Se hace algo raro
observar cómo vaticinios, sugerencias o teorías formuladas hace 1, 2 o 3 años
se cumplen en la actualidad. Si tenemos en cuenta que hablamos de política es
menos raro, tanto es el tiempo que quienes ostentan el poder (o al menos ellos
así lo sienten) se empeñan en campar a sus anchas sabedores de su impunidad. Es
verdad que algo empieza a cambiar, la cantidad de personas juzgadas por delito
de fraude, malversación, estafa, robo o corrupción es exagerada; parece que ya
no hay tanta exención. Lo peculiar es que, sabiéndolo, sigan cometiendo
cualquier tipo de delito y lo más extraño aún es que estas personas continúen
ocupando cargos que el pueblo aprueba, pues hay quienes los votan; incluso
ahora que Sánchez ha subido al poder —con malas artes según algunos— y ya ha
empezado a enmendar algunos destrozos, parece que vaya a tener los días
contados si nos atenemos al apoyo con el que va a contar en el Congreso —dicho
por ellos mismos— y al respaldo que muchos incondicionales siguen mostrando al
partido, probablemente, más corrupto de la democracia.
Esto lo puedo pensar yo
—que sí— o no, eso es lo de menos. Lo que importa es que Cuando los tontos mandan
está compuesto de noventa y cinco artículos escritos por Javier Marías y que vieron la luz en el País en su momento, durante los años 2015 y 2016. Dos años
poniendo las cartas boca arriba, sin cortarse un pelo a la hora de dar nombres.
Dos años que, a pesar de sus quejas, de sus denuncias, de su visión clara, han
servido de poco
Rajoy y su Gobierno […] han despreciado
a todo el mundo y no han atendido a las razones de nadie […] Han impuesto leyes
injustas y recortado derechos y abusado finalmente […] Su partido ha practicado
la corrupción enfermizamente. No han dado explicaciones de nada y han
menospreciado al Congreso.
Se me ocurre que quienes
precisamente siguen mostrando simpatía por los integrantes del ahora anterior
gobierno, son personas, en su mayoría, que tienen miedo a una izquierda, sea la
que sea, que continúa siendo un reflejo diabólico, o en su minoría —y esto lo
espero de verdad— que no les parece mal el robo o la estafa mientras pueda
hacerse sin que te pillen. Si no, no lo entiendo, como tampoco lo entiende el
autor.
Marías razona además
sobre el gobierno de su ciudad y da nombres y apellidos de alcaldes que han
pasado por Madrid extorsionando, puede que tenga razón; sin embargo desde mi
posición de mujer de provincias, ni eso me temo, ir a Madrid es un soplo de
aire fresco; por eso voy cada vez que puedo. Hay espectáculos ¡todos los días!
con los que pasar el rato, cine, teatro, musicales, exposiciones diversas,
tanto en museos como en entidades bancarias e incluso en la calle (ya comenté
en su día los maravillosos días que pasé en el Corral Cervantes una idea
que me pareció acertadísima y que le dio más vida si cabe a la Cuesta de
Moyano. Así que en esto no soy objetiva; claro, que no vivo en Madrid y no
tengo que soportar el ruido de constantes reformas, manifestaciones,
espectáculos o simplemente gente que circula en días señalados, como puede ser
Navidad, por lugares donde no cabe un alfiler. Me ha costado trabajo llegar a
la Plaza Mayor a primeros de diciembre; no quiero pensar cómo se tiene que
poner la zona en Nochevieja. Pero desde mi ciudad, pequeña, sin tanta variedad
cultural para escoger, también “sufro” las procesiones, las fiestas de
Cartagineses y Romanos, las romerías, una navidad en la que es casi una hazaña
aparcar el coche en el centro o el forofismo futbolístico que decide pasar
horas tocando las bocinas de sus coches cada vez que cualquier equipo gana
algún trofeo. Digo esto, no porque me queje —aunque puede que sí— sino porque
es fruto de la sociedad en la que vivimos. Primero somos más, infinitamente más
que en el siglo pasado, y casi todos queremos la ciudad antes que el campo,
mucho más tranquilo, o las urbanizaciones apartadas al alcance de una minoría.
Así que eso es lo que hay; y si esto ocurre en cualquier ciudad es normal que
en la capital tanto las ventajas como los inconvenientes se multipliquen,
aunque no está mal recordar que el estrés sufrido por todos nos está
deshumanizando. Antes «Nadie se aburría
si disponía de una tarde sin quehaceres, se inventaban actividades y no se
requería que los ayuntamientos —convertidos hoy en fábricas de imbecilidades
ruidosas— promocionaran entretenimiento en calles y plazas. La gente era
imaginativa, no bovina como en nuestro tiempo».
Pero hay algo que no
comparto con Javier Marías, que conste que es si no el preferido, uno de mis
autores predilectos, y que he disfrutado leyendo sus artículos porque dice lo
que piensa sin temer a la venganza, cualquier tipo de ella; pero no entiendo
por qué tiene esa especial aversión hacia la alcaldesa Manuela Carmena, yo la
veo y encuentro que está reformando la manera de ver el país, incluso con
hechos criticados por poner chicos, chicas, chico-chica, chica-chica,
chico-chico en los semáforos. Creo que no es un capricho banal, es otra muestra
más de que la sociedad va cambiando y hay que ver determinados actos con
naturalidad. Me ha gustado que regale un libro a los niños que nacen en Madrid,
otra forma de acercar la cultura a las casas. Me gusta su sonrisa, su saber
estar, su no insultar a nadie a pesar de los insultos recibidos desde que es
alcaldesa. Me gusta que dé la bienvenida a los refugiados desde una pancarta gigante
colgada del ayuntamiento, aunque probablemente, como todo ser humano se haya
dejado llevar por la alegría de quienes consiguen sobrevivir a una trampa
mortal, al menos es lo que yo entiendo y parece que el nuevo gobierno también «Interiormente aplaudía a los subsaharianos
que lograban saltar la verja de Melilla […] ahora es la regidora de una capital
europea, y que estaba animando a algo ilegal, alentando a quienes saltan la
verja por las bravas a continuar y a venir […] la ex-juez ha perdido el juicio,
ahora que ya no juzga, sino que ejerce un cargo público de gran responsabilidad».
Pues a mí, que no soy política, me gusta su bondad y que ésta prevalezca a una
ley cuanto menos humillante, me gusta que apueste por el diálogo y que tenga
presente la memoria histórica y me gusta salir a las 7 de la mañana, encontrar
las calles hechas un estercolero, sobre todo cerca de determinados
establecimientos donde van a desayunar, o cenar, quienes han estado de farra
toda la noche, y ver todo un batallón de limpieza para dejar la ciudad en
condiciones. En fin, me gusta Carmena y la labor que está haciendo, claro que
no he investigado a su equipo y no sé si hay rencillas o no, pero en general la
imagen que da es precisamente buena, todo lo opuesto a la corrupción habida
hasta ahora; incluso ha saneado las cuentas del ayuntamiento y no hay deudas
según creo. Bueno, ya está bien de hablar sobre un tema que en los 95 artículos
aparece en 3 o 4 ocasiones. En el resto estoy totalmente de acuerdo; es curioso
cómo en el 2016 acertó de lleno en el análisis sobre Trump, aunque fallaran sus
expectativas (y las de tantos otros) «el
secreto de su éxito reside en comportarse como […] un fracasado resentido e insatisfecho […] amargarles la vida a los
afortunados y machacársela a los “inferiores”: inmigrantes, pobres, mexicanos,
musulmanes […] Esperemos que no lo consiga, (el poder) dentro de nueve días».
Si hay algo que admiro especialmente
en el Marías articulista es su capacidad de, sin que apenas lo note el lector,
pasar de un tema a otro para aprovechar la jugada y criticar a los dos; es lo
que ocurre, por ejemplo, cuando está comentando que «España es el país peor hablado de cuantos conozco», y aquí creo
que tiene razón, para denostar a un premio Nobel «El recurso es tan vetusto como Camilo José Cela (de cuyo nacimiento se
cumple el centenario), quien ya en los años cincuenta del siglo XX se dedicó,
para hacerse el “transgresor” y como gracia de la que carecía, a soltar
groserías en toda ocasión y circunstancia, exhibicionismo puro […] No cabe duda
de que fue un pionero de la zafiedad que hoy impera en España, y en eso (ya que
no en su literatura) en verdad creó escuela». Sin comentarios y con aplauso
para Marías.
El autor no deja títere
con cabeza, dos años dan para mucho y nuestro mundo también; por eso recuerda a
los nacionalistas lo ocurrido con «este
malhadado Brexit: para que el resto nos demos cuenta de cuán fácilmente puede
uno arruinarse la vida, no por delicadeza como en el verso de Rimbaud, sino por
prolongado embrutecimiento y un ataque de frivolidad».
Por eso afirma que hay
una gran mayoría, en este mundo de locos, que envejece de manera ridícula, sea
por voluntad propia o porque «Sus hijas y
nueras los han engañado: “¿Por qué no vas a ponértelos, si así vas más cómodo y
fresco”. Apenas quedan viejos […] que continúen siendo los hombre que fueron,
sólo que con más edad».
Y por lo mismo nos recuerda
que no debemos confundir derecho y deber. Tenemos el deber de «no maltratarlos gratuitamente», pero «lo de los “derechos” de los animales es uno
de los mayores despropósitos (triunfantes) de nuestra época […] sus
propietarios en realidad los quieren para sí…»
Y, por supuesto, maestro
en el manejo de la lengua es una delicia leer, con el humor sarcástico que lo
caracteriza, sus reflexiones sobre el idioma «si un político emplea la ya gastada fórmula “los ciudadanos y
ciudadanas” sé que es un farsante, un demagogo y un ignorante de la gramática.
Si escribe amig@s o camarad@s, lo tengo además por idiota […] Que todo lo
“bueno” tenga que ser diminutivizado me hace ser pesimista respecto al nivel
intelectual y al espíritu de mis compatriotas […] Pero quién soy yo para
criticar nada. Aún menos para oponerme al mainstream y ejercer de hater, mejor
que me mantenga en el backstage, le dé a todo el mundo un break, no me ponga en
plan bulling lingüístico y acepte que, en el mejor de los casos, soy un
producto muy vintage destinado a pronto desaparecer con mis anticuados
targets». ¡Genial!
En fin, Javier Marías
alerta sobre la obsesión que empezamos a tener con la paridad, sobre que somos
un país incapaz de agradecer y admirar sin reservas, sobre las incongruencias
que vivimos como no permitir imágenes de gente fumando en una pantalla pero sí
las de fusiles de asalto, cuchillos, drones, maltrato, alcohol, drogas…, sobre
la excesiva sensibilidad que no hace sino crear más palabras tabú para no
molestar a nadie, hasta el punto de que pronto «no nos entenderemos. “te veo con tamaño distinto” me esforzaré en
decirle al próximo amigo al que vea muy engordado».
Marías lo comenta todo, bien
de tipo social, político, humano o sentimental. Puede que sea duro a veces con
determinadas personas o actuaciones, pero normalmente éstas son malas o nocivas
para la humanidad, para el enriquecimiento del ser humano como hombre racional,
la prueba está en que confundimos épocas con cultura, con historia, con
tradiciones y terminamos prohibiendo aquello que nos hace pensar, «ha exigido que desaparezcan del programa
filósofos como Platón o Descartes y Kant, por racistas, colonialistas y blancos
[…]la vida inteligente queda cohibida, arrinconada. Cuando ésta se acobarda, se
retira, se hace a un lado, al final queda arrasada». De ser así ¿hasta
dónde seremos capaces de llegar? No quiero ni pensarlo; por ahora me queda el
consuelo de evadirme leyendo a maestros como Javier Marías que me ayudan a
abrir los ojos y entender algo más al hombre actual.