Indudablemente
nos encontramos ante un genio de la narrativa, un maestro de historias bien
contadas, un talento de la inventiva. Porque Andrés Neuman no sólo inventa historias sino que las reinventa.
Quedé francamente seducida al leer El
viajero del siglo. Me deslumbró, sobremanera, Alumbramiento, libro de
cuentos en el que ya, si comparamos sus títulos, resultan antitéticos; si en Hacerse el muerto abundan las anáforas, en los anteriores brillaban con fuerza
las catáforas, «Ella pasea sentada.
Espera sentada. Seduce sentada». Y sin embargo este paralelismo establece
el que se da entre los contenidos de ambos libros, (editados en Páginas de
espuma) el arte moderno, la mezcla realidad-sueño, el espejo como reconocimiento
de uno mismo o el acostumbrarnos al sufrimiento. Asimismo terminan los dos con
el Dodecálogo de un cuentista.
Ahora
estoy impresionada, ¿cómo es posible decir tanto en tan poco espacio? Al leer Hacerse el muerto encontramos los
tópicos clásicos, los más clásicos aunque pasados por el laboratorio de la
indagación, de manera que Neuman demuestra en este libro de cuentos que los
clásicos nunca mueren y que pueden convivir en feliz armonía con las nuevas
técnicas literarias. Lo dicho, formidable. Porque el autor sabe experimentar
con la muerte o con posibles situaciones en las que, por su proximidad,
transmite el horror, con la indecible percepción del que ya no está o cree que
no está, con la tristeza del que tiene cerca a alguien desaparecido y desea
ponerse en su lugar, con la confusión al apreciar, según pasa el tiempo, la
piel del otro, con los sentimientos de aquéllos que nos han precedido y que
ahora, en cómo actuamos, nos reflejamos igual que si fueran nuestro propio
espejo.
Creo
que la función emotiva, o expresiva, es la que predomina en Hacerse el muerto. Pero hay otras.
Formalmente
el libro está compuesto por 30 cuentos agrupados en cinco partes. Luego está la
final, el Apéndice para curiosos, de dos dodecálogos sobre el cuento posmoderno
y el cuentista.
Los
primeros cinco cuentos tienen que ver con la muerte. El tópico literario que descubrimos,
sobre todo, es el memento mori, desde
preguntas retóricas «¿Por qué me gusta
hacerme el muerto?» que expresan sus verdaderos sentimientos como la
incomprensión «…como lamentan los amigos
o cónyuges más sensibles?» o la soledad «Al
ver el mundo mientras no miro nada», hasta figuras literarias como la
antítesis o el oxímoron «agrio placer»
que atraen la atención del lector para recordarle que lo importante es ser
conscientes de que el ser humano es sencillo, al tiempo que indescifrable y,
por supuesto, efímero. Si nos damos cuenta de esto podremos igualar la muerte y
la vida, construir con ellas dos partes de una unidad «Me deshago de la muerte jugando. Entra en casa mi hijo. Volveré a
respirar».
En
Estar descalzo aparece también esa
conciencia de fugacidad, el tempus fugit;
nuestro universo, en el que todo gira según lo previsto, «como el balde con agua donde entraba y salía la fregona…», es
perfecto hasta que se produce un efecto contrario al esperado «las estelas de claridad iban borrándose del
suelo»; es el reflejo de nosotros mismos, brillamos en el mundo hasta que
dejamos de hacerlo.
La
maldad del ser humano, asimismo algo innato, se refuerza con la tortura al
disfrutar con el horror del otro, con el miedo, demostrándonos que somos una
especie capaz de llegar al límite de la repugnancia, de ahí que encontremos
epanadiplosis que enmarcan el odio y la cobardía ante un semejante «¡Llorá, maricón, llorá!».
Las
expresiones coloquiales del lenguaje oral, en Un suicida risueño conviven con frases inacabadas se mezclan con
pleonasmos, enumeraciones, comparaciones hiperbólicas o anáforas
paralelísticas; todo ello remarca la unidad de la función poética con la
expresiva, consiguiendo un lenguaje ágil en el que destaca, entre la angustia,
el humor: «Cargo el arma […] la dirijo a
mi sien izquierda (soy zurdo, ¿por?) […] No sé de qué demonios se reirá mi boca
[…] Por muy apesadumbrado […] por muy lamentable […] por convencido que esté
[…] hay algo en la situación […] en mi sudor cayendo en forma de grageas […] me
concedo una pequeña prórroga. Una semana. Dos. Un mes exagerando mucho. Y
mientras tanto, claro, procuro divertirme».
Si
los oxímoron exponen situaciones trágicas «espantosamente
cómica», las situaciones antitéticas son las encargadas de marcar el
verdadero final, resaltadas a través de la tradición clásica encontrada en los
cuentos: Tempus fugit «Como si cada día
fuese la prórroga de algo que en realidad había concluido», de contemptus mundi
«Su furia se volvía de manera irremediable contra sus propios intereses y le
iba arrebatando la poca felicidad de la que disponía» o Vita militia «…Que se habían alegrado de
cada uno de mis fracasos. Pero sobre todo, les hice ver que los comprendía muy
bien, porque yo había sentido exactamente lo mismo con respecto a ellos»;
sin embargo hay un carpe diem que
resplandece aunque sea tímidamente, que quiere abrirse paso entre tanto dolor «Sonreí. Los miré a todos. Melchor, Ariel,
Rubén, Nora. Después salí de la casa y cerré la puerta con llave.»; es cierto
que este carpe diem es
indudablemente desalentador porque en la alegría, en el disfrute de uno está
implícito el escarnio al otro; y a pesar de esto, el autor no olvida su sello
lírico hasta para describir la fealdad «Algún
saludo aislado, de sardónica cortesía», como tampoco olvida el humor al ver
en los demás lo que más odiamos de nosotros mismos ni, por supuesto, la
necesidad de sufrimiento para demostrarnos que tenemos vida y la sentimos, y
que esa vida, como sus frases, puede acabar en cualquier momento «Lo segundo no lo planeé.» «Él jugó sus
cartas, yo las mías.».
Los
cuentos que conforman Una silla para
alguien remarcan la tristeza que podemos llegar a experimentar; y lo
paradójico es que toda esa pena está expuesta en el, posiblemente, microrrelato
desgarrador más corto leído (o uno de ellos). Madre atrás razona el amor hacia la madre, la indefensión ante la
muerte que se transforma antitéticamente, cuando llega, en la mayor vitalidad
percibida «llegar adonde nunca
sospechamos que llegaríamos», y la lógica del ser humano al advertir que
los sentimientos dependen del otro y de la situación en la que nos encontramos,
de ahí que al recordar a su madre, el narrador confiese «ciertos amores no pueden retribuirse».
En
Madre música el sueño y la realidad
se confunden consiguiendo experimentar el efecto de la misma como carpe diem si ésta viene de la mano de
quien queremos «El tiempo nos deja
huérfanos, la música nos adopta». Pero el poder igualador del sueño es
efímero, por lo que, como en Una carrera,
lo vivido en él es demasiado rápido, aunque sea capaz de transmitirnos vibraciones
periódicas de la realidad «con rastros de
ondas anteriores».
El
cuento que da título a este grupo, Una
silla para alguien, plantea la destrucción de algunos tópicos como la
inocencia que emana del blanco; más que candor, el blanco queda asociado a la
pureza, pues reside en el esfuerzo que hacemos para mantenerlo, «hace falta cuidarlo». El blanco es el
que le atribuye a la madre por sus características femeninas y nobles (símbolo
del comienzo, de la vida) y al mismo tiempo débiles (ausencia de color, de
vida). Asimismo, por su fugacidad y atemporalidad queda unido a la «Silla veloz, silla de tiempo, silla vacía
al aire.» que el narrador-autor había preparado para su madre.
Sinopsis del hogar es otra unidad formada
por 5 cuentos. La confusión sueño-realidad se mantiene, como característica
fundamental de Neuman, pero además de los tópicos clásicos carpe diem o tempus fugit,
vistos antes, en estos aparece el homo
viator; alguien puede formarse, endurecerse, a pesar de la soledad que ha
podido sentir en un momento «Mi padre no
ama a nadie».
Puede
que intentemos mirarnos en el espejo de ese padre, a quien tenemos tan cerca, para
evadirnos de nuestros propios problemas «Tengo
la convicción de que, por la vía de esta praxis atrevida, alcanzaré antes el
nivel de mi padre», si bien, sólo podremos salir del desamparo por nosotros
mismos «Esto es algo que debo resolver yo
solo, yo solo». Por supuesto el agua, otra constante en el autor,
permanece; ahora es el elemento fundamental que se ensombrece al absorber el
sufrimiento; es la vida como sueño dentro de otro sueño, donde podemos tomar
conciencia de la muerte como algo natural para poder enfrentarnos a nuestros
objetivos; alcanzaremos la madurez cuando salgamos beneficiados del impulso
extra realizado para cumplir lo propuesto.El ser humano se caracteriza,
entonces, por ser un vehículo transitorio, una máquina de supervivencia en la
que predomina el egoísmo a pesar de cualquier conmoción inicial experimentada
ya que, una vez que nos ponemos en marcha para alcanzar los fines pretendidos,
las recompensas actúan como impulsos para seguir luchando por lo que queremos «Me vi en mitad del mar, […] sin rastros de
Anabela. Y me sentí, no sé, dos veces asustado. […] y ahora sí, pensé en
Anabela, en que lo había logrado, en que por una vez había estado a su altura».
La
antítesis del ser humano queda reflejada en los cuentos de Bésame Platón. Las contraposiciones entre Platón y Aristóteles
aparecen revestidas de diferentes situaciones humorísticas, desde
conversaciones de pareja donde, bajo la pretendida controversia de lo que es
realidad y la búsqueda de la verdad, se llega a unificar conceptos «mi mujer confunde el banquete con el
apetito», hasta circunstancias, traídas de anuncios publicitarios, en las
que el humor basado en la precisión, la mentira, las prohibiciones, las
contradicciones, las paradojas, las evidencias o los sueños, advierten de la
soledad del hombre y sus deseos de vivir intensamente «Jacinto, cariñoso, divertido, lleno de curiosidad, 81 añitos, busca
relación estable con mujer similar que tenga toda la vida por delante».
Una
vida plena que puede incluir hasta lo condenable en otras épocas, como la
homosexualidad o la comparación del sexo apasionado con la mística, «Juana (sor Juana Inés de la cruz) me hablaba […] “Me fuerzas a pecar,
maldito” “Por tu cuerpo ya no tengo perdón” “Me empujas al infierno”».
En
Monólogos y monstruos, aparece lo más
aberrante del ser humano, aquél que observa la vida de los demás sin molestarse
en ayudar al prójimo, sin conciencia porque no es exactamente la víctima; aquel
miserable capaz de vengarse sólo para demostrar que es alguien cuando en
realidad su vida está exenta de alicientes; con sarcasmo, Neuman construye un
alegato contra la incultura, fuente de racismo y violencia, contra la falta de empatía,
causa de un dramatismo absoluto capaz de animalizarnos, contra la perversión al
justificar lo injustificable, contra la dictadura de los poderosos que intentan
perjudicar al más débil y que en realidad son un reflejo del odio que sienten
hacia los demás al encontrarse a sí mismos solos, apartados, martirizados
incluso por el egoísmo de sus propios actos.
Para
reforzar lo repugnante de estas personas mezcla situaciones tensas que recalcan
más el sarcasmo pretendido por la rapidez que aportan las frases nominales, las
anáforas, los enunciados cortos, incluso inacabados «Respirar es diferente. Ya no hay mareo. Y no hay ahogos. Ya no, la
pierna» «Necesito que alguien me dé un cigarrillo. Necesito que alguien, por
favor».
Y
por supuesto, estos monstruos se agigantan mediante el humor «Se ruega a la dirección del hotel que, dado
lo infecto de su ilustre huésped, se proceda a una fumigación exhaustiva de la
séptima planta…».
En
Breve alegato contra el naturalismo
encontramos que, como en la teoría de cuerdas, nada es lo que parece pues al
interaccionar éstas, adquieren infinitas posibilidades. La música sigue siendo
un factor clave «Parecen partituras»,
el humor con un punto de tristeza también «Sobre
todo para esa clase de hombres (concretamente, todos) que esperan encontrar a
una mujer lasciva debajo de un vestido corto», y por supuesto el humor con
un mucho de ironía «Mis cuerdas no se ven».
La
lírica cubista se transforma en prosa de forma que, recomponiendo la realidad
mezclada que nos ofrece, aparezca un asesinato «Mi cadáver yacía en el extremo del cuarto».
Las
antítesis, lo posmoderno, las metáforas cibernéticas, la unidad entre unos
cuentos y otros, la teoría de un nuevo mundo nacido del caos, que como el
tiempo será circular, el poder de la memoria histórico-cultural son recursos
que, como Fresán en Historia Argentina, nos recuerdan la importancia de no
olvidarnos del pasado, de no despreciarlo porque puede volver «Los monitores anochecieron. Los buscadores
se vaciaron como un balde boca abajo […] hombres y mujeres con un rictus de
extrema seriedad […] memoria sin recuerdos […] Al cabo de unos meses,
obtuvieron la extraña maravilla que alteraría para siempre nuestra noción de la
lectura. La llamaron imprenta».
El dodecálogo cuarto: El
cuento posmoderno
expone una serie de normas sobre este tipo de escritura que él y Fresan entre
otros, están sintiendo y transmitiendo para que apreciemos la vida desde otro
punto de vista
Desordenar el orden cuenta más que
ordenar el desorden
¿Se
puede decir más, pensar más con tan pocas palabras?
Sólo
nos queda agradecerle a Neuman que siga intentando su revolución hacia la
verdad.
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