Me
gusta Eduardo Mendoza, soy una apasionada de su novela, del humor absurdo que
emana de sus páginas y que no es sino una estrategia perfecta para criticar,
sin insultos, con inteligencia, con el savoir-faire
que también lo caracterizan como persona, determinadas costumbres sociales, la
acción política ineficaz que no lleva más que al enfrentamiento del pueblo por
las ansias de poder de los gobernantes, para censurar los prejuicios que
consiguen hacer del ser humano alguien superficial.
Por
eso, al ver que Seix Barral había sacado una trilogía teatral de nuestro Premio Cervantes,
me apresuré a comprarla; he de confesar que desconocía su labor como
dramaturgo. Me llevé una sorpresa al leer en el prólogo que la infancia de Mendoza
estaba unida al teatro. No entiendo cómo ha escrito solamente tres obras, Restauración, Gloria y Grandes preguntas.
En las tres se nota el sello del autor, pero hoy sólo voy a comentar Grandes preguntas porque es la que más
me ha gustado. Es donde he podido distinguir sin dificultad al Eduardo Mendoza
novelista, escritor, portador de uno de los estilos que confieso más difíciles
sin caer en la tontería, el absurdo, subgénero en el que parece desenvolverse
como pez en el agua y que me atrae especialmente porque me obliga a pensar.
Y,
aunque es cierto que la mayoría de ocasiones el absurdo pretende reflejar lo
disparatado de la vida humana, también lo es que Mendoza evidencia además el
sinsentido social, quedando sus obras como crítica hacia esa sociedad (que es
la nuestra).
Creo
que Grandes preguntas, obra teatral
en la que paradójicamente se hacen constantemente preguntas nimias,
Tobías.- … ¿Deportes?
Daniel.- ¿Deportes… qué?
Tobías.- ¿Le gustan los deportes?
Daniel.- Como a todo el mundo
Tobías.- La respuesta no es válida
es
un referente del absurdo de Ionesco o Beckett; algo que no pasará de moda,
universal, porque revela la obsesión por hallar la verdad absoluta que, por
supuesto, no se encuentra en este mundo en el que estamos solos, como el
anacoreta Tobías
No
lo sé. Yo de las cosas del mundo no me ocupo. Ni siquiera cuando estaba vivo… A
los doce años me fui al desierto, a vivir en una cueva.
el
boxeador Marcial, el recientemente fallecido Daniel, su secretaria, a la que
obligó bajo amenaza a ocultar un fraude que cometió «como todo el mundo», o sus mujeres pagadas, mujeres de una noche
por las que no sintió ningún aprecio, simplemente las usó cuando tuvo necesidad
y las dejó como quien deja algo gastado que ya no le vale.
Grandes
preguntas es una mezcla entre interrogatorio policial y confesión religiosa
(supuestamente el fallecido llega al cielo y supuestamente el guardián le
pregunta por sus actos, para juzgar si puede entrar. Nada más lejos de la
realidad)
Yo
indiscreciones no quiero oír. Si usted ha hecho estas cosas y se las quiere
contar a alguien búsquese a otro. Yo no estoy aquí para oír fanfarronadas
¿Quién se ha creído que soy?
El careo
se convierte en un espejo acusador de los valores impuestos por una sociedad
que los considera trascendentes, sexo, comida, deportes… hasta que el propio
interesado se da cuenta de lo que es importante y, lo que es peor, ya no puede
remediarlo.
En
las repeticiones están condensadas las acusaciones, en la falta de sentido de
las preguntas se esconde la falta de sentido de la existencia, propicia para
cuestionar a la sociedad y al ser humano
Daniel.- ¿Que me guste la tortilla de patatas?
Tobías.- Sí
Daniel.- No me parece ni bien ni mal. Es una cosa natural
Tobías.- Un huevo es una cosa natural. Una tortilla es un atentado contra la
naturaleza tal y como Dios la creó.
La
falta de secuenciación dramática, el no seguir una estructura coherente,
consigue crear una atmósfera onírica en la que la realidad se desdibuja en el
sueño, en la enajenación
Y
cuando llegó al valle se encontró que su pueblo había hecho un becerro de oro
[…] Entonces Moisés lanzó las piedras contra una roca y las hizo añicos. Y a partir
de aquel momento ya no hubo más ley…, sólo reglamentos y jurisprudencia.
La
entrada de Marcial y su monólogo, sin venir a cuento en la conversación entre
Tobías y Martín, es demoledora, de una tragedia espantosa, de cómo podemos
llegar a aprovecharnos del débil, sin importarnos las consecuencias que deba
sufrir, sin afectarnos su muerte y, lo que es peor, sin que todo esto
permanezca bajo el amparo de la justicia y pueda quedar, cualquier maltratador
físico o moral, cualquier asesino sin una sentencia honesta.
Y
te vas a reír, pero no noté nada […] sentí como dos…, como dos, no sé, como dos
carbones en los ojos. Y Luego ya nada […] Si te hubiera visto, habría podido,
quizá habría podido… Pero miré y no estabas, bicho. ¿Adónde fuiste?
Esta
denuncia aparece en Grandes preguntas,
no sólo en el desorden estructural sino en los recuerdos que le vienen a Daniel
sobre Missy «Si ella se había hecho
ilusiones de alguna clase, yo no tengo la culpa» y a los que Tobías, ese
supuesto juez, parece no conceder ninguna importancia. De ahí que nuestro
fallecido, al darse cuenta de sus errores y la poca repercusión que van a tener
en el veredicto, se lo echa en cara a Tobías, acusándolo de ser igual que él «Somos la misma cara de la misma moneda. Y
encima la moneda es falsa».
Daniel,
símbolo del hombre, se encuentra perdido en un mundo sin sentido. ¿Está
realmente en el cielo? ¿es el infierno? ¿es un sueño? Al no tener nada claro,
al sentirse parte de una arbitrariedad total es cuando asaltan, tanto al
personaje como al espectador, la conciencia de estar solo, la certeza de la
incomunicación, la convicción de que nada es importante, de que el paso del
tiempo es inflexible, implacable, circular, consiguiendo que todos los
desastres vuelvan a cometerse. La existencia no entiende de lógica por eso el
espacio de representación está vacío, sólo ocupado por personajes que se
sienten fuera de contexto representando escenas incoherentes, contrarias a la
razón.
En Grandes preguntas se cuestiona la
necesidad de la espera puesto que Daniel, desde el primer momento está
expectante por saber qué se va a decidir hacer con él, y tras el interrogatorio
se da cuenta de que nadie decide nada, que todo le ha servido para reflexionar,
para que reflexionemos, sobre sus hechos y los de quienes lo rodean, pero va a
continuar solo aun en la falsa esperanza de una vida eterna tras ser absuelto «No hay ningún veredicto».
No
hay vida eterna, no puede haberla desde el momento en que la vida terrenal es
irracional, por lo tanto si la existencia no tiene lógica, es inexplicable que
intentemos buscar fundamento en una vida imaginaria.
Tobías.- Estamos llegando al final. La luz se apaga y la vida es como un
sueño olvidado al despertar. Ya se irá acostumbrando. A todos les cuesta. Pero
poco a poco se van haciendo a la idea.
Grandes preguntas pertenece a ese teatro intelectual
que exige un análisis profundo, al que llamamos absurdo. El público está
presente desde el principio experimentando cierta identificación al reflexionar
sobre las respuestas de Daniel.
Si
los diálogos dejan que los personajes se den a conocer como emblemas de
determinados grupos sociales, los gestos y movimientos ayudan a reforzar la
riqueza lingüística, riqueza que, no podía ser de otra manera en el absurdo y
en particular en Mendoza, adolece de todo tipo de humor: al plasmar lo relativo
del paso del tiempo «(Sale una luna muy
grande da una vuelta por el horizonte y vuelve a desaparecer) ¿Lo ve? Aquí el
tiempo pasa volando.»
Humor
al exponer la importancia absoluta que otorgamos a ciertos aspectos y que en
realidad es relativa
Tobías.- La religión se ha de practicar con moderación, a diferencia del
sexo.
Daniel.- ¿El sexo no se ha de practicar con moderación?
Tobías.- No lo sé. Es lo que dice el prospecto…
Humor
irónico al referirse a aquéllos que creen saberlo todo
Tobías.- ¿Usted en la vida era un sabio?
Daniel.- ¿A qué se refiere?
Tobías.- Es tonto, obstinado y grandilocuente…
Humor
en el significado denotativo de las palabras
Tobías.- Trascendente, según la escolástica, es lo que queda fuera de toda
experiencia posible, es decir, más allá del espacio y del tiempo. Si lo decía
en ese sentido…
Daniel.- No. Sólo quería decir una relación sin compromiso…
Humor
crítico hacia los psiquiatras «…tendrá
que ir al psiquiatra. Pero no sé cómo lo hará, porque aquí no los dejamos
entrar.»
Y
hasta cierto sarcasmo al referirse a las normas que deciden quién va al cielo o
al infierno «¡Uf, hay tanto! La
predestinación, la misericordia divina, un sorteo. ¿Qué diferencia hay?»
Puesto
que estamos en una obra teatral, la comunicación no verbal es igual de
importante para poner en marcha el espectáculo. Encontramos en Daniel gestos
emblemáticos que acentúan su respeto ante el interlocutor, supuestamente
superior, hasta que se da cuenta de que son «dos
caras de la misma moneda» por lo que cambia además el tono sumiso anterior
por otro testimonial con la finalidad de que todos nos identifiquemos.
Asimismo,
el tono de Tobías varía a lo largo de la obra, desde el interrogatorio para dar
la impresión de que sólo quiere informarse, hasta el coercitivo para imponer su
voluntad, quiere que Daniel llegue a donde a él le interesa, pasando por el
irónico para ridiculizar determinadas apreciaciones sociales no del todo
correctas:
Tobías.- Bah, el amor, el amor… ¿Qué pinta en todo esto el amor? San
Francisco amaba a los animales y no bailaba con ellos. Y que yo sepa no hizo ningún
intento de reproducirse…
[…]
Tobías.- ¿No se peleaban nunca?
Daniel.- Con mi padre, alguna vez.
Tobías.- ¿A puñetazos?
Daniel.- ¡No! Por cosas sin importancia. La diferencia generacional, ya
sabe.
Tobías.- Por supuesto. Mi padre compraba y vendía […] Desde pequeño yo quería
ser anacoreta. Tuvimos unas palabras ¿sabe? Y puñetazos… Por eso se lo
preguntaba.
Tobías,
realiza al comienzo de la obra un gesto ilustrador al cambiar su actitud y dar
credibilidad a lo que va a suceder «(Tobías
lo ve, deja de cantar y adopta una expresión seria)». Gesto que irá
transformándose en aburrido, según se desarrolla el diálogo.
Los
gestos reguladores favorecen la función fática, de contacto entre los
personajes, aunque a veces, por medio de las acotaciones, entendamos que esa
interacción se rompe. Estamos condenados a no entendernos
Daniel.- Como le acabo de decir. Yo había ido a tomar una copa…
(Interrumpiendo
a Tobías, que se dispone a hacer una pregunta) ¡No recuerdo cual!
El
personaje de Marcial es quien probablemente realice más gestos adaptadores, que
incrementan su tensión con determinados tics y pretenden controlar su estado
emocional.
Y
él: Te vas a reír, me dice, te vas a reír […] Y yo: ¿qué estás diciendo?, ¿te
has vuelto loco o… loco o qué? Y él […]
(Pausa)
Y
entonces voy y le digo: está bien, te vas a reír, acepto, pero sólo por esta
vez y porque es de beneficencia
Lo
que apenas encontramos son gestos emocionales. Los sentimientos no tienen
cabida en una sociedad despiadada, irracional.
Tobías.- Nadie ha dicho que esto fuera un juicio. Esto no es más que un test.
Vuelva a sentarse.
Por
eso, las grandes preguntas son aquellas que se refieren a todo lo que hacemos y
a lo que no concedemos importancia, bien porque es la costumbre, bien porque lo
encontramos intrascendente y, al final, dejándonos llevar por “lo políticamente
correcto” estamos creando una sociedad absurda, desnaturalizada, deshumanizada.
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