Después
de tres años disfrutando (al menos yo) con el blog AURISECULAR hemos llegado a
la entrada número 100 y, realmente, no se me ocurre otro libro mejor que éste
para celebrarlo porque Musa décima es un compendio de
historias actuales, ficticias o verdaderas, que van transcurriendo de forma
paralela a otra sucedida en el siglo XVI, la de doña Oliva de Sabuco, nacida el
mismo año de Lope de Vega y coetánea asimismo de Cervantes, aunque nuestro
creador del Quijote se llevase 15 años con ambos. Pero ahí están, en claro
homenaje a estos genios auriseculares, cuya literatura no pasará de moda nunca
pues, como muy bien ha demostrado José María Merino la vida es un continuo, una sucesión de hechos que pueden
repetirse una y otra vez aunque el paso implacable del tiempo intente
borrarlos. Y si consigue desfigurar alguno, anularlo incluso para siempre, la
literatura se encarga de adaptarlo a la actualidad, de traerlo fresco a nuestra
mente. Está claro que los clásicos nunca mueren. Los auriseculares menos que
ninguno; la prueba está en esta novela, un recurso para que Merino establezca
una relación actual de amores, celos, intrigas, pasiones, con otras ya escritas
por Ana Caro, Lope de Vega, Miguel de Cervantes o doña Oliva, aunque lo de ésta
no fuera ficción sino ensayo.
Me
ha gustado Musa décima porque no sólo
la historia principal es curiosa y con el paso de las páginas va acrecentando
su expectación, me ha gustado porque todo gira en torno a la mujer, doña Oliva
Sabuco, fue nombrada por Lope de Vega musa décima, demostrando así la
admiración que sentía hacia ella. Ya en la Grecia Clásica, Safo ostentó este
título para los griegos, y en el siglo XVII también fue designada como la
décima musa, sor Juana Inés de la Cruz. En 1587, doña Oliva Sabuco escribió la Nueva filosofía de la naturaleza del hombre,
un tratado casi enciclopédico de la nueva medicina basada curiosamente en estas
terapias emocionales que hoy han demostrado poder ayudar a los enfermos, o
incluso empeorarlos según los afectos que predominen en las personas. Luisa
Oliva, una niña ávida de saber participó en las academias de su época y
aprendió nociones de filosofía, medicina e incluso psicología —aunque entonces
no se conociese—. Cuando escribió su libro, con el beneplácito de Felipe II, el
rey, fue un éxito rotundo pero a comienzos del siglo XX apareció una edición
introducida por su padre en la que afirmaba haber sido él el verdadero autor.
Hay especialistas que afirman la autoría de doña Oliva, otros apuestan por su
padre y otros, que pudo ser, por los estilos que aparecen en el libro, una
labor conjunta. Hoy eso es lo de menos, lo importante es la inteligencia de
esta mujer caída por completo en el olvido como tantas otras a lo largo del
tiempo; lo importante de la novela de Merino es la fuerza que la mujer tiene en
determinados momentos, la fe, la constancia, el ansia de saber, como le ocurre
a Berta, propietaria del libro de doña Oliva y dedicada por entero a la
investigación del mismo para demostrar lo avanzado de las teorías de los
afectos de la escritora aurisecular, incluso en ella misma, pues consigue
mantener a raya un cáncer terminal durante cinco años, a pesar de los disgustos
ocasionados por su marido, que la deja por una exalumna de la universidad y su
hijo, a quien ve en el paro tras haber estudiado una carrera universitaria.
Si
doña Oliva fue el motor que puso en marcha a todas las mentes preclaras de su
época, Berta es la maquinaria que hace funcionar no sólo a su hijo Rai, a quien
aconseja aun después de muerta, sino que reaviva la ilusión de Marina, otra
escritora a la que Berta admira, cuando sus ventas están disminuyendo. Alentada
por los apuntes que Berta le pasa sobre doña Oliva, Marina se mueve, investiga
e inventa una novela, a la que conceden un premio literario, pero en la que
olvida reseñar el agradecimiento a Berta, la mujer que consiguió resucitarla
literariamente y quien le dio a conocer a doña Oliva; Berta confió en que
Marina escribiese el libro cuando se dio cuenta de que ella no iba a poder terminarlo, «para que nuestros nombres queden juntos para siempre», y sin embargo no
cumplió la promesa, «todo lo referente al
ambiente era conocido por ella mucho mejor que por Berta [...] Su libro ya no
tenía casi nada que ver con el de la pobre Berta». Como curiosidad cabe
apuntar que en la novela de Marina, doña Oliva se atribuye ser una especie de
doña Quijota por no escuchar las prohibiciones de los demás, como si estuviera
influida por los encantamientos, para poder enfrentarse a las malas actuaciones
de la medicina de su época.
Por
supuesto, Berta es el punto de referencia para que su hijo, Rai, salga de su
depresión y se decida —tal y como aconsejaba doña Oliva— a hacer las cosas como
es debido, y así va aprovechando las oportunidades que le da la vida y venga la
soledad y el sufrimiento de su madre; se hace amante de Olga, la compañera de
Raimundo padre por quien abandonó su hogar, para luego abandonarla él, no sin
antes haberle transmitido el gusanillo de Berta por el libro, circunstancia que
Olga aprovecha para investigar sobre el editor del libro y el director, hasta
contrastar la unión con la masonería que tenían los grandes del siglo XVI. Pero
Raimundo padre se entera por la propia Olga de la aventura que mantiene con su
propio hijo; la reacción del sexagenario es insólita o humillante pues en vez
de dejarla recrimina a Rai por hacerle daño a Olga, y de esta manera causarle
sufrimiento a él mismo. La venganza ha llegado sola.
Como
también llega sola cuando Rai lee el libro de Marina y se da cuenta de que no
aparece el agradecimiento que ésta le prometió a su madre cuando Berta la
nombró heredera de todas sus investigaciones sobre doña Oliva. Al llamarla por
teléfono para increparla la deja con la pesadumbre y el remordimiento de conciencia
que no la abandonará durante un tiempo, hasta que, por fin, Rai se decide a
escribir un cómic —novela gráfica— sobre doña Oliva y Berta, sacando a uno de
los protagonistas de la novela de Marina, el hijo de Oliva, y explicando en la
introducción por qué lo hace y de quién partió toda la idea de la novela
premiada. Venganza en forma de justicia poética.
Pero
aún quedan mujeres fuertes en Musa décima,
Yolanda, la hermana de Rail es capaz de demostrar públicamente su
homosexualidad yéndose a vivir con Susi. Las tiranteces entre los hermanos
también se eliminarán gracias a los consejos que Berta le da a su hijo, todos
sacados de la Nueva filosofía de la
naturaleza del hombre.
Y
por último, Euterpe, una panameña que lleva el nombre de la musa de la música y
cierra el libro consiguiendo que Rai cambie de aires, lo deje todo y empiece
con ella una nueva vida.
El
tema de la mujer es el que más me ha llamado la atención de esta novela en la
que el autor se muestra un incondicional de su valía, pero no es el único que
encontramos.
Hay
otro muy importante, que deriva de la mujer pero se hace extensible al hombre:
la exploración de la propia identidad. Partiendo de las consideraciones de doña
Oliva el lector intuye a la perfección como es cada uno de los personajes,
quienes también lo saben porque en algún momento de su vida reflexionan sobre
ello: Raimundo padre es en el fondo un acomplejado que, al final de su vida no
quiere quedarse solo aunque implique sentir la humillación y el dolor que él ha
causado.
El
caso de Rai es una introspección continua, debajo de esa capa de
superficialidad, de alegría y despreocupación constante late la responsabilidad
que intenta salir en una sociedad que no lo permite, hasta que se da cuenta que
deberá renacer en otro lugar, con quien quiere y dedicándose a lo que
verdaderamente le gusta. Es curioso cómo el autor liga un drama familiar al
hecho literario; es curioso que el destino de las personas quede enlazado a la
fidelidad a la escritura, y es más curioso aún que en la escritura se haya dado
la suplantación como norma habitual, lo que nos lleva al drama social, al
fraude y la deslealtad que el ser humano es capaz de cometer hacia otros,
considerados amigos hasta el momento en que resultan prescindibles.
Doña
Oliva ha hecho reflexionar a Berta y ésta a su hijo; ambas lo han llevado a
cabo, una vez muertas, a través de la escritura, y es en la literatura, en los
sueños, donde cobra sentido la realidad, donde hechos aislados forman una
unidad indisoluble, donde seres diferentes actúan de la misma manera «Como suele suceder en los sueños, había una
curiosa simultaneidad en las escenas y los peces acercaban sus cabezas al
cristal como si quisiesen ver también a la paloma posada en la barandilla
mientras Grogui se afilaba las uñas en un lateral del sofá, para enfado de
Raimundo padre». El planteamiento del Siglo de Oro, la vida es sueño, se
materializa en esta novela actual; si Hamlet veía y hablaba con el espíritu de
su padre, Berta se comunica con Oliva primero y después con Rai. Todo reside en
nuestra mente, donde se incuban los sentimientos (los afectos) de la envidia,
la traición, la venganza, el rencor, la corrupción, pero también el amor, la
generosidad y la prudencia «Rai se acercó
a la urna. “¿Lo ves? Magnanimidad. Para que sepas que yo también aprendí algo
de tu querida doña Oliva [...] y de ti. Para que veas que estoy en el libro”».
Novela
realista-fantástica y psicológica, en la que los personajes toman conciencia, a
través de sus hechos o sueños, de lo que son en realidad porque esas
experiencias, reales o fantásticas, les hacen evolucionar.
Escrita
con seriedad, basándose en hechos reales de un pasado cada vez más remoto y
siempre cercano, no escatima la ironía, el sarcasmo incluso, al referirse al
hombre nuevo, triunfador, residente en una sociedad nueva, triunfadora.
Si
encontramos atractivo el enterarnos, a través de Berta, de que refranes hoy
utilizados, fueron deducidos con buen criterio por los clásicos: «Un clavo con otro se saca» (Cicerón.
Siglo I a.C.), «Comer para vivir, no
vivir para comer» (Cicerón), «A quien
yo quiero mal, déle Dios pleito y orinal» (Coloquio de la compostura, de la
Nueva filosofía del hombre. Miguel
Sabuco, Oliva Sabuco de Nantes y Barrera), no menos atractivo supone seguir la
escritura de José María Merino, a veces humorística en medio de la seriedad «¿Qué pasó entonces con el libro de doña
Oliva? —preguntó Yolanda alarmada. —Me pareció que debía acompañarla a ella
siempre y lo metí en el ataúd. Ahora sus cenizas están juntas». Otras veces
es la ironía la que nos lleva a sonreír «La
cosecha anglicista era tan rica que decidió ir apuntando sus descubrimientos en
una agenda, y recordó a su abuelo, que hablaba con sarcasmo del gusto de los
españoles por ser colonizados». Y otras, la frialdad con que la sociedad
capitalista tiene en cuenta a sus habitantes «Los mendigos eran de distintas procedencias: la andrajosa y el
acordeonista eran rumanos; el del tenderete parecía español [...] pero el
barbudo podía provenir de cualquier lugar lejano y de cualquier tiempo perdido,
como la arrodillada». Esto es lo que somos para la sociedad capitalista, un
atributo impersonal, y sin embargo dentro de cada uno de los más pordioseros
puede residir la persona más digna y con más principios que en el de mayor
éxito social:
«—Oye –le dijo– Esa piedra que me
vendiste vale más de lo que te di por ella.
El mendigo lo miró con aire huraño.
—Te pedí 10 euros y me diste 10 euros.
No hay más que hablar.»
Pero
sin duda, lo mejor que he encontrado en Musa
décima es ese confluir de historias que se van repitiendo, agrandadas, como
una colección de muñecas rusas, para recordarnos, a través de la metaliteratura
o del propio pensamiento, que todo vuelve, que el tiempo es circular, lo que
hoy te está ocurriendo abarca a lo que le pasó a tu padre y a su vez contiene
hechos similares a los de otros antepasados, que confluyen con los de otras
épocas o lugares, porque lo que no cambia es el ser humano y la influencia que
los sentimientos tienen sobre él.