Qué
alegría supone cuando encuentras un escritor al que no conocías y, de pronto,
deseas leer todo lo que haya publicado. Está claro que es imposible, cada vez
soy más consciente, conocer la obra, o una parte de ella, de todos aquellos de
quienes se edita un libro (hay cantidad de gente que cree saber escribir, ya no
solo bien y editoriales que bajan el listón de lo que publican).
Páginas
de Espuma es una garantía de buena literatura, y Pablo Andrés Escapa todo un descubrimiento para mí. Me gusta el
cuento como género literario porque permite, tras su aparente simplicidad,
encontrar multitud de matices que, en ocasiones, podrían diluirse en largas
narraciones. Pues he leído, y me ha costado, Fábrica de prodigios.
Ejemplar formado por tres cuentos, en principio aislados, que tienen mucho que
ver entre sí. El argumento de Pájaro de
barbería trata de un viajante de comercio, anodino, ni siquiera tiene
nombre, que queda maravillado al entrar en una barbería y ver un pájaro
absolutamente inmóvil en una jaula. El barbero, dueño del pájaro, tampoco
habla, pero el vendedor, a pesar de que no le compra nada, acude regularmente a
cortarse el pelo a esa barbería, poniendo en peligro su trabajo y su
matrimonio. Un sábado se encuentra con el local cerrado y será el dueño del bar
de enfrente quien lo ponga al tanto de la historia del pájaro y de su dueño.
En Continuidad de la musa el protagonista
realiza un ensayo sobre un poeta olvidado, y para conseguirlo debe hablar con
el secretario del bibliotecario municipal, quien afirma ser amigo del poeta y
se presta a contarle la vida, pero los versos de uno se asemejan a los de otro
poeta, probablemente porque las personas se entrecruzan en la literatura
consiguiendo que todo sea pura invención.
En El diablo consentido, Serafín sale de su
casa una mañana para recoger un paquete de Correos cuando se le olvida dónde
está el local, deambula perdido por las calles de la ciudad hasta que vuelve a
su casa de noche, guiado por un perro. Sin embargo su mujer lo recibe de la
forma más natural ya que, supuestamente, había bajado a esa hora a tirar la
basura.
Pero
Fábrica de prodigios es,
efectivamente, una fábrica de prodigios en la que nada es lo que parece en un
principio, en donde la realidad se introduce en la ficción o ésta en aquélla,
como retazos de un cuento en otro, hasta conformar una realidad ilusoria que
incluye la única verdad, la que queremos crear a través de las palabras.
Al
final no sabemos si hemos leído tres cuentos o uno; da igual, lo importante son
las connotaciones que acuden a nuestra mente cada vez que aparece un objeto o
vivimos una situación determinada, pues el autor, al escribir, recrea otra
verdad en el lector.
En Pájaro de barbería la realidad cotidiana
se va quedando en nada, anulada por un centro inmóvil, el pájaro, que lo
envuelve todo
Casi
agradecí la indiferencia con la que me recibió el pájaro cuando me acerqué a la
jaula
de
esta forma el destino del viajante es cada vez más mediocre pues quiere
centrarse exclusivamente en relatar la vida que un día tuvo, ahora inmóvil,
hasta que logra igualarse al animal
Acaso
el cautiverio tuviera que ver con la tristeza del ave, cuyo aspecto exótico
invitaba a imaginarla en una vasta libertad de selvas sonoras
La
narración, sin énfasis, se hace eco de este protagonista y, sin embargo,
cargada de humor, va poblándose de una intriga creciente al tiempo que el
personaje, como tal, se desintegra poco a poco.
Con
pesar me vi cogiendo el cubierto, introduciéndolo en las profundidades del
caldo con tiento para no desbordar el plato y soplando, por pura inercia, antes
de llevarme el bocado a la boca
Personaje
absurdo acorralado por sus propias circunstancias, obsesionado con ellas, que
son las que lo aíslan de la verdad tal y como se entiende en la sociedad. Así
pues, la profundidad del relato aparece en los elementos, en principio
insignificantes, a los que el sueño les confiere el efecto subliminal detector
del verdadero significado, tanto del protagonista como de lo que lo rodea; de
esta forma el narrador envuelve al lector en una emoción contenida capaz de
explorar en la perspectiva del comerciante a quien dota, en su caracterización
e interacción, de todo el peso de la historia contada
Aquella
noche soñé con el barbero […] una impresión de Berlamino Santos cuya imagen
real no lograba manifestarse en el sueño […] Llovía intensamente y yo, en
mangas de camisa y descalzo, deambulaba por la calle en busca del local […] Era
don Saturnino […] me arrojaba una maleta enorme y proseguía la marcha
llevándose el coche…
Lo
cotidiano se aferra a lo fantástico, a un despropósito narrativo capaz de
convertirse en escatológico en los pequeños detalles sin perder la tensión ni
el humor en ningún momento.
era
capaz de concentrarse en la historia sin flaquear en la tarea subsidiaria de
comer pipas, equilibrio verdaderamente excepcional que podrá confirmar
cualquier degustador de frutos secos empeñado, de manera simultánea, en decir
algo con soltura.
Al
tratar el tema de la identidad profundiza, con ironía y humor negro, en la
ausencia del ser humano tal y como lo entendemos. La sorpresa es, por lo tanto,
evidente, sobre todo cuando la realidad de la primera persona se difumina en el
sueño o el delirio, o en el sueño mantenido mientras permanecemos despiertos.
Creo
que Pájaro de barbería es una fábula
de lo que puede ser la vida para alguien sin personalidad definida, al menos
tal y como se entiende este término en los manuales de psicología; el
protagonista huye de una profesión que lo invalida para ocultarse,
paradójicamente, tras el escaparate de una barbería donde, ajeno al qué dirán,
se dedica a profundizar en las cosas más nimias que lo rodean. La vida, que
podríamos intuir como una condena, se abre en abanico para una mente que puede
trascender lo trivial y escudriñar en lo verdaderamente relevante del universo,
la imaginación. Es tanta su dedicación que, como el pájaro, no necesita apenas
hablar, comer o beber. El paso del tiempo, obsesivo para el viajante desde el
comienzo del cuento, se ralentiza al atender solamente a su condena
autoimpuesta; es una situación provocada desde la incoherencia novelística; en
este caso se hace posible por el fracaso laboral del protagonista que incide de
lleno en su vida al preguntarse por todo aquello a lo que no concedemos
importancia y que, a lo mejor, la tiene. El conflicto constante entre su
pensamiento y sus acciones lo llevan, voluntariamente, a recluirse; la crisis
de identidad hace que pierda su función como ser humano, desaparezca su
inseguridad y adquiera toda su relevancia al convertirse en ojeador reflexivo,
la principal cualidad de un relator de palabras
Cantaba
el ave y callaba la creación.
Había
cesado el parlamento del ave.
El
pájaro […] era un heraldo de los tiempos que había de cantar un día para Santos
Me
sentí cautivo en una historia ajena
“Pasan
las generaciones y sigue inmóvil el pájaro” escribí entonces
El
protagonista del segundo cuento no tiene intención de anularse, todo lo
contrario, Hilario Luna, es egocéntrico y orgulloso, pero a causa de sus ripios
nadie lo recuerda con el paso del tiempo. La realidad queda descrita en la
narración de forma escéptica, con una vena paródica que consigue un
histrionismo constante.
El
estilo, sencillo, va acompañado por palabras en desuso o engoladas, que definen
la época y el carácter del personaje consiguiendo cierta crítica a la mal
llamada literatura y la admisión del poder embaucador de la palabra, aunque las
situaciones cómicas tienen, como en todos los cuentos, un aire trágico, casi
déspota del ser humano o su anulación como persona para convertirse en algo
ambiguo que no encaja con la realidad.
la
intención frustrada de acuchillar al secretario del ayuntamiento la noche antes
de subirse a la muralla. Evité esa revelación porque no se conocían más
testigos […] y porque cuando Alejo Álvarez me contó el episodio habíamos bebido
Hilario
Luna, en su desesperación por que le publicasen sus versos inspirados en los de
Porfirio Aldama, un nefasto escritor que «Bajo
el engañoso título de El festín del murciélago […] Una alegoría didáctica en
tercetos exponía la peripecia de un cierto “vocálico mamífero lunático”»,
asciende a una montaña a los 81 años con los pies desnudos en la helada, recita
unos versos incomprensibles y lanza un queso ladera abajo. Un crítico, alentado
por Alejo Álvarez, amigo de Luna, pretende restaurar su figura probablemente
bastante deteriorada «Hilario Luna
renunció desde niño a la lectura para librar de contaminaciones su obra».
Tras
varias situaciones de verdadero histrionismo, como el descubrimiento de la «escritura geométrica» o la falta de
inspiración que su musa le transmitía en los diálogos, pues era silencioso,
casi mudo; después de convencer a su suegra para que fuese su mecenas y le
publicaran una antología en papel barato, todo queda en nada por causas de la
guerra, tras la cual, la musa, José Pinto, y el escritor, Porfirio Aldana se
confunden, y en ellos se observan rasgos de Cervantes «la mutilación del muchacho le sugirió la página cervantina para la que
no encontré una inmediata justificación». Finalmente no sabemos si Alejo
Álvarez es verdadero o una fantasía del crítico, si el espíritu de Porfirio Aldana
pasa por el cuerpo de José Pinto, de Hilario Luna y de Alejo Álvarez, pero lo
importante no es sino seguir escribiendo tal y como cada uno vive la situación.
Lo fundamental de Continuidad de la musa
es el discurso de doble orientación que encontramos en la literatura gracias al
poder de la palabra «Importa lo que dejó
escrito»; este discurso dual aporta una verdad doble, por un lado la que
afirma lo que quiere el narrador, por otro la dirigida a los lectores; el
proceso consigue problematizar o modificar el discurso literario al utilizar la
palabra como negación de la realidad y apretura al verdadero conocimiento. La
palabra, en Fábrica de prodigios, no
describe sino que aparece como autocrítica de sí misma.
En El diablo consentido abundan las
animalizaciones de la naturaleza; «el
aullido del sol» presagia un día nefasto, frustrante para nuestro
protagonista que, más que ningún otro de los anteriores, recuerda a don Quijote
«y quedarte en la casa sin más oficio que
leer hasta las tantas. ¿Sabe a quién me recuerdas?» de hecho, en su periplo
para buscar el edificio de Correos va anotando todo lo que la realidad (en ese
doble discurso) le sugiere, hasta dar con una librería «La sombra del quijote» y él como un Quijote actual se enfrenta,
guiado por un «perro resueltamente
flemático» al diablo y a unos malhechores que le roban y dan una paliza a
pesar de su lanza «levantando el bastón
en gesto ambiguo»; Serafín acude a un bar donde expone, en algo parecido al
Discurso de las armas y las letras, el poder de la palabra «con tanta resolución de ánimo como flaqueza de ingenio había dispuesto
alzarme con la pluma como si fuera lanza para remediarlo» y luego sigue su
camino «dejando cerrada a mis espaldas la
puerta de aquel local de cuyo nombre ya no puedo acordarme». Serafín, sin
saber cómo, malherido, encuentra un caramelo en el bolsillo que le recuerda a
aquel bálsamo de Fierabrás, que no le sirvió a don Quijote para curarse de la
paliza que le dieron los arrieros, pero que él tomó con delectación al haberlo
leído en la épica carolingia. Serafín ve el caramelo y con ironía lo saborea «como quien se regala un bálsamo venido
milagrosamente a cautivar todos los pesares que dejan la soledad y la carne
dolorida». Finalmente el perro lo guía a su casa, de noche, sin dinero, sin
los apuntes tomados, herido, para caer de golpe en la realidad que le recuerda
su mujer «la última vez que bajas a tirar
la basura sin la llave, querido».
Fábrica de prodigios es mucho más que un libro de cuentos,
es un homenaje al poder de la escritura, esa que puebla la imaginación, y
consigue crear un mundo en el que todo puede pasar. Es un homenaje a Cervantes,
a sus incoherencias narrativas, a sus faltas de sentido, porque eso es lo de
menos, lo de más es que fue capaz de crear un personaje que a su vez creó todo
un mundo de posibilidades, diferente al real, en el que la justicia, esa
justicia poética que todos deseamos no triunfó, de ahí que decidiera quedarse
para siempre en su libro, en la imaginación de su autor, consiguiendo que,
hasta hoy, se le tome por modelo.
Muchas
son las similitudes entre estos personajes “idos” con el propio don Quijote,
pero las situaciones de Fábrica de
prodigios también nos recuerdan a la obra cumbre de la literatura española;
así encontramos en los tres cuentos una reflexión sobre la locura. El lector no
se queda con lo que denotan las palabras sino que se fija, obligado por Escapa,
en las connotaciones que surgen del inconsciente: alusiones, suposiciones que
van saliendo del narrador para, en planos superpuestos, confundirse con los de
otro narrador.
Los
escenarios no importan, son simbólicos puesto que desembocan en el interior del
protagonista, como los lugares reales o no por los que pasó don Quijote.
Si
el ventero arma caballero a don Quijote, los taberneros de Fábrica de prodigios también dan alas a los protagonistas para
escribir.
El
barbero, gran amigo de don Quijote, aparece en el primer cuento como alguien
que le transmite al protagonista las ganas de pensar y escribir, Santos conoce
a quienes lo rodean, su función es la de calmar y, como el barbero quijotesco
apenas ejerce su oficio aunque estimule la imaginación.
El
galgo corredor, asimilado a Rocinante en el Quijote, acompaña a Serafín en sus
correrías por la ciudad.
El
diablo es, según el cura de El Quijote, el culpable de que su protagonista se
haya vuelto loco, al hacerle leer los libros de caballería y traerlos a su
mente como si fueran realidad, igual que el diablo se aparece a Serafín y le
obliga a imaginar y escribir; por eso en el Quijote queman los libros y en El diablo consentido los escritos
desaparecen.
Por
último, las aves son importantes en El
ingenioso hidalgo pues águilas, cuervos, aves fénix recrean la imaginación
de don Quijote. En Fábrica de prodigios
encontramos un ave muda y jilgueros, asociados a la sabiduría y a la imitación.
Oí
cantar a un jilguero […] luego tuve la ilusión de que un coro de insectos
estrellaba su zumbido […] un pozo que parecía nuevo artificio…
Pues
así he visto Fábrica de prodigios,
como un pozo de artificio lleno de aventuras cargado de humor, ternura y
melancolía.
Perfecto.