Es increíble que dos
personajes, en un principio tan triviales, vayan evolucionando a través de las
páginas hasta convertirse en originalmente extraordinarios.
Un joven matrimonio con
contratiempos corrientes, domésticos en su mayoría, en los que se intuye, de
vez en cuando, una violencia contenida que no va más allá, hasta que deriva a
veces en física, para Sydney Bartleby y verbal o psicológica por parte de Alicia,
su mujer «Sydney le golpeó el rostro con
el trapo mojado. Alicia se sobresaltó, luego se puso rígida y le arrojó la taza
que estaba a punto de dejar en el secadero».
Sin embargo, del
verdadero problema nos enteraremos conforme avance la novela, aunque el lector
intuya al comienzo, en la descripción de la casa donde viven, en el extrarradio,
que algo del descuido que muestran por su vivienda y el aislamiento espacial
salpicarán a la pareja «El terreno que
rodeaba la casita de dos pisos de Sydney y Alicia Bartleby era llano […] el
seto […] nunca lo había recortado […] Con gesto automático sujetó con una mano
el armarito de metal antes de abrir la puerta pegajosa y sacar la mostaza…»
Así
arranca Crímenes imaginarios, y no debemos ahondar
mucho para entender por qué unos jóvenes recién casados se van a vivir a las
afueras. Son artistas, aunque sin éxito; Sydney, escritor, recibe una y otra
vez el rechazo de su novela y de los guiones que presenta para una serie de
televisión «Con frecuencia a Sydney se le
ocurría que la mediocridad de su padre pesaba sobre él como una maldición».
Alicia, pintora, tampoco expone ni vende ningún cuadro. Sólo reciben la visita
esporádica de otro matrimonio, Alex y Hittie, que, si bien al principio parece
que son íntimos amigos, Patricia
Highsmith se encargará de que nos demos cuenta del egoísmo de Alex, capaz
de delatar a su amigo ante la prensa y la policía, tras extorsionarlo al
pedirle el 60% de las ganancias de la serie que por fin está teniendo éxito; al
no ceder frente a la amenaza de Alex éste la lleva a cabo y la vida de Sydney
se va transformando en un infierno desde que Alicia lo dejara y, de mutuo
acuerdo y según habían experimentado otras veces, se fuera sola una temporada;
pero Alicia no vuelve y todos sospechan de Sydney, en parte porque él va
realizando acciones, que apunta religiosamente en una libreta, y lo convierten
a ojos de todos en un verdadero asesino. Sydney sólo imagina lo que sería el
asesinato perfecto para una novela y ante los interrogatorios de la policía se
muestra nervioso, sin importarle parecer culpable; todo lo contrario.
Lo ingenioso es que
también resulta sospechoso del asesinato de su nueva vecina, la amable señora
Lilybanks. Sabemos que es amable, sabemos que está sola y sabemos por qué se ha
ido a vivir aislada, porque el narrador, omnisciente, durante toda la novela
nos informa de cualquier pensamiento de los personajes, y por lo tanto, también
de los de la señora Lilybank «Pensó en su
hija Martha, que estaba en Australia, en su nieta Primie, que en aquellos
momentos se encontraba en Londres…» Y esta anciana, enferma del corazón,
sufre un ataque cuando Sydney iba a cenar con ella ¿Por qué? ¿Se asustó al
verlo? ¿Fue de manera natural? Esto no queda reflejado; en ese momento el
narrador abandona su omnisciencia pues no le interesa que el lector sepa más; y
no lo sabremos. Como el título, deberemos imaginarlo al terminar la novela «—¿Señora Lilybanks? ¿Qué ocurre? —dijo
Sydney acercándose a ella. El rostro de la señora Lilybanks estaba
horriblemente pálido, tenía la boca abierta, como si acabase de sufrir una
impresión terrible. Emitió un ruido estridente, trémulo, cayó de espaladas sobre
el sofá…»
Patricia Highsmith
consigue que el lector desconfíe de Sydney, pues hay momentos en los que es
difícil distinguir la realidad de la ficción ¿Qué ocurre en realidad? ¿Qué
inventa el protagonista? ¿Por qué Alicia no se pone en contacto con nadie para
exculpar a su marido? «Se alegraba de que
Alicia no estuviera en casa durante unos días, ya que tenía la sensación de que
su ausencia le daría una oportunidad al Látigo. De hecho, Alicia estaba muerta.»
La tensión continúa al
tiempo que nos vamos enterando de reacciones diversas, tanto de Sydney como de
Alicia; sus cambios de comportamiento revelan mentes atormentadas; no son
simples artistas, o lo eran y, por circunstancias ocurridas, van
transformándose en auténticos psicópatas. De hecho Sydney aprovecha todas y
cada una de sus adversidades (ya está bajo la sospecha de todos, la policía lo
acosa constantemente y el resto le da la espalda) para seguir anotando ideas
que posibilitarían futuras novelas y que, lógicamente, al ser hallado el
cuaderno, no le aporta sino más problemas. En ningún momento pierde la calma;
la frialdad que muestra, propia de un asesino, consigue hacernos dudar a todos;
el lector se introduce en la metaficción que supone el escrito del protagonista
y, duda, como el resto de personajes, de su inocencia o culpabilidad.
El suspense, el ambiente
tenso, se convierte en macabro con la broma con la que la autora pone punto
final a la novela. El sarcasmo está servido. Y un regusto amargo queda en
nuestra mente al darnos cuenta de que cualquiera puede ser víctima o verdugo de
su propia vida según la mente confunda la realidad y la imaginación hasta el
punto de no saber dónde se encuentra.
En Crímenes imaginarios no hay buenos y malos, hay personas de
diferentes sentimientos, ambiciones y sentido de la moralidad, incluso, o
precisamente los secundarios, serán clave en el desarrollo de los
acontecimientos. Y si los personajes están perfectamente retratados, la trama
es soberbia pues nos lleva a una sociedad cruel, egoísta, descarnada, capaz de
atrapar en su red a cualquiera, sólo hace falta estar en el momento más
inoportuno de un espacio inadecuado; porque no todo es blanco o negro. La
realidad está cargada de grises que, sinestésicamente se transforman en
ambición, soledad, amor, obsesión.
Patricia Highsmith ha
creado en Crímenes imaginarios a toda
una serie de personajes confusos, misteriosos, por lo que ha conseguido más que
una novela de terror, o una novela negra, una novela de intriga. Bueno… ¿y no
es eso en realidad la verdadera novela negra? ¿No es precisamente en la novela
negra donde la gravedad se mezcla con lo nimio incluso con toques de humor para
conseguir tensionar más el ambiente?
—¡Bien! —dijo el inspector Brockway—.
Por fin hemos dado con ella […]
—¡Santo cielo! ¡Lo siento!
—Sí. Bueno son gajes del oficio —El
inspector se rio entre dientes. Tenía usted toda la razón, es una alfombra
vieja y apolillada, aunque ahora hay más moho que polillas, diría yo.
[…]
Sydney sintió ganas de decirle que
cavaran un poco más y encontrarían el cadáver, que la alfombra no era más que
una pantalla de humo
Las reacciones
desconcertantes de los personajes consiguen una trama impecable, tanto que
podríamos hablar del crimen perfecto. Da igual que surja de la mente o se
materialice. Al final no tenemos demasiado claro si todo ha sucedido realmente
o es producto de lo que cualquiera de nosotros es capaz de pensar. A veces la
realidad supera a la ficción; en este caso no estoy tan segura. ¿Estaba todo
calculado? ¿Ha sucedido? Da igual. Lo importante es que la novela sigue
cautivando por el extraño comportamiento de sus personajes, el matrimonio, la
vecina, los amigos, incluso la policía no muestra en ningún momento cualquier
actitud ostentosa ni violenta. Todo en ellos es ambiguo, el amor, la amistad,
la verdad, la moral; todo es incertidumbre y será precisamente esa vacilación
lo que consiga mantener la intriga hasta el final.
Entre las técnicas que
hacen posible el éxito de la novela me gustaría destacar el enfoque que adopta
el narrador, casi siempre omnisciente. A pesar de que la narración comienza in medias res, Sydney y Alicia, casados
y viviendo en mitad del campo, el narrador nos informa de datos, mediante
analepsis, que ayudan a fijar en el lector la personalidad del protagonista «Después invitaría a Alicia y dejaría caer
unos cuantos nombres de los demás invitados. Casi se atrevió a llevar a cabo su
plan, pero no lo hizo […] A partir de entonces le pareció que la muchacha sería
suya…»
Asimismo utiliza la
técnica de la metaficción para confundirnos más, o aclararnos el carácter de
Sydney, alguien capaz de introducir su vida en su literatura o su literatura en
su vida hasta el punto de no saber qué es qué «Todavía está por llegar lo peor: cuando el cheque mensual de A. no sea
recogido el 22 de agosto. Entonces tendré que inventarme un hombre con el que
Alicia se encuentre. Y será mejor que empiece ahora mismo».
Además, no debemos
olvidar el uso de onomatopeyas para reforzar los sentimientos de los
protagonistas, algo que consigue introducirnos en la novela como si la
estuviésemos viendo y oyendo en una película «Alex soltó una de las carcajadas con voz de falsete, “¡Ja, ja, ja, ja,
ja, ja!” que soltaba cuando algo le hacía verdadera gracia y que parecía una
imitación americana de la risa de un inglés».
Y así, al terminar la
novela también nos quedamos con la misma sensación que el narrador, no sabemos
si hemos asistido a la realidad o a la imitación de un asesino —o de alguno más—.
¡Fantástica!