Hay
veces en las que la narración nos lleva a un testimonio histórico; otras, en
las que sabemos que es el resultado de un hecho real, por lo que nos adentramos
en la ficción con la seguridad de estar ante hechos que ocurrieron.
Esta
no es una novela testimonio, está claro que Estela Melero no fue testigo
directo de los hechos ocurridos en la década de los 40. Pero a pesar de que no
conozco directamente a Estela, he leído algunas de sus novelas y creo que su
alma está en Tierra sobre la memoria. Adivino la determinación y, sobre
todo, la sensualidad de Irene en Estela, como ya intuí a la autora en la
protagonista al leer Indómita Aurora antes que esta, pero
aunque sean historias que se continúan en el tiempo; los niños de Tierra sobre la memoria protagonizarán Indómita Aurora y ahí vuelve Estela,
ardiente y exaltada; ambas pueden leerse por separado así que, aunque la
primera obra de esta valenciana constituya un desafío para la delimitación
genérica, lo menos importante es encuadrarla, porque desde la primera página
nuestro corazón se desboca y nos sentimos Irene y nos vemos acorralados con
situaciones que, afortunadamente, hoy no existen, ¿o sí?
Tierra sobre la memoria es una novela de
ambientación histórica sobre una de las épocas más duras que hubieron de vivir
los vencidos de la Guerra Civil Española. No hubo tregua para ellos y así lo
expone la autora: hambre, humillaciones, violencia, muerte… El miedo era lo que
regía la vida, la inseguridad y la desconfianza. Aun los amigos, los
familiares, pueden convertirse en delatores por miedo o por venganza de
rencillas pertenecientes incluso a la niñez, «De lo que siguió no hay mucho que contar, algunas miradas que se
cruzan fugazmente, alguna lágrima escondida con rapidez en una manga, unas
pocas sonrisas de satisfacción y la rectitud de los ejecutores en esa faena
desagradable pero determinante».
En
medio de ese horror, Estela nos presenta a una pareja que se enamora, fruto de
la atracción que siente el uno por el otro. Irene despierta su pasión al ver a
Arturo, no importa que sea menor que ella. Arturo ve cómo la llama del deseo va
dando paso al amor hacia Irene, no importa que esté casada.
La
relación, a pesar de intentar mantenerla en secreto, a pesar de que Arturo se
casa para olvidar a Irene, continúa y está siendo vox populi. Es un amor imposible que atenta contra la moralidad de
la época. Los protagonistas entran en una rueda de persecuciones, cárcel,
torturas, violaciones y humillaciones que soportarán en una tragedia que los va
cercando, implacable.
Irene y Arturo se ven separados a la fuerza, pero aunque ellos no se pueden comunicar, los lectores nos enteramos de los sentimientos más íntimos de Irene porque ella le escribe una carta todos los martes, que luego guarda en un cajón. Solo podemos leer una, pero es suficiente.
A
través de esta técnica narrativa la autora revelas las inquietudes de la
protagonista, sus emociones y puntos de vista; captura su voz interior en
primera persona, de forma que nos permite adentrarnos fácilmente en sus
pensamientos, al tiempo que nosotros experimentamos una sensación de intimidad
plena con la protagonista.
Hace ya un año desde la última vez que nos vimos. Ni siquiera sé si aún sientes algo por mí. No pudimos hablar. Te vi con tu esposa y todo se me vino abajo […] Me gustaría que estuvieras aquí para…
La
evolución de la relación entre Arturo e Irene queda expresada en el momento en
que ella, un día, no se atreve a decirle nada y guarda la carta de esa semana,
vacía de contenido, en el cajón.
Los
lectores reflexionamos sobre los hechos. Nosotros sabemos lo que les ocurre a
todos pero ellos viven con la angustia de la incertidumbre; por eso diferentes
personajes llegan a distintas conclusiones sobre un mismo hecho. Cartas,
confesiones íntimas en la cárcel, que aportan autenticidad a la historia,
generan en el lector cierta sensación de veracidad hacia la trama que estamos
leyendo y nos introducimos de lleno en la lectura.
No
era extraño, incluso en los más creyentes, la pérdida de la fe ante tanta
barbarie; es lo que le ocurre a Diego, un sacerdote que ha pasado su vida
ayudando a los demás y ve cómo, de pronto, la vida de uno de sus cuatro
hermanos queda truncada un día cualquiera «porque
alguien dio el chivatazo». La depresión en la que cae Diego es fruto de
haber puesto sus esperanzas en un dios que parece haberlos abandonado pero
Arturo lo convence de que debe seguir en pie, «Tenemos que salir adelante para que todo esto no quede en el olvido,
debemos hacernos oír».
Con
un estilo fresco y cargado de naturalidad, la autora logra borrar los límites
entre lo ficticio y lo real.
No
vamos a encontrar largos diálogos en Tierra
sobre la memoria porque los personajes centran la atención en lo
fundamental. Entre ellos mantienen una comunicación directa, como si no hubiera
tiempo para rodeos o sarcasmos. Es gente sencilla cuyo principal objetivo es
salvar la vida.
La
narración no se detiene en grandes o detalladas descripciones, no quiere que
nos perdamos en nada secundario. Le interesa contar la vida de una pareja que,
como tantas otras, por las circunstancias de la época no pudo formar una
familia. La tensión se palpa desde el principio, por lo que es imposible dejar
la lectura.
Estela
Melero deja oír su voz reivindicativa en sus novelas. Siempre. Y en esta
primera obra tuvo la valentía de definirse al denunciar, no solo los hechos
abusivos que cometieron las autoridades con los trabajadores del bando
perdedor, sino con toda la población «La
gente pasaba hambre […] afectadas por el latirismo […] Se había prohibido su
consumo un año antes, pero esta legumbre económica […] constituía la comida
principal de familias enteras».
Hay que leer Tierra sobre la memoria aunque sea para que no se vuelvan a cometer atrocidades de este tipo.
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