Cuando
alguien toma una frase o un verso del poeta admirado para que dé título a su
libro es síntoma de que nos vamos a encontrar ante una literatura respetuosa.
Cuando
el verso del poeta admirado anuncia una novela sobre otro poeta es señal de que
la trama va a estar cargada de metáforas.
Cuando
finalmente leemos la novela y encontramos en sus páginas la grandeza moral del
maestro sólo superada por la tremenda sencillez y valentía del alumno es que
estamos ante una obra maestra.
En
su discurso de recepción del Premio Nobel, Pablo Neruda terminó aludiendo al
modernista, poco valorado en su época, mucho hoy día, Rimbaud, «Al amanecer, armados de una ardiente paciencia,
entraremos en las espléndidas ciudades».
Pablo
Neruda es el poeta del amor, pero su Canto
General es un saludo a los luchadores por la libertad, una exaltación de la
solidaridad y una denuncia a los traidores y dictadores.
Asimismo
Antonio Skármeta reclama incansable una sociedad honrada y libre, en la que
todos podamos convivir sin odios ni envidias, y nos regala, nos regaló en 1986,
Ardiente paciencia, concebida inicialmente (1983) como guion cinematográfico y obra
teatral. También Mario, el protagonista, lucha apasionadamente por aquello en
lo que cree y espera su momento, sin importarle las consecuencias.
He
releído el libro y he descubierto una prosa sencilla, repleta de guiños al
lenguaje popular, al refranero, a los medios de comunicación como la televisión
y el cine, y a la música de los 70,
Mario
Jiménez jamás había usado corbata, pero antes de entrar se arregló el cuello de
la camisa como si llevara una y trató, con algún éxito, de abreviar con dos
golpes de peineta su melena heredada de fotos de los Beatles. —Vengo por el
aviso— declamó al funcionario, con una sonrisa que emulaba la de Burt
Lancaster.
El
estilo es fresco, ágil, rebosante de ironías y denuncias políticas que
enaltecen la vida natural del pueblo, la espontaneidad de su gente, la humildad
y el orgullo de pertenecer a un colectivo «estos
brujos de cuello y corbata que sabotean la producción […] y que complotan para
derrocar al gobierno del pueblo». Una narración fluida, cargada de humor,
de paralelismos, comparaciones, anáforas, metáforas, con los que alaba la
bondad, la pasión, el amor, la literatura y el proceso de la escritura, «el viento revuelve la nieve como un molino
de harina. La nieve sube y sube, me trepa por la piel. Me hace un triste rey
con su túnica blanca. Ya llega a mi boca, ya me tapa los labios, ya no me salen
las palabras». Ardiente paciencia
es una novela del post boom latinoamericano que reclama para la cultura el
puesto más alto en la sociedad, aunque debamos esperar eternamente.
Creo
que no descubro nada nuevo; la novela es suficientemente conocida. Tampoco
quiero desvelar datos clave a quienes no la hayan leído, pero me gustaría
aportar mi granito de arena para homenajear a Skármeta por compartir con los
lectores una parte de su vida, por delatar la acción destructiva que todas las
dictaduras tienen, por reflejar con ironía, humor y claridad la vida dura,
sencilla, sin alicientes, aunque esperanzada de los oprimidos, «en cuanto el telegrafista gritó a distancia
“Correo de Pablo Neruda para Mario Jiménez” alzando en una mano un paquete con
no tantas estampitas como un pasaporte chileno […] y en la otra una pulcra
carta, el cartero flotó sobre la arena y le arrebató ambos objetos».
La
generación de los novísimos en Latinoamérica nos deja el regusto amargo de los
proyectos de democratización. Pero en Skármeta esta reminiscencia es siempre
agridulce pues, ante todo, hace brillar la bondad del ser humano, los buenos
sentimientos.
En Ardiente paciencia construye un retrato
de Neruda inolvidable pues resalta lo que consiguió el premio Nobel, hacer que
escribir poesía pareciese fácil. Por eso Mario quiere ser poeta. Cualquier lector,
tras leer esta novela, quiere ser escritor; las estructuras complejas,
laberínticas del Boom han sido sustituidas por otra sencilla, accesible, que
encierra un argumento natural y de una clara organización. Leemos la trama de
un tirón, sin dificultad, como si las referencias clásicas fueran innatas,
consustanciales a la historia política de los 70, a la crítica hacia una
sociedad atrasada e ineficaz: «—Sí —dijo—
tomándose su vaso de vino, y luciendo el mismo entusiasmo con que Sócrates
bebió la cicuta».
El
lector disfruta a lo largo de la novela, y reflexiona hondamente al final con la
realidad presente en la ficción que consigue resaltar, ante todo, la función
emotiva, por el valor testimonial que aportan los datos históricos del
asesinato de Salvador Allende y la muerte de Pablo Neruda casi al mismo tiempo.
Aunque
la sencillez es el reflejo de la debilidad y miseria en la que puede quedar un
pueblo asolado por el poder, paradójicamente la naturalidad es la fuerza y
atractivo de San Antonio. Todo es tan original que se agranda; la sexualidad,
parte fundamental de lo espontáneo, está presente en los protagonistas, Mario y
Beatriz, en todo momento; los amantes se entregan al sexo como quien descubre
lo más placentero, de ahí que la metáfora para expresar el acto sexual venga de
otra actividad atractiva para los ciudadanos, «La boda tuvo lugar dos meses después […] de que se hubiera abierto el
marcador. Rosa […] no pasó por alto que las lides, a partir de la regocijada
inauguración del campeonato, empezaban a tener lugar en enfrentamientos
matutinos, diurnos y nocturnos».
Asimismo
la descripción hiperbólica del orgasmo se convierte en una sucesión de
metáforas, sinestesias, animalizaciones, personificaciones e imágenes oníricas,
casi surrealistas, que recuerdan a escenas sacadas del mejor realismo mágico «Y acto seguido, promulgó un orgasmo tan
estruendoso, burbujeante, desaforado, bizarro, bárbaro y apocalíptico que los
gallos creyeron que había amanecido y empezaron a cacarear con las crestas
inflamadas, que los perros confundieron el aullido con la sirena del nocturno
del sur y le ladraron a la luna como siguiendo un incomprensible convenio…».
La
descripción detallista, minuciosa, sensual del acto queda acentuada por el
sencillo, pero inteligente, diálogo final en el que el humor, derivado de la
evidencia, encierra todo un pensamiento filosófico
—Bueno,
suegra. Olvídese de la vergüenza que esta noche estamos celebrando.
—¿Celebrando
qué? —rugió la viuda.
—El
premio Nobel de don Pablo. ¡No ve que ganamos, señora!
—¿Ganamos?
[…] —“vamos arando, dijo la mosca” concluyó antes de asestar el portazo.
Han
pasado treinta y tres años desde que Antonio Skármeta escribió Ardiente paciencia. Da igual. Hay que
leerla. Es universal.
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