidad con la que son retratados. Entre todos forman una figura perfecta; cada uno conoce al otro a la perfección y sabe lo que va a aportar al equipo; cada uno no sería nada sin el apoyo del resto. De ahí el encantamiento, el deseo de que todos en nuestros trabajos, en nuestro ambiente, formásemos un grupo parecido; no se juzga, se acepta y de esta manera, cada uno da lo mejor que tiene.

Pero no solo los personajes, la trama es un rompecabezas increíble; a veces pensamos que sobran piezas, otras, que faltan, que será imposible sacar punta de todo esto; situaciones que no tienen nada que ver se van entremezclando, circunstancias que parecían secundarias se vuelven imprescindibles, tesituras en las que los personajes están a punto de arrojar la toalla o de desviarse del tema, se centran totalmente cuando uno afirma algo clave para que otro tire del hilo y así, poco a poco y sin saber muy bien cómo, todo encaja ¡en la última página!

Indudablemente no hay que restar importancia a labor de Anne-Hélène Suárez Girald, pues su traducción ha sabido captar los giros de la lengua francesa, las expresiones habituales y pasarlas a un español perfecto, en cuanto entendible, con una sintaxis y un vocabulario totalmente impecables.

El sentido del humor puebla las páginas de La tercera virgen pero es un humor sensible, de lectura agradable, tierna en ocasiones, dura en otras. Las antítesis se suceden hasta que ocurre como con los polos opuestos del magnetismo, llegan a unirse. Los enfrentamientos, no sólo en la trama sino también entre los personajes llegan a equipararse, como también se iguala el amor por la naturaleza salvaje y quienes la pueblan, hombres o animales,

—Y además, a ellos, los pobres, les llueve todo el rato.
Adambsberg miró las ventanas, por las cuales caía la lluvia sin cesar.
—Hay lluvias y lluvias, explicó Oswald. Aquí no llueve. Aquí moja.

Se iguala el cariño hacia la vida en la ciudad y quienes la pueblan, hombres o animales.

—Salga, Danglard, vaya a escuchar a Oswald o a Angelbert. Están en París, como aquí.
—Con esos nombres, seguro que no ¿Y qué me enseñarían?
—Que las cuernas de desmogue valen menos que las de caza
—Eso ya lo sé
—Que la frente de los cérvidos crece hacia fuera
—Eso ya lo sé
—Que seguramente la teniente Retancourt no está durmiendo y que resultaría benéfico ir a charlar una horita con ella.

El canto a la comunicación, el amor por la vida viene de la seguridad de que en ella no hay nada absoluto, todo puede cambiar según se mire, según se viva. Esto lo definen perfectamente tanto el comisario Adamsberg, nacido en la Normandía Alta como el teniente Veyrenc, de la Baja Normandía. Ambos tan diferentes, ambos tan iguales, y ambos deben, por lo tanto, repasar una realidad que creían única para darse cuenta de que hay otras realidades y que no siempre se nos muestran a primera vista.

La técnica es infalible puesto que mezcla la versificación, en no pocas ocasiones, con alusiones culturales y acciones paralelas ¿Qué tienen que ver un teniente de la policía que habla en verso con tumbas abiertas sólo por la parte de la cabeza, asesinatos de mujeres vírgenes, matanzas de ciervos y un espectro que vaga por una casa recién comprada? En principio nada, al final todo queda ensamblado y unido a la perfección.

El flashback se inserta perfectamente en el orden lineal de la narración; a veces no somos conscientes de que se narra un pasado hasta que no caemos en la cuenta de que «siempre se cuenta un secreto a una persona».

El estilo es sencillo, directo, preciso, natural incluso cuando la función didáctica aparece en los diálogos. En ningún momento sentimos que la autora intente moralizar o adoctrinar al lector, pero es indiscutible que su novela refleja una personalidad abierta, culta y algo tímida. Si tenemos en cuenta que incluso de textos o citas clásicos puede sacar alguna broma estamos convencidos de su falta de grandilocuencia, por lo que somos capaces de aprender al tiempo que nos entretenemos.

Los personajes están retratados con minuciosidad, sabemos cómo es cada uno de los formantes de la brigada, en la que importa tanto la erudición de Danglard como la felina intuición de Adamsberg,

Adamsberg se deslizó taburete abajo y se puso a dar vueltas por el despacho

la fuerza de Retancourt, la disposición de Estalère, el hambre atroz de Froissy o el humor fanfarrón de Noël que en ocasiones raya en machismo

—En mi ausencia, vigile al gato, a Mortier, a los muertos y el humor del teniente Nöel, que no deja de degradarse. No puedo estar en todo. Tengo mis obligaciones.

La erudición, memoria, sensibilidad e infancia traumática hacen de Veyrenc alguien extraordinario, capaz de hablar en alejandrinos aunque estos contengan encubiertos amenazas o desahogos a sus dolencias:

—Oídme, pues, señor. Apenas regresado,
una cólera injusta prepara mi caída
¿Qué fue, tan alabada, de vuestra compasión?
¿Merezco este castigo tan solo por mi origen?

Lo de menos son los defectos que, por supuesto, tienen; lo de menos es que Mercadet tenga un sueño infinito, Danglard se esté convirtiendo en alcohólico o Adamsberg sea antisocial; eso no importa. Lo que interesa realmente es la ayuda que se prestan unos a otros cuando hace falta. Nadie objeta. Nadie acusa. Todos trabajan y consiguen, sólo así es posible, resolver con un ritmo ligero, dinámico, los casos que llevan entre manos hasta contemplar, estupefactos, como el propio lector, que todo está unido, desde la primera réplica hasta el último pensamiento, en una trama siniestra donde las haya.

Fred Vargas es capaz de unir de forma absolutamente inteligente el mundo de la novela policíaca con la investigación real, tanto basada en creencias tradicionales, supersticiones o datos históricos, literarios o filosóficos. La novela pues, no es una novela negra al uso. Sus páginas rezuman, además de tensión, humor, en ocasiones absurdo o surrealista

—Aquí no nos gustan los maderos –enunció Angelbert con el brazo todavía inmóvil
—Ni aquí ni en ninguna parte –puntualizó Adamsberg
—Aquí menos que en otros sitios
—Yo no digo que me gusten los maderos, digo que lo soy
—¿No te gustan?
—¿Para qué?
[…]
—Entonces ¿por qué lo eres?
—Por descortesía

Páginas que filtran cultura y confianza en el ser humano, pero sobre todo, sensibilidad (los diálogos que mantiene Adamsberg con su hijo Tom, de nueve meses, son enternecedores)

—Tom, escúchame bien, vamos a cultivarnos juntos […] Thomas miró tranquilamente a su padre, atento e indiferente […] ¿Te gusta Tom? […] —No sé qué es el opus spicatum hijo, y me importa un rábano. A ti también […] Cómo arreglárselas cuando no entiendes nada. Observa.
Adamsberg sacó el móvil y marcó lentamente un número bajo la mirada vaga del niño.
—Llamas a Danglard…

El vocabulario hace alarde de todo tipo de registros. Utiliza tanto la jerga de la profesión «los estupas», como variedades geográficas «un forano», «¡Vamos hombre!», tecnicismos «opus spicatum», léxico culto «título compensatorio generado», expresiones coloquiales «qué demonios significa eso» o soeces «me cago en la puta», metáforas humorísticas «Ni una crítica, ni una ironía. La nada blanca del auténtico colegueo», pensamientos poéticos «Si el mundo pudiera parecerse a los sueños de las viejas madres…» o apodos usados ante todo en barrios bajos «el Gordo Georges».

Todos los registros, todas las variedades, conviven en armonía ofreciendo una ópera prima, una novela con ritmo, ligera en la que el amor y el horror van de la mano hasta el final, cuando todo se desvela, aunque sea “gracias” al gato, «Froissy, ponga al gato un transmisor en el cuello».

domingo, 2 de diciembre de 2018

PERMAFROST



Acabo de leer Permafrost, me lo ha regalado mi hija y espero de todo corazón que nuestra relación no haya sido como la que la protagonista mantiene con su madre. Lo espero porque al leer Permafrost he sentido unas ganas inmensas de escribir sobre mis emociones; en muchos casos me he sentido identificada, en otros no, afortunadamente, pero si me decido a escribir será, como siempre, para mí misma (curiosamente también el psicólogo me “recetó” que escribiera cuando me sintiera mal, y va bien; al final dejas de pensar en lo que te atormenta, aunque sea por el hecho de no tenerlo que escribir de nuevo).

Siento, como la protagonista, que todo lo que nos va pasando a lo largo de nuestra vida se va quedando en la mente, es como posos de un café que tomamos hace mucho tiempo y cuesta trabajo quitar, están ahí, forman parte de nosotros y de nuestra identidad.

También estoy de acuerdo con ella en que la personalidad se forma con ayuda de quienes nos rodean, por eso debemos dejar de lado a aquellas personas que nos hacen sufrir, aunque a veces sea demasiado tarde, o nos dé miedo enfrentarnos a determinadas situaciones que ya están marcadas por estereotipos sociales ¿qué van a pensar de nosotros si actuamos como queremos? En fin, no voy ahora a hablar de mis obsesiones, a pesar de que al leer esta novela he descubierto que son bastantes.

Leer Permafrost es como varias sesiones con el psicólogo pero todas juntas, sin dosificar, de forma que el cuerpo se va quedando helado hasta que, de manera catártica, rompemos esa capa de hielo, y nos reímos… Porque Eva Baltasar consigue tratar temas universales como la angustia ante la vida, la incomprensión, los complejos, la depresión, las pesadillas, el suicidio, la madre absorbente, el padre despreocupado, el sexo, el amor… y tanto dolor queda expuesto a veces con ironía, muchas otras con humor y siempre de forma poética. Aunque no faltan las críticas a una sociedad que hace sufrir a todo el que se sale de la norma, impuesta por otro lado, hace cientos o miles de años y en sociedades totalmente distintas a la actual

Entenderla es más fácil de lo que ella cree. En cambio comprenderla es tan indeseable como cultivar gusanos en una úlcera. Según ella, una lesbiana solo tiene suficiente estabilidad para hacer la mona (de Pascua)

Tampoco faltan las críticas al organismo médico estatal, falto de preocupación por el propio Gobierno «Para mayor seguridad anulé la visita al dermatólogo y reinicié el proceso. Tenía por delante diez meses de espera».

La novela es un monólogo interior, de ahí que los diálogos, cuando aparecen, estén construidos en estilo libre. Hay alguno en estilo indirecto, básicamente cuando se trata de su sobrina «“¿Quieres que te cuente cosas, tía?”, me pregunta mi sobrina desde la cama». Creo intuir por qué ese cambio cuando se trata de la niña, pero lo dejaremos para comentarlo más adelante.

En principio la protagonista piensa, más que relata, en el porqué de su continuo malestar, la familia es el principal motivo, algún problema con su hermana porque le achaca falta de sinceridad y madurez consigo misma

“¿Iglesia? ¿Te vas a casar por la iglesia […] Antes la veo en una reserva de la biosfera, un zigurat, un santuario sintoísta […] “Claro. Queremos una boda romántica…

con su padre, porque no se ha preocupado por ellas, sus hijas,

A papá le basta con saber que estamos- bien- de- salud.

y sobre todo, con su madre, demasiado obsesiva, demasiado absorbente, demasiado dura con ella, tanto que la ha traumatizado desde pequeña

El escritorio era de madera de pino y tenía una cubierta blanca a prueba de niñas. “Es para hacer los deberes […] Ni pintar ni recortar ni pensamientos de utilizar el cúter. Por cierto ¿dónde está el cúter? ¿No debería estar aquí? ¿En el bote? ¿Con las tijeras? Busca el cúter y déjalo en su sitio” Con las tijeras

¿Es por eso por lo que en ningún momento sabemos su nombre? Es como si no tuviera identidad, de ahí que le asuste tomar decisiones, crear vínculos, comprometerse de verdad

Legalizar el matrimonio homosexual ha sido una gran cosa, no lo discuto, pero a mí ya me iba bien antes.

de ahí que disfrute de su soledad y de las innumerables maneras de salir de ella, siempre en forma de suicidio

Un suicida con éxito es hoy un héroe

Al tratar este tema tan serio bajo el punto de vista humorístico nos damos cuenta de que ese suicidio es otra circunstancia que ella acoge simplemente en su fantasía, aunque nunca tenemos plena certeza

…una ya no puede ni endilgarse un hueso de aceituna por el tubo equivocado, te forzarán a escupirlo aunque tengan que partirte las costillas y perforarte un pulmón.

y la tensión va en aumento conforme van pasando los capítulos. También, fruto de la tristeza continua, se desarrolla en ella una sensualidad extrema, es como si sólo viviera para obtener placer, aunque sea efímero, por su falta de compromiso y, en ocasiones, falta de integridad hacia ella misma

Mentir es una manera de resistir, una estrategia de camuflaje para individuos socialmente poco agresivos como yo.

No se puede culpar continuamente a los demás sin hacer algo por salir del agujero en el que nos encontramos. Y ella no hace nada excepto huir, no se enfrenta a lo que realmente le ha hecho daño, no se enfrenta a su familia, huye de ella y al querer borrar el problema sin desafiarlo vive en un constante vacío existencial.

“Pues vete de au pair y podrás tirarte el día leyendo” Solo tendría que llevar a los niños a la escuela […] Además, cabía la posibilidad de que recibiera un pequeño sueldo. Quizá sí, pensé. Quizá sí

La epanadiplosis con la que termina su reflexión consigue reforzar la idea de huida. La apatía derivada del sentimiento de soledad hace que sufra un constante desorden emocional, agrandado paradójicamente por los diminutivos «Cardrona es microbiano, una discreta acumulación de casitas en un ilimitado campo de golf, como el montoncito de tierra que indica la presencia de un hormiguero en un descampado».

La protagonista tiene una idea preconcebida de la vida, idea angustiosa que desea borrar hasta que todo quede en línea recta, sin fisuras, sin altibajos. No le atrae lo real, ella busca un equilibrio propio; más que buscarlo desea encontrarlo, y está claro que en una sociedad no hay equilibrio, no existe la perfección, al menos no la misma armonía para todos, porque el ser humano es diferente, siempre habrá algo que desee y no tenga, y nos haga pensar en injusticias, en asimetrías, en nepotismo. Así pues, ella se deja llevar por lo que le va sucediendo e intenta darle forma, pero es una forma efímera, como la que aparece en el sueño, por eso no deja que su obra permanezca, por eso vive en un esfuerzo constante. Vive sus traumas, uno tras otro y cae una vez tras otra hasta que logra salir de ellos; eso esperamos, aunque sea a costa de las desgracias de los demás.

Conforme leemos los capítulos nos damos cuenta de que están escritos de manera caótica, no siguen una linealidad, tienen saltos en el tiempo, como el pensamiento; esta forma de escribir creo que define asimismo a la protagonista innominada, su caos interno puede venir de su complejo de inferioridad, se siente insignificante respecto de quienes la rodean, de quienes la aman incluso, por eso deja a todas sus parejas, no es capaz de mantener una relación seria con ninguna mujer, «hay mujeres que me hacen sentir absolutamente lesbiana», a pesar de que le hayan dado muestras de verdadero amor, a pesar de que le hayan pedido matrimonio, a pesar de que se hayan intentado —alguna sí, de verdad— quitar la vida al ser abandonadas

No hay nada peor que sentirte exclusividad de otra persona, tener que oír, reducida a pieza de lego, que eres decisiva en la felicidad o infelicidad de otra persona. ¿Nos hemos vuelto locos? […] tuve que asistir a automutilaciones y eso era mucho peor. “Si de verdad quieres abrirte las venas haz los cortes en vertical de una puta vez ¡y déjame tranquila, joder!”

El caso es que ella no se siente merecedora de mujeres que la sobrepasan en belleza, inteligencia, posibilidades económicas, así que una vez agotado el mero placer, las deja, no quiere más responsabilidades, ha cumplido las expectativas con las que fantaseaba. También presiente, o siente la muerte como una forma de amor, algo que atrapa al cuerpo por sorpresa «Que lo pille desprevenido, pues». Esta reflexión convierte a todas sus preparaciones suicidas en paradoja «Me refiero a que no será accidental, habrá una intencionada voluntad, una orden ya escrita. Llegado el momento será sólo cuestión de ejecutarla».

En otras ocasiones la paradoja deriva de la ironía, la falsedad con la que nos enfrentamos a situaciones usuales, cotidianas, que viene incrementada en el libro por la escritura automática, sin puntuación ni signos ortográficos. A la protagonista le da igual lo que ocurra a su alrededor, no medita, es como una autómata que dice lo que tiene que decir «Activo mi formato de voz agradable».

Cuando no piensa en suicidarse sus razonamientos son bastante coherentes, de hecho creo que da en el clavo en todos, o casi todos. La percepción anafórica del tiempo es distinta a la catafórica, por eso, durante la juventud vemos delante de nosotros un futuro negro ante cualquier error, creemos que no hay tiempo para subsanarlo, hasta que llega ese futuro y al convertirse en un presente con menos futuro, las expectativas se abren como un abanico «¡Demasiado tarde para las Bellas Artes! sollozaba. A los veintitrés crees que ya es tarde para todo. No es hasta los cuarenta cuando te percatas de que aún estás a tiempo, si no de todo, al menos de todo lo que importa».

Y, efectivamente, a ella le llega un futuro agridulce, pues dos seres antagónicos, como ella, incapaz de disimular su angustia y su sobrina, incapaz de disimular su esperanza, reanudarán este ciclo opresivo, maravilloso, que es la vida.

Formalmente es una novela, pero Eva Baltasar nos ofrece poesía, así que podríamos calificarla de prosa poética; contiene todos los elementos de una historia, trama, personajes, narrador, diálogos, y no obstante predominan los recursos poéticos; en un mismo párrafo se acumulan personificaciones, comparaciones, metáforas y oxímoron «La humedad tiene la manía de introducirse en las partes más vulnerables del cuerpo. No la tolero. No sé vivir con ella, no sé hacerlo, penetra hasta rincones insospechados de mi interior, como una lava untuosa y helada». Las hipérboles aparecen como entes magnificadores de lo cotidiano «El suplicio siempre culminaba en una suerte de coma que me dejaba tirada al fondo de todo de un profundo sueño» (la menstruación). Las comparaciones son, a veces, imposibles «Sus ojos eran formidables […] palpitantes como fetos». Capítulos que, por sí mismos, forman un microrrelato, como el 13. Capacidad absoluta para unir metáforas poéticas a un vocabulario vulgar «Adoro, adoro las manos de mujer […] los dedos agudos, la movilidad casi musical de las coyunturas […] En realidad quien lo repetía era mi coño». Facilidad para las aliteraciones que acrecientan el ritmo «pensador impenitente», o desenvoltura a la hora de incluir un léxico técnico en imágenes humorísticas antitéticas «Soy una gran amante de las diaminas cadaverina y putrescina. Los aminoácidos en descomposición, ¡qué gran fuente de vida!». Metáforas engrandecedoras, comparables a un neopetrarquismo «estar con una mujer es como sacar la cabeza al exterior y descubrir que de verdad has excavado esos seis metros que quedaban». Cosificaciones humorísticas basadas en la pintura «Pienso en Paul Klee, en El cuento del enanito […] Qué lástima no haber hecho Bellas Artes, tengo a mi hermana tan desaprovechada como una cesta de Navidad en casa de mamá». Metáforas sinestésicas inverosímiles «Y lo preguntaba así, en cursiva, porque ella era capaz de aplicar estilos al habla». Las anáforas, los paralelismos y enumeración afirman, asimismo, un aire poético «Cuando bajo a comprar […] Cuando voy a nadar […] Cuando…» que culmina en la propia autora, capaz de ver belleza, paradójicamente, como su protagonista, en cualquier situación «No era guapa, pero el sol de la mañana entraba […] que casi la atravesaba […] y la revestía de una belleza que sin duda no tenía fuera de la consulta».

¡Bravo, Eva! Podría estar hablando del libro días y días. De hecho es de los que han de releerse de vez en cuando.