Una vez terminado Anatomía de la lengua, me apetecía hacer lo propio con Ya está el listo que todo lo sabe.
En general no me ha defraudado, si bien es cierto que he localizado algún fallo
parcial, como la categoría que asume la palabra «crucigrama». Efectivamente el significado es el de palabras
cruzadas, pero no está formada «del
prefijo “cruci” [cruzado] y del sufijo “grama” [trazado]», sino que es una
palabra compuesta por dos raíces, una de origen latino “cruz” y otra de origen
griego “gramma” (escrito, letra). En otras ocasiones, las respuestas al
enunciado propuesto no son del todo adecuadas como «El origen de la expresión salir del armario»; todos pensamos que
dirá algo así como que tener algo guardado implica que nadie lo vea, por
vergüenza o posibles represalias, como si se tratase de algo malo (la
homosexualidad no estuvo bien vista en tiempos anteriores), de hecho hay
expresiones parecidas que implican aspectos graves o deshonrosos de una persona
y cuando no se quiere hablar de ello públicamente se alude a “tener cadáveres en el armario”; pero en
Ya está el listo que todo lo sabe no
expone nada de esto sino que informa quién fue el primero en utilizarla.
Asimismo hay
explicaciones poco convincentes, como el origen de la servilleta. Alfred López
lo atribuye (de forma un tanto rocambolesca) a Leonardo da Vinci, aunque
existen pruebas de que los griegos usaban la miga del pan para limpiarse y los
romanos disponían, además del sudario (para limpiarse el sudor), del mappae, un lienzo que evitaba la
suciedad en las manos y en la mesa.
Sin embargo, la mayor
parte del libro, está formada por indagaciones que, sin duda, nos entretienen
al tiempo que nos hacen reflexionar sobre nuestra lengua. He comentado algunas
dudas que me han surgido sobre la lectura pero en general está lleno de
curiosidades, en concreto 366, una para cada día del año, que como todas las
singularidades está bien leer alguna de vez en cuando. Lo bueno es que no hay
por qué seguir el orden establecido sino que podemos elegir la que nos interesa
en el momento adecuado puesto que cada una va introducida por una pregunta. Las
respuestas, según las expectativas que tengamos, son de diferente acierto, pero
ya se sabe, no todo en la vida es pura magia; es interesante razonar por qué,
según la Biblia, a Jesucristo lo
crucificaron en el monte Calvario, y por qué seguimos empleando la expresión «sufrir un calvario» cuando algo es muy
penoso. Calvario deriva del latín calvarium
«calavera». También podremos
enterarnos de cómo determinadas palabras cambian de sentido siguiendo
estrategias de marketing, como ocurre
con best seller expresión que hoy
podemos encontrar referida a un libro que acaba de salir a la venta.
Aparecen localizados bastantes
cambios en el significante y significado de las palabras, por eliminación del
significado original, de ahí que el término gafedad
(enfermedad relativa a un tipo de lepra y que, a pesar de no ser contagiosa
hacía que quien la padeciera se encontrase solo) diera gafo en un principio para los enfermos y hoy por extensión del
significado se denomina gafe a quien
trae en general mala suerte. Curioso pues, gafe, que alude tanto al masculino
como al femenino (volvemos de nuevo al género inclusivo).
Hay términos en nuestra
lengua que, de su origen humilde, han pasado a ser insultos a pesar de las
buenas connotaciones que tuvieron. Cuando me enteré de la etimología de pánfilo me apené (un poco) al darme
cuenta de lo crueles que podemos llegar a ser los hombres (no sólo los niños a
la hora de insultar sin piedad tienen la exclusiva). Algo parecido me ha
sucedido al saber por qué llamamos panoli
a alguien bobo, confiado, es decir por qué panoli y pánfilo son sinónimos
viniendo además de diferentes etimologías y lenguas. Otros términos no dan
pena, evidentemente, pero son los que mejor ponen de manifiesto que el signo
lingüístico no es tan arbitrario como creíamos, si la prueba está en palabras
como las anteriores panoli o pánfilo, definitivamente encontramos otras que se
llaman así, no por casualidad, sino porque llevan el nombre de su inventor,
como el caso de gillette o sándwich.
Ya comenté, al leer Anatomía de la lengua que me pareció
fabulosa la evolución de la palabra bikini como prenda de baño formada popular
y erróneamente por el prefijo bi–. Ahora, he experimentado un regocijo parecido
al enterarme de por qué un bikini es un sándwich caliente de jamón y queso en
Cataluña… La elipsis, que ha dado mucho juego en la lengua, y la metonimia, en
la formación de palabras.
Otras curiosidades,
además de serlo por el hecho en sí, como el alivio que sintió Felipe III al
enterarse de que la Venus de Tiziano
no había quedado dañada tras el incendio del Palacio Real de El Prado en 1604,
sirven para darnos cuenta de lo ignorantes que en general ¿han sido? nuestros
gobernantes, o cuanto menos, de la poca importancia que se le ha concedido a la
cultura en este país (no desvelo nada, pero si esto ocurrió en el Siglo de Oro,
ahora no nos extrañemos de que pase lo que pasa).
Esta curiosidad es mía,
pero viene al caso: cuando yo era pequeña, el dibujo, las manualidades, eran
consideradas como “marías” (probablemente por asociación con la simplicidad de
la galleta que lleva el nombre, o no, pero la respuesta al nombre de las tres
Marías que aparecen en la Biblia no termina de convencerme); hoy la educación
cuenta con un bachillerato de Artes, que en ningún caso, y sólo en algunos
institutos, se le concede la misma importancia que al de Ciencias… Ya se sabe,
esos alocados que se dedican a experimentar sensaciones a través de la imagen,
palabra o movimiento no merecen la misma consideración que quienes se pasarán
la vida en un laboratorio. No quiero alargarme, pero me ha sorprendido lo poco
que hemos cambiado con el paso del tiempo.
El ingenio popular, qué
duda cabe, ha sido el responsable de expresiones totalmente asentadas y que en
realidad son falsas, como la tortilla francesa que no empezó a cocinarse en
Francia (o sí) pero sí en España «cuando
los franceses» (en el asedio de los franceses a Cádiz a principios del
XIX), por la evidente escasez de alimentos que sufrió la época.
Indudablemente también
hay leyendas urbanas, o puede que sean ciertas, que consiguen atraer nuestra
atención. Al insultar a alguien con el típico «vete a hacer puñetas» creo que casi todo el mundo entiende que se
envía a alguien a un trabajo laborioso para que se fastidie y nos deje
tranquilos (debe ser bastante entretenido realizar una puñeta por la cantidad
de puntillas que lleva); lo que ya no es tan del saber popular es que puede
conllevar una mala intención (por ser un trabajo realizado por presas) o
incluso una intención sexual (si tenemos en cuenta su significado portugués).
El buen humor popular es
el consecuente de que expresiones que tengan un carácter peyorativo como «montar un poyo» deriven de un noble (o
instigador) trabajo con el que se ganaban la vida algunas personas.
Es extraordinario el
comportamiento de algunos animales, del que debíamos aprender los humanos; lo
que llama la atención de las luciérnagas —aparte de saber por qué brillan— es
que se iluminan los machos para conquistar a las hembras y sólo las que desean
corresponder brillan también, para que ellos sepan a quienes deben dirigirse.
Respecto al nivel
semántico (de significado) es interesante saber cómo expresiones que tuvieron
su origen en motivos marineros: «aguantar
cada palo su vela» en un barco, se extendieron a otros campos hasta
deformar la expresión en «que cada uno
aguante su vela», dicho, por otra parte, que refleja el egoísmo y la falta
de solidaridad de quien lo utiliza.
Por asociación de
imágenes puede que los camellos de droga sean llamados así, pues parece que en
1926 «Dicho traficante simulaba ser
jorobado y escondía toda su mercancía en una enorme joroba de cartón que
llevaba colocada en la espalda, bajo su ropa». Otra palabra que
indudablemente adquiere el sentido de una imagen, en este caso del pasado, es «esclava» pues esa pulsera recuerda a
los grilletes que llevaban aquellos seres humanos no considerados como tales.
En Ya está el listo que todo lo sabe encontramos asimismo referencias
a hechos que damos por sentado, como que los gatos suelen caer de pie. En estos
casos las explicaciones suelen ser científicas, pero más vale que no las
pongamos en práctica.
También podemos asistir a
cómo algunos términos han flexionado de forma que pueden ser confundidos con
otros que no tienen nada que ver, como el caso de los «chorizos» palabra que era utilizada en caló como chorí, chorizar o
chorar para referirse al ladrón o a robar. Y a por qué algunas palabras derivan
directamente del nombre de la persona responsable del significado como es el
caso de «onanismo» derivado de Onán.
Igualmente existen expresiones metafóricas, como «meterse en un berenjenal» que aluden a lo espinoso de la situación
—comparada a las espinas de las hojas de dicha planta—.
En otros casos aparecen
leyendas que, aunque contienen parte de verdad, no se sabe a ciencia cierta su
integridad, como la desgracia ocurrida cuando, en una reyerta, perdió un brazo
Valle-Inclán por un bastonazo propinado por Manuel Bueno; parece ser que no fue
un gemelo incrustado en la muñeca la causa del golpe asestado por su
contrincante lo que derivó en una gangrena y posteriormente la amputación, sino
porque el efecto del impacto causó una rotura ósea imposible de tratar hace más
de un siglo. No obstante lo importante es el hecho real producido por la forma
de altivez e ironía que el mismo don Ramón quiso granjearse, de ahí que ante la
pregunta que muchos le hacían sobre esa pérdida —la de su brazo— él contestaba
con fantasías desde que se lo cortó el mismo porque faltaba carne para el
estofado, hasta que se lo arrancó un león.
Algunas curiosidades más
que peculiaridades parecen chistes, no quiero desvelar mucho; pero lo de menos
es que ésta será real, lo que cuenta es que «la
enemistad que existía entre el primer ministro británico Winston Churchill y
lady Astor, la primera mujer que ocupó un escaño en la cámara de los Comunes» llegó
a tal extremo que la leyenda del diálogo mantenido nos hace reír «—Si usted fuera mi esposo, envenenaría su
té. —Señora, si usted fuera mi esposa, me lo bebería». Indudablemente los
casos más graciosos son los referidos a la política o a los reyes —siempre se
habla abiertamente cuando se sabe que no hay nada que perder—; en cualquier
caso también disfrutamos con anécdotas como la protagonizada por el ministro
británico Disraeli al preguntarle por la diferencia entre una desgracia y una
catástrofe y su respuesta fue «Si
Gladstone cayera al Támesis y se ahoga sería una desgracia. Pero si alguien lo
sacara del agua, eso sería una catástrofe» Lo de menos es por qué le
preguntan eso al ministro, lo importante es el ingenio del político —o del
pueblo— al inventarlo.
Otras fábulas son
difíciles de sustentar, al menos por los escépticos, como la protagonizada por
Praxíteles y su modelo (y probablemente amante) Friné; dado que apenas tenemos
datos de este escultor griego del siglo IV a. de C., es dudoso que se sepa
fehacientemente la conversación entre el artista y la modelo, aunque una vez
más sirve para destacar la perspicacia de los humildes.
Destacan acciones que
derivan de la lógica, como la de «la
cuenta hacia atrás», pero que, muchos de nosotros, no nos habíamos parado a
pensar en ello. Al leer Ya está el listo que
todo lo sabe nos enteramos de que la nomofobia es el mal que aqueja a la
sociedad, mientras que la querofobia es difícil de tratar porque en muchos
casos es confundida con la depresión; y de que la fiesta de Halloween proviene «del Samhain, celebración del final de la
época de las cosechas y principios del año nuevo celta»; de que las
plañideras datan ¡«del antiguo Egipto»!
o de que el castizo chotis deriva de «un
tipo de polca alemana»
Pues, ¡que disfruten con
todas las curiosidades!