jueves, 18 de febrero de 2021

IQBAL MASIH

Cuando leo un libro, un sinfín de ideas me acuden a la mente… esto lo hago yo, esto me ocurrió a mí, esto puedo unirlo a lo anterior… Es verdad que así tardo más, pero cuando me identifico con algún personaje me gusta, o me inquieta, según. Una vez lo he leído tengo anotaciones por sus páginas y en hojas aparte. Todo está ahí; las releo y me doy cuenta de lo que ha querido decir el autor. Unas veces con más acierto que otras. Pero lo que me cuesta enormemente es analizarlo por escrito. No sé por dónde empezar. Cómo unirlo todo. Cómo no irme por los cerros de Úbeda. Este libro no iba a ser menos.

Lo que tengo claro es que su autor pretende denunciar las condiciones en las que nacen algunas personas y que determinan su forma de vida. Son personas cuyos actos están ya establecidos de antemano. Son personas destinadas a sufrir para que los demás tengamos mejor calidad de vida. Son personas que no han sido niños, no han conocido la alegría, porque su posición social es la misma que la que ocupa un animal de carga.

Miguel Griot se rebela contra este hecho, aún vigente, que continuará en el futuro hasta que algunas sociedades dejen de pensar que son las únicas portadoras de la verdad «y esos que tanto dolor e injusticias causan, según dice el profesor, ¿no son acaso los mismos mayores que nos ponen los deberes y los que nos educan para ser como ellos?».

Miguel Griot ha escrito Iqbal Masih, lágrimas, sorpresas y coraje para sensibilizar a la opinión pública, para que entre todos consigamos garantizar la rehabilitación y la reinserción social. Muchas comunidades preparan todavía a las niñas, desde pequeñas, para trabajos domésticos, y a los niños para obedecer a un patrón.

Iqbal Masih es la historia de este niño pakistaní que fue tratado como esclavo desde los 6 años en una fábrica de alfombras, para pagar una deuda contraída por sus padres. A los 10 años se da cuenta de que puede tener derechos y, ayudado por el Frente de Liberación del trabajo forzado, que pagó su deuda y lo llevó a una escuela, aprendió a leer y escribir y saltó a Europa y EE.UU. para ofrecer conferencias denunciando la esclavitud infantil y pidiendo libertad y justicia para todos los niños. Lo más escalofriante es que este suceso ocurrió en la década de los 90, casi entrando en este milenio.

Una historia real cuyo final está grabado en la prensa internacional y en los diferentes monumentos que recorren diversas partes del mundo para que no lo olvidemos. Porque se nos olvida. Por eso el autor ha experimentado con Iqbal Masih una forma diferente de comunicar su denuncia, ha escrito una mezcla de literatura social y artículo periodístico de opinión. Es social porque obedece a ciertas reglas establecidas socialmente que deben acatarse o violarse. Es artículo de opinión porque no ofrece una respuesta unívoca a la realidad, sino que valiéndose de multitud de personajes indaga en todos los rincones.

El estilo hace gala de lo que se llamó el perspectivismo múltiple de la novela de los 60-70. En esta ocasión los narradores homodiegéticos son representantes de todas las instituciones y capas sociales que intervinieron en el suceso, desde niños esclavos, compañeros de la fábrica de tapices, hasta otros, compañeros de escuela, amigos que Iqbal encontró en Suecia o en EE.UU., representantes del BFLL, de la iglesia, familiares de Iqbal, jefes, encargados, dueños de fábricas, políticos… Todos han formado parte de la historia y se asoman para relatar lo que conocen, lo que han vivido con el protagonista, o lo que en su opinión consideran razonable.

Son numerosos capítulos cortos, cada uno lleva por título el nombre de quien habla, no hay presentación. El interpelado se dirige al lector contando su versión, por lo que desde el primer momento es perfectamente reconocible, no solo por lo que dice sino por las expresiones utilizadas, propias de su nivel sociocultural,

Tariq.

Bueno, bueno, no es pa tanto. Todo el mundo decía que Iqbal había madurado a velocidad de camello desbocado […] Chuminadas […] los viejos amigos teníamos ganas de cachondeo…

Entre todos conforman la personalidad del protagonista; además gracias a los tics de algunos, expresiones de otros o incluso onomatopeyas, «El briiikiii-briiikiii-briiikiii que emitía un telar con el eje mal engrasado», el autor se permite algunas licencias exageradas para denunciar la ceguera del llamado primer mundo, sus paradojas e ironías «…que doné a la organización que montó el cóctel, que, por cierto, me pareció divino (un acierto los canapés de salmón […] Ay, que me pierdo […] Sí señor, alguien con poder, dinero e influencia debería hacer algo…».

Griot conecta mejor con un lector al que llegan diferentes emociones. Todos son narradores internos por lo que disponen de información sobre el protagonista aunque cada uno aporte un punto de vista distinto, el suyo, pues todos son testigos de primera mano y únicamente aclaran lo que han experimentado, nunca los pensamientos de otros personajes. Normalmente el narrador no se dirige al lector colectivo sino a uno específico, un “tú” individual que nos introduce de golpe en el suceso, y hace que nos sintamos parte de él, una parte activa que no solo recibe un texto cerrado sino que es capaz de abrirlo, responderle y reinterpretar el sentido. Nos hallamos cómodos en una lectura en la que nos sentimos atrapados en sus líneas y responsables de ingresar en ese mundo o no. Entre el autor y el lector aparece una relación abierta, de libre elección, en la que Griot, haciendo uso de los personajes, inserta diferentes recursos argumentales o dialógicos dirigidos al lector con los que, además de aportar agilidad y realismo al texto, crea suficiente tensión para que se implique y adopte en su mente el papel activo de interlocutor: 

Así que repasa los argumentos de cada uno de los dos y decide tú quién lleva razón.


No preguntes qué soluciones dieron. No tiene mucha importancia. Lo importante es que algún día ellos serán los encargados de buscarlas.

La pluralidad de voces aporta múltiples significados. Todos forman parte del engranaje social y a través de esas voces, que siempre denuncian aunque en ocasiones se revistan de humor, entendemos que en cualquier mundo, primero o último, quien tiene el dinero tiene el poder, por lo que quienes no disponen de medios económicos o defienden a quienes no los tienen son invisibles, suponen una molestia para los acomodados que asisten con miedo a un posible derrumbe de la estructura que los protege «aquel era un caso perdido. Nos enfrentábamos a un poderoso industrial del ladrillo […] Continúe usted, Mohamed, me indicó. Con todos los respetos, señoría […] yo soy el (abogado) de la acusación, ¿seguro que estaba escuchándome?».

Los diferentes personajes aportan argumentos, razones, algunas incluso aparecen como irremediables a su forma de actuar. De esta manera el lector empatiza con ciertas figuras aunque entiende a todos, pues reconstruyen una sucesión de hechos que se vienen repitiendo a lo largo de la historia; cada persona actúa como lo ha visto hacer a su alrededor. Desde este enfoque el significado del texto se sitúa en las propiedades beneficiosas del diálogo, pues confirma el realismo de lo sucedido, muestra el carácter y la personalidad de cada personaje y atrae irremediablemente al lector porque observa los hechos desde el presente.

Miguel Griot da sentido a este mundo sinsentido al situarlo en un espacio tranquilo, de conversación. Las ideas fluyen en el trayecto de libre intercambio que impone la prosa mediadora. Griot consigue un tipo de ensayo que, por su propia configuración periodística-novelada, se re-presenta, se re-interpreta y re-configura a sí mismo. Nos encontramos ante la transparencia y autenticidad de la reflexión ensayística. Pero no explica, no se queda en la lista de datos sino que participa del entretenimiento novelado. Es un ensayo de denuncia en clave literaria, en el que su autor se compromete con la delación de un hecho vergonzante (otro más) cometido por seres humanos.

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