Acabo
de leer La locomotora, de André
Roussin, escritor francés del siglo XX, de quien no había leído nada y,
quien creo que no tuvo en su momento el reconocimiento obligado fuera de su
país, excepto por un par de obras que incluso en España fueron estrenadas en
aquel antiguo Estudio 1 de TVE. Y sin embargo Roussin fue un intelectual,
empezó Derecho pero lo dejó para ejercer de periodista en Marsella, tras esta
actividad se inició en el mundo del teatro y se incorporó a la Compagnie du
Rideau Gris, participando en su gestión hasta el final de la II Guerra Mundial.
Durante la guerra comenzó su carrera como dramaturgo, incluso actuó en alguna
de sus obras. Más de treinta y cuatro comedias escritas merecen (o al menos eso
pensé) que leyera alguna de ellas para conocer algo más de este autor. Y he de
confesar que, a pesar de mis dudas, me ha sorprendido gratamente.
La locomotora es una comedia en dos
actos. El argumento, sin desvelar el final, es bastante usual en la época en
que fue escrita. Un matrimonio, formado por un francés y una rusa vive de forma
suntuosa en la planta baja de una gran casa. En el piso de arriba residen su
hija, Catherine, su yerno, Michel y los hijos de éstos, Isabel y Alejandro, dos
jóvenes de unos 20 años
SONIA.- … ¿Qué hace Michel?
ERNESTO.- ¡Cómo quieres
que lo sepa!
SONIA.- Tú nunca sabes nada. Es increíble: tengo un
yerno que es médico, al que le he regalado un apartamento en mi finca, justo en
el piso de arriba, y cuando estoy enferma… se va a curar a los demás.
El
francés, Ernesto Lepetit, lleva “soportando” las extravagancias de Sonia
Ivanova, su mujer, desde que se casaron. Cuarenta años son muchos para estar
oyendo continuamente que su gran amor, Constantin Petrovitch Tzerpieff quedó
perdido en Rusia entre el humo de la locomotora en la que pensaban huir, pues
los padres de ella, de clase alta, no aceptaban el noviazgo de Sonia con un
vulgar batelero. Así que a los 17 años, Sonia decide fugarse con su apuesto
caballero, pero “se perdió”. Ella se fue a Francia y a los tres años de residir
en París se casó con Ernesto. Está claro que este descuido por parte de ambos
amantes no se sostiene, de ahí que el autor lo refleje mediante la ironía del
humor absurdo
SONIA.- ¿Tú también conocías…?
CATHERINE.-
¿El qué?
SONIA.- Mi aventura con él
CATHERINE.-
¿Qué si lo sabía…? ¡Pero mamá, hace cuarenta años que nos la cuentas y que nos
hablas de él!
SONIA.- Entonces debe ser verdad. Estará muy
vejestorio
[…]
CATHERINE.-
…Seguro que pasa de los treinta
Durante
la primera parte de la obra, Sonia continúa recordando a todos que ellos no han
vivido el gran amor que ella sintió con Constantin, sin darse cuenta de que ya
ninguno la toma en serio y de que, probablemente, el resto de la familia tenga
una vida más emocionante de lo que ella piensa
ERNESTO.-
Tengo una cosa que decirte, Sonia
SONIA.- Pues yo dos
ERNESTO.-
Muy bien
SONIA.- …Katia tiene un amante. No sé quién me lo dijo
ERNESTO.-
Yo. Hace un rato
[…]
SONIA.- …Le he dicho: “Me parece, Alejandro, que
pasas mucho tiempo en la librería …con Claudette” […] Me ha confesado la verdad
inmediatamente […] que andaba detrás de ella […] que hay un tipo viejo con
dinero que la sacaba los domingos […] Claudette no tardará mucho en decidirse
entre él y el tipo de los domingos (Ríe. Y de pronto) ¡Ernesto!
ERNESTO.-
¿Sí?
[…]
SONIA.- Sí, “vamos”, no insinúo: afirmo ¿Eres tú el
tipo?
Todo
se mantiene en esa situación que sirve de planteamiento hasta que se presenta
Constantin y consigue en el Acto Segundo, dar un giro a lo que creíamos. Si
terminase ahí la obra podría ser perfectamente actual pero hemos de tener en
cuenta la época en la que fue escrita (mediados del siglo XX) y el público al
que iba dirigida entonces (en su mayoría, burgués y de clase alta), por lo que
no es de extrañar que triunfe la moral cristiana y familiar por encima de todo.
Sin
embargo, encontramos un retrato irónico de la burguesía y la manera hipócrita
que tenía al enfrentarse al matrimonio, la fidelidad era lo que, a costa de lo
que fuese, había que mantener de cara la sociedad, aunque los matrimonios
hiciesen aguas
CATHERINE.-
Te equivocas, Michel es una gran persona. Me quiere
SONIA.- ¿Y Bellecroix?
CATHERINE.-
¡Ese es el drama!
SONIA.- ¿Está casado?
CATHERINE.-
No. Quiere que me divorcie
SONIA.- No olvides que te debes a tus hijos. Ese
asunto tiene que terminar, hija mía
El
patriarca, además de ser el único que aportaba los ingresos, debía mantener
contenta a su mujer, aunque ésta se olvidase de todo, dedicada a alimentar una
fantasía, fruto del complejo de inferioridad que, como Sonia, poseían
determinadas mujeres del siglo XX, época en la que todos sus logros y
aspiraciones se limitaban a obtener un buen marido. De ahí que nunca estuvieran
satisfechas en la realidad vivida por lo que su imaginación idealizaría los
sueños incumplidos; recordemos que los conceptos “machismo”, “matrimonio
infinito”, “bobería femenina” o “paternalismo masculino” eran habituales. Por
eso se agradece que Roussin se valga del humor absurdo para exponer esta
situación, que queda ridiculizada desde el comienzo con el nombre del
protagonista, de hecho, la elección del nombre en los personajes masculinos
dice mucho, irónicamente, de estos, algo que nos recuerda a la comedia francesa
del siglo XVII, Lepetit, Constantine, Bellecroix son una muestra de ello:
ERNESTO.-
…eres mi mujer desde hace cuarenta y cinco años…
SONIA.- ¡La señora Lepetit!
ERNESTO.-
¡Exacto! La señora Lepetit
SONIA.- Podías haberte llamado Legrand, en vez de
Lepetit
ERNESTO.-
Mala suerte
SONIA.- Y si aún llamándote Lepetit fueras más alto…
No
sólo la ironía es casi una constante de La
locomotora, la hipérbole aparece en numerosas ocasiones, lo que contribuye
a acrecentar el humor de determinadas circunstancias
CATHERINE.-
¡Mamá, eres única!
SONIA.- Me receta potingues y me deja morir. He
estado tosiendo toda la noche
El
estilo participa de la insistente observación de la vida burguesa del
novecientos, de ahí que los diálogos sean sencillos, sin pretensiones de
profundizar en temas serios, pero con altas dosis de exageración
ERNESTO.-
Quiero decir que si antes… ¿bebía mucho?
SONIA.- Bebía con estilo, con clase
ERNESTO.-
Es muy posible que llegue completamente borracho
No
abundan las acotaciones, simplemente las funcionales para situar al espectador
en la casa, o en las diferentes entradas o salidas, pero es normal encontrar en
la obra que el autor no consigne los gestos de los personajes mientras hablan,
dejando así libertad al director para representarla según la imagine; no
obstante, a través de los parlamentos de Sonia presentimos un tono enérgico,
enfático, para pretender convencer a los demás o decirles lo que deben hacer,
mientras que en Ernesto, el tono grave, y al mismo tiempo benigno y calmado,
indica dónde reside la verdadera autoridad y credibilidad familiar. Entre ambos
surge una perfecta armonía que da como resultado una comedia divertida, con
cierto aire acogedor en el que resaltan movimientos y gestos feministas por
parte de las mujeres, aunque lo que predomine en estos diálogos sea el humor,
al producirse determinadas confusiones en el significado connotativo que contienen
ISABEL.- Yo
creo que mamá sabe lo que hace
SONIA.- ¿Qué?
ISABEL.-
¡Pues… que ella vive su vida!
Precisamente
las implicaturas que pueblan los diálogos provocan juegos de palabras que
favorecen el histrionismo
ERNESTO.-
…Te aseguro que te engañas…
SONIA.- ¡No me engaño, me engañas!
Sonia
pretende ser persuasiva, de ahí que corte en varias ocasiones a su interlocutor
CATHERINE.-
… ¿Piensas que creerá que soy su hija?
SONIA.- ¿Y lo dudas? ¡Tú eres su hija!
ERNESTO.-
Tu madre ha decidido que tengas tres años más
[…]
SONIA.- …¿No comprendes la emoción que tendrá mi
hermoso cosaco?
ERNESTO.-
¡Ah! ¿Pero también es cosaco?
SONIA.- Tú te callas (A Catherine) Además ¿a ti qué más te da?
Así
pues, no nos quedemos con el desenlace; si somos conscientes del acertado
diálogo, del humor sin ostentaciones, de la hábil mezcla entre realidad y
ficción, de la naturalidad espontánea de Ernesto, de la originalidad y gracia
de Sonia, de la sutil ironía a la impostura burguesa, de la burla que contienen
los apellidos o los motes, encontraremos rastros de Molière, pues como el padre
de la Comédie française, Rousin es
consciente, al ridiculizar la debilidad de Sonia, de que está proyectando
cierta profundidad psicológica que denota la amargura de quien se ha sentido
sola y debe inventar un mundo paralelo; desconsuelo que se intensifica al
chocar el sueño con la realidad por eso decide que «La verdad es aquello en lo que creemos».
Puede
que el estereotipo paternal de Ernesto vaya más allá del fiel amante
reproducido «(…Ella continúa su
solitario, bajo la mirada divertida y tierna de Ernesto)», pero quizás sea
esto lo que aporte el patetismo necesario a la bufonada inicial, lo que no nos
haga olvidar la condición solitaria de la mujer en la familia y sociedad del
siglo XX.
Sin
embargo no hay tristeza ni dolor en La
locomotora, las respuestas ingeniosas, ágiles, unidas a gestos,
movimientos, acercamientos desmesurados, presentes en toda la comedia,
consiguen dotarla de un carácter deliciosamente humorístico y elegante.
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