Una
vez que he terminado la novela de Hisashi
Kashiwai, no he podido resistirme y he buscado los seis platos que dan
nombre a los capítulos de Los misterios de la taberna Kamogawa;
en parte porque no estoy familiarizada con los términos japoneses y en parte
porque me ha podido la curiosidad. He llegado a una conclusión: no hace falta
buscarlos porque la descripción de los ingredientes, cómo cocinarlos, cómo
presentarlos y dónde es minuciosa.
Aun
así, en ningún momento se hace pesada, todo lo contrario. Desde que empezamos
el libro tenemos la sensación de que somos parte de él o al menos, nos gustaría
formar parte de esas personas que se han enterado de que existen ciertos
detectives dedicados a encontrar el sabor exacto que buscamos.
Los
clientes salen satisfechos en todos los casos, pero no siempre el sabor es
idéntico al original, porque los productos frescos no saben igual según dónde
se produzcan y los procesados pueden incluir algún ingrediente distinto.
Incluso el agua tiene un sabor diferente en cada lugar. Nagare Kamogawa es el
encargado de investigar el plato tal como lo comía el interesado, aunque tiene
en cuenta pequeños cambios para que el consumidor, una vez puesto en situación,
y de vuelta a la realidad, no lo note demasiado: «—Concentrado de caldo de toda la vida. Más vale que se vaya
acostumbrando a esos sabores para cuando viva con Nami-chan».
Una
vez que su hija Koshi recoge la información del cliente y le queda claro qué
busca, «cuando envejece lo que lo atrae
de verdad es el sabor que el recuerdo añade a los platos», el padre
investiga por los sitios y alimentos relacionados con la receta: «—En Tosa existe una variante de sushi […]
cuyo arroz se aromatiza con yuzu autóctono. El color amarillo es consecuencia
de la mezcla del vinagre con el jugo de ese yuzu». Solo queda, con los
ingredientes adecuados, realizar una buena preparación: «al final nos gusta más lo que está más rico […] tenemos la sensación
de que estamos volviendo a disfrutar del sabor que tanto añorábamos».
Hisashi
Kashiwai construye a la perfección una atmósfera inmersiva con la que cautiva
tanto al personaje como al lector. Han hecho una serie televisiva a partir del
libro y no es de extrañar. Los misterios
de la taberna Kamogawa no tiene estructura novelesca, al menos no al uso.
Empieza y termina de forma abierta. Los seis capítulos son independientes y
todos constan de dos partes. Cada uno comienza con un personaje que busca la
taberna, en donde, al llegar, le ofrecen un menú con el que queda satisfecho, «omakase»; después de una entrevista,
con el fin de conocer los pormenores del plato y al propio personaje en su
entorno, termina el primer apartado. El siguiente da paso a la degustación, en
la taberna, dos semanas después, cuando el cocinero detective ha investigado
todo lo necesario. Mientras el cliente lo come, se va enterando de los avances
que Nagare fue obteniendo: lugares y personas que han hecho posible recrear el
aroma y sabor capaces de transportarlo a un entorno memorable. El capítulo
finaliza con otro cliente satisfecho al revivir la magia del pasado y los
cocineros, felices al disfrutar de su realidad presente.
Como predominan los diálogos, es una obra idónea para llevar a la pantalla. El autor la publicó en Japón en 2013 y ya en 2016 se realizó una miniserie de ocho capítulos. Creo que, si la encuentro, la veré para comprobar si las imágenes son tan evocadoras como la escritura de Kashiwai.
Koishi
Kamogawa es capaz de conseguir que sus clientes descifren el mensaje oculto que
se ha instalado en su memoria; los personajes hablan más de lo que piensan y
ella lo va anotando todo: palabras, lugares, personas, dibujos… Después, su
padre, Nagare, deberá interpretar esa realidad según una explicación
espiritual. Nagare consigue corresponder lo material a lo emocional. La
narración tiene, en la subjetividad de cada personaje y en el escenario único
donde todos alcanzan la manifestación de sus recuerdos, cierto carácter
simbolista.
Los
recuerdos producen, individualmente, una razón afectiva a la impresión que
tenemos. Para entender nuestra realidad personal, debemos valorar el sentido
oculto por el que somos capaces de vivir experiencias irracionales. A veces lo
material nos impide percibir la verdad, «Siempre
me sentí un extraño en aquella casa —dijo volviendo a bajar la vista—. Para mí
fue una época muy difícil, asfixiante».
El
autor, a través de sus protagonistas, padre e hija, hace que los clientes y los
lectores reflexionemos sobre las distintas vivencias del amor según los
recuerdos que tenemos. Es curioso cómo, de forma involuntaria, acuden a nuestra
memoria imágenes que luego ahondan en nuestros sentimientos hasta conseguir que
incluso modifiquemos las percepciones negativas. Solo hay que conocer la otra
perspectiva del suceso, que a su vez será el recuerdo de otra memoria que, al
no conocer la nuestra, también se siente sola.
Los
símbolos son importantes en Los misterios
de la taberna Kamogawa, no solo los olores, sabores o ambiente; el gato
tiene una gran importancia en la cultura japonesa, símbolo de prosperidad, en
casi todos los restaurantes encontramos figuras de gatos que llaman, con su
patita levantada, a los clientes; Hisashi Kashiwai introduce a Hirune, el gato
de los dueños que, en la puerta de la taberna atrae a quienes acuden a ella,
prometiéndoles felicidad «Hirune se
restregó en sus tobillos: parecía acordarse de él».
Los misterios de la taberna Kamogawa es una llamada a la comunicación
serena, a respetar las tradiciones y la cultura. Solo así conseguiremos
respetar a los demás y, lo más importante, a nosotros mismos. Es la lección que
sacamos de Nagare Kamogawa.
Kashiwai
ha conseguido involucrar desde el primer momento al lector que, como los
futuros clientes de la taberna, se deja llevar: «el olor que flotaba alrededor invitaba a ignorar la primera impresión
y entrar».
La
importancia de la comida es fundamental. Todos lo sabemos. Según lo que
queremos conseguir, nos esmeramos más o menos en la preparación de alimentos,
en la cantidad, en la ornamentación, en la construcción del ambiente…
El autor consigue que, a través de la comida, los personajes relacionen un antiguo amor con otro nuevo. También el dolor por una historia de amor que no tuvo un final feliz puede diluirse al recordar los momentos felices y entre ellos está el recuerdo de un sabor determinado. El amor se da en todas sus manifestaciones: el cariño que suplía la falta de amor familiar, el desamor obligado, paradójicamente, por el fuerte amor hacia alguien, la nostalgia del amor recibido en la infancia, el amor incondicional de una madre… Son emociones que perviven agazapadas en la memoria y que, evocamos de manera afectiva al volver a probar un sabor relacionado con ellas. Es fácil conectar con los personajes y muy fácil emocionarse con la novela.
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